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536. ¿Todos autistas?

Hoy en día existe una tendencia a etiquetar a individuos como autistas; cualquiera parece ajustarse al espectro autista: Elon Musk, Lionel Messi, Bill Gates, Keanu Reeves, Tim Burton, Gustavo Petro, entre otros. Casi cualquier persona excéntrica o «rara» puede ser diagnosticada como autista sin una evaluación profesional adecuada. Pareciera que convertirse en autista está de moda, o tal vez, en última instancia, esto nos enseña que cada individuo puede tener algo de «raro», es decir, de autista, una suerte de «autismo generalizado». Dado que no hay un niño autista típico y cada niño es diferente, todos somos diferentes en algún aspecto singular.

De todos modos, a nivel clínico, es crucial ser preciso en el diagnóstico del autismo. El autismo se ha descrito como la soledad y la inmutabilidad; son niños inmersos en actividades repetitivas (Tendlarz, 2023). El niño parece encapsulado en una especie de burbuja, aislado de cualquier vínculo con los demás. De hecho, este es el primer signo de autismo en el niño: la incapacidad para establecer vínculos afectivos con sus cuidadores; se muestra ausente, sin prestar atención al otro. Por eso, muchos padres llevan a sus hijos en este estado a consultar al médico, pensando que están ciegos o sordos, ya que no miran al otro ni responden a su llamado. El médico, por supuesto, encuentra que el niño está bien de la vista y el oído, solo que está absorto en sí mismo.

En cuanto a las repeticiones, no son necesariamente obsesiones, sino intereses específicos que pueden utilizarse para conectar con el niño; es un funcionamiento singular que persiste a lo largo de la vida. Esto es algo que es muy importante respetar: las soluciones singulares que cada individuo autista elabora, sobre todo porque el trabajo analítico se apoya en ellas para desplazar el encapsulamiento autista en el que el niño se encuentra y así ayudarlo a incluirse en el mundo de manera efectiva. Por lo tanto, es crucial respetar la singularidad de cada individuo autista y su manera única de estar en el mundo (Tendlarz, 2023).

Junto al respeto por la singularidad de cada individuo, lo cual es válido para cualquier persona en este mundo, es fundamental hacer hincapié en la importancia de la inclusión y la lucha contra la segregación de estos niños. Desde la perspectiva psicoanalítica, se busca comprender esa singularidad y no ver al autista como un sujeto deficitario que debe ser entrenado para ser funcional.

El autista, entonces, es un sujeto que se aparta, que se cierra al intercambio con los demás, debido a una insondable decisión del ser que se proclama como identidad, según indica Lacan. «Cada uno de nosotros cae al mundo, al mar del lenguaje, y de allí no podemos salir, y aunque esto nos concierna a todos, la modalidad de respuesta a este hecho de estructura es absolutamente singular. Algunos reclaman a los otros para salir adelante, otros no, se apartan, se cierran al intercambio con los demás» (Coccoz, 2023). El autismo, desde la perspectiva lacaniana, se constituye en una posición de defensa extrema ante la realidad de la palabra misma; «se considera el autismo como un funcionamiento subjetivo, singular, una forma de ser, que permanece constante a lo largo de la vida, que no se cura, lo cual no significa que no se pueda atemperar, no significa que el sujeto que lo padece no pueda llegar a saber hacer con él» (Lagos, 2023).

Los aportes de Freud al entendimiento del funcionamiento del aparato psíquico nos enseñan a comprender las inhibiciones o pérdidas del interés en la vida, en el amor, en la comunicación, consideradas en las descripciones de los síntomas autísticos. Lacan nos enseñó que «el lenguaje hace el ser»», que el lenguaje es lo que nos da el ser, y esta es precisamente la gran dificultad del sujeto autista: tiene trastornado el hablar, el vivir, el amar, el gozar, el hacer. «Nadie puede proclamar su ser sin un nombre, ni encontrar o echar en falta las satisfacciones propias de la vida, sin gozar de la lengua que habla. Por eso, con el psicoanálisis nos ocupamos de saber sobre esa realidad y sobre las consecuencias que tienen las palabras sobre nosotros y nuestros próximos» (Cocozz, 2023).


534. El sujeto no sabe lo que dice

«No saber lo que se dice» es la posición natural de todo sujeto, y al mismo tiempo, eso es el inconsciente. Cuando un paciente se queja de que nadie lo entiende, en realidad, quien no se entiende es el propio sujeto. Por eso se le invita a asociar libremente con la consigna «¿Qué quiere decir usted con eso?». Lo que el dispositivo analítico busca es que el paciente escuche lo que dice y tome consciencia de lo que realmente quiere expresar. La escucha analítica va acompañada de la interpretación, que en esencia significa: «Te digo que has expresado algo diferente de lo que querías decir» (Miller, 2021).

Desde los albores del psicoanálisis, se enseña que el sujeto no sabe completamente lo que dice; siempre hay un exceso en su expresión. El sujeto no tiene control absoluto sobre su pensamiento, lo que le cuesta reconocer: que él no es el soberano absoluto de su propio ser, que hay un «Otro» dentro de él que lo gobierna. Este «Otro» se revela cada vez que ocurre un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y termina diciendo otra, como decir «mi madre» en lugar de «mi mujer». «El Otro dice algo distinto a lo que yo quería expresar; el Otro es más poderoso que yo. ¿Cómo es esto posible? En el interior de cada uno de nosotros reside un «Otro» (por eso Lacan lo escribe con mayúscula) más influyente, que actúa sobre el sujeto y a pesar del sujeto. Este «Otro» es la otra escena de la que hablaba Freud; Lacan lo llamó el «sujeto del inconsciente.»

En análisis, el sujeto puede expresar todas sus ideas sin asumir plenamente la responsabilidad de lo que dice. Puede hablar de odios, deseos, temores y pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, tratando de disociarse de ellos: «No estoy ahí, soy inocente, no soy yo». Sin embargo, el análisis no se limita a producir declaraciones de las cuales el sujeto no se hace cargo; esos enunciados son relevantes para él, aunque no lo reconozca de inmediato. Este es el «sujeto del inconsciente», aquel que eventualmente, durante el proceso terapéutico, llega a reconocerse en lo que dice, incluyendo sus odios, temores y deseos.

«Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal, 2015). La noción de que «el sujeto no sabe lo que dice» está en consonancia con lo que nos enseña el psicoanálisis al introducir el concepto del inconsciente: que existen una serie de procesos que están más allá de nuestro control consciente. Estos procesos incluyen deseos, pensamientos y emociones sobre los cuales no tenemos control. Por lo tanto, el inconsciente organiza nuestra experiencia y define quiénes somos. La afirmación de que «el sujeto no sabe lo que dice» se refiere al hecho de que, al hablar o comunicarnos, no siempre somos conscientes de las implicaciones completas de nuestras palabras; es decir, a menudo decimos más o menos de lo que queremos, o cometemos errores al hablar (lapsus). Por lo tanto, nuestras expresiones verbales revelan deseos, conflictos y pensamientos inconscientes que operan en un nivel oculto para nosotros mismos.

En resumen, «el sujeto no sabe lo que dice» porque nuestras palabras son el resultado de procesos inconscientes que ocultan nuestros deseos y conflictos internos. Esto concuerda con la afirmación de Freud de que el sujeto no es el dueño y señor absoluto de su propia casa, es decir, de su psiquismo, lo que constituye una herida narcisista significativa. A menudo, el sujeto tiende a considerarse como el gobernante consciente de sus pensamientos y percepciones internas, lo que le permitiría tomar decisiones que estén en línea con sus deseos; sin embargo, esta creencia es un error. «El hombre no es dueño en su propia casa; y seguramente lo mejor que podría hacer sería ocuparse en conseguir su emancipación de ese señorío extraño» (Freud, 1927).


532. ¿Cómo es el sujeto autista?

Para el psicoanálisis lacaniano el autismo hace parte de las estructuras psicóticas, junto a la paranoia y la esquizofrenia, que se presenta desde la infancia; no es una psicosis que se desencadena en la adolescencia o la adultez, sino que ya, desde que se es un niño, se presenta la psicosis. El niño autista nos enseña que ha habido un problema en su relación con el Otro, es decir, con lo simbólico. La tesis del psicoanálisis lacaniano es que el niño no encuentra un lugar en el deseo del Otro, su madre, y por esta razón se aísla de ese Otro; queda como ensimismado, encerrado en una burbuja, aislado de todo lo que le rodea. Esta es la razón por la que el sujeto autista no es capaz de establecer un vínculo afectivo con su madre o cualquier otra figura importante en su vida, y como resultado, queda atrapado en esa «burbuja» que lo separa de los demás y de todo lo que lo rodea.

Por lo anterior es que el niño autista se caracteriza por una serie de comportamientos, como la falta de contacto visual, la incapacidad de comunicarse verbalmente; muchos de estos niños son llevados al médico, a la edad de dos, tres, cinco años, con la queja de que el niño es sordo -no atiende las demandas de sus padres, como si no escuchara- o ciego -mira fijamente hacia un punto lejano sin dirigir la mirada hacia sus cuidadores-. El examen médico les hace saber a los padres que el niño sí ve y sí escucha, y que se puede tratar de un trastorno autista. El niño también suele presentar comportamientos repetitivos; muchas veces son autoagresiones -golpes en la cabeza- o permanecen tirados en el suelo sin moverse -catatonia: mutismo, mirada fija, rigidez-.

El psicoanálisis le da gran relevancia al lenguaje como herramienta, no solo de comunicación, sino de formación del «ser». «El lenguaje, más allá de ser un instrumento de comunicación, que lo es, o un instrumento de información, es el camino en el que el ser se forma, entonces con esas maderitas formamos el ser, y los autistas están en un apuro muy grande para mantenerse a flote, porque tienen pocas maderitas, y la cuestión es, con esas pocas maderitas, cómo ayudarles a que se mantengan a flote» (Coccoz, 2012. Ver https://bit.ly/3DvWNRW). Así pues, el niño autista cuando habla utiliza las palabras de otra manera, hace uso de neologismos o toma las palabras a la letra; por eso ellos enseñan sobre lo más profundo del ser humano: que el lenguaje es lo que nos constituye como sujetos.

Para un niño autista, el entorno puede resultar abrumador debido a las sensaciones auditivas o visuales intensas; el mundo exterior, la calle, le es hostil -el metro, la gente que habla, los pitos de los autos-, todo es una realidad muy intrusiva. Estas experiencias sensoriales pueden dificultar la capacidad del niño para procesar y defenderse mentalmente; el niño no tiene la «pantalla mental» que es la que nos permite entender, a nosotros los seres humanos «normales», cada cosa que nos ocurre; el niño autista carece de esa «pantalla» que permite darle sentido a lo que ocurre alrededor. Los sujetos neuróticos tenemos una «pantalla mental» que nos permite comprender y filtrar las experiencias, poderles dar un sentido, una significación a nuestras experiencias, pero los autistas tienen dificultades con esto.

El psicoanálisis, en el abordaje que hace del autismo, enseña que «no es posible hacer nada en este mundo por obligación» (Coccoz, 2012. Ver https://bit.ly/3DvWNRW). El niño autista no va a ser como el común de los mortales. Lo importante es que cada niño, incluso cada sujeto (así no sea autista), se pueda dar un lugar al lado de otros sujetos, y que puedan gozar de su propia vida. Hay muchos modos de estar en la vida, de arreglárselas con la vida. Cada niño autista es único en su forma de ser y de lo que se trata, en el tratamiento psicoanalítico de esos sujetos, es pensar cómo se pueden abrir puertas para conectar con ellos. Los niños autistas sueles hacerse a intereses individuales, como las motos o la fórmula 1, los dinosaurios o los pingüinos, como el personaje de la serie de Netflix Atypical. Es importante reconocer estas diferencias y adaptarse a ellas para poder conectar con el sujeto; es eso consiste el tratamiento psicoanalítico de este trastorno. No se trata de cambiar a la persona autista, sino de comprenderla y encontrar formas de conexión con ella a través del particular interés del niño con un objeto; no se trata solo de aceptarlo tal como es, sino también de adaptarse a sus necesidades individuales. Entonces, no hay una única norma o manera correcta de vivir; cada persona tiene su propia forma de ser y adaptarse.


528. «El inconsciente es ante todo algo que se lee»

Es claro que hay cierto tipo de síntomas que no atañen a la medicina, ya que su causalidad no es orgánica, sino psíquica; síntomas analíticos y no síntomas médicos. Se trata de síntomas que se curan por la revelación de su causa, es decir, “que aparecen y se mantienen en el sujeto por el hecho de que su causa está presente en él y le es a la vez desconocida. El psicoanálisis considera que en ese caso el poder patógeno de la causa desaparece desde el momento en que es revelada, es decir enunciada explícitamente. Basta descubrir la causa para que ésta pierda su estatuto, su poder” (Miller, 2023). Así pues, el psicoanálisis supone que hay síntomas cuya causa es un enunciado que perdura en el sujeto sin poder ser formulado por él. Esto es lo que Freud llamó represión; hay una subsistencia subjetiva de enunciados indecibles por el sujeto.

Ese enunciado indecible, causa del síntoma, “es asimilable a un enunciado escrito en el sujeto y que no se podría leer cómo habría que hacerlo” (Miller, 2023). Por tanto, lo que Freud llamó inconsciente es equivalente a un texto escrito indescifrable, significantes sin significados. Así pues, el inconsciente es ante todo algo que se lee, tal y como lo señaló Lacan. Lo primero que leyó Freud fueron sus sueños. “Freud pensó el psicoanálisis a partir de esto: que esos relatos siempre pueden ser leídos de una manera que les restituya una coherencia y una significación” (Miller).

Para leer el síntoma, el sueño, el lapsus, el acto fallido, el olvido, se necesita de la asociación libre, el método propiamente analítico; es decir, el paciente debe ser “capaz de suministrar el texto que hay que leer, interpretar, e incluso hay que leerlo de diferentes maneras” (Miller, 2023). En análisis, el sujeto podrá decir todas sus ocurrencias sin hacerse cargo de lo que dice; podrá hablar de odios, deseos, temores, pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, sin cargar con eso: “No estoy ahí, soy inocente, no soy yo”.

Pero el análisis no es solo producir enunciados de los que el sujeto no se hace cargo; esos enunciados le conciernen; el sujeto puede no reconocerse en sus enunciados, pero sí está ahí a pesar de todo. Éste es el sujeto del inconsciente, ese que termina reconociéndose en lo que dice: sus odios, sus temores, sus deseos. Es en esto que consiste la lectura del inconsciente, y “a partir de la variedad de esas lecturas se recompone, se aísla poco a poco el texto que se dice y que se lee sin saberlo. A partir de la palabra se recompone el escrito inconsciente. A partir de esas lecturas, se recompone el enunciado indecible” (Miller, 2023). Dicho lo indecible, los síntomas desaparecen.


527. ¿Por qué el chiste es una formación del inconsciente?

El texto de Freud (1905) «El Chiste y su relación con el Inconsciente» examina cómo los chistes y el humor son una manifestación del inconsciente, ya que los chistes permiten que los deseos y pensamientos reprimidos surjan de manera disfrazada, permitiendo al individuo satisfacer sus impulsos inconscientes, fundamentalmente los sexuales y agresivos, de una forma socialmente aceptable.

El Witz (el chiste) se refiere sobre todo a las ocurrencias que decimos intempestivamente y nos hacen reír, o cuando hacemos «charlas» con los amigos. Contando chistes o haciendo charlas podemos hablar de temas indecorosos, pecaminosos, indebidos, es decir, reprimidos, ya sean de carácter sexual o agresivo. Se trata de juegos de palabras que pueden producir un doble sentido. Dice Freud (1905) en su texto: “advertimos de pronto que estamos frente a formas de «doble sentido» o de «juegos de palabras» desde hace mucho tiempo conocidas y apreciadas universalmente como técnica del chiste” (p. 36).

Según el psicoanálisis, nos reímos con los chistes porque nos permiten liberar tensiones y emociones reprimidas de una manera segura y socialmente aceptable. Los chistes a menudo contienen elementos de humor relacionados con temas que de otro modo podrían ser considerados tabú o inapropiados, como el sexo, la muerte, la violencia o la vergüenza. La risa es una forma de liberar la energía psíquica que se ha acumulado en nuestra mente, y que se expresa a través del acto placentero de reír. Así pues, Freud (1905) indica que “tanto para establecer como para conservar una inhibición psíquica (léase represión) se precisa de un «gasto psíquico» (…) esa ganancia de placer (que produce el chiste) corresponde al gasto psíquico ahorrado” (p. 114).

Entonces, el secreto en el efecto placentero del chiste es el ahorro en gasto de sofocación (represión) de los impulsos hostiles y sexuales que habitan la psique humana. Lo que gastamos en represión de esos impulsos, se libera en la risa que produce el juego de palabras, juego que burla la censura psíquica. “La risa nace cuando un monto de energía psíquica antes empleado en la investidura de cierto camino psíquico ha devenido inaplicable, de suerte que puede experimentar una libre descarga” (Freud, 1905, p 140).

Así pues, nos reímos con los chistes porque nos permiten liberar la energía psíquica acumulada; el humor y los chistes son una manifestación de los deseos y conflictos inconscientes del ser humano, y cómo pueden ser utilizados como una forma de liberación y resistencia social. Ahora bien, advierte Freud (1905): “El trabajo del chiste no está a disposición de todos, y en generosa medida sólo de poquísimas personas, de las cuales se dice, singularizándolas, que tienen gracia (Witz). «Gracia» aparece aquí como una particular capacidad, acaso dentro de la línea de las viejas «facultades del alma», y ella parece darse con bastante independencia de las otras: inteligencia, fantasía, memoria, etc. Por lo tanto, en las cabezas graciosas hemos de presuponer particulares disposiciones o condiciones psíquicas que permitan o favorezcan el trabajo del chiste” (p. 134). Al parecer, no todo el mundo posee un sentido del humor.

Concluyendo, el chiste es una forma de expresar deseos reprimidos, es decir, que contando chistes yo puedo hablar de temas sexuales y agresivos burlando la censura psíquica que recae regularmente sobre ellos. Al hacer un chiste, estamos revelando algo que no podríamos expresar de otra manera, y que está relacionado con nuestros impulsos más profundos y reprimidos, ya que dichos impulsos y deseos inconscientes son difíciles de expresar directamente en la vida diaria. A través del humor, podemos expresar estos pensamientos y emociones de manera disfrazada y menos amenazante para nuestra conciencia.


523. Condensación y desplazamiento, metáfora y metonimia

Cuando Freud describe al Ello lo hace diciendo que es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. «Nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión (…) Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el Ello» (Freud, 1932/36). Si el extremo del Ello está abierto hacia lo somático, es porque las pulsiones sexuales tienen como fuente, las zonas erógenas del cuerpo. Y cuando él habla de investiduras pulsionales, se está refiriendo a la libido, es decir, a la fuerza como se manifiesta la pulsión, la energía psíquica de las pulsiones sexuales que se ponen en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada en el inconsciente; cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.

La energía de las pulsiones son, entonces, investiduras de afecto (libido), las cuales piden ser descargadas, aliviadas, porque mientras no se descarguen, producen tensión. Las demandas pulsionales producen, en el psiquismo, tensión, displacer, y el alivio de las se experimenta con placer. El placer se experimenta siempre cuando hay alivio de una tensión psíquica (principio del placer). Ahora bien, esas investiduras de afecto, en la búsqueda del alivio de la tensión que crean, producen desplazamientos y condensaciones. Estos son los dos principios descubiertos por Freud y que le atribuye al inconsciente; esto significa que el inconsciente, el Ello, no es caótico; él responde a dos leyes, dos reglas, dos principios en su funcionamiento: la condensación y el desplazamiento; condensación y desplazamiento de las investiduras de afecto que quedan libres de las representaciones a las que van unidas, después de que han sido reprimidas.

Lacan se da cuenta, gracias al desarrollo de la lingüística moderna -con la que no contaba Freud cuando describía el funcionamiento del aparato psíquico- que esos dos principios que operan en el inconsciente responden a los tropos que operan en el lenguaje, es decir, que el uso de las palabra en el lenguaje, lo que llamamos tropos, específicamente la metáfora y la metonimia, son equivalentes a la condensación y el desplazamiento, los dos principios con los que funciona el inconsciente freudiano. Esto es lo que lleva a Lacan a establecer que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es decir, el lenguaje, lo simbólico, funcionan exactamente igual que el inconsciente.

En lingüística, un tropo es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado; es lo que sucede con la metáfora y la metonimia. La metáfora no es otra cosa que la sustitución de un significante por otro (p. ej. «las perlas de tu boca»), y la metonimia es la conexión de un significante a otro; es la sustitución de una representación por otra, con la que se mantiene una relación de contigüidad (p. ej. «en su vida cargó muchas cruces», refiriéndose al sufrimiento, o «es uro corazón», refiriéndose a lo bondadoso que es). Pues bien, esta sustitución de un significante por otro, de una representación por otra, se aplica ¡a todas las formaciones del inconsciente! El síntoma psíquico es eso: la sustitución de una representación por otra que ha sido reprimida. Lo mismo sucede con el olvido, los sueños, los actos fallidos (lapsus) y los chistes (juegos de palabras). Cuando Freud habló de condensación y desplazamiento, Lacan habló de metáfora y metonimia, por eso el inconsciente deja de ser una caldera llena de excitaciones borboteantes y pasa a estar estructurado como el lenguaje.


520. La depresión: ¿serotonina, angustia o trauma psíquico?

Una revisión sistemática publicada recientemente en Molecular Psychiatry (ver: Moncrieff, J., Cooper, R.E., Stockmann, T. et al. The serotonin theory of depression: a systematic umbrella review of the evidence. Mol Psychiatry (2022)), plantea que la hipótesis de que la depresión es causada por un desbalance en neurotransmisores como la serotonina, no tiene sustento de evidencia científica. Lacan ya lo había advertido en su texto Acerca de la causalidad psíquica; él rechaza localizar en el sistema nervioso la génesis del trastorno mental. Para el psicoanálisis lo mental es diferente a lo orgánico, a lo físico. Esto es algo que la ciencia, y particularmente las neurociencias, no logran comprender: no hay que confundir esa sustancia que llamamos «pensamiento» –que está hecha de lenguaje–, con esa otra sustancia física que es el organismo, el cerebro. El gran pecado de la ciencia positivista es pensar que todo lo que le sucede al sujeto se puede reducir al organismo –al cerebro, a los genes, a las hormonas, a las moléculas, etc.–; el psicoanálisis va a ubica la causa del sufrimiento psíquico en otro lugar, en el lugar del Otro, de lo simbólico, el cual no deja de afectar de manera radical al organismo.

Los autores del artículo mencionado, La teoría de la depresión de la serotonina: una revisión general sistemática de la evidencia, llegaron a la siguiente conclusión: «Nuestra revisión exhaustiva de las principales líneas de investigación sobre la serotonina muestra que no hay pruebas convincentes de que la depresión esté asociada o sea causada por una menor concentración de serotonina en el cerebro. La mayoría de los estudios no encontraron pruebas de una menor actividad de la serotonina en las personas con depresión en comparación con las que no la padecen.»

Aquí no se trata de desestimar el funcionamiento de los fármacos; el estudio no pretende decir que los fármacos no funcionan, sino que no se puede decir que la falta de serotonina es la que ocasiona el trastorno depresivo; «es como decir, en palabras de Lacasse y Leo (2005), que sólo porque la aspirina alivie eficazmente los dolores de cabeza no podemos concluir que los dolores de cabeza los causa la falta de aspirina» (Psicofacil, 2022). ¿Qué causa entonces la depresión? Este estado de ánimo se caracteriza por una tristeza persistente que invade al sujeto, que dura quince días como mínimo -una tristeza normal un par de días no más-; también se caracteriza porque el sujeto deprimido no tiene ganas de amar (indiferencia afectiva) y desánimo (no hay ganas de hacer nada) (Nasio, 2022).

Para Nasio (2022) la depresión, que se ha convertido en un problema de salud pública a nivel mundial, sobre todo durante y después de la pandemia, es la pérdida de una ilusión. La angustia que genera una pandemia se transforma fácilmente en tristeza, en depresión. «Nos encontramos que la pandemia crea angustia y la angustia genera depresión. Tenemos una mayor incidencia de la depresión en la población, en general, desde hace dos años en que la pandemia está atacando al ser humano” (Nasio). La depresión causada por la pandemia, muy ligada a una situación de angustia, no es exactamente una depresión clásica, «la cual está más ligada a una situación de decepción». Sabemos que la psiquiatría moderna habla de dos grandes tipos de depresión: la depresión endógena y la depresión exógena, cuya mayor diferencia es la causa que las provoca; cuando se habla de la depresión endógena se establecen casusas biológicas, ya sean genética (que aun no se comprueban) o una falla en el quimismo del cerebro: la falta de serotonina sin causa externa que lo justifique, que es justamente lo que el estudio de Moncrieff, J., Cooper, RE, Stockmann, T. et al. (2022) trata de desmentir.

Para el psicoanálisis, que busca la causa del malestar del sujeto en el psiquismo y no en el organismo, la depresión clásica la padecen sujetos que Nasio (2022) denomina frágiles, predispuestos a la depresión. «La persona predispuesta a la depresión es una persona que ha establecido un vínculo demasiado enfermizo con algo que ella ama excepcionalmente. Y ese objeto que ama, ese ser que ama, ese animal que ama, esa casa que ama, ese trabajo que ama de manera enfermiza se pierde. Y cuando eso sucede, se pierde una ilusión en la persona que ha enfermado de depresión» . Por eso él insiste en que la depresión es una pérdida de ilusión, es decir, el sujeto se deprime cuando pierde algo a lo que estaba enfermizamente apegado; puede ser un objeto, una persona, un trabajo, algo que le daba «ser» o identidad al sujeto. A la pérdida de una ilusión se le suma también una rabia. «El paciente deprimido es un paciente enojado, además de estar triste» (Nasio).

Hay entonces en la depresión cuatro tiempos: «Primer tiempo: un apego enfermizo a algo o a alguien. Segundo tiempo: pérdida de ese algo con el cual yo estaba apegado, decepción de eso. Desilusión de perder aquello que me daba la fuerza de ser lo que era en ese momento. Tercer tiempo: me enojo» (Nasio, 2022). El sujeto se enoja porque pierde aquello que lo ilusionaba. Pero, además de todo esto, hay que añadirle, a la depresión, un trauma. «He constatado que la mayor parte de las personas que se deprimen, en las que la depresión se instala como una enfermedad, siendo niños han sufrido un traumatismo» (Nasio). Ese trauma de la infancia, en el que el psicoanálisis hace tanto énfasis en el momento de hablar de la causa psíquica de los síntomas neuróticos, es lo que va a hacer de ese sujeto, en el futuro, un adulto deprimido. Si el sujeto es frágil, psíquicamente hablando, es porque él ha sufrido de niño un trauma. «Todo traumatismo en la infancia y en la pubertad fragiliza a la persona y la deja expuesta a la depresión» (Nasio). Y es muy probable que ese trauma de la infancia tenga que ver con la pérdida de un objeto al que se estaba muy apegado.


519. «Todo el mundo está en su mundo»

El lenguaje precede al sujeto, es decir, aquel ya existe antes de que el sujeto nazca. Es más, ese que el psicoanálisis llama sujeto puede incluso existir aún antes de nacer y seguir existiendo después de morir, y esto gracias al lenguaje. El sujeto existe antes de nacer en el discurso de sus padres, y sigue existiendo después de morir en el discurso del Otro. Por eso un sujeto solo muere del todo cuando muere la última persona que pensaba en él, como lo enseña claramente la película «Coco» de Disney o las palabras de Álvaro Mutis. El encuentro contingente del sujeto con el lenguaje lo va a traumatizar, «por el choque de las palabras con una maleza de pulsiones inorganizadas» (Kanedo y Pinkasz, 2022). El sujeto tendrá, entones, qué arreglárselas con las palabras (los significantes) que lo determinan como sujeto y afectan su cuerpo.

Al ser que habla, Lacan lo llamó el parlêtre (hablanteser); es el nuevo nombre que aquel le da la inconsciente en su última enseñanza, esa que incluye al síntoma como sinthome. “El sinthome de un parlêtre es un acontecimiento de cuerpo, una emergencia de goce” (Miller, 2015). Así pues, la intersección entre lo real del organismo del sujeto con el Otro del lenguaje, tendrá efectos en el cuerpo del sujeto, efectos de goce, quedando el sujeto cautivo de las palabras «a las que quedará más o menos subyugado. En ocasiones permanecerá instrumentado por ellas» (Kanedo y Pinkasz, 2022). Esa amalgama entre lo simbólico y lo real es lo que funda en el sujeto su lalengua. Lalengua (escrito así, pegado), cuando el sujeto lleva su análisis hasta las últimas consecuencias, es un núcleo de real que habla de los efectos del encuentro del sujeto con el lenguaje, efectos de goce en el cuerpo; una marca real en el cuerpo que indica cómo goza el sujeto, un goce que se experimenta en el cuerpo y que «siempre aparece perverso” (Miller).

Este real que constituye el sinthoma del sujeto, “se encuentra bajo la modalidad del «Así es»” (Miller, 2015), es decir, eso «es» el sujeto. Se trata de un real fuera de sentido, un real despojado de sentido, y la lalengua es precisamente eso: una cadena significante sin efecto de sentido (Miller, 2003). «Proliferarán de este modo sombras, reflejos, espejismos, subordinados a esa relación primitiva, originaria y traumática entre el significante y el goce» (Kanedo y Pinkasz, 2022). Y esto es lo que hace que todo el mundo esté en su mundo, es decir, inmerso en la muy particular forma de gozar. Es como una especie de locura que, si bien es universal -todos los sujetos la padecen-, es singular en su modo de expresión.

Lalengua está, pues, del lado de lo real, de los efectos de lo real sobre el cuerpo. La estructura del lenguaje no es más que una elucubración de saber sobre lalengua, dice Miller (2008). El significante en su estatuto de letra y separado del sentido, es lo que Lacan va a llamar lalengua, “un saber que se presenta como una huella, un trazo, como una escritura de lo que fue nuestra relación originaria con la lengua materna” (García, 2009), marca del goce en el cuerpo, lo más singular que se juega en el sufrimiento del sujeto. Por esto el psicoanálisis puede decir que «todo el mundo está en su mundo», es decir, que cada sujeto tiene su cuota de locura, su «rayón», la solución que ha inventado para vivir la pulsión, y esa solución es singular: sólo le sirve a cada sujeto, uno por uno; es su pequeña dosis de locura. Esto, además, «es la constatación de la posición profundamente antisegregativa del psicoanálisis, al ser un «todo el mundo» que subraya la marca singular e incomparable de todo sujeto» (Kanedo y Pinkasz, 2022), el modo singular con el que el sujeto intentar arreglárselas con el goce que lo habita.


517. ¿Cómo funciona el lenguaje en el sujeto?

El neurótico es un ser atrapado en su inconsciente, es decir, «alienado a un yo que desconoce esa segunda escena que transcurre a sus espaldas y que condiciona su vida» (Dessal, 2015), la «otra escena» de la que habló Freud, esa que determina lo que hacemos, pensamos y decimos, la mayoría de las veces en contra del bienestar del sujeto. 

La alienación de la que va a hablar Lacan es la alienación del lenguaje en el sujeto. «Lacan llegó a la raíz del asunto cuando postuló una concepción inédita del lenguaje, una concepción que estaba implícita en la obra de Freud pero que nadie había comprendido antes (Dessal, 2015). Lacan rompe la unión ilusoria que la lingüística moderna estableció entre el significante y el significado. Lacan le va a dar una primacía al significante sobre el significado: la letra S mayúscula, encima de una barra, como la que se utiliza cuando se escribe una fracción, y debajo de la barra la letra s minúscula. «Eso es el alma de la palabra: la barra que separa la materialidad fónica de su significado» (Dessal). Esos dos elementos ya no forman más una unidad; este, se podría decir, es el aporte de Lacan a la lingüística sausseriana: los elementos que componen el signo lingüístico no van juntos, van separados en el uso que hacemos del lenguaje, y además, uno prima sobre el otro. 

Como muy bien lo indica Dessal (2015), con el ejemplo sobre la palabra mujer, el significado no va pegado al significante: «Si yo digo la palabra mujer, por ejemplo, parece obvio que eso remite a un sujeto del género femenino. La materialidad varía según las lenguas, pero el significado no cambia. Puedo decir woman, o donna o femme. En todo caso, el objeto al que remite parece ser el mismo. Sin embargo, no es así. La palabra mujer no tiene un significado absoluto y universal. Remite a lo que en psiquiatría denominamos significación personal, es decir, que el significado es variable, y depende del sujeto que pronuncia la palabra, ya sea como emisor o como receptor».

Hay pues, una independencia, una separación del significado respecto del significante; esto es lo que hace al lenguaje mágico y maldito a la vez: la posibilidad de que una palabra pueda significar otra cosa, pueda significar cualquier otra cosa; es lo que nos lo enseña la poesía y la literatura: una palabra puede significar cualquier cosa. Esta es la condición poética del ser humano, es decir, «que fabrica significados cuando habla, sin saber en verdad lo que está diciendo» (Dessal. 2015). El aspecto maldito del lenguaje tiene que ver con el malentendido, el cual está siempre presente cuando hacemos uso del lenguaje. El sentido de lo que se dice no depende del emisor, sino del receptor; como decía Lacan, «Ud. puede saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó». «Es por eso que alguien puede decir soy una mujer dentro de un cuerpo de hombre. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que cuando se nombra a sí mismo, los términos mujer y hombre designan para él significados personales, que no pueden comprenderse a la luz del sentido común» (Dessal).

¿Cómo funciona entonces el lenguaje? La respuesta que da el psicoanálisis es que nadie sabe lo que está diciendo cuando habla, nadie sabe lo que dice. El psicoanálisis se dedica a explotar esa propiedad humana, el sinsentido que habita en todo lo que decimos, y que hace que la comunicación humana «no sea un intercambio recíproco de mensajes comprensibles, sino un malentendido crónico disfrazado de un entendimiento aparente» (Dessal, 2015). Por eso se puede decir que la realidad no existe en un sentido universal del concepto, sino que lo que existe es una ficción en la que cada uno vive, ficción fabricada por el significado personal que le damos a las palabras. «La cosa se complica mucho cuando es preciso añadir que en verdad nadie sabe cuál es ese significado. Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal). Es lo que nos enseña la asociación libre, el método creado por Freud y que funda la técnica psicoanalítica: que el sujeto termina enredándose los pies, «diciendo cosas que no quería decir, que no pensaba decir, que no sospechaba que podría llegar a decir» (Dessal). El lenguaje funciona, pues, como una máquina regida por leyes que no son de capricho, sino que son leyes combinatorias y formales propias, las leyes del lenguaje a las que queda sometido el sujeto y sobre las que él no tiene ninguna incidencia.


512. El sarcasmo es el arma cuando no se tienen balas

Si bien Freud poco o casi nada se refirió al sarcasmo en su texto El chiste y su relación con el inconsciente (1905/1991), si se refirió al chiste tendencioso, el cual, mirándolo de cerca, se puede deducir, sin llegar a contradicciones, que se trata efectivamente del sarcasmo. Según la RAE (2019), el sarcasmo es una “burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien o algo”; y Freud (1905/1991), cuando se refiere al chiste tendencioso, sobre todo hablando del humor de los judíos durante el Holocausto Nazi, dice que «es harto común que circunstancias exteriores estorben el denuesto o la réplica ultrajante, tanto que se advierte una muy notable preferencia en el uso del chiste tendencioso para posibilitar la agresión o la crítica a personas encumbradas que reclamen autoridad. El chiste figura entonces una revuelta contra esa autoridad, un liberarse de la presión que ella ejerce. En esto reside también el atractivo de la caricatura, que nos hace reír aún siendo mala, sólo porque le adjudicamos el mérito de revolverse contra la autoridad. Si tenemos en cuenta que el chiste tendencioso es apropiadísimo para atacar lo grande, digno y poderoso que inhibiciones internas o circunstancias externas ponen a salvo de un rebajamiento directo…» (como se citó en Ríos Madrid, 2006, párr. 22).

Ya que Freud se refiere aquí también a la caricatura, coincide con la definición del caricaturista colombiano X-tian (22 de abril de 2020), publicada en un trino: “La caricatura existe para bajar del pedestal a toda figura de poder. Sea jefe, policía, guerrillero, alcalde, presidente, obispo, Papa y hasta al mismísimo dueño de Zoom” (párr. 1).

En todo caso, se puede hacer una diferenciación entre ironía y sarcasmo (léase chiste tendencioso); la RAE (2019) define la ironía como una “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada” (párr. 3). En efecto, Freud (1905/1991), dice de ella que no es exactamente un chiste, que es una técnica que hace uso de la figuración por lo contrario (p. 70). Más adelante en su texto explicita: «Me refiero a la ironía, que se aproxima mucho al chiste y se incluye entre las subvariedades de la comicidad. Su esencia consiste en enunciar lo contrario de lo que uno se propone comunicar al otro, pero ahorrándole la contradicción mediante el artificio de darle a entender, por el tono tic la voz, los gestos acompañantes o pequeños indicios estilísticos —cuando uno se expresa por escrito—, que en verdad uno piensa lo contrario de lo que ha enunciado. La ironía sólo es aplicable cuando el otro está preparado para escuchar lo contrario, y por ende no puede dejar de mostrar su inclinación a contradecir. A consecuencia de este condicionamiento, la ironía está particularmente expuesta al peligro de no ser entendida» (pp. 166-167).

Así pues, la ironía se refiere a lo contrario de lo que sucede o se dice, y tiene una intención más humorística; en cambio, el sarcasmo, que se puede inscribir como un derivado de la ironía, es un comentario en forma de burla que apunta a ridiculizar, humillar o insultar a otra persona, como bien lo indica Ríos (2006), el “chiste tendencioso (…) puede ser considerado como una manera disimulada, culturalmente aceptada, y socialmente bien vista, de expresar el odio, la agresividad, el desprecio sentido por el otro” (párr. 12).

El sarcasmo entonces, está al servicio de las tendencias sexuales y agresivas que habitan al ser humano, pero con él se logra sustituir la hostilidad activa y violenta –la cual le brindaría al sujeto un alivio pulsional más intenso- por el insulto de la palabra (Ríos, 2006). La palabra le brinda al sujeto un alivio, que Freud citando a un autor inglés, señala así “el primero que en vez de arrojar una flecha al enemigo le lanzó un insulto fue el fundador de la civilización; de este modo la palabra es el sustituto de la acción, y en ciertas circunstancias el único sustituto” (como se citó en Ríos, 2006, párr. 19).

Ahora bien, cuando Freud (como se citó en Ríos, 2006) habla del sarcasmo que los judíos le dirigían a sus verdugos durante el Holocausto, alude a la palabra como “arma”: “los judíos esgrimieron su arsenal humorístico, su afamado ´buen humor´ como ´arma´, usaron las palabras como dardos que lanzaban contra todo el aparato nazi; a través del chiste expresaron el odio, el desprecio que sentían por aquellos que los sometían” (párr. 24). Por esta razón es que podemos decir que, haciendo uso de las palabras, con el sarcasmo, por ejemplo, el lenguaje se constituye en un camino opuesto a la acción, pudiendo expresar así impulsos y deseos que están vedados por agentes internos (la conciencia moral) o externos (las prohibiciones culturales), de tal manera que podemos afirmar, entonces, que el sarcasmo es el arma cuando no se tienen balas. Y por supuesto, mejor que las balas, el sarcasmo.

Recuérdese que Freud consideraba el humor como una de las actividades intelectuales más elevadas, “la más elevada de esas operaciones defensivas” (Freud, 1905/1991), refiriéndose a los mecanismos que utilizan los sujetos para defenderse de la represión de aquellos impulsos sexuales y agresivos. Por eso escuchamos frecuentemente esa frase que dice «lo bonito del sarcasmo es que los inteligentes entienden y los idiotas se ofenden».

(Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Fondo Editorial Universidad Católica Luis Amigó).