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535. La guerra es un componente inherente a la naturaleza humana

Sigmund Freud, al reflexionar sobre la guerra, afirmó que los hombres cometen actos de crueldad, malicia, traición y brutalidad que parecerían incompatibles con su nivel cultural. De esta manera, se plantea la existencia de un más allá del principio del placer, es decir, una pulsión que desafía la noción de que el principio del placer gobierna nuestras vidas y determina nuestras acciones. Esto sugiere que la evitación del displacer, que solía guiar el funcionamiento psíquico, se ve contrarrestada por una fuerza mucho más determinante (Dessal, 2023). Este impulso se denomina «pulsión de muerte», y la guerra se manifiesta como una de sus expresiones más extremas.

El dilema que enfrenta la humanidad es que la guerra forma parte intrínseca de la dinámica de la civilización. «No es un accidente, un desorden de la naturaleza humana, sino un ingrediente inevitable de esa naturaleza» (Dessal, 2023). El individuo experimenta satisfacción al cometer actos de violencia, destrucción y barbarie, es decir, halla placer (léase goce) en hacer el mal. Como expresó Freud en «El malestar en la cultura» (1930), «El hombre no quiere renunciar a la satisfacción de sus necesidades agresivas. Solo le importa la propia satisfacción, y no siente ningún respeto por el prójimo. Si no fuera por la compulsión que lo obliga a respetar la cultura, preferiría comportarse como un salvaje». En consecuencia, «las palabras del amor coexisten con las del odio, y el odio no se conforma con la muerte del enemigo, sino que exige su completa supresión simbólica» (Dessal).

Este impulso mortífero en el ser humano se manifiesta constantemente en sus relaciones con sus semejantes. Según Freud (1930), «el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo». La civilización se ha creado con la intención de establecer límites a estos impulsos agresivos; ella es el resultado de la renuncia a satisfacer las pulsiones de muerte y destrucción. Sin embargo, «tal renuncia no es más que un semblante que puede ser barrido en una fracción de segundo» (Dessal, 2023). Aparentemente, el progreso es una ilusión sin futuro.


520. La depresión: ¿serotonina, angustia o trauma psíquico?

Una revisión sistemática publicada recientemente en Molecular Psychiatry (ver: Moncrieff, J., Cooper, R.E., Stockmann, T. et al. The serotonin theory of depression: a systematic umbrella review of the evidence. Mol Psychiatry (2022)), plantea que la hipótesis de que la depresión es causada por un desbalance en neurotransmisores como la serotonina, no tiene sustento de evidencia científica. Lacan ya lo había advertido en su texto Acerca de la causalidad psíquica; él rechaza localizar en el sistema nervioso la génesis del trastorno mental. Para el psicoanálisis lo mental es diferente a lo orgánico, a lo físico. Esto es algo que la ciencia, y particularmente las neurociencias, no logran comprender: no hay que confundir esa sustancia que llamamos «pensamiento» –que está hecha de lenguaje–, con esa otra sustancia física que es el organismo, el cerebro. El gran pecado de la ciencia positivista es pensar que todo lo que le sucede al sujeto se puede reducir al organismo –al cerebro, a los genes, a las hormonas, a las moléculas, etc.–; el psicoanálisis va a ubica la causa del sufrimiento psíquico en otro lugar, en el lugar del Otro, de lo simbólico, el cual no deja de afectar de manera radical al organismo.

Los autores del artículo mencionado, La teoría de la depresión de la serotonina: una revisión general sistemática de la evidencia, llegaron a la siguiente conclusión: «Nuestra revisión exhaustiva de las principales líneas de investigación sobre la serotonina muestra que no hay pruebas convincentes de que la depresión esté asociada o sea causada por una menor concentración de serotonina en el cerebro. La mayoría de los estudios no encontraron pruebas de una menor actividad de la serotonina en las personas con depresión en comparación con las que no la padecen.»

Aquí no se trata de desestimar el funcionamiento de los fármacos; el estudio no pretende decir que los fármacos no funcionan, sino que no se puede decir que la falta de serotonina es la que ocasiona el trastorno depresivo; «es como decir, en palabras de Lacasse y Leo (2005), que sólo porque la aspirina alivie eficazmente los dolores de cabeza no podemos concluir que los dolores de cabeza los causa la falta de aspirina» (Psicofacil, 2022). ¿Qué causa entonces la depresión? Este estado de ánimo se caracteriza por una tristeza persistente que invade al sujeto, que dura quince días como mínimo -una tristeza normal un par de días no más-; también se caracteriza porque el sujeto deprimido no tiene ganas de amar (indiferencia afectiva) y desánimo (no hay ganas de hacer nada) (Nasio, 2022).

Para Nasio (2022) la depresión, que se ha convertido en un problema de salud pública a nivel mundial, sobre todo durante y después de la pandemia, es la pérdida de una ilusión. La angustia que genera una pandemia se transforma fácilmente en tristeza, en depresión. «Nos encontramos que la pandemia crea angustia y la angustia genera depresión. Tenemos una mayor incidencia de la depresión en la población, en general, desde hace dos años en que la pandemia está atacando al ser humano” (Nasio). La depresión causada por la pandemia, muy ligada a una situación de angustia, no es exactamente una depresión clásica, «la cual está más ligada a una situación de decepción». Sabemos que la psiquiatría moderna habla de dos grandes tipos de depresión: la depresión endógena y la depresión exógena, cuya mayor diferencia es la causa que las provoca; cuando se habla de la depresión endógena se establecen casusas biológicas, ya sean genética (que aun no se comprueban) o una falla en el quimismo del cerebro: la falta de serotonina sin causa externa que lo justifique, que es justamente lo que el estudio de Moncrieff, J., Cooper, RE, Stockmann, T. et al. (2022) trata de desmentir.

Para el psicoanálisis, que busca la causa del malestar del sujeto en el psiquismo y no en el organismo, la depresión clásica la padecen sujetos que Nasio (2022) denomina frágiles, predispuestos a la depresión. «La persona predispuesta a la depresión es una persona que ha establecido un vínculo demasiado enfermizo con algo que ella ama excepcionalmente. Y ese objeto que ama, ese ser que ama, ese animal que ama, esa casa que ama, ese trabajo que ama de manera enfermiza se pierde. Y cuando eso sucede, se pierde una ilusión en la persona que ha enfermado de depresión» . Por eso él insiste en que la depresión es una pérdida de ilusión, es decir, el sujeto se deprime cuando pierde algo a lo que estaba enfermizamente apegado; puede ser un objeto, una persona, un trabajo, algo que le daba «ser» o identidad al sujeto. A la pérdida de una ilusión se le suma también una rabia. «El paciente deprimido es un paciente enojado, además de estar triste» (Nasio).

Hay entonces en la depresión cuatro tiempos: «Primer tiempo: un apego enfermizo a algo o a alguien. Segundo tiempo: pérdida de ese algo con el cual yo estaba apegado, decepción de eso. Desilusión de perder aquello que me daba la fuerza de ser lo que era en ese momento. Tercer tiempo: me enojo» (Nasio, 2022). El sujeto se enoja porque pierde aquello que lo ilusionaba. Pero, además de todo esto, hay que añadirle, a la depresión, un trauma. «He constatado que la mayor parte de las personas que se deprimen, en las que la depresión se instala como una enfermedad, siendo niños han sufrido un traumatismo» (Nasio). Ese trauma de la infancia, en el que el psicoanálisis hace tanto énfasis en el momento de hablar de la causa psíquica de los síntomas neuróticos, es lo que va a hacer de ese sujeto, en el futuro, un adulto deprimido. Si el sujeto es frágil, psíquicamente hablando, es porque él ha sufrido de niño un trauma. «Todo traumatismo en la infancia y en la pubertad fragiliza a la persona y la deja expuesta a la depresión» (Nasio). Y es muy probable que ese trauma de la infancia tenga que ver con la pérdida de un objeto al que se estaba muy apegado.


508. Adoctrinamiento, educación y política: «el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos»

A raíz de la explosión social y el paro nacional que se presentó en nuestro país (Colombia) desde el 5 de mayo de 2021, muchas instituciones educativas les recomendaron a sus docentes no asumir posturas que generen malestares entre los estudiantes y adoptar una actitud imparcial. Yo me pregunto, ¿esto es posible? ¿Acaso, siempre que se asume una posición, sobre todo de carácter crítico, frente a lo que sucede de injusto en un país, esto no generará algún malestar en muchas personas? Colombia es uno de los países con mayor corrupción:

“El Índice de Percepción de Corrupción (IPC) 2020 mide los niveles percibidos de corrupción en el sector público en 180 países a través de una puntuación con una escala de 0 (corrupción elevada) a 100 (ausencia de corrupción). En esta edición más de dos tercios de los países obtuvieron una puntuación inferior a 50. El promedio global se situó en tan solo 43 puntos. En este año Colombia obtuvo una calificación de 39 puntos sobre 100, y ocupa la posición 92 entre 180 países evaluados. Aunque, en esta edición el país consiguió dos puntos más que el año pasado, estadísticamente esta variación no es considerada como un avance significativo” (Transparency International, 2021, párr. 1). Y ocupaba el año pasado el segundo puesto en desigualdad en Latinoamérica (Pasquali, 2019); a estos problemas se le suman además el de narcotráfico: 1.137 toneladas de cocaína (Infobase, 2020), paramilitarismo: 35 masacres durante este año (El Espectador, 2021), desplazamientos forzosos: 8 millones (El Tiempo, 2019), falsos positivos: 6402 (La silla vacía, 2021), pobreza: 42.5% (Dane, 2021), etc. ¿Cómo tapar el sol con un dedo?

La justificación para ser imparcial es no adoctrinar a los estudiantes. ¿Acaso no se los adoctrina cuando se les enseña una teoría? Adoctrinar, según la RAE (2020), significa “inculcar a alguien determinadas ideas o creencias”. Yo, por ejemplo, creo en el inconsciente, con lo difícil que es creer en esto, y enseño el discurso psicoanalítico, en el que me he formado como profesional y en el que creo. ¿No estoy adoctrinando a los estudiantes cuando les enseño las ideas del psicoanálisis, aportando los argumentos necesarios para justificar los conceptos en los que dicho discurso cree? Además, siempre que se adopta una posición desde este discurso, o se piensa una situación de la realidad humana desde el psicoanálisis, muchas veces esto genera algún malestar en las personas, al fin y al cabo, como bien lo indica Freud en Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), «el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos» (p. 8). Y los irrita porque el psicoanálisis es crítico con todo lo que abarca al ser humano: sus ideales, sus creencias, sus pensamientos, la posición que asume en la vida.

Entonces, con relación a asumir posturas, ¿por qué se censura hablar de la realidad política de un país con la idea de que no hay que adoctrinar a los estudiantes en determinada corriente política? ¿Acaso no se lo adoctrina, también, cuando se le enseña neuropsicología, cognitivismo, humanismo, psicología clínica o psicología social? Ahora bien, se le inculca toda una serie de teorías y conocimientos a los estudiantes, y se le deja a él, como sujeto de pleno derecho, la posibilidad de elegir en que corriente y en qué ámbito de la psicología se va a inscribir; es él el que elige, aunque muchas veces se trata de una elección forzada, es decir, porque toca. Ahora bien, es muy diferente un adoctrinamiento en el que se obliga al otro a creer lo que se le inculca, como sucede, por ejemplo, con el adoctrinamiento en una religión en los niños desde el momento en que nacen, o el adoctrinamiento que reciben unos niños cuando los recluta una guerrilla, a la transmisión de un conocimiento a sujetos que ya hacen uso de un pensamiento crítico. 

“El adoctrinamiento es en cierto grado inevitable en la enseñanza padre-hijo, pues los seres humanos son animales sociales que inevitablemente se ven afectados por el contexto en el que se desarrollan. Sin embargo, esto puede ser mitigado por prácticas que favorezcan el libre pensamiento y el uso de la razón crítica, siendo esta la principal diferencia entre el adoctrinamiento y la educación: el primero, a diferencia de la educación, nunca pretende convertir al sujeto en un individuo autónomo con juicio propio, sino que se caracteriza por la fe ciega y la ausencia de pensamiento crítico” (Wikipedia, 2021, párr. 2).

Así pues, el adoctrinamiento es una práctica educativa ejercida por una autoridad, la cual busca infundir determinados valores o formas de pensar en los sujetos a los que van dirigidas, por lo tanto, el adoctrinamiento está necesariamente ligado a la educación; aquel siempre soporta procesos educativos, pero se espera que la educación, esa que apunta a la libre expresión de las ideas, de forma democrática y multicultural, no se convierta en un adoctrinamiento. Entonces, volviendo a las preguntas iniciales, ¿se adoctrina cuando se habla de la realidad política de un país?

Lo que suele suceder en toda sociedad, es que el conflicto es muy mal visto; pero los conflictos sociales se constituyen, a su vez, en el motor de toda sociedad. Por esta razón, cuando se enseña a pensar críticamente, se espera que dicho razonamiento desestructure lo que se denomina el «sentido común». Las ciencias sociales y humanas, pienso yo, así como nos lo enseña el psicoanálisis y la filosofía, sirven para desestabilizar, desestructurar dicho «sentido común». 

“¿Qué es el sentido común? Heidegger dice que el sentido común es el impersonal «se»: pensamos lo que se piensa, sentimos lo que se siente, deseamos lo que se desea, creemos en lo que se cree, hasta amamos como se ama; uno cree que ama, y que es espontáneo, autónomo, auténtico, que uno es dueño de sus sentimientos, y cada vez más te vas dando cuenta que en realidad no estás amando, sino que estás inserto en un sistema que previamente delinea y define las formas de amar, y uno cuando ama no hace más que reproducir, repetir formatos previos que nos condicionan” (Sztajnszrajber, 2021).

Igual sucede con lo que se piensa, con lo que se siente, lo que deseamos, ¡y todo en lo creemos! Es decir, hay un Otro generalizado (Berger y Luckmann, 1986): el sistema, el establecimiento, la institución, la estructura social, que, primero, nos preexiste, y segundo, determina casi todo lo que nosotros somos como seres humanos en el mundo que nos tocó. Eso es tremendo; si seguimos con el ejemplo del amor, todos nos podemos hacer esta pregunta: ¿por qué amo así?, ¿quién me enseñó que es de este modo y no de otro? Y lo que sucede cuando alguien quiere salirse de ese “sentido común” (la forma como espera el Otro que tu ames), es que pasa a ser un subversivo, un anómalo, un enfermo (Sztajnszrajber, 2021), un loco o un delincuente. 

Es por esto que el psicoanálisis, al igual que la filosofía, son discursos subversivos, porque interrogan al establecimiento. Pero incomodar es muy importante y necesario, y, sobre todo, incomodarse a uno mismo. Y lo que te van a enseñar estos discursos es que lo que tú crees de manera natural, normal, también es una construcción, es un efecto de algo que trasciende al sujeto, y que ese Otro, que no es otro que el establecimiento, lo establecido socialmente, es lo que te exige determinados comportamientos. Y eso determina lo que se puede denominar, la agenda cotidiana, la misma que repiten los medios de comunicación, “la agenda diaria que está fijada de acuerdo a ciertos intereses; esto ya de por sí es absolutamente cuestionable. Lo que la filosofía ve es algo mucho más estructural, lo que son los formatos; no tanto lo que se discute en un programa de panelistas, sino la “panelización” de nuestro cerebro, o sea, la “panelización” del discurso público. Es fundamental entender que hay un problema de formato, el formato que está instalado y que la filosofía permanentemente trata de desarmar, de deconstruir, es un formato que estructura, una realidad siempre binaria, siempre jerárquica, siempre con amigos y enemigos” (Sztajnszrajber, 2021).

De ahí la importancia de correrse de esa agenda pública, esa que nos transmiten los medios de comunicación. “La televisión educa, no solo la escuela, un presentador de televisión diciendo pavadas también educa, y educa en pavadas” (Sztajnszrajber, 2021). Igual sucede con los docentes en sus clases. Por eso, si se enseña a pensar críticamente, eso implica, no solo dudar de todo, sino deconstruir el mundo, ese mundo que se nos presenta, o se nos vende, como un mundo en calma. Es el poder del establecimiento, y no hay poder más eficiente que aquel que no se ve; se trata de un poder que nos anestesia, para que el sistema funcione en su comodidad, en su tranquilidad, “el poder es siempre farmacológico (…) Y qué difícil es moverse de eso, ¿quién se va a mover de esos lugares tan acomodados? Pero un día, todo explota, del modo a veces más inusual. Foucault decía: donde hay poder, hay resistencia” (Sztajnszrajber). 

Es lo que ha sucedido en Colombia, pero también en Chile, Bolivia y ahora Cuba, y en su momento en Argentina, Perú, Ecuador y EEUU. El poder funciona normalizando sus intereses y reproduciendo sus privilegios. Por eso, cuando se devela cómo funciona el establecimiento, se asume una posición política, y eso no le va a gustar a muchos, sobre todo a los que están adormecidos, acomodados, los que cumplen con la agenda pública, todos los que están insertos en ese sistema denominado «sentido común»; por eso el que se siente ofendido es el que no quiere renunciar a un privilegio. “La política es para el otro, no es para defender lo propio. Si no es para el otro, es negocio” (Sztajnszrajber, 2021). Y “por eso la lucha es contra el sentido común, ese sentido común que es visto como algo positivo y que condiciona la forma de pensar, que establece etiquetas acerca de lo que está bien y lo que está mal, lo normal y lo anormal, lo correcto y lo incorrecto; todos esos binarios hay que desarmarlos” (Sztajnszrajber, 2021). 

Y como dice Sztajnszrajber (2021), no se lucha para ganar, se lucha para luchar, para incomodar, para cuestionar, para irritar, para pensar, y de todos modos siempre habrá quien se irrite y se sienta mal, ¿cómo evitarlo? Se espera, eso sí, que el que sienta algún malestar, responda con argumentos y respete al otro a pesar de las diferencias que puedan tener, y no simplemente disparando. ¿Y para qué hacer todo esto? Para, tal vez, así poder cambiar el establecimiento, así sigamos del lado de los derrotados, los segregados, los discriminados, los desposeídos. ¿No es de este lado que se deberían, en un sentido ético, poner las universidades, y más si son católicas? Lo que me lleva a preguntarme: ¿cuál es el papel que debe cumplir la universidad frente a sus alumnos, cuando hay un estallido social de reivindicación de derechos como el sucedido aquí en Colombia en este momento? ¿La universidad quiere sujetos adormecidos, o sujetos críticos y despiertos?

¿Y cuál la posición del psicoanálisis ante este tipo de fenómenos político-sociales? ¿Acaso la tarea del psicoanálisis no es “llamar la atención sobre las mentiras de la civilización” (Laurent, 2007)? ¿Acaso los psicoanalistas no están llamados a entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora? “Nuestra práctica clínica tiene como partenaire permanentemente a la civilización contemporánea. Por eso un psicoanalista –como dice Lacan– debe estar a la altura de la subjetividad de su época” (Delgado, 2011): “Mejor que renuncie quien no pueda unir su horizonte a la subjetividad de la época. ¿Cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” (Lacan, 2003, p. 209).


498. ¿El ser humano será mejor persona después de la pandemia?

La historia de la civilización lo que demuestra es que “lo esencial de la condición humana parece mantenerse y lo que ha evolucionado han sido los medios que permiten hacer bien y hacer mal” (Alfonso Wals, 2020). La misma Hannah Ahrendt ya había advertido en su texto La banalidad del mal, que cualquiera puede ejercer el mal en determinadas condiciones. Por lo tanto, no se puede esperar que una pandemia transforme a la humanidad; tal vez lo que se puede esperar, y eso que, con mucha dificultad, es que aquella ponga en juego “la responsabilidad de cada uno” (Alfonso Wals).

Freud (1930) ya había advertido en su texto El malestar en la cultura que existe en el hombre una tendencia nativa “a la maldad, a la agresión, a la destrucción y también, por ende, a la crueldad” (Freud citado por Alfonso Wals, 2020).  Pero, ojo, la maldad no es la única respuesta del ser humano; hay otras que están del lado de la solidaridad y la resistencia de los sujetos frente a esta pandemia.

Algo que sí les ha recordado la pandemia a los seres humanos, es que ellos no son dueños de todo. “A fuerza de dejarnos convencer por el capitalismo de que podemos comprar todo y que tenemos derecho a todo, creíamos que nada malo nos puede pasar” (Alfonso Wals, 2020). ¿Volverá el sujeto a ser ese consumidor voraz que espera que sea el discurso capitalista después de la pandemia? El consumo de los recursos naturales continuará; es más, hay quienes piensan que esta pandemia es un efecto de la destrucción del medio ambiente, y, por lo tanto, vendrán más.

El ser humano no será mejor después de esta catástrofe. “No creo que se trate de que debamos ser pesimistas, pero sí de asumir la responsabilidad de cada uno en lo que se construya en adelante” (Alfonso Wals, 2020). Y, además, hay que estar atentos e esa “nueva normalidad”, en la que es muy posible que el establecimiento haga reformas laborales, en la salud, en la banca, etc., que restarán más derechos a los sujetos contemporáneos.

¿Y de la subversión política, qué? “La subversión se refiere a un acto que produce cambios con relación a las coordenadas simbólico-imaginarias. No se trata de revolución” (Alfonso Wals, 2020). Lacan establece una gran diferencia entre la revolución y la subversión. Para él, la revolución es volver a caer en el discurso del amo; es como dar una vuelta a las cosas de 360°. Y Miller (citado por Alfonso Wals) aclara lo siguiente: “El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar esperanzas en los cambios de orden político (…) El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber: que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo…”.


484. El «índice subjetivo» Vs. El cientificismo

Las neurociencias andan preocupadas en localizar el lenguaje en el cerebro, o hasta en los genes, como lo sugiere Chomsky, pero no logran localizarlo, como tampoco han logrado localizar eso que se llama conciencia, «eso que la psicología desde siempre ha llamado conciencia, eso que las ciencias cognitivas hoy siguen llamando conciencia o cognición a veces también y que el psicoanálisis desde Freud llamó el yo» (Bassols, 2012). Para el psicoanálisis es claro que la conciencia «no es todo el sujeto, es una parte del sujeto, es esa parte que se sabe o que se cree consciente de sí mismo y que funciona con una identidad más o menos siempre vacilante» (Bassols). En efecto, la consistencia del yo es muy vacilante, desaparece cuando el sujeto duerme, y medio aparece cuando el sujeto se despierta, pero la idea de conciencia es muy vaporosa, pero muy interesante de seguir, «seguir el debate de las neurociencias para localizar esos dos grandes fenómenos fundamentales que son el lenguaje, la palabra y la conciencia» (Bassols). 

Tal vez la respuesta a la pregunta a qué es la conciencia nos la de la máquina, aquella que el día de mañana se despierte preguntándose «¿quién soy yo?», tal y como lo proponen contemporáneamente algunas películas del cine de ficción, como Yo robot, Ex-machina, Eva, Her, Yo soy madre, y muchas otras más; hasta Terminator cabría allí. Y en efecto, cuando en esas películas de ficción las máquinas toman conciencia de sí mismas, entran en una especie de crisis existencial, la misma por la que pasan los seres humanos por hacer uso del lenguaje, como le sucedió a Mafalda, quien se preguntaba «¿por qué a mí ha tenido que ocurrirme ser yo?», y «lo declaraba profundamente porque es cierto que ser yo, ser consciente en un mundo, nos inadapta muchísimo a la realidad» (Bassols, 2012). Por hablar y ser consciente de sí, el sujeto empieza a hacerse preguntas por el sentido de su existencia, lo cual se la complica bastante. Esto no sucede con los animales, ni con las máquinas (no todavía); a ellos no les preocupan preguntas como «¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿cuál es mi misión en el mundo?, ¿a qué vine yo a esta vida?», preguntas que el sujeto trata de responder durante todo el transcurso de su vida.

Así pues, esa conciencia que se tiene de sí, ese «índice subjetivo es lo que empieza a sintomatizar nuestra vida de cuarenta mil maneras, empezamos a preguntarnos: qué soy para el Otro, tengo miedo del deseo del Otro, el Otro me puede devorar, el Otro me puede querer, me puede no querer, me puede abandonar, me puede ser infiel y ahí vas al psicoanalista, no vas a IBM. Vas al psicoanalista, es muy importante en efecto que a partir de ahí se puede formular una demanda de tratamiento y no a partir de tengo un cable que no va» (Bassols, 2012).

Las neurociencias insistirán en que hay un cable que no va, y para saber cuál es, pues se pasa a escanear, a hacer imágenes de resonancias magnéticas, tratando de encontrar el sitio exacto de la falla, y si se encuentra dónde el cableado no va bien, «podremos manejarlo un buen día, tú no te preocupes, un día vamos a manejar eso y podremos finalmente resolver ese síntoma de tu sufrimiento» (Bassols, 2012). Aquí es donde entra el boom de la farmacología en esta contemporaneidad; ahora casi que existe la receta médica para cada falla del sujeto, lo cual suena bastante a un control social autoritario. Esto es lo que Bassols (2012) denomina cientificismo, «la idea de cierto uso de la ciencia que llegaría a todos los rincones del ser humano para manejar, intentar reparar, intentar prometer un cierto bien bajo la idea de que manejando nuestro sistema nervioso central vamos a conseguir eliminar el malestar subjetivo», tal y como lo plantean películas como Las mujeres perfectas, Invasión, Fharenheit 451, Vice, Sin límites, Lucy, Gattaca, Matrix, La isla y muchas otras más, incluidos muchos de los capítulos de la serie Black Mirror, historias todas donde se busca el control de los sujetos en base a sustancias químicas, cambios genéticos o fuerzas extraterrestres. Afortunadamente ese «índice subjetivo» del que habla Bassols, no se reduce ni al cerebro, ni a los genes, ni a los cromosomas, ni a nada en el organismo.


472. El hombre es un animal enfermo

El hombre es, evidentemente, un animal enfermo; «la enfermedad no es para él un accidente, sino que le es intrínseca, que forma parte de su ser, de lo que podemos definir como su esencia» (Miller, 2011). Así pues, «pertenece a la esencia del hombre ser enfermo, hay una falla esencial que le impide estar completamente sano. Nunca lo está» (Miller). Esto es algo que el psicoanálisis nos enseña permanentemente: el ser humano carece de una armonía con su naturaleza. El ser humano es un ser desnaturalizado, y lo es fundamentalmente por ser un ser pensante, racional, que hace uso de símbolos para hacerse una representación del mundo y de sí mismo. Esto es lo que fundamentalmente lo diferencia de los animales: el hacer uso del lenguaje. El ser humano es un hablanteser.

Entonces, nada de lo que haga el ser humano es natural, porque es un ser reflexivo. «Este es un modo de decir que está alejado de sí mismo, que le resulta problemático coincidir consigo mismo, que su esencia es no coincidir con su ser, que su para sí se aleja de su en sí» (Miler, 2011). ¿Qué enseña el psicoanálisis sobre este «sí mismo»? Que está hecho de goce, es decir, que ese «sí mismo», su ser más profundo, no es otra cosa que su plus de gozar. ¿Y esto que es? Es la forma particular que tiene cada sujeto de satisfacer sus impulsos sexuales y agresivos, esos dos impulsos que en el ser humano no tienen ningún tipo de autocontrol. El control de los impulsos sexuales y agresivos -lo que Freud llamó pulsión de vida y pulsión de muerte- viene siempre de afuera, de la cultura, que le demanda al sujeto la renuncia a esos impulsos para poder vivir en comunidad, lo cual no deja de crearle al sujeto un cierto malestar: el malestar en la cultura.

El psicoanálisis invita a cada sujeto, uno por uno, llegar a conocer, llegar a saber sobre ese «sí mismo»; en eso consiste un psicoanálisis: que el sujeto se acerque a este en sí, y «alcanzarlo sólo puede ser el resultado de una severa ascesis» (Miller, 2011), una profunda limpieza, o mejor, un profundo conocimiento de ese «sí mismo». Elucidar el plus de gozar en que reside la sustancia del sujeto es el objetivo de todo análisis -eso que se denomina en la teoría lacaniana su fantasma fundamental-.


456. Amor y fantasma: el fantasma fundamental es como un hueso.

El fantasma fundamental es una fantasía primordial con la que el sujeto resuelve o responde a su particular manera de hacerse a una satisfacción sexual, satisfacción que no se reduce únicamente al coito. Este es uno de los grandes descubrimientos freudianos: que la sexualidad humana no se reduce a la genitalidad o la reproducción, no, sino que son muy variadas las formas que tiene el sujeto para encontrar una satisfacción de carácter sexual: fumar, beber, pelear, comer, defecar, mirar, oír, tocar, etc. Son innumerables los comportamientos del sujeto –casi siempre con un carácter repetitivo– en los que él, de manera consciente o inconsciente, encuentra una satisfacción sexual. ¿Por qué sexual? Porque el sujeto experimenta esa satisfacción en el cuerpo, en una zona erógena de su cuerpo, ya sea experimentando placer, o ¡dolor! Este sí es el gran descubrimiento de Freud: que el sujeto también encuentra una extraña satisfacción en el dolor, en el malestar, en el sufrimiento; por eso es tan difícil que el ser humano ¡pare de sufrir! El sujeto no puede dejar de hacer aquello que le causa un displacer y en lo que, a su vez, encuentra una satisfacción que es casi siempre inconsciente: no puede dejar de maltratar a sus padres, no puede dejar de pelearse con su pareja, no puede dejar de comer, de beber, de elegir personas que no le convienen, etc., etc. Y resulta que la búsqueda de esa satisfacción sexual en el sujeto, responde a ese fantasma fundamental.

El fantasma fundamental, a su vez, involucra un objeto: el objeto a minúscula, un objeto que el sujeto toma del Otro, separa del cuerpo del Otro: “Es el seno, el escíbalo, la mirada, la voz, estas piezas separables, sin embargo profundamente religadas al cuerpo, he ahí de lo que se trata en el objeto a” (Lacan, seminario XIV), y es gracias a ese objeto que el sujeto alcanza la satisfacción sexual. Así pues, la “presencia del objeto a en el inconsciente permite sostener que el fantasma inconsciente siempre tiene, según la fórmula de Lacan, un pie en el Otro; pero no los dos, dado que a está desapegado del Otro” (Miller, 2011).

Ese fantasma, radicalmente inconsciente, se constituye, se forma en el momento en el que el sujeto pasa por su complejo de Edipo, en su primera infancia, es decir, que “en el origen mismo del fantasma se tiene una posición de amor” (Miller). Siempre habrá una historia amorosa detrás de todo fantasma fundamental, solo que esa historia amorosa el sujeto la transforma, haciéndola irreconocible en sus fantasías, “pero cuando se reconstituye la genealogía (del) fantasma, lo que se encuentra al inicio es una cuestión de amor” (Miller).

Veamos un claro ejemplo de esto: “Hay familias en las que el padre efectivamente golpea. Puede haber una familia en la que el padre golpea a los hijos y no a las hijas; por el contrario, las mima. Pues bien, que los golpeados sean los muchachos, las fascina. En consecuencia, ellas pueden verse llevadas a imaginar el goce de ser golpeadas como muchachos, y a preguntarse si ser golpeado no será de hecho una prueba de amor del padre, muy superior al hecho de ser mimado.” (Miller, 2011). Así pues, el fantasma fundamental es a la vez una escena, una escena que se construye a partir de una pregunta sobre el amor: una “historia de la que se desprende el recuerdo encubridor. Y para el sujeto esas imágenes perduran como un hueso; se le quedan atragantadas, permanecen con un carácter paradójico, escandaloso, incluso vergonzoso: quedan como lo real de esa elaboración simbólica” (Miller), elaboración que el sujeto hace de esa escena, de esa historia edípica primordial, escena que no falta en ningún sujeto que haya tenido vínculos afectivos con sus cuidadores.

Con el personaje de Sabina, en la película Un método peligroso, esto es clarísimo: su fantasma se constituye al lado de su padre (complejo de Edipo), un padre al que le gustaba pegarle nalgadas a sus hijos, y ella, Sabina, en lugar de sentir dolor, experimentaba mucho placer en medio del dolor (es lo que el psicoanálisis denomina goce), en el momento en que su padre le pegaba. Esta escena o fantasma va a determinar de manera radical la vida sexual de Sabina. Esa escena ella la va a reprimir por indecorosa, por eso, cuando sus impulsos sexuales reaparecen en su juventud, enferma gravemente con una serie de síntomas psíquicos (una histeria conversiva), los cuales se curan en el momento en que ella hace consciente esa escena primordial olvidada (reprimida), ese fantasma: la satisfacción que ella experimentaba cuando su padre le daba nalgadas.


438. «La locura es consustancial a la condición humana»

¿Por qué los sujetos están todos locos? Porque cada sujeto tiene sus singularidades, y estas estorban, fastidian o molestan a los demás. Esa singularidad es el modo como cada sujeto alcanza la satisfacción de sus pulsiones sexuales -esos peculiares «gustos» que encuentran los sujetos en ciertas actividades y que pueden llegar a parecer bastante extrañas a otros, y que van, por ejemplo, desde comerse las uñas, hasta torturar animales; desde pelearse con la pareja cada fin de semana, hasta maltratar a los padres; desde tomarse unos tragos diariamente, hasta tener relaciones sexuales riegosas con desconocidos; desde lavarse las manos cada vez que se saluda, hasta elegir como pareja a un abusador o a un mantenido; etc., etc., etc.-; esta extraña satisfación que los sujetos encuentran en el malestar -lo que el psicoanálisis llama «goce»- es un asunto bastante amplio en posibilidades y mortífero para el sujeto. Esto porque el sujeto, el sujeto neurótico, alienado al inconsciente que lo determina, que condiciona su vida, lo hace la mayoría de las veces en contra de su bienestar (Dessal, 2015) -lo que el psicoanálisis denomina «pulsión de muerte»-.

Si bien «la locura es consustancial a la condición humana» (Dessal, 2015), hay un tipo de locura que, siendo también singular, es la locura del psicótico; «todos locos», sí, pero dentro de ese universal hay el loco de verdad. Para Lacan la locura fue su primera escuela, y gracias a ella, pudo postular una concepción inédita del lenguaje: él rompe «la unión ilusoria entre el significante y el significado» (Dessal, 2015), separarando la materialidad fónica del significante, del significado. Esto significa que cada sujeto tiene una significación personal de lo que escucha, es decir, «que el significado es variable, y depende del sujeto que pronuncia la palabra, ya sea como emisor o como receptor» (Dessal).

«Esa independencia del significado respecto del significante (la diversidad material según las distintas lenguas), es la propiedad mágica y maldita del lenguaje humano: la posibilidad de que una palabra pueda significar otra cosa, más allá de su sentido inmediato» (Dessal, 2015). Esto es lo que hace que cada sujeto sea siempre un poco loco, porque fabrica significados permanentemente cada vez que habla, «sin saber en verdad lo que está diciendo» (Dessal).

En efecto, el psicoanálisis enseña «que nadie sabe lo que está diciendo cuando habla» (Dessal, 2015), que hay un sinsentido en todo lo que decimos y un malentendido permanente en la comunicación. Es lo que nos muestra la regla del método psicoanalítico, la asociación libre, que le solicita al sujeto decir todas sus ocurrencias sin censurarlas; esto conduce al sujeto “irremediablemente a su locura personal, a enredarse los pies diciendo cosas que no quería decir, que no pensaba decir, que no sospechaba que podría llegar a decir” (Dessal). Así pues, si todos estamos locos, es » porque no existe la realidad, en el sentido universal del concepto, sino la ficción en la que cada uno vive, y que está fabricada por el significado personal que le damos a las palabras. La cosa se complica mucho cuando es preciso añadir que en verdad nadie sabe cuál es ese significado. Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal).


434. El psicoanálisis: una nueva manera de hacer lazo social.

Freud y Lacan empezaron sus obras preguntándose por el malestar en el individuo y terminaron interrogándose por el malestar que proviene de los vínculos sociales. En el momento de mayor madurez de su producción teórica, cada uno produjo una reflexión sobre el vínculo social y dejaron ideas que apuntan a la intervención de los síntomas sociales.

La subversión que produce la obra de Freud en el campo de los discursos y las prácticas que se ocupan del sujeto, tiene una dimensión teórica y una práctica. La dimensión teórica consiste en el descubrimiento del inconsciente; la dimensión práctica consiste en la creación de una nueva clase de vínculo social que no existía hasta entonces: el vínculo del analista con el analizante en el dispositivo analítico.

El descubrimiento freudiano del inconsciente no solamente tendrá efectos para la explicación de la psicología individual, sino que será una herramienta útil para construir una teoría de la cultura y arrojar una luz lateral, que permite iluminar las verdades psicológicas cifradas en algunas producciones culturales como la religión, el mito, el chiste, la producción artística, etc. Freud también mostrará que el psicoanálisis es un potente instrumento para contribuir a la reflexión de los vínculos sociales y algunos de sus síntomas, como la guerra, la enajenación en los fenómenos de masas, las neurosis colectivas, y la infelicidad en la civilización.

Bajo la consigna de un retorno al espíritu de la investigación freudiana, Jacques Lacan acomete una segunda fundación del psicoanálisis. En 1968, el mismo año en que los estudiantes y los obreros franceses se tomaron las calles de París para protestar y denunciar que algo estaba haciendo síntoma en el lazo social, Lacan estaba impartiendo un seminario con un título un poco extraño para algunos: El revés del psicoanálisis. Pero más extraño era, para muchos, el problema del que se ocupaba él en aquel momento: «El vínculo social».

En este seminario Lacan sorprende una vez más a su auditorio con una producción inédita en la que articula todos sus rendimientos teóricos anteriores. En ella introduce el término «discurso», como una nueva noción en su edificio conceptual, al cual define como “modo de hacer lazo social” (Lacan, 1992). El autor propone allí que todos los vínculos sociales se pueden explicar a partir de cuatro estructuras o matrices básicas. Tres de ellas ya existían antes del psicoanálisis: “el discurso del amo”, “el discurso universitario”, y “el discurso de la histérica”. “El discurso psicoanalítico”, según Lacan, es una nueva manera de hacer lazo social, que se introduce en el mundo a partir de Freud.


394. «La salud mental… no nos la creemos»

“La salud mental, seamos francos, no nos la creemos. Si, no obstante, hemos usado ese término, es porque nos ha parecido que podía mediar entre el discurso analítico y el discurso común, el de la masa” (Miller, 3013). En efecto, el psicoanálisis pone en cuestión este concepto, incluso llega a decir que ella, la salud mental, no existe, así se aspire a ella.

Lo que el psicoanálisis revela con cada caso clínico, es que “cada uno tiene su vena de loco” (Miller, 2013), incluidos, por supuesto, los psicoanalistas; por eso Miller (2013) dice que el psicoanalista está implicado en cada caso clínico. “Estamos dentro del cuadro clínico y no sabríamos descontar nuestra presencia ni prescindir de sus efectos. Tratamos, sin duda, de comprimir esa presencia, de esmerilar sus particularidades, de alcanzar el universal de lo que llamamos el deseo del analista (…) lavar las escorias remanentes que interfieren en la cura” (Miller).

En la antigüedad “a la salud mental se le llamaba sabiduría o virtud. Para establecerla, se la ponía en relación con el amor por el otro, con el amor por el Otro divino” (Miller, 2013). Por esta razón, la salud mental siempre ha tenido que ver con el discurso del amo y un asunto del gobierno; por eso es un tema que hace parte de los aparatos de dominio político. “El dominio de la parte racional del alma toma hoy día la forma del discurso de la ciencia y es a través de la ciencia como el amo promueve la salud mental y se preocupa de protegerla, de restablecerla, de difundirla entre lo que se llaman las poblaciones” (Miller).

El paradigma de la ciencia es pensar que hay una concordancia del sujeto con lo real, que su mente y su cuerpo pueden armonizar con su mundo, olvidando por completo lo que Freud denominó «malestar en la cultura». “Desde Freud, ese malestar ha crecido en tales proporciones que el amo ha tenido que movilizar todos sus recursos para clasificar a los sujetos según el orden y los desórdenes de esta civilización. Ahora es como si la enfermedad mental estuviera por todos lados; en todos los casos, lo psy se ha convertido ya en un factor de la política” (Miller, 2013). El discurso del amo ha penetrado la dimensión psy, lo mental, de tal modo que “el acceso a los psicotropos está ya ampliamente conseguido y la psicoterapia se expande en sus modos autoritarios” (Miller).

Este dominio, que ayer escapaba en gran parte a los gobiernos, es objeto ahora de regulaciones con exigencias cada vez más grandes. Eso va paralelo al reconocimiento público del psicoanálisis pero con la intención, aunque sea desconocida para sus promotores, de desvirtuarlo. El discurso analítico es el reverso del discurso del amo, por eso lo objeta, y su potencia viene del hecho de que es desmasificante: “la exigencia de singularidad de la que el discurso analítico hace un derecho está de entrada porque procede uno por uno” (Miller, 2013). El sujeto es el primero en protestar contra el malestar en la civilización, y en el momento de acudir al discurso analítico, “este discurso se pondrá en marcha para él solo: para él, el Uno solo, como decía Lacan, separado de su trabajo, de su familia, de sus amigos y de sus amores. Lo que el sujeto encuentra en el psicoanálisis es su soledad y su exilio” (Miller).

Para el psicoanálisis solo existe el Uno solo. “Un psicoanálisis comienza por ahí, por el Uno solo, cuando uno no tiene más remedio que confesarse exiliado, desplazado, indispuesto, en desequilibrio en el seno del discurso del Otro” (Miller, 2013), del discurso del amo. Al final del análisis se espera que el sujeto ya no sea más un incauto, un ingenuo respecto de su inconsciente y sus artificios, y que el síntoma, “una vez descargado de su sentido no por eso deja de existir aunque bajo una forma que ya no tiene más sentido” (Miller). Esa es la única salud mental que el sujeto es capaz de conseguir.