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542. El lugar del psicoanálisis en la formación del psicólogo

A la pregunta sobre el lugar del psicoanálisis en la formación del psicólogo, Freud ofrece en su texto ¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la Universidad? (1919) la siguiente respuesta: «En efecto, comparado con todos los otros sistemas, el psicoanálisis es el más apropiado para transmitir al estudiante un conocimiento cabal de la psicología». La mayoría de los programas de psicología ofrecen cursos de psicoanálisis o, en su defecto, de psicología dinámica, la cual tiene sus raíces en el psicoanálisis freudiano y kleiniano. En cualquier curso de Historia de la Psicología o de Introducción a la Psicología, el estudiante entrará en contacto con la teoría psicoanalítica y su autor, Sigmund Freud. Una de las tres grandes ramas de la psicología, junto con la cognitiva y la humanista, es la dinámica, la cual se apoya en los trabajos de Freud posteriores a 1920 y que otorgan una importancia creciente al yo y sus mecanismos de defensa. Las facultades de psicología que no incluyen cursos de psicoanálisis en su programa, es más lo que pierden que lo que ganan, ya que la formación integral de un psicólogo requiere el dominio y conocimiento de las disciplinas que identifican su formación, historia, epistemología y modelos teóricos y metodológicos, entre los cuales se encuentra el psicoanálisis freudiano y sus sucesores: el kleinismo, la psicología del yo, la psicología dinámica, el lacanismo, etc.

Freud desempeñará un papel preponderante en los desarrollos teóricos de la psicología, ya que él vincula las funciones del sujeto con las de la sociedad. Sus textos de psicología, sobre todo los relacionados con la psicología social, abarcan principalmente «Tótem y Tabú» (1912-13), donde muestra, a partir de una hipótesis mítica, cómo se forma la sociedad humana como institución originaria; «Psicología de las masas y análisis del yo» (1921), en el cual, mediante un estudio de la identificación y la formación del yo, resalta la importancia de lo social en la constitución del sujeto; «El porvenir de una ilusión» (1927), donde Freud señala que la sociedad, como precio por su ingreso a ella, exige al individuo la renuncia a ciertas satisfacciones pulsionales. Tales exigencias hacen al sujeto hostil a la cultura, pero esta es neutralizada mediante la identificación con la autoridad paterna prohibidora, lo cual constituye el superyó del sujeto. En «El malestar en la cultura» (1930), Freud vuelve a afirmar que los fines de la sociedad y el individuo no coinciden. El hombre tiene una agresividad innata, una fuerza desintegradora importante de la sociedad, a la que denomina «pulsión de muerte». Otros textos de interés social en Freud son: «La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna» (1908), «El interés por el psicoanálisis», parte II, secciones E, F y G (1913), «De guerra y muerte. Temas de actualidad» (1915), «¿Por qué la guerra?» (1933), «Comentario sobre el antisemitismo» (1938) y «Moisés y la religión monoteísta» (1939).

Así, Freud, padre del psicoanálisis, no solo fue un científico interesado permanentemente en la clínica, sino también en la cultura, la sociedad y sus problemas. De cierta manera, Freud también desarrolló, además de una teoría del sujeto, una teoría de la cultura desde el punto de vista psicoanalítico, teoría que fundamenta en gran medida los desarrollos de la psicología social contemporánea. Si bien es cierto que el psicoanálisis toma como objeto de estudio el psiquismo del sujeto, es a raíz de esta indagación que Freud se interesa en las bases afectivas del vínculo del sujeto con la sociedad. El psicoanálisis ha descubierto que los sentimientos sociales llevan consigo un interés o libido sexual que ha sido objeto de represión, y, por lo tanto, se constituyen en la causa de determinadas perturbaciones anímicas que, incluso, pueden definir lo peculiar de un grupo. Para Freud, las neurosis en general tenían un carácter asocial, es decir, apartaban al sujeto de la sociedad. Asimismo, él demostró que el precio del progreso cultural que el sujeto debe pagar se manifiesta en un déficit de dicha, provocado por la elevación del sentimiento de culpa, constituyéndose éste en el problema más importante del desarrollo cultural.


529. Libido y transferencia

Para Freud “el análisis era esencialmente un ejercicio de lectura, de desciframiento, en el que el analista guía al paciente” (Miller, 2023), lo guía en la medida en que le solicita al paciente cumplir con la técnica psicoanalítica: asociar libremente, es decir, comunicar todas sus ocurrencias sin censurarlas, así le parezcan indecorosas, indebidas o ilógicas. “El análisis es una lectura del inconsciente asistida por el psicoanalista” (Miller). Aquí Freud se encontró con lo que denominó la transferencia, es decir, la importancia que cobra para el paciente su psicoanalista, el cual, no le es para nada indiferente. El analista pasa a estar investido de libido, cargado de interés y de afecto. La libido es precisamente “el nombre que Freud daba a esa cantidad móvil de interés psíquico con connotación sexual” (Miller) y que el paciente le dirige al analista, valorizándolo.

En la transferencia se desplazan afectos al analista que provienen de los vínculos establecidos con los primeros objetos de amor y de deseo que establece el niño en su infancia con sus cuidadores; así pues, “la transferencia se debe al desplazamiento sobre la persona del analista de un conjunto de sentimientos que se referían originalmente a los personajes fundamentales de la historia del paciente, especialmente a los padres” (Miller, 2003); el psicoanalista, al igual que todas las personas con las que el sujeto establece un vínculo afectivo posterior a su infancia, es un heredero de esos primeros vínculos afectivos. En un primer momento a Freud “este hecho le pareció fastidioso, molesto, y después le dio una connotación positiva hasta hacer de él una condición sine qua non del análisis” (Miller, 2003). Lo importante de que esta libido infantil se movilice hacia el analista, es que la transferencia traduce ya un primer levantamiento de la represión.

“La emergencia de la transferencia señala la adopción del analista por el analizante: el analista entra en la familia” (Miller, 2023), constituyéndose en la autoridad de los padres del sujeto, del Otro primordial, lo cual permite que el paciente le dé crédito a la palabra de su analista, de tal manera que la interpretación tenga la posibilidad de dar resultado, de tener efectos sobre aquél (Miller). Entonces, a partir del momento en que se reconoce la autoridad del analista, éste tiene el poder de guiar la lectura del inconsciente del paciente. Esta es la razón por la que Freud “hizo de la transferencia la condición de la interpretación” (Miller). Así es como comienzan los análisis: el psicoanalista “espera verse investido por una posición de dominio para interpretar” (Miller), o mejor, ayudar a interpretar; quien fundamentalmente interpreta al inconsciente es el paciente, por eso Lacan lo llama «analizante». Lo que sucede es que éste no sabe leer su inconsciente solo, no sabe la significación de su síntoma; el analista le va a ayudar a leerlo, sobre todo invitándolo a asociar libremente.


523. Condensación y desplazamiento, metáfora y metonimia

Cuando Freud describe al Ello lo hace diciendo que es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. «Nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión (…) Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el Ello» (Freud, 1932/36). Si el extremo del Ello está abierto hacia lo somático, es porque las pulsiones sexuales tienen como fuente, las zonas erógenas del cuerpo. Y cuando él habla de investiduras pulsionales, se está refiriendo a la libido, es decir, a la fuerza como se manifiesta la pulsión, la energía psíquica de las pulsiones sexuales que se ponen en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada en el inconsciente; cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.

La energía de las pulsiones son, entonces, investiduras de afecto (libido), las cuales piden ser descargadas, aliviadas, porque mientras no se descarguen, producen tensión. Las demandas pulsionales producen, en el psiquismo, tensión, displacer, y el alivio de las se experimenta con placer. El placer se experimenta siempre cuando hay alivio de una tensión psíquica (principio del placer). Ahora bien, esas investiduras de afecto, en la búsqueda del alivio de la tensión que crean, producen desplazamientos y condensaciones. Estos son los dos principios descubiertos por Freud y que le atribuye al inconsciente; esto significa que el inconsciente, el Ello, no es caótico; él responde a dos leyes, dos reglas, dos principios en su funcionamiento: la condensación y el desplazamiento; condensación y desplazamiento de las investiduras de afecto que quedan libres de las representaciones a las que van unidas, después de que han sido reprimidas.

Lacan se da cuenta, gracias al desarrollo de la lingüística moderna -con la que no contaba Freud cuando describía el funcionamiento del aparato psíquico- que esos dos principios que operan en el inconsciente responden a los tropos que operan en el lenguaje, es decir, que el uso de las palabra en el lenguaje, lo que llamamos tropos, específicamente la metáfora y la metonimia, son equivalentes a la condensación y el desplazamiento, los dos principios con los que funciona el inconsciente freudiano. Esto es lo que lleva a Lacan a establecer que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es decir, el lenguaje, lo simbólico, funcionan exactamente igual que el inconsciente.

En lingüística, un tropo es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado; es lo que sucede con la metáfora y la metonimia. La metáfora no es otra cosa que la sustitución de un significante por otro (p. ej. «las perlas de tu boca»), y la metonimia es la conexión de un significante a otro; es la sustitución de una representación por otra, con la que se mantiene una relación de contigüidad (p. ej. «en su vida cargó muchas cruces», refiriéndose al sufrimiento, o «es uro corazón», refiriéndose a lo bondadoso que es). Pues bien, esta sustitución de un significante por otro, de una representación por otra, se aplica ¡a todas las formaciones del inconsciente! El síntoma psíquico es eso: la sustitución de una representación por otra que ha sido reprimida. Lo mismo sucede con el olvido, los sueños, los actos fallidos (lapsus) y los chistes (juegos de palabras). Cuando Freud habló de condensación y desplazamiento, Lacan habló de metáfora y metonimia, por eso el inconsciente deja de ser una caldera llena de excitaciones borboteantes y pasa a estar estructurado como el lenguaje.


516. ¿Qué es la libido?

La libido, dice Freud (1916-17) es la fuerza como se manifiesta la pulsión sexual. La pulsión es el nombre que le da Freud a los impulsos sexuales del ser humano, en la medida en que dichos impulsos no responden un instinto sexual. Mientras que la pulsión es el empuje de los impulsos sexuales, el cual es constante, la libido, como fuerza de la pulsión, se puede medir en términos de cantidad. Este es el denominado aspecto económico del aparato psíquico, y la economía, como todo estudio económico, habla de cantidades. En este caso, ¿cantidad de qué? Freud dirá: de energía psíquica o sexual.

Este aspecto económico del aparato psíquico se suma a otros dos aspectos que describe Freud de dicho aparato: el aspecto tópico, la división del psiquismo humano en tres instancias, que en su primera tópica se refiere a las instancias consciente, preconsciente e inconsciente; y el aspecto dinámico, el cual tiene que ver con el paso de las representaciones o el contenido del sujeto (ideas, pensamientos, recuerdos, experiencias) de la conciencia al inconsciente y viceversa.

Freud describe, entonces, a la libido como una energía psíquica de las pulsiones sexuales, y se pone en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, lo cual da cuenta de la presencia de la manifestación de lo sexual en la vida psíquica. Es la energía de lo que se puede englobar bajo el nombre de amor, el Eros de Platón (es la energía del Eros). El término latino libido significa «deseo», «ganas», «aspiración»; es la manifestación en la vida psíquica de la pulsión sexual; es la energía «de esas pulsiones relacionadas con todo lo que se puede comprender bajo el nombre de amor» (Chemama, 1996).

La libido es, pues, un concepto cuantitativo (aspecto «económico» del aparato psíquico, como ya se indicó), en la medida en que es una energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada. La libido (el amor, el afecto) más la pulsión (empuje, impulso sexual) es lo que Lacan denomina «goce». La libido, entonces, en última instancia no es más que el «interés» que le pone cada sujeto a sus objetos. Cuando un sujeto le presta interés a un objeto, lo ha libidinizado o catectizado, es decir, lo ha cargado de libido. Si un sujeto se interesa en un objeto (una persona o un objeto material, como un automóvil o un celular), lo está cargando de interés, de libido. Igualmente, un sujeto puede descatectizar, es decir, dejar de interesarse en un objeto o interesarse muy poco, por lo tanto su libido es nula o poca. Por lo tanto, cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

El término libido se ha popularizado bastante en los discursos psicológicos, en particular en la sexología; por eso es que los pacientes hablan de que tienen la libido baja, refiriéndose a la falta de interés sexual en sus objetos; su pareja, por ejemplo. Igualmente, cada una de nuestras representaciones (ideas, pensamientos, recuerdos, experiencias) están cargadas de libido, es decir, tienen una significación afectiva relevante para el sujeto. Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.


408. El imperativo del éxito y el deseo de saber.

El filósofo coreano-alemán Byung Chul Han ha alertado sobre el síndrome de fatiga crónica que padece la población trabajadora del mundo contemporáneo; dicha fatiga no es más que un «correlato del imperativo moderno a vivir sin límites, a extraer de la vida lo máximo (lo cual suele ser casualmente lo más caro)» (Dessal, 2014). Son varios los imperativos que acosan al sujeto en esta hipermodernidad; «vive la vida loca», el título de la famosa canción de Ricky Martin, resume bastante bien lo que demanda la cultura de hoy: vivir sin límites. Y a esto hay que sumarle, también, toda una serie de exigencias para alcanzar el éxito: hoy hay que ser emprendedor, productivo, eficiente, consumidor y feliz. Incluso, a pesar de todo el peso de la cultura sobre el sujeto con sus demandas, ¡hay que ser también feliz! Pero «la obligación de ser feliz es agotadora, como la de ser un consumidor modélico, o un triunfador» (Dessal).

Ya desde pequeños, los niños son sometidos a una serie de exigencias para asegurar el éxito desde el comienzo de la vida. Así, por ejemplo, en los Estados Unidos los padres de clase alta entrena a sus hijos, en compañía de psicólogos y pedagógos, para que puedan pasar las severas pruebas que les imponen en las guarderías de elite (Dessal, 2014). La competencia en la vida comienza bien temprano, lo cual no deja de ser aberrante, aunque parezca tener sentido. «¿Es delirante? Por supuesto que lo es. Tan delirante como el concepto de triunfo social. Se habla mucho de los niños hiperactivos. Pero muy poco de los padres hiperactivistas, que imponen a los hijos una agenda diaria extra escolar más ocupada que la de un ejecutivo de Wall Street: clases de música, idiomas, artes marciales, squash, tenis.» (Dessal)

Padres e hijos están prisioneros del imperativo del éxito, tan prisioneros que no parecieran vivir, sino solo correr de un lado para otro para cumplir con las exigencias de la cultura. A esta vida tan competitiva se le suma lo que Dessal (2014) denomina una «crisis del saber». Es un drama que se observa fácilmente en la academia, en los colegios y universidades: los sujetos no quieren saber, no quieren aprender, solo quieren «vivir la vida loca»; leen mal, escriben mal, ¡y no les importa! Se conducen como si no tuvieran ningún deseo de saber. Pero, ¿acaso existe dicho deseo? «Lacan descubrió una cosa muy interesante: que no existe el deseo de saber» (Dessal).

Por lo general, el sentido común pareciera indicar que el ser humano es una criatura ávida de saber, pero Lacan indica que no, que no hay tal deseo de saber. «Que no exista el deseo de saber, no implica que no se quiera saber. Uno no busca el saber por deseo, lo hace por la satisfacción que puede aportar» (Dessal, 2014). Esta satisfacción que el sujeto encuentra en el saber, nos hace saber que el sujeto goza con él. «El saber no es objeto de un deseo, sino algo de lo que puede obtenerse un goce» (Dessal). No todo el mundo obtiene goce con el saber. El trastorno de atención con hiperactividad en los niños contemporáneos es «el síntoma de un mundo en el cual el saber ya no produce gran cosa en materia de goce» (Dessal). Para que un niño desee aprender, se necesita de la libido. Freud se dio cuenta de que «el aprendizaje está articulado a la libido, y que sin libido no se puede aprender nada. Eros es imprescindible para que alguien pueda saber algo» (Dessal). El problema de la sociedad contemporánea es que ella promueve el goce, ella empuja a gozar con todas sus demandas tan imperativas, es decir, que la sociedad no promueve el Eros, sino que promueve el Tánatos, la pulsión de muerte.


359. El Ideal del Yo: origen del Superyó.

El enamoramiento consiste, en términos de Freud, “en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene la virtud de cancelar represiones y de restablecer perversiones. Eleva el objeto sexual a ideal sexual” (Freud, 1914). El ideal sexual puede entonces entrar en relación con el ideal del yo.

El ideal del yo, según Freud, es el sustituto del narcisismo perdido de la infancia, y sobre él recae ahora el amor a sí mismo, de tal modo que el narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. En un primer momento, Freud no distingue entre yo ideal e ideal del yo. Pero sí es importante aclarar que cuando Lacan se refiere al «yo ideal», se trata de ese que se origina en la imagen especular del estadio del espejo; es esa promesa de síntesis futura hacia la cual tiende el yo, la ilusión de unidad que está en la base del yo. El yo ideal siempre acompaña al yo en un intento incesante por recobrar, dice Freud, ese original narcisismo infantil. Formado en la identificación primaria, el yo ideal desempeña un papel como fuente de todas las identificaciones secundarias. Entonces, mientras que el yo ideal tiene un estatuto imaginario en Lacan, el ideal del yo tendrá un estatuto simbólico: es una introyección simbólica, es un significante que opera como ideal y que le sirve al sujeto para orientar su posición sexual en el orden simbólico: llegar a ser hombre o mujer.

A partir de lo anterior, Freud va a pensar en formalizar una instancia psíquica particular, que tenga como función “velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal” (Freud, 1914). Freud hace coincidir dicha instancia con la «conciencia moral», la cual permitirá comprender el «delirio de ser observado» que se presenta en la sintomatología de la paranoia. “Los enfermos se quejan de que alguien conoce todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones; son informados del imperio de esta instancia por voces que, de manera característica, les hablan en tercera persona. («Ahora ella piensa de nuevo en eso»; «Ahora él se marcha».)” (Freud). De hecho, concluirá Freud, un poder así, “que observa todas nuestras intenciones, se entera de ellas y las critica” (Freud), existe en todos los sujetos dentro de su vida normal.

Este ideal del yo se forma “de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública)” (Freud, 1914). Este es el comienzo, en Freud, de la elaboración que lo llevará a introducir el concepto de «superyó» a partir de 1920.


357. Narcisismo y amor: «el amor es esencialmente engaño».

Según Freud, la elección de objeto por apuntalamiento caracteriza a la elección de objeto en el hombre, y la elección de objeto narcisista caracteriza al amor de la mujer. Esta es la razón por la que los hombres tienden a amar sobrestimando al objeto sexual, sobrestimación que proviene del narcisismo originario del niño y que da lugar al enamoramiento, en el que se produce un empobrecimiento libidinal del yo que beneficia al objeto. En las mujeres, en cambio, sobreviene un acrecentamiento del narcisismo originario, desfavorable a la conformación de un objeto de amor; en ellas se establece una complacencia consigo mismas que las conduce a amarse, en rigor, sólo a sí mismas. Así pues, su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prendan del hombre que les colma esa necesidad.

Paradójicamente, son este tipo de mujeres las que poseen el máximo atractivo para los hombres, debido sobretodo a que “el narcisismo de una persona despliega gran atracción sobre aquellas otras que han desistido de la dimensión plena de su narcisismo propio y andan en requerimiento del amor de objeto” (Freud, 1914). Ya vimos cómo, en la fase del espejo, se funda este narcisismo por la identificación del sujeto con la imagen especular, lo que le da al sujeto una «congruencia narcisista», una «imagen de inaccesibilidad», una «posición libidinal tan inexpugnable», que es justamente lo que hace al sujeto atractivo. Precisamente, es porque esa imagen se nos presenta como completa, sin fallas, ideal –Yo ideal–, que es cautivadora, que fascina al sujeto: es el poder de lo imaginario, de la imagen especular, sobre el sujeto, y lo que constituye fundamentalmente la dimensión imaginaria en él. Así pues, el narcisismo se constituye en el momento de la captación por el niño de su imagen en el espejo.

Lo dicho sobre el amor de las mujeres, dice Freud que hay que matizarlo, ya que las hay que aman según el modelo masculino, desplegando la correspondiente sobrestimación sexual, así como las mujeres que son muy narcisistas y que encuentran en el hijo la posibilidad de desplegar un pleno amor de objeto. En términos generales se puede decir que el amor es un fenómeno puramente imaginario, de carácter autoerótico y de una estructura fundamentalmente narcisista, ya que es al propio yo al que uno ama en el amor. El amor involucra una reciprocidad imaginaria, ya que “amar es, esencialmente, desear ser amado” (Lacan, 1991). Es esta reciprocidad entre “amar” y “ser amado” lo que constituye la ilusión del amor. El amor es un fantasma ilusorio de fusión con el amado, y como tal, es engañoso. “Como espejismo especular, el amor es esencialmente engaño” (Lacan, 1991).


356. Pulsiones sexuales, pulsiones yoicas y narcisismo.

Freud somete a examen el valor de los conceptos de «libido yoica» y «libido de objeto», extraídos de la clínica de la neurosis y la psicosis. “La separación de la libido en una que es propia del yo y una endosada a los objetos, es la insoslayable prolongación de un primer supuesto que dividió pulsiones sexuales y pulsiones yoicas” (Freud, 1914). Freud va a avalar esta división entre las pulsiones en la medida en que ella responde al distingo popular entre hambre y amor. Además, la separación de las pulsiones sexuales respecto de las yoicas no haría sino reflejar la doble función que tiene un individuo de tener a la sexualidad como uno de sus propósitos, a la vez que la de ser un simple apéndice de su plasma germinal, es decir que el sujeto es portador mortal de una sustancia inmortal.

Freud se ve obligado, por el análisis de las neurosis de trasferencia, a adoptar una oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, que además le es útil para pensar la pérdida de la realidad en la psicosis, como introversión de la libido sexual o investidura del yo. A su vez, esto le permitirá aproximarse aún más al conocimiento del narcisismo, y para esto tomará tres caminos: la enfermedad orgánica, la hipocondría y la vida amorosa de los sexos.

Es un hecho que la enfermedad orgánica influye sobre la distribución de la libido. “La persona afligida por un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento” (Freud, 1914). La persona que sufre, “también retira de sus objetos de amor el interés libidinal, cesa de amar” (Freud). En términos de la teoría de la libido, Freud dirá que “El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales para volver a enviarlas después de curarse” (Freud). Al igual que la enfermedad, el estado del dormir también implica “un retiro narcisista de las posiciones libidinales, sobre la persona propia; más precisamente, sobre el exclusivo deseo de dormir” (Freud, 1914). Estos son dos ejemplos de alteraciones en la distribución de la libido a consecuencia de una alteración en el yo.

La hipocondría se exterioriza, al igual que la enfermedad orgánica, “en sensaciones corporales penosas y dolorosas, y coincide también con ella por su efecto sobre la distribución de la libido. [Pero] El hipocondríaco retira interés y libido –esta última de manera particularmente nítida– de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea” (Freud, 1914). También hay otra diferencia entre hipocondría y enfermedad orgánica: las alteraciones son comprobables en los casos de enfermedad orgánica; en la hipocondría, no. Así pues, la hipocondría, al igual que las psicosis en general, dependerán de la «libido yoica», en cambio, la histeria y a la neurosis obsesiva, dependerán de la «libido de objeto».

La tercera vía de acceso al estudio del narcisismo que toma Freud es la vida amorosa del ser humano. El primer señalamiento de Freud a este respecto está referido a la elección de objeto, de la cual hay dos tipos: por apuntalamiento, cuando el sujeto elige un objeto que sustituye a los primeros objetos sexuales, es decir, la madre; y narcisista, que son aquellos sujetos que eligen su posterior objeto de amor, no según el modelo de la madre, sino según el de su propia persona. Y agrega Freud: “En esta observación ha de verse el motivo más fuerte que nos llevó a adoptar la hipótesis del narcisismo” (Freud, 1914).


355. Narcisismo y libido.

Freud se va a apoyar en la vida anímica de los niños y de los pueblos primitivos, para introducir el «narcisismo» como concepto de la teoría de la libido. En aquellos Freud halla rasgos que podrían imputarse al delirio de grandeza: “una sobrestimación del poder de sus deseos y de sus actos psíquicos, la «omnipotencia de los pensamientos», una fe en la virtud ensalmadora de las palabras y una técnica dirigida al mundo exterior, la «magia», que aparece como una aplicación consecuente de las premisas de la manía de grandeza” (Freud, 1914). Freud supone entonces una actitud análoga frente al mundo exterior en los niños, de tal manera que se forma así “la imagen de una originaria investidura libidinal del yo” (Freud), que es cedida después a los objetos. Esta imagen originaria no es otra que la imagen ideal del estadio del espejo, con la que se identifica el sujeto en el proceso de constitución de su Yo.

Así pues, esas irradiaciones de libido que invisten a los objetos, pueden ser emitidas y retiradas de nuevo desde el Yo. Freud establece entonces una oposición entre la «libido yoica» y la «libido de objeto», y establece entre ellas una relación inversamente proporcional: “Cuanto más gasta una, tanto más se empobrece la otra” (Freud, 1914). El paradigma de un estado así es el enamoramiento. En él se observa como el sujeto resigna su narcisismo en favor de la investidura de objeto. Vemos como se reproduce aquí el estadio del espejo, la relación dual especular. Freud diferencia así una energía sexual, la libido -con la que se catectizan los objetos-, de una energía de las pulsiones yoicas. Por un lado están las pulsiones sexuales, y por otro las pulsiones yoicas.

Freud ya había introducido el autoerotismo en este momento de la teoría, y se pregunta sobre su relación con el narcisismo. Como él ha definido al narcisismo como la investidura de la libido en el Yo, ¿qué hacer entonces con el autoerotismo? Freud hace notar que en el individuo no puede haber, desde el comienzo, una unidad comparable al Yo; el Yo es algo que se desarrolla, dice Freud; en efecto, este surge como consecuencia de la identificación del sujeto con su propia imagen en el espejo. Como las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya.


354. Sobre el concepto de «narcisismo» en Sigmund Freud.

El narcisismo empezó siendo una perversión, y describía “aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual; vale decir, lo mira con complacencia sexual, lo acaricia, lo mima, hasta que gracias a estos manejos alcanza la satisfacción plena” (Freud, 1914). Pero Freud hace del narcisismo un rasgo de conducta que aparece en muchas personas, de tal manera que “una colocación de la libido definible como narcisismo podía entrar en cuenta en un radio más vasto y reclamar su sitio dentro del desarrollo sexual regular del hombre” (Freud).

A Freud el narcisismo se le presenta como una barrera en el intento de mejorar el estado del sujeto. Freud concluirá que el narcisismo no es sino “el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación” (Freud, 1914). Freud ha establecido hasta este momento una oposición entre las pulsiones sexuales y las pulsiones del yo, o pulsiones de autoconservación. Pero justamente en este período de 1914 a 1920, él va comprendiendo que las pulsiones del yo son en sí mismas sexuales, lo que lo llevará a establecer un nuevo dualismo pulsional: la oposición entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte –en Mas allá del principio del placer de 1920–.

En cuanto al concepto de libido, Freud lo introdujo desde sus Tres ensayos de teoría sexual, y le fue muy útil en la construcción de su metapsicología –primera tópica–, sobretodo para pensar el aspecto económico de su aparato psíquico. La libido, esa energía sexual del aparato que puede aumentar, decrecer o desplazarse, Freud la introdujo para pensar los afectos en el sujeto, y particularmente, para pensar la angustia. La libido es lo que Lacan va a conceptualizar en términos de goce. En este texto, Freud va a vincular la libido con el narcisismo y la va a llamar «libido del yo».

A partir de la psicosis –la dementia praecox (Kraepelin) o esquizofrenia (Bleuler)–, Freud va a hablar de un «narcisismo primario», debido a que estos sujetos muestran dos rasgos fundamentales de carácter: “el delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés respecto del mundo exterior (personas y cosas)” (Freud, 1914). Pero Freud observa que, también en la neurosis, el sujeto resigna el vínculo con la realidad, sin que se cancelen los vínculos eróticos con las personas y las cosas. Este vínculo los neuróticos lo siguen conservando en la fantasía; “vale decir –dice Freud–: han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo o los han mezclado con estos, por un lado; y por el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus fines en esos objetos” (Freud). A esto Jung lo llamó «introversión de la libido». En los psicóticos, en cambio –a los cuales Freud llama en este momento «parafrénicos»–, sucede que “retiran realmente su libido de las personas y cosas del mundo exterior, pero sin sustituirlas por otras en su fantasía” (Freud).

Freud se pregunta: ¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la esquizofrenia? El delirio de grandeza indica aquí el camino: la libido de objeto, la libido sustraída del mundo exterior, es trasladada al yo, lo que hablaría de un estado narcisista del sujeto. La hipótesis de Freud es que el delirio de grandeza no es una creación nueva del sujeto, sino “la amplificación y el despliegue de un estado que ya antes había existido” (Freud, 1914). Por tal razón, el narcisismo que se produce por el replegamiento de las investiduras de objeto, no es sino un «narcisismo secundario», que se edifica sobre la base del «narcisismo primario».