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524. La Ley Trans: Género, identidad sexual y sexuación

En Colombia ha iniciado el trámite el proyecto de ley que busca reformar y actualizar el Código Electoral colombiano. El artículo 89 plantea la ‘corrección del componente sexo’ en los documentos de identificación y registros civiles (artículo que ya ha sido retirado de dicho proyecto). Lo anterior significa que cada sujeto podrá definirse como masculino, femenino, transexual, no binario y todas las demás identidades sexuales que eventualmente se reconozcan legal o jurisprudencialmente. El problema aquí es que hay un parágrafo, el número 2 de dicho artículo, que plantea que “podrá tramitarse la corrección del componente sexo de los menores de edad, a partir de los cinco años”. Esto significa que a partir de los cinco años a un niño le pueden cambiar el sexo en su identificación. No se trata del sexo biológico, sino el de su identidad sexual. ¿Puede un niño, a sus cinco años, antes de la barrera del incesto, definir su identidad sexual? ¿Puede también, a esta edad, cambiar el sexo en su identificación? Lo que la clínica nos muestra es que ya hay niños trans desde los siete años; antes, no sé. Pero la pregunta es: ¿puede un niño de cinco años autodeterminarse? En Colombia, desde el 2015 existe un decreto, el 1227 del 4 de Junio, en el que una persona puede corregir el componente sexo en el Registro del Estado Civil de nacimiento, y tiene como requisito la presentación de la cédula de ciudadanía; los menores de edad lo pueden hacer en compañía de un representante legal del menor, reconociendo el derecho fundamental del libre desarrollo de la personalidad y de la autodeterminación de los menores de edad; el decreto no indica desde qué edad un menor puede solicitar dicho cambio (fallo de tutela T-675 de 2017 de la Corte Constitucional).

En España el tema también está candente (en Francia y EE. UU. igual). Hay una Ley Trans presentada por el partido político Unidas Podemos que propone que los menores, entre los 14 y los 16 años, podrán presentar la solicitud de cambio de sexo por sí mismos -aunque asistidos por sus representantes legales- y los que tienen entre 12 y 14 años necesitarán autorización judicial. Aquí ya se trata del cambio de sexo real, lo cual también define su identidad. Una de las enmiendas al proyecto plantea que los menores de 12 años también puedan cambiar de sexo. «La autodeterminación de género se concedería a aquellos que lleven dos años con el nombre cambiado (…) La autodeterminación de género de la Ley Trans quiere permitir a los menores elegir, decidir y actuar libremente respecto a su sexo-género, sin la interferencia de sus padres o progenitores.» (Arribas, 2022).

Para el psicoanálisis la cuestión se juega en cuanto al goce: cómo cada sujeto se ubica en cuanto al goce, lo que se denomina la sexuación; esto es algo que según Lacan «no es en sí mismo cultural, aunque esté afectado por lo cultural. Decir que la sexuación no es cultural es decir que no se puede colectivizar» (Arribas, 2022). La sexuación tiene que ver con cómo el cuerpo se sexualiza, lo cual no tiene que ver con la biología ni con la distinción sexual que se hace al observarlo, de que se tiene o no se tiene un pene. La sexuación tampoco tiene que ver con la identificación, es decir, con los ideales de masculinidad y feminidad que el Otro, la cultura, le provee al sujeto, lo que tiene que ver con el discurso de género, ese que alude al conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres (los roles sociales asignados a los hombres y las mujeres). Lacan va a pensar la sexuación del cuerpo a partir de una elección que hace el sujeto en relación con el goce (Brodsky, 2004), es decir, él se ubica del lado masculino o del lado femenino con relación al goce, goce que en el psicoanálisis es, aparentemente, binario: goce fálico -masculino- y goce del Otro -femenino-. Digo aparentemente porque la mujer comparte con el hombre el goce fálico. Para el hombre, no existe más goce que el goce fálico, es decir, un goce limitado, sometido a la castración, goce fálico que constituye la identidad sexual del hombre. El goce femenino es un goce distinto, un goce Otro que no tiene límites, indecible para las mujeres.

Resumiendo, hay el cambio de sexo y hay la identidad sexual, y tenemos tres aspectos en juego: la posición sexual, que el sujeto se sienta ser un hombre o una mujer independientemente de su sexo biológico; esto es algo íntimo, subjetivo, que depende del paso del sujeto por su complejo de Edipo y de la sexuación, la posición que asume el sujeto con relación al goce y que responde a dicha historia infantil. Y el discurso de género, que determina el rol que como hombre o mujer debe cumplir un sujeto en la sociedad; el género es una ordenación y distribución cultural o social de posiciones. Ahora bien, con respecto a la identidad sexual, para el psicoanálisis el sujeto no nace siendo hombre o mujer; se llega a ser un hombre o una mujer. No se nace siendo heterosexual, ni homosexual ni transgénero, se llega a serlo; ser hombre o mujer es una conquista subjetiva del sujeto que se alcanza en la primera infancia (antes de los seis años), elección que es producto de los vínculos afectivos que el niño experimenta en su relación con los primeros objetos de amor y de deseo, es decir, las personas que participaron en su crianza, y que el psicoanálisis denomina Complejo de Edipo. “El reconocimiento de que la infancia está atravesada por la sexualidad se lo debemos a Freud” (Arribas, 2022), y es en la primera infancia donde el sujeto conquista una posición sexual que involucra tanto su goce, su identidad y lo cultural. 

Entonces, si un niño dice que quiere cambiar de sexo, ya sea su identidad o su sexo biológico, hay, por supuesto, que escucharlo, pero “el psicoanálisis no propone simplemente escuchar al niño y tomar sus dichos como verdaderos, al pie de la letra (…) la escucha no puede ir sin interpretación. La interpretación no consiste en creer al niño o verificar lo que dice, sino en leer lo que escapa a la intención de la significación, esto es, apuntar a su saber inconsciente” (Arribas). Es decir que cuando el sujeto habla, él siempre quiere decir alguna otra cosa; es lo que nos enseña el psicoanálisis: que los dichos del sujeto no son su verdad; que detrás de los dichos hay una verdad velada, oculta, que hay que interpretar, es decir, descifrar. Mientras que la Ley Trans toma la palabra del niño como su verdad, apuntando a respetar sus derechos humanos, el psicoanálisis, en cambio, propone cuestionar, interrogar la palabra del niño para descifrar lo que hay detrás de su demanda. Esto le permitiría tomar una mejor decisión.


514. «El analista debe ser dócil a lo trans»

¿Qué hacer con lo trans? Miller (2021) en su texto Dócil a lo trans advierte que el analista debe ser dócil a lo trans así como Freud lo fue con el discurso histérico (Bassols, 2021), para aprender lo que dichos sujetos tienen para enseñarnos sobre la sexualidad humana. ¿Qué nos enseñan? Algo que el psicoanálisis ya había advertido: no hay saber sobre los sexos. Con relación a la identidad sexual, todos estamos extraviados; la posición sexual es una conquista del sujeto. El sexo biológico no es el que determina la identidad sexual, como todavía lo siguen pensando muchos discursos, como el discurso médico y el religioso, los cuales ya son anacrónicos con respecto a lo que sucede hoy con la diversidad sexual. Por eso, mejor preguntar, ¿por qué tanta diversidad en esta contemporaneidad? La respuesta del psicoanálisis a esta pregunta tiene que ver con lo que Miller planteó como la época donde el Otro no existe y de la caída del Nombre del Padre, es decir, ya no operan más esos ideales (significantes amo) que gobernaban y guiaban las identificaciones del sujeto para responder la pregunta quién soy yo.
Anteriormente, hasta comienzos del siglo XX, para responder esa pregunta los sujetos se fijaban, por ejemplo, en la figura paterna, figura ideal y de autoridad, un referente firme que le permitía al niño saber cómo ser un hombre. La autoridad de la imago paterna era un referente universal; el padre era un ideal social, modelo edípico, garantía última del orden social, y por lo tanto, la norma de la identidad social (lo mismo vale para la mujer con la imago materna, esa madre que tenía como ideal llegar a ser madre y ocuparse de los cuidados de su hogar, por ejemplo). Pero ha habido una declinación del padre, un desfallecimiento de la figura paterna, declinación de la figura paterna que se inició con la llegada del discurso de la ciencia, discurso que puso en cuestión el poder, no solo del padre, sino de todos los referentes ideales de la sociedad patriarcal. “Lacan ya se dio cuenta en los años cuarenta del declive imparable de esta imago y del propio patriarcado, pero no para pensar que lo que venía después sería necesariamente mejor. Más bien: del padre a lo peor” (Bassols, 2021). Esto no significa que haya que volver a lo anterior, no; esa mítica autoridad paterna ya no se puede recuperar; la imago paterna ha declinado para siempre, para bien o para mal, lo cual ha modificado las relaciones laborales, sociales, familiares, de género y hasta el psiquismo de los hombres contemporáneos. Es un hecho, ya estamos en otro momento que hay que comprender.

La diversidad sexual es uno de los efectos del desfallecimiento del padre; el sujeto queda extraviado frente a la pregunta ¿quién soy?, pregunta que no responde el cuerpo biológico. Es decir que lo trans y el discurso de género “viene a llenar el vacío que abre la pregunta ¿qué es lo que quieres?” (Bassols, 2021). El surgimiento de la diversidad sexual devela una verdad: nunca ha habido garantía para el sujeto para saber cuál es su identidad sexual, su posición sexual: ¿soy hombre o soy mujer? En efecto, anteriormente se sabía claramente que era ser un hombre y una mujer; con el desfallecimiento de los ideales que soportaban esa respuesta, ya nadie sabe quién es, qué quiere. De cierta manera ahora todos somos trans, un poco como se conduce la moda hoy; ya no hay una moda estándar, única, como sucedía anteriormente, sino una gran diversidad a nivel de la moda. Anteriormente, en los años 20´ y 30´, los hombres vestían de saco, pantalón y sombrero, y las mujeres usaban elegantes vestidos; ahora ya no hay modas fijas, duraderas, y son muy variadas.

Volviendo a los trans; ellos nos enseñan que “hay que volver a interrogar lo que creemos entender sobre la sexualidad, sobre las identificaciones, sobre la diferencia entre los sexos, para actualizarlo y transmitirlo de una manera lo más clara posible” (Bassols, 2021). Cuando un niño o una niña de cinco años dice «yo soy una niña o soy un niño», ¿qué hacer ahí? Hay un proyecto de ley en Francia que propone que “sujetos entre los doce y los dieciséis años pueden pedir un tratamiento hormonal (o quirúrgico) sin consentimiento de los padres, sólo por intermedio de un representante legal que toma el enunciado yo soy un hombre o yo soy una mujer como una verdad sobre la que no hace falta preguntar nada” (Bassols). ¿Y si el sujeto se arrepiente después de sus tratamientos? “Cambiar al Padre por la testosterona no es necesariamente más benéfico. El paraíso soñado por el discurso trans puede ser un infierno para algunos sujetos.” (Bassols).

El tratamiento al que apunta el psicoanálisis es preguntar, hacer un profundo análisis de lo que quiere decir para cada sujeto singular afirmar que es un hombre o una mujer. La ley que se propone deja por fuera al sujeto del inconsciente, al sujeto de la palabra y del goce. “La cuestión es fundamental si consideramos, ya desde Freud, que la pubertad supone un reinicio de la vida sexual del sujeto, que el encuentro con lo real del goce del cuerpo implica poner patas para arriba todo el andamiaje de las identificaciones en las que se sostiene su relación con el goce. Y es un tiempo para comprender que, hay que decirlo, hoy se extiende en muchos casos varias décadas en la vida del sujeto. Conocemos ya muchos casos de desencanto, incluso de experiencias trágicas, en sujetos que no han encontrado lo que esperaban y que no han sido escuchados antes en su singularidad. ¿Cómo hacer con esto una ley para todos?” (Bassols).

El psicoanálisis propone que cuantas menos leyes, mejor. “Es algo que Spinoza tenía claro: quien pretende regularlo todo por medio de leyes, produce estragos. Cuanto más se quiere legislar sobre las costumbres, sobre las formas de goce, más efectos negativos se producen en lo social. Precisamente por lo delicado que es la relación del sujeto con el sexo —complicado porque es singular, porque el deseo del sujeto está siempre fuera de la norma—, querer hacer una norma jurídica sobre las identidades sexuales, ya de entrada es una cuestión que hay que interrogar. Cuanto menos legislemos, mejor (…) Cuando se trata del goce, no hay modo de encontrar una norma jurídica que funcione como una ley del Otro que valga para todos. Hay que ir necesariamente uno por uno. Por lo tanto, es necesario ver caso por caso qué quiere decir un deseo trans. La impostura es querer regular normativamente una relación del sujeto con su cuerpo y con el goce sin escucharlo en su singularidad” (Bassols, 2021).

Por lo anterior es que, cuando un adolescente consulta por su identidad sexual o por un deseo trans, es fundamental poner por delante de la ley, a la palabra. Hay que preguntar por el momento en que apareció ese deseo y en qué coyuntura se produjo. “Hay que distinguir si se trata de una posición que es resultado de una forclusión de cualquier vínculo simbólico con el sexo, o si se trata de estrategias de identificación simbólica ante la aparición de un goce extraño” (Bassols, 2021), es decir, llegar a saber si se trata de una neurosis o de una psicosis, y acompañar al sujeto en su singularidad y sus preguntas.


507. Lo que nos enseña el transexualismo: no hay saber sobre los sexos

El psicoanálisis nos enseña que el sexo biológico no es el que determina la identidad sexual del sujeto. Es más, ni las hormonas, ni los genes, ni el cerebro establecen la posición sexual. “El nombrarse hombre o mujer conlleva un elaborado trabajo psíquico y no basta con portar tal o cual anatomía” (Hoyos, 2020, p. 51). Para el psicoanálisis, el sujeto no nace, sino que llega a ser hombre o mujer mediante una conquista subjetiva, que hace en sus primeros años de vida, en los que se establecen una serie de vínculos afectivos con los cuidadores y se constituyen, dependiendo de cómo se van desarrollando dichos vínculos afectivos (lo que Freud llamó complejo de Edipo), toda una cadena de identificaciones con aquellas personas significativas. Es decir, que la conquista subjetiva de la posición sexual es una elección; además es una elección forzada, que está determinada por la historia primigenia del sujeto, esa que cuenta los vínculos que estableció con los padres (o sus sustitutos) a raíz de haber sido recibido como alguien deseado o no.

Sobre esta falta de saber acerca de la identidad sexual con la que nacemos todos los seres humanos, quienes mejor nos enseñan son los sujetos “trans”, pues independientemente de si se trata de alguien que quiere feminizar su cuerpo, menos su zona genital (transgénero), o de alguien que se somete a una cirugía de reasignación de sexo (transexual), nos hacen saber que hay algo que falta, y algo que “falla” en la constitución subjetiva de todo ser humano. “La sexualidad humana ha sido enigmática desde el momento en que se produjo la desnaturalización de esta a partir del lenguaje, nos distanciamos de la biología y, por ende, nuestra sexualidad ya no es solo una función reproductiva” (Hoyos, 2020, p. 52). Eso que falta o que falla en la constitución subjetiva de todo ser humano es la respuesta a las preguntas qué es ser un hombre y qué es ser una mujer, porque tener un pene o una vagina no es garantía de que se sea lo uno o lo otro. Nadie tiene asegurada su identidad sexual en el momento de nacer.

“Digamos pues, que la anatomía no es destino y que el nombrarse hombre o mujer conlleva un elaborado trabajo psíquico y no basta con portar tal o cual anatomía, o si son predominantes tales o cuales hormonas, así como tampoco es suficiente contar con una pareja de cromosomas que apenas alcanzan para marcar unos caracteres sexuales primarios y secundarios” (Hoyos, 2020, pp. 53-54)

Toda la diversidad sexual que se ve en el mundo contemporáneo, atestigua de estas tesis del psicoanálisis. Ya desde un comienzo, Freud había advertido que hay un extravío de la sexualidad humana, empezando porque la pulsión, que es el nombre que le dio a los impulsos sexuales de los seres humanos en la medida en que no responden a ningún instinto, no tiene un objeto definido, por eso no somos todos heterosexuales. Es tanta la diversidad sexual, que la red social Facebook ofrece 52 opciones de género en algunos países, y la Comisión de Derechos Humanos de New York oficializó 31 (Hoyos, 2020). ¿Por qué se da esto en esta época? Digamos que las expresiones en cuanto a la diversidad sexual han existido durante toda la humanidad, solo que ahora, y gracias a las conquistas jurídicas, en cuanto a derechos humanos y derechos sexuales de los sujetos con sexualidad diversa, de los colectivos homosexuales y trans (travestis, she-males, transexuales, intersexuales, transgéneros), estos han podido expresarse abiertamente y mostrar a la humanidad toda, que no hay saber sobre los sexos, o como se diría en el discurso psicoanalítico, que no hay inscripción del sexo en el inconsciente de los sujetos. Incluso, esas conquistas jurídicas en distintos lugares del mundo, abarcan la posibilidad del “cambio de nombre y sexo en el registro civil o la posibilidad de nombrarse legalmente como de sexo indeterminado como se aprobó en Australia hace unos años atrás” (Hoyos, 2020, p. 55).

Resumiendo: hay algo que se le escapa al saber, a todo el saber, al saber constituido por la ciencia y al que falta por descubrir. El mismo inconsciente es un saber, un saber no sabido por el sujeto, un saber que va saliendo de esa supuesta “bolsa”, la cual contiene el saber reprimido por el sujeto, no importa que no se lo localice en ningún lugar específico. Por eso, de cierta manera, el psicoanálisis se dedica a desenterrar el saber que está ahí. Pero aún a ese saber, y al saber de la ciencia, se les escapa el saber sobre el sexo: qué es ser hombre y qué es ser mujer.

“En el encuentro de los sexos algo no es posible de decir, que no hay proporción armónica entre los sexos y por ende este imposible lógico de nombrar, termina diciéndose mal. Es un sexo que no alcanza a ser recubierto por el lenguaje, particularmente sobre el sexo de la mujer, aspecto que Freud advirtió cuando señaló que en lo inconsciente no hay representación del sexo femenino. Entonces el inconsciente dice mal de la diferencia de los sexos, hay algo que se le escapa y que las diversidades sexuales de nuestra época, y en particular la transexualidad, ponen en evidencia” (Hoyos, 2020, p. 56).

Hay pues, un saber no inscrito en el inconsciente, algo en el lenguaje que no alcanza nunca a nombrarse. Hay un agujero en el saber que tiene que ver con el sexo, y es que no hay inscripción del mismo en el inconsciente. Es lo que Lacan condensó en su axioma «la relación sexual no existe». Esto implica, de cierta manera, que todos somos potencialmente transexuales, o si se quiere, que cada ser humano tiene una posición sexual particular, es decir, que cada ser humano se ha tenido que enfrentar a esa falta de saber sobre el sexo y, uno por uno, ha resuelto esto con su posición sexual, que, además, a veces resulta bastante incierta. Habría, pues, un transgenerismo generalizado y ¡todos seríamos transexuales!

(Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Fondo Editorial Universidad Católica Luis Amigó).


505. «Qué miedo la gente de bien»: psicoanálisis y segregación

En el mundo contemporáneo se puede observar, de una manera cada vez más exacerbada, cómo los grupos, ya sean religiosos, políticos, de estratificación o clases sociales, se segregan, se rechazan, los unos a los otros. Cada uno de esos grupos, además, dice defender una verdad que considera única e inmodificable, creyéndose dueño y señor de esta.

El psicoanálisis ha comprendido cómo a los grupos los une un lazo amoroso que los hace necesariamente crueles e intolerantes con todos aquellos que no reconozcan su verdad. Al respecto, Ramírez (2000):

«El grupo da identidad a sus miembros. Freud reconoce en la identificación la forma más primitiva de enlace afectivo del sujeto al Otro, y diferencia tres tipos de identificación: al padre ideal, que es el modelo explicativo de configuración de las masas, cuando el líder es el subrogado de dicho padre; la identificación al objeto de amor, también válida en este terreno que hace que el sujeto pueda confundir el amor con la identificación e identificarse al líder en la medida en que lo ama y se siente amado por él; y una identificación histérica, o por contagio, igualmente en juego en la configuración de las colectividades» (Párr. 3).

Ese afecto, ese amor que une al grupo, es lo que permite explicar el hecho de que no haya sujetos más intolerantes que los verdaderos creyentes, y que nada una más a un grupo humano que tener un enemigo común, de tal manera que, si ese enemigo común desaparece, la cohesión del grupo resulta amenazada. Este es el origen de todos los fanatismos que se observan hoy en el mundo, y que han llevado a cruzadas, barbaries y terrorismo desde comienzos del siglo X hasta el día de hoy. A este respecto, el antropólogo Lévi-Strauss (como se citó en Ramírez, 2000), decía:

«La humanidad termina en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico, y a veces, hasta de la aldea; hasta tal punto que gran número de pueblos llamados primitivos se autodesignan con un nombre que significa “los hombres” (o a veces, diríamos con mayor discreción, “los buenos”, “los excelentes”, “los completos”), lo que implica que las otras tribus, grupos y aldeas no participan de las virtudes e incluso de la naturaleza humanas, sino que, como mucho, están compuestas por “malos”, “malvados”, “monos de tierra” o “huevos de piojo”» (Parr. 5).

Esto explica por qué hay quienes se autodenominan «gente de bien» y que resultan siendo la más violenta, agresiva o discriminadora, hacia las personas que no compartan su manera de pensar, su manera de ver el mundo o su “verdad”, aquella que dicho grupo considera como la única. Es por esta razón que hay que tenerle miedo a las personas de bien, que por defender “su verdad”, pueden terminar haciendo las peores cosas, a las cuales hemos asistido durante la historia de esta humanidad; piensen, por ejemplo, en la santa inquisición, el holocausto y el terrorismo islámico.

Así pues, “la fraternidad es siempre segregativa” (Universidad EAFIT, 4 de noviembre de 2015), hostil y vengativa; cuando un grupo de personas se unen alrededor de una única verdad, lo cual los hace miembros de una misma comunidad, harán de todos aquellos que no comparten su ideología sus enemigos.

Como ejemplo, se tiene una situación ocurrida en una marcha contra la violencia en el País (Colombia), en la cual un joven salió con un mensaje en una camiseta y fue atacado con frases como: “si no te la quitas (la camiseta), te pelamos”, o “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”. Por eso, «qué miedo la gente de bien», ellos consideran que no hay sino una verdad, y para preservar esa verdad están listos para hacer la guerra.

(Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Fondo Editorial Universidad Católica Luis Amigó).


469. Sobre el diagnóstico de la estructura clínica.

Para hacer el diagnóstico de la estructura, el psicoanalista no se fija en la conducta del paciente, ni en su inteligencia o su bondad, o si tiene buenas costumbres o viste de forma extravagante, no; “Seríamos muy inocentes si a juzgar por cómo viste un analizante podríamos elaborar un diagnóstico de estructura” (Pérez, 2018). El diagnóstico de la estructura la hace el analista escuchando al paciente. Por eso se dice que la clínica psicoanalítica es una clínica de la escucha, opuesta a la clínica médica, que es una clínica de la mirada: ir a ver qué tiene el paciente: dónde le duele, qué lesión tiene, a qué responde su malestar: un virus, una bacteria, etc.

Así pues, “nada puede decir el psicoanálisis por la conducta de un sujeto; repito: nada. Si un sujeto se pone a gritar en una esquina cualquiera y, a la vez, a romper vidrios de un coche y, a la vez, a golpear a la gente: eso, para los psicoanalistas, no significa más que un sujeto que grita, rompe vidrios y golpea” (Pérez, 2018). Para hacer el diagnóstico de la estructura psíquica de un sujeto, es decir, llegar a saber si es un psicótico, un perverso o un neurótico, hay que determinar la posición subjetiva de ese sujeto, y esto solo se hace escuchando lo que él tiene para decir de lo que le está pasando y lo que está pensando sobre él mismo y el mundo que le rodea.

El diagnóstico de la estructura clínica es muy importante en el trabajo analítico, ya que con él se puede determinar si se recibe o no en análisis a ese paciente que viene a terapia. Para determinar la posición subjetiva del sujeto en cada una de las estructuras clínicas, se podría establecer, en términos generales, que «el neurótico es justamente el sujeto que tiene la más aguda experiencia de la falta de la causa de ser» (Miller, 1997), es decir, es el que experimenta, de la manera más aguda, su falta de ser: se pregunta «¿quién soy yo?», «¿para qué existo?», «¿cuál es el sentido de mi existencia?», y además, sabe que se va a morir. El sujeto neurótico es el sujeto de la duda, encarna perfectamente al sujeto cartesiano, ese que duda de todo: no sabe lo que quiere, no sabe para dónde va, no sabe si le gusta lo que hace, o si lo que hizo estuvo bien o mal hecho, etc.

En cuanto a la posición subjetiva de un perverso se puede decir que un verdadero perverso es un sujeto que “ya sabe todo lo que hay que saber sobre el goce” (Miller, 1997). El sujeto perverso no tiene dudas sobre cómo alcanzar la satisfacción sexual: sabe a dónde ir, qué hacer, cómo hacerlo y con quién. Es muy distinta esta posición a la del neurótico, el cual permanentemente se está preguntando si él está gozando o no, o si alcanzó la satisfacción sexual o no. Un verdadero perverso “sabe muy bien que existe para gozar y el goce le es, en sí mismo, una justificación de la existencia.” (Miller). Piénsese por ejemplo en el asesino en serie Garavito, abusador sexual y homicida de más de doscientos niños en Colombia.

Y con respecto a la psicosis, lo que fundamentalmente caracteriza al psicótico es que se trata de un sujeto de la certeza: él tiene una certeza sobre lo que le está pasando, y esta certeza funda su delirio -por ejemplo: «soy la mujer de Dios y he venido a crear una nueva raza de hombres» (caso Schreber de Freud, 1911)-. La certeza del psicótico suele recaer sobre su ser o sobre la persecución por parte de un extraño, es decir, el sujeto testimonia tener experiencias inefables o experiencias de certeza absoluta, ya sea con respecto a su identidad o que un enemigo lo está acosando. «Un paranoico sabe por qué existe, tiene una razón para existir” (Miller, 1997). Schreber, por ejemplo, “sabe que existe para transformarse en mujer y, con Dios, producir una nueva humanidad. Cuando alguien tiene una misión como ésta podemos decir que su existencia está justificada.” (Miller).


458. ¿Quién soy Yo verdaderamente? Las MAMI responden.

En la época de las redes sociales, el Yo parece haberse multiplicado en un sin número de identidades; se trata de un «Yo desmultiplicado que goza de la no identidad consigo mismo» (Bassols, 2011). Es por esta razón que se puede decir que «tu yo no es tu yo», o por lo menos no se sabe en verdad quién eres: ¿eres el perfil falso de Facebook? ¿Y el verdadero qué tan verdadero es? ¿O eres el que aparece en Instagram, porque en el de Linkedin pareces ser otro?

Así y todo, también existe en esta hipermodernidad una «reivindicación de un Yo más fuerte e independiente, más autónomo» (Bassols, 2011), a pesar de su anonimato y multiplicación; por eso se recurre tanto a la autoayuda, a la programación neurolinguística (PNL), al coaching -tan de moda hoy-, a las terapias alternativas (bioenergética), o a la corrección de algún error cognitivo (esquemas maladaptativos): «MAMI (Métodos de Autocoerción Mental Inducida) sería, en realidad, el nombre más adecuado para muchas de las terapias que hoy se ofrecen con un sello científico» (Miller, 2005). [A todo esto el escritor Odin Dupeyron lo denomina «Pensamiento mágico pendejo»]. Lo que sucede con estas terapias es que se recurre a un Otro que le dice al sujeto quién es él, que le dice cuál es su verdadero Yo (Bassols, 2011).

Si no encuentras la respuesta a «quién eres tú» en las terapias MAMI, la ciencia te puede dar la respuesta, yendo a mirar algunas secuencias de tu ADN -las cuales ya están siendo patentadas y por lo tanto no puedas disponer de ellas «sin pagar un precio a determinar por el Otro» (Bassols, 2011)-, con una consecuencia problemática a este nivel: la desresponsabilización del sujeto como efecto del discurso de la ciencia: ya el responsable de sus actos no es el sujeto, sino sus genes, o sus hormonas, o su quimismo cerebral, como lo indican en muchas ocasiones noticias que se vuelven virales, como la del gen que es el causante de la infidelidad (Ver: La infidelidad es cuestión de genética). Ya un hombre le puede decir a su pareja cuando es infiel: «no fui yo, fue mi ADN». «Ese Yo podrá muy bien decir que él no es el responsable de sus actos y de sus elecciones, que lo son sus genes, los del Otro» (Bassols, 2011). Así pues, incluso la ciencia contemporánea puede decir: «no eres tu, tu yo no es tuyo, es nuestro». «Tu yo es del Otro que se hace existir en el gen o en la neurona. Ese tu Yo anida, aunque tal vez un poco diseminado, entre las circunvoluciones del cerebro coloreado que estamos a punto de cartografiar en su totalidad» (Bassols, 2011).

Si bien “lo neuro-real (así lo llama Miller) es lo que está llamado a dominar los próximos años” (2008), la ciencia, esa que escanea cada rincón del cerebro, «no hace más que toparse con el fantasma del Yo» (Bassols, 2011), es decir, con la «conciencia», esa propiedad del sujeto que hace posible que él se perciba a sí mismo en el mundo -la conciencia de sí-. En otras palabras, mientras que la ciencia sigue intentando localizar al sujeto en «lo más real de su objeto: en la física, en la biología, y sobre todo en las llamadas neurociencias» (Bassols, 2011), aquel se le sigue escapando: hasta el día de hoy la ciencia no logra explicar todavía cómo genera el cerebro la conciencia.


452. Identificación sexual y discurso de género.

La fundadora de la radio por satélite Sirius XM, Martine Rothblatt, sujeto transgénero, dice que “la gente puede elegir cualquier género que quiera (…) la separación por géneros es una ficción construida. El género es en realidad un continuo y contiene toda una gama del hombre a la mujer (…) puedo cambiarme de género tan a menudo como cambio de peinado”. Incluso dice que hay tantas posiciones sexuales en el mundo, como sujetos.

Rothblatt tiene toda la razón, si pensamos que el género es una construcción simbólica, es decir, cultural. Sabemos que el término «género» hace parte del discurso de las en ciencias sociales, con el que se alude al «conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres». Básicamente se refiere a «los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres» (OMS), y esto es una invención cultural, de cada pueblo, época o sociedad. Si bien hay determinantes e imperativos sociales que hacen que el sujeto se comporte de una u otra manera, para el psicoanálisis existe un asunto decisivo a la hora de adoptar una posición sexual: la identificación, que es una elección del sujeto. Así pues, un niño varón pudo haber sido educado como tal: su cuarto se pintó de azul, se le vistió como un hombresito, se le regalaron autos en lugar de muñecas, etc., pero él, llegado a sus siete o nueve años, o siente que «es» una niña, o quiere ser como las niñas: vestir como ellas, comportarse como ellas, etc. (como sucede con el personaje de la película francesa «Mi vida en rosa») Igual puede suceder con una niña: ser educada como tal y ella comportarse o sentirse como un varoncito. ¿Por qué sucede esto?

La identificación es el proceso psíquico que se pone en juego en los sujetos en el momento de decidir su posición sexual como hombre o como mujer, independientemente de su sexo biológico. Esto significa, a su vez, que no es la biología, ni las hormonas, ni los genes, ni el cerebro, el que determina la posición sexual del sujeto. La posición sexual de es una conquista del sujeto, que no solo depende del tipo de cultura en la que nace y que determina el género, sino que depende, sobretodo, del tipo de vínculos intersubjetivos que el sujeto establece con los primeros objetos de amor y deseo -sus padres- en su primera infancia. Para el psicoanálisis es fundamental, para la determinación de la posición sexual, el vínculo afectivo que el sujeto establece con sus padres, ya que ellos son los que le transmiten, gracias al lenguaje, con sus enunciados y sus enunciaciones, con sus dichos y sus decires, cuál es el lugar que él ocupa en el deseo de aquellos, lo cual determinará su posición subjetiva, incluida su identidad sexual: si se siente ser como un hombre o como una mujer, independientemente de que tenga un pene o una vagina. Se trata de una determinación psíquica, ya no genética o ambiental (cultural), sino que la posición sexual de los hijos se corresponde con el tipo de vínculo y de padres que el sujeto ha tenido en su primera infancia. “Los procesos de identificación, que permiten a cada sujeto representarse sexuado, son procesos de lenguaje. Nos definimos por categorías de lenguaje y de pensamiento que son la realidad en la que creemos.” (Brousse, 2015).

Así pues, el psicoanálisis trata la cuestión del género por la vía de las identificaciones, identificaciones que se presentan bien temprano en la vida y al lado de las personas con las que establecemos vínculos afectivos muy fuertes: nuestros cuidadores (padres). El género, entonces, “está vehiculizado por identificaciones sexuales concernientes a dos registros” (Brousse, 2015): el registro imaginario y el simbólico. Por lo tanto, ser hombre y ser mujer no son sino seres de discurso. “El discurso es lo que constituye el lazo social que es el lazo sexuado. Constituye un verdadero manual, en una sociedad dada, en una época dada, de los modos de satisfacción permitidos o prohibidos.” (Brousse). Lo que define «ser un hombre» y «ser una mujer» es el orden de lo simbólico, el cual determina una serie de “categorías de discurso que prescriben lugares, roles sociales, así como modos de gozar diferenciados.” (Brousse). Estas son identificaciones impuestas por la cultura, que dicen o indican cómo debe ser un hombre y cómo debe ser una mujer (discurso de género). Pero estas identificaciones son secundarias con respecto a esa identificación que se da en los primeros años de la infancia, durante el Complejo de Edipo, y que determinan si el sujeto se siente «ser» un hombre o «ser» una mujer, identificación que puede no corresponderse después con el discurso de género, y que hace que el sujeto adopte una posición diversa a la esperada. Y más aún hoy, cuando el Otro de la cultura ya no tiene la misma consistencia que tenía años atrás; ese Otro se ha vuelto también diverso y ya no impone una única manera de «ser hombre» o «ser mujer», como lo hacía antes (los hombres en el trabajo, las mujeres en la casa, por ejemplo).

Pero “este movimiento de diversificación no se efectúa sin caos ni violencia. Jacques-Alain Miller, en una intervención en el VIII Congreso de la AMP, desarrollaba en qué los sujetos contemporáneos están «desbrujulados». Estos cambios de paradigmas del discurso se acompañan en efecto de deseos nuevos y síntomas inéditos.” (Brousse, 2015). Teniendo entonces en cuenta todo lo anterior, con respecto a los determinantes culturales (discurso de género) y la posición o identidad sexual del sujeto (por la vía de una identificación), se puede entender lo que Lacan (1974) dijo en su Seminario XXI: «El ser sexuado no se autoriza sino de sí mismo… y de algunos otros, es en ese sentido que hay elección». (Brousse).


426. La impostura del padre.

¿Cómo se transmite el Nombre-del-Padre? ¿Qué es lo que en una familia transmite o no el Nombre-del-Padre, más allá de la transmisión del apellido? Cuando se dice Nombre-del-Padre, se habla de la posición de una ley que hace valer una autoridad en el lugar representado por el padre. Se sabe muy bien que hay sujetos que no reconocen esa ley; no se trata de la ley de la ciudad: no es la ley del código civil ni el código penal. Es la ley que hace que un sujeto se pueda reconocer en una cierta identidad. Es la ley que hace que un sujeto sea susceptible de asumirse como teniendo un cuerpo y que ese cuerpo se inscriba en un orden sexual que incluye la diferencia de sexos. Es la ley que hace que está prohibido el comercio sexual entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Es la ley que se llama “la ley del Nombre-del-Padre” y que se transmite en ciertas condiciones; en otras no se transmite. Se transmite si la madre en su discurso reconoce al padre como representante de esa posición. Es la madre, en la enseñanza de Lacan, la que tiene como tarea el reconocer, en lo que ella dice, un lugar de respeto y de amor.

¿Cuál es, entonces, la función del padre, si es la madre la que debe transmitir en su decir esa posición en la enunciación? En el primer momento de la enseñanza de Lacan, el padre no tiene una actividad con respecto a esta transmisión. Solamente hay algo que el padre no debe o no debiera hacer: para que el padre sea un padre que no obstaculice la transmisión de la ley, es necesario que no se identifique con el legislador, ni con el educador, es decir, que no se identifique con la ley, que no se crea “ser” la ley. Está probado en la experiencia analítica: hijo de padre legislador, hijo psicótico. Es decir, que el padre que se identifica con el lugar de la ley, no transmite a la generación que viene ese lugar en lo simbólico. El padre que se sustituye a la ley no engendra un Nombre-del-Padre para una generación que viene, porque para el padre es muy fácil mostrar en actos que está contradiciéndose en el lugar que se acuerda. Es decir, que es muy fácil para un padre que se hace el legislador o el educador, dejar entrever en lo que dice o en lo que no dice, en lo que hace o en lo que no hace, una posición de impostura con respecto a la ley.

De todas maneras, si el padre es aquel que transmite el Nombre-del-Padre, esto se hace posible solamente en la medida en que la función del padre no se corresponde con la del genitor. Una cosa es el genitor y otra cosa es la función del padre. Puede haber genitor y no haber función del padre. Puede ser que el padre no esté ahí, y sin embargo, para el hijo la función del padre sea algo que le ha sido transmitido. Esto regula la característica de esta ley simbólica, de esta función esencial que es la función del padre. Esto hace que la paternidad sea la consecuencia, en el orden del lenguaje, del significante. No hay paternidad sin significante. ¿Qué significa esto? Significa que para reconocer que un padre es el padre de tal hijo, es necesario que esté escrita la función del padre como símbolo, porque si ese símbolo no existe, no se le puede atribuir la paternidad.


423. ¿Por qué se encuentra en el lenguaje la condición de la familia humana?

Lacan (1971), en Función y campo de la palabra y del lenguaje, aísla el principio formal que rige la alianza entre las familias humanas y lo nombra “Ley primordial”; esta Ley primordial es lo que separa al mundo humano del mundo animal y, además, esta ley se hace conocer como siendo idéntica al mundo del lenguaje. Es el lenguaje el que introduce un principio formal que traza un abismo entre el ser hablante y el dominio de los seres vivientes, los cuales no tienen posibilidad de acceder a la palabra ni de inscribirse en el campo del lenguaje.

Así pues, el lenguaje es la condición esencial de la estructura de la familia humana. ¿Por qué se encuentra en el lenguaje la condición de la familia humana? ¿Qué es lo que caracteriza la familia humana? La diferencia entre la familia humana y la familia animal es que en la familia humana se pueden nombrar las relaciones de parentesco, y en función de esa nominación los sujetos se reconocen en un lugar como hijos de, hermanos de, nietos de, sobrinos de, esposa de o marido de… entonces, primero se tiene, gracias al lenguaje, el funcionamiento de la nominación, que permite diferenciar un lugar, una plaza; permite también diferenciar las generaciones en el hilo de un linaje. Es decir, que en la familia humana un sujeto encuentra un lugar en el mundo, pudiéndose contar como hijo, nieto, biznieto o tataranieto; y puede también construir un árbol genealógico hasta donde hay una inscripción simbólica (Lacan, 1971).

La Biblia maldice la confusión de generaciones. ¿Cuándo se produce confusión de generaciones entre los seres hablantes? Cuando ciertos principios que rigen la diferenciación de la generación no se cumplen. No es lo mismo tener una inscripción como sujeto y un lugar en una familia, y un lugar en una generación, que no tenerlo. El que padece la confusión de generaciones está absolutamente asignado a un lugar que no le permite asumirse ni como hombre ni como mujer, ni como sujeto. Entonces, ¿cuál es la condición formal para la diferenciación de las generaciones? Se sabe que a los niños les gusta jugar a la familia y ponen en juego el principio fundamental de organización de ésta, porque el juego en los niños es una actividad fundamentalmente lógica. Es decir, que los niños juegan, entre otras cosas, para resolver problemas de orden lógico, así como los matemáticos los resuelven en una elaboración matemática -los que hacen un análisis los resuelven en una elaboración analítica-.

Los problemas de orden lógico con los que los niños se confrontan en su existencia, los resuelven en el juego; en todo caso, tratan de articularlos en el juego. Entonces, los niños que juegan a la «familia» saben muy bien que para construir una familia hay que construir un conjunto. ¿Qué quiere decir “construir un conjunto”? quiere decir meter en el interior de un círculo una serie de elementos que están adentro porque responden todos a una característica, o porque hay un rasgo que los define como siendo todos miembros de ese conjunto. Por ejemplo, se puede aislar el conjunto de los rojos, de los verdes, de las frutas, de las flores, etc.; así pues, en el conjunto de los rojos caen todos los “X” que se subsumen al nombre rojo (Lacan, 1971).

Ahora bien, ¿cuál es en la familia conyugal el elemento identificatorio que permite seriar la propiedad identificatoria del grupo familiar? En la familia conyugal esa propiedad está asegurada por el apellido. El apellido identifica al grupo familiar y es aquello que se transmite de una generación a otra por vía patrilineal, es decir, que se transmite de padre a hijo; es el padre quien hace posible que haya transmisión del apellido al hijo. Se dirá que el apellido es una mera inscripción civil, pero la experiencia analítica enseña que aquellos sujetos en cuyo linaje se encuentra una adulteración del apellido, una mentira con respecto al apellido, una no inscripción del apellido del padre porque no reconoció al hijo, esos sujetos llevarán toda la vida la marca de un defecto a nivel de la identificación simbólica. Más allá de la identidad civil, que el asegura al sujeto la inscripción, el apellido es un elemento que depende de una función que en el psicoanálisis lacaniano se denomina «Nombre-del-Padre».


413. La sexualidad y la familia no tienen nada de natural.

El psicoanálisis enseña claramente que la sexualidad humana no tiene nada de natural, y además, que hay una falla estructural en ella, es decir, hay una discordancia que es constitutiva de las relaciones entre los sexos. En otras palabras: el goce obtenido en la sexualidad es siempre menor que el esperado (Cevasco, como se citó en La Gaceta, 2014), además de que hombres y mujeres no son complementarios, no fueron hechos los unos para los otros: la proporción sexual no existe.

El psicoanálisis fue el primero en señalar que la sexualidad humana no tiene como meta la reproducción de la especie, meta que se ha considerado supuestamente como la meta “normal” de la sexualidad en los seres humanos; hoy ya sabemos que no es así: las parejas no solamente tienen sexo para reproducirse; fundamentalmente lo tienen para obtener una ganancia de placer, y se cuidan, cuando son responsables, de traer más hijos al mundo. Igualmente, el psicoanálisis enseña que “las elecciones sexuales son el resultado de un largo proceso singular, en su mayor parte inconsciente” (Cevasco, como se citó en La Gaceta, 2014), de tal manera que, cuando se elige una pareja, dicha elección responde a una serie de factores inconscientes que determinan dicha elección: el narcisismo (que el otro sea como yo, se parezca a mi); apuntalamiento en relaciones de objeto primarias (que el otro se parezca a mi madre o a mi padre); el lugar que viene a ocupar el otro en mi fantasía como objeto sexual (cómo gozo yo del otro, es decir, cómo alcanzo la satisfacción sexual con el otro tomado como objeto sexual: maltratándolo, humillándolo, pegándole, etc.).

De cierta manera, el modelo patriarcal que imperaba hasta los años sesenta, y que todavía funciona en muchos ámbitos, es el que ha determinado qué es lo normal en la sexualidad humana, de tal manera que “el patrón de normalidad se basaba en la hipótesis de que existe una atracción heterosexual ‘natural’, que además era normativizada, ordenada por el matrimonio, machista y cuyo fin era la procreación. Todo lo que se saliera de ese patrón -, aunque está claramente instalada la fisura- era mal visto, y llegaba a caer en el ámbito de las perversiones” (Cevasco, como se citó en La Gaceta, 2014).

Dicho modelo patriarcal y machista, redujo tres aspectos de la sexualidad humana que no se superponen: “el sexo anatómico, el género (lo que la sociedad espera de cada sexo) y lo que Lacan llamó la sexuación, (…) los modos particulares en los que cada sujeto goza” (Cevasco). El psicoanálisis enseña que la posición sexual del sujeto no está determinada ni por los genitales, ni los genes, ni las hormonas; la elección del sexo por parte del sujeto también responde a toda una serie de determinantes inconscientes, los cuales tienen que ver con los vínculos afectivos que el sujeto estableció con las personas significativas de su primera infancia (lo que Freud denominó «complejo de Edipo»)

Ahora, ese modelo patriarcal está en crisis, gracias a la relevancia que han alcanzado el deseo femenino y el deseo homosexual, es decir, el discurso de los derechos humanos. Por un lado, “a las luchas feministas, primero por la igualdad de oportunidades y después por su derecho a ser diferentes, se suman los adelantos de la ciencia: la aparición de los anticonceptivos movió a la mujer de su ‘destino’ de reproductora y le permitió enfrentarse a su deseo” (Cevasco, como se citó en La Gaceta, 2014); por otro lado, la comunidad LGTBI muestran cada día cómo no hay correspondencia entre el sexo y el género, y que “la identidad no se complementa con la anatomía” (Cevasco).

También la concepción de familia que tenía el modelo parental ha cambiado radicalmente. Basta con ver una serie como «Modern family» de Fox, para evidenciar cómo la familia contemporánea ya no se limita a papá, mamá e hijos. Hoy nos encontramos con madres y padres solteros, familias homoparentales y familias reconstituidas. “Mucha gente proclama el fin de la familia, niños psicóticos y varias ‘catástrofes’ más. Y no hay razón para ello. El psicoanálisis muestra que lo que un niño necesita de la familia es un lugar de deseo no anónimo, que lo espere, lo reconozca y lo ame… nada demuestra que una familia homoparental no pueda ofrecer ese lugar” (Cevasco, como se citó en La Gaceta, 2014).