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529. Libido y transferencia

Para Freud “el análisis era esencialmente un ejercicio de lectura, de desciframiento, en el que el analista guía al paciente” (Miller, 2023), lo guía en la medida en que le solicita al paciente cumplir con la técnica psicoanalítica: asociar libremente, es decir, comunicar todas sus ocurrencias sin censurarlas, así le parezcan indecorosas, indebidas o ilógicas. “El análisis es una lectura del inconsciente asistida por el psicoanalista” (Miller). Aquí Freud se encontró con lo que denominó la transferencia, es decir, la importancia que cobra para el paciente su psicoanalista, el cual, no le es para nada indiferente. El analista pasa a estar investido de libido, cargado de interés y de afecto. La libido es precisamente “el nombre que Freud daba a esa cantidad móvil de interés psíquico con connotación sexual” (Miller) y que el paciente le dirige al analista, valorizándolo.

En la transferencia se desplazan afectos al analista que provienen de los vínculos establecidos con los primeros objetos de amor y de deseo que establece el niño en su infancia con sus cuidadores; así pues, “la transferencia se debe al desplazamiento sobre la persona del analista de un conjunto de sentimientos que se referían originalmente a los personajes fundamentales de la historia del paciente, especialmente a los padres” (Miller, 2003); el psicoanalista, al igual que todas las personas con las que el sujeto establece un vínculo afectivo posterior a su infancia, es un heredero de esos primeros vínculos afectivos. En un primer momento a Freud “este hecho le pareció fastidioso, molesto, y después le dio una connotación positiva hasta hacer de él una condición sine qua non del análisis” (Miller, 2003). Lo importante de que esta libido infantil se movilice hacia el analista, es que la transferencia traduce ya un primer levantamiento de la represión.

“La emergencia de la transferencia señala la adopción del analista por el analizante: el analista entra en la familia” (Miller, 2023), constituyéndose en la autoridad de los padres del sujeto, del Otro primordial, lo cual permite que el paciente le dé crédito a la palabra de su analista, de tal manera que la interpretación tenga la posibilidad de dar resultado, de tener efectos sobre aquél (Miller). Entonces, a partir del momento en que se reconoce la autoridad del analista, éste tiene el poder de guiar la lectura del inconsciente del paciente. Esta es la razón por la que Freud “hizo de la transferencia la condición de la interpretación” (Miller). Así es como comienzan los análisis: el psicoanalista “espera verse investido por una posición de dominio para interpretar” (Miller), o mejor, ayudar a interpretar; quien fundamentalmente interpreta al inconsciente es el paciente, por eso Lacan lo llama «analizante». Lo que sucede es que éste no sabe leer su inconsciente solo, no sabe la significación de su síntoma; el analista le va a ayudar a leerlo, sobre todo invitándolo a asociar libremente.


525. La escucha analítica y la interpretación

Miller (2021) realiza una conferencia por zoom dirigida a los rusos sobre lo que es la escucha analítica. Veamos lo que él dice allí sobre esta. Miller empieza indicando que hoy se acepta en todo el mundo que escuchar a alguien decir sus desdichas, decir lo que le pasa en su vida y le es doloroso, escucharlo sin sancionarlo, sin castigarlo, sin desaprobarlo, se admite que esto le hace bien al sujeto; ser escuchado de esa manera, sin juzgarlo, le produce una gran satisfacción, al sujeto, un alivio; por eso es siempre terapéutico poder hablar de lo que causa sufrimiento.

Así pues, en la civilización universal de hoy la escucha como tal es muy valorizada, incluso por la mayoría de las prácticas psicológicas. Esto es algo conocido desde siempre, por la práctica de la confesión en el discurso religioso; pero, ojo, “el dispositivo de la confesión es totalmente diferente al dispositivo freudiano” (Miller, 2021). La confesión es un sacramento que busca perdonar los pecados del quien se confiesa; Dios es quien juzga y ante sus ojos el sujeto es culpable. En el dispositivo freudiano no hay un gran juez; no hay pecado, no hay castigo ni perdón. Escuchar a alguien es aceptarlo, y solo por esto, ya está perdonado, sin importar lo que haya hecho, lo cual produce un alivio en el sujeto. Esto se observa claramente en los homosexuales que no han confesado a su familia y amigos que lo son, porque se sienten culpables de serlo. Cuando lo confiesan en el dispositivo analítico, se quitan un peso de encima; igual sucede cuando se lo hacen saber a la familia y amigos.

La entrada en análisis es, pues, una liberación. Lo mismo sucede con los trans cuando dicen que es natural querer cambiar de sexo. Estas son las cosas que hay que escuchar en el dispositivo, ya que el dispositivo dice otra cosa, va más adelante que los psicoanalistas. “Hay que intentar atrapar los efectos del psicoanálisis que van más rápido que los psicoanalistas” (Miller, 2021). Esto tiene como efecto la despatologización de las enfermedades mentales, de tal manera que las enfermedades mentales dejan de ser enfermedades y pasan a ser formas de ser. Esta es una de las consecuencias del dispositivo de escucha del psicoanálisis en la cultura.

La escucha analítica va acompañada de la interpretación. Dice Miller (2021) en su conversación con los rusos que ella es en el fondo esto: «Te digo que dijiste otra cosa que lo que querías decir». Es algo que enseña el psicoanálisis desde sus comienzos: el sujeto no sabe lo que dice; el sujeto siempre dice más de que quiere; el sujeto no controla su pensamiento, lo cual le cuesta reconocer: que él no es el amo de su propia casa, que hay Otro dentro de él que lo gobierna. Es lo que se encuentra cada vez que hay un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y dice otra; por ejemplo, dice “mi madre” en lugar de decir “mi mujer”. “El Otro dice otra cosa de lo que yo quería decir; el Otro es más fuerte que yo. ¿Cómo puede ser esto así? En el interior de cada uno hay un Otro (por eso Lacan lo escribe así, con mayúscula) más poderoso que actúa. Y no es un tumor que se quita con una cirugía” (Miller). Ese Otro es la otra escena de la que hablaba Freud, el sujeto del inconsciente decía Lacan. Ahora bien, ese Otro no actúa de la misma manera en la cabeza de un neurótico que en la cabeza de un psicótico. En la psicosis ese Otro se puede presentar como una voz que le habla al sujeto en su cabeza.

Con la homofonía de las palabras también sucede que Ud. puede decir una cosa que puede ser escuchada de otra manera; igual sucede cuando hay repetición de significantes en el discurso del sujeto; esto es lo que escucha e interpreta el psicoanalista, esos «juegos de palabras». Así pues, “se le otorga un privilegio a la escucha sobre la interpretación. Es la escucha sin interpretación” (Miller, 2021). Esto es problemático, porque hoy en día se cree que lo que él dice el sujeto, esa es la verdad, que es así. Por ejemplo, cuando un niño trasn de cuatro años dice “no es mi cuerpo, necesito otro”, esto trae una enorme presión que se ejerce sobre la familia para satisfacerlo, y se corre a cambiarle el nombre, se le somete a tratamientos hormonales y se planea su cirugía para el cambio de sexo. Pero es un niño de cuatro años y puede cambiar de opinión. Sus palabras pueden ser la manera de interpretar un malestar que tiene y la verdad de este malestar quizá es diferente (Miller). El psicoanálisis ha hecho de la escucha un dispositivo universalmente apreciado, pero tomar la palabra del otro como verdadera es una manera de rechazar la interpretación de la palabra del Otro. El niño trans dice eso, pero se le puede interpretar de otra manera.


524. La Ley Trans: Género, identidad sexual y sexuación

En Colombia ha iniciado el trámite el proyecto de ley que busca reformar y actualizar el Código Electoral colombiano. El artículo 89 plantea la ‘corrección del componente sexo’ en los documentos de identificación y registros civiles (artículo que ya ha sido retirado de dicho proyecto). Lo anterior significa que cada sujeto podrá definirse como masculino, femenino, transexual, no binario y todas las demás identidades sexuales que eventualmente se reconozcan legal o jurisprudencialmente. El problema aquí es que hay un parágrafo, el número 2 de dicho artículo, que plantea que “podrá tramitarse la corrección del componente sexo de los menores de edad, a partir de los cinco años”. Esto significa que a partir de los cinco años a un niño le pueden cambiar el sexo en su identificación. No se trata del sexo biológico, sino el de su identidad sexual. ¿Puede un niño, a sus cinco años, antes de la barrera del incesto, definir su identidad sexual? ¿Puede también, a esta edad, cambiar el sexo en su identificación? Lo que la clínica nos muestra es que ya hay niños trans desde los siete años; antes, no sé. Pero la pregunta es: ¿puede un niño de cinco años autodeterminarse? En Colombia, desde el 2015 existe un decreto, el 1227 del 4 de Junio, en el que una persona puede corregir el componente sexo en el Registro del Estado Civil de nacimiento, y tiene como requisito la presentación de la cédula de ciudadanía; los menores de edad lo pueden hacer en compañía de un representante legal del menor, reconociendo el derecho fundamental del libre desarrollo de la personalidad y de la autodeterminación de los menores de edad; el decreto no indica desde qué edad un menor puede solicitar dicho cambio (fallo de tutela T-675 de 2017 de la Corte Constitucional).

En España el tema también está candente (en Francia y EE. UU. igual). Hay una Ley Trans presentada por el partido político Unidas Podemos que propone que los menores, entre los 14 y los 16 años, podrán presentar la solicitud de cambio de sexo por sí mismos -aunque asistidos por sus representantes legales- y los que tienen entre 12 y 14 años necesitarán autorización judicial. Aquí ya se trata del cambio de sexo real, lo cual también define su identidad. Una de las enmiendas al proyecto plantea que los menores de 12 años también puedan cambiar de sexo. «La autodeterminación de género se concedería a aquellos que lleven dos años con el nombre cambiado (…) La autodeterminación de género de la Ley Trans quiere permitir a los menores elegir, decidir y actuar libremente respecto a su sexo-género, sin la interferencia de sus padres o progenitores.» (Arribas, 2022).

Para el psicoanálisis la cuestión se juega en cuanto al goce: cómo cada sujeto se ubica en cuanto al goce, lo que se denomina la sexuación; esto es algo que según Lacan «no es en sí mismo cultural, aunque esté afectado por lo cultural. Decir que la sexuación no es cultural es decir que no se puede colectivizar» (Arribas, 2022). La sexuación tiene que ver con cómo el cuerpo se sexualiza, lo cual no tiene que ver con la biología ni con la distinción sexual que se hace al observarlo, de que se tiene o no se tiene un pene. La sexuación tampoco tiene que ver con la identificación, es decir, con los ideales de masculinidad y feminidad que el Otro, la cultura, le provee al sujeto, lo que tiene que ver con el discurso de género, ese que alude al conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres (los roles sociales asignados a los hombres y las mujeres). Lacan va a pensar la sexuación del cuerpo a partir de una elección que hace el sujeto en relación con el goce (Brodsky, 2004), es decir, él se ubica del lado masculino o del lado femenino con relación al goce, goce que en el psicoanálisis es, aparentemente, binario: goce fálico -masculino- y goce del Otro -femenino-. Digo aparentemente porque la mujer comparte con el hombre el goce fálico. Para el hombre, no existe más goce que el goce fálico, es decir, un goce limitado, sometido a la castración, goce fálico que constituye la identidad sexual del hombre. El goce femenino es un goce distinto, un goce Otro que no tiene límites, indecible para las mujeres.

Resumiendo, hay el cambio de sexo y hay la identidad sexual, y tenemos tres aspectos en juego: la posición sexual, que el sujeto se sienta ser un hombre o una mujer independientemente de su sexo biológico; esto es algo íntimo, subjetivo, que depende del paso del sujeto por su complejo de Edipo y de la sexuación, la posición que asume el sujeto con relación al goce y que responde a dicha historia infantil. Y el discurso de género, que determina el rol que como hombre o mujer debe cumplir un sujeto en la sociedad; el género es una ordenación y distribución cultural o social de posiciones. Ahora bien, con respecto a la identidad sexual, para el psicoanálisis el sujeto no nace siendo hombre o mujer; se llega a ser un hombre o una mujer. No se nace siendo heterosexual, ni homosexual ni transgénero, se llega a serlo; ser hombre o mujer es una conquista subjetiva del sujeto que se alcanza en la primera infancia (antes de los seis años), elección que es producto de los vínculos afectivos que el niño experimenta en su relación con los primeros objetos de amor y de deseo, es decir, las personas que participaron en su crianza, y que el psicoanálisis denomina Complejo de Edipo. “El reconocimiento de que la infancia está atravesada por la sexualidad se lo debemos a Freud” (Arribas, 2022), y es en la primera infancia donde el sujeto conquista una posición sexual que involucra tanto su goce, su identidad y lo cultural. 

Entonces, si un niño dice que quiere cambiar de sexo, ya sea su identidad o su sexo biológico, hay, por supuesto, que escucharlo, pero “el psicoanálisis no propone simplemente escuchar al niño y tomar sus dichos como verdaderos, al pie de la letra (…) la escucha no puede ir sin interpretación. La interpretación no consiste en creer al niño o verificar lo que dice, sino en leer lo que escapa a la intención de la significación, esto es, apuntar a su saber inconsciente” (Arribas). Es decir que cuando el sujeto habla, él siempre quiere decir alguna otra cosa; es lo que nos enseña el psicoanálisis: que los dichos del sujeto no son su verdad; que detrás de los dichos hay una verdad velada, oculta, que hay que interpretar, es decir, descifrar. Mientras que la Ley Trans toma la palabra del niño como su verdad, apuntando a respetar sus derechos humanos, el psicoanálisis, en cambio, propone cuestionar, interrogar la palabra del niño para descifrar lo que hay detrás de su demanda. Esto le permitiría tomar una mejor decisión.


522. ¿Cómo se interpreta un sueño?

El sueño, lo dice Freud (1915-16) claramente, «es un sustituto de algo cuyo saber está presente en el soñante. pero le es inaccesible» (p. 103). El sueño, al igual que las otras formaciones del inconsciente -olvido, actos fallidos, chistes y síntomas-, es un sustituto de otra cosa, desconocida para el soñante, es decir, inconsciente. «El sueño como un todo es el sustituto desfigurado de algo diverso, de algo inconsciente, y la tarea de la interpretación del sueño consiste en hallar eso inconsciente» (p. 103).

Freud (1915-16) va a plantear tres reglas para el trabajo de interpretación del sueño. Antes de mencionarlas, recuérdese que lo que le interesa al psicoanálisis del sueño es su contenido, es decir, lo que el sujeto recuerda que soñó. Hay una fisiología del sueño, la cual tiene que ver con el ciclo del sueño por el que pasa el sujeto cuando duerme: hay un ciclo de sueño profundo, denominado MOR (movimiento ocular rápido) y un ciclo de sueño leve, denominado no-MOR. Ese ciclo se repite durante el tiempo en el que duerme el sujeto, y el sueño se presenta en el ciclo MOR. Esto significa que todo sujeto sueña varias veces en la noche (suponiendo que es el momento en el que se duerme), Las personas que no recuerdan sus sueños, es porque en el momento de despertar, reprimen su contenido y lo olvidan.

Entonces, las tres reglas para la interpretación del sueño, haciendo uso de la técnica psicoanalítica de la asociación libre, es la siguiente. Primero, «no hay que hacer caso de lo que el sueño parece querer decir, sea comprensible o absurdo, claro o confuso, pues nunca será eso lo inconsciente que buscamos» (Freud, 1915-16, p. 104). Recuérdese que los elementos oníricos que se recuerdan del sueño no son sino sustitutos del contenido inconsciente reprimido.

Segunda regla: hay que tomar cada elemento onírico que aparece en el sueño y empezar a asociar libremente sobre él, es decir, evocar todas las ocurrencias asociadas a aquel, sin examinar si es pertinente o no lo que se está pensando de cada elemento, y sin hacer caso de cuán lejos pueden llevar las asociaciones. Tercera regla: tener paciencia y esperar a que «lo inconsciente oculto, buscado, se instale por sí solo» (Freud, 1915-16, p. 104). Y en efecto, esto es lo que sucederá cuando se asocia libremente (se expresan todas las ocurrencias) sobre cada elemento que aparece en el sueño.

Recuérdese que el sueño es un sustituto desfigurado de algo genuino, que es lo que se va a encontrar en la interpretación del sueño. Freud insinúa que es posible interpretar un sueño propio, tanto como un sueño ajeno, siempre y cuando se comuniquen todas las ocurrencias sobre el sueño, y sin hacer caso a pensamientos como que una ocurrencia no viene al caso, o es disparatada, o no es importante, o es inmoral o desagradable; ¡hay que comunicarlo todo! Y, advierte Freud (1915-16), lo que se quiere sofocar, censurar o reprimir, es lo más importante, lo decisivo para descubrir lo inconsciente. Detrás del elemento sustitutivo del sueño «tiene que haber algo significativo» (p. 106).

Se denomina contenido manifiesto a lo que se recuerda del sueño, y «pensamientos latentes del sueño a aquello oculto a lo cual debemos llegar persiguiendo ocurrencias» (Freud, 1915-16, p. 109). Casi siempre, el contenido manifiesto del sueño se relaciona con experiencias del día anterior al sueño (restos diurnos): algo que se vivió, se vio o se escuchó. Así pues, un elemento manifiesto puede subrogar a varios latentes, o uno latente puede estar sustituido por varios manifiestos (Freud, 1915-16). Lo que va a revelar la interpretación del sueño es el descubrimiento más importante que hace Freud sobre ellos: todo sueño es la realización de deseos inconscientes reprimidos; los sueños cumplen deseos reprimidos, deseos que no son evidentes en los sueños desfigurados. «Los deseos de estos sueños desfigurados son deseos prohibidos, rechazados por la censura» (p. 196), es decir que son deseos reprimidos. «Estamos obligados a poner de manifiesto el cumplimiento de deseo en cualquier sueño desfigurado» (p. 201). Se denomina trabajo del sueño a dicha desfiguración.


406. El síntoma es un modo de gozar del inconsciente.

Sabemos del inconsciente por sus efectos en el sujeto que los padece, es decir, por sus formaciones –olvidos, sueños, chistes, síntomas y actos fallidos–. El sujeto es entonces sorprendido por un significante que irrumpe de manera inesperada en lo que dice como hablanteser. De este modo, el lugar del inconsciente no se parece en nada a algo profundo o escondido en algún lugar. Lacan (1974) deshace la idea de que el inconsciente es algo sumergido y profundo, sino que es algo más bien superficial. El inconsciente está en la superficie, en la superficie del discurso del sujeto.

El síntoma es el efecto de la invasión de lo simbólico sobre lo real. Si Lacan ubica al inconsciente en la superficie del discurso del sujeto, es para mostrar que lo simbólico no puede absorber al inconsciente, pues este no se reduce a él. Hay un real en juego en el síntoma, real que se manifiesta allí donde el inconsciente es discontinuidad.

La interpretación analítica debe apuntar a ese real, debe apuntar a una vía que es el reverso de nutrir el síntoma de sentido. En su seminario R.S.I., Lacan (1975) invoca el parentesco que hay entre el sentido y la buena forma, esa buena forma que hace a la Gestalt, esa que tiende a completar la imagen. Lacan indica como el sentido tiende a buscar la «buena forma», de tal manera que, de sentido en sentido, el síntoma se alimenta, y este no es el camino que propone Lacan para tratar el síntoma.

El síntoma, tratamiento de lo real por lo simbólico, sólo puede ceder en y por el equívoco, cuando la intervención del analista consigue romper la esperada y natural «buena forma» que se aloja en el sentido. El equívoco, en lugar de inflar el sentido, hace ruptura. En la Conferencia La Tercera, Lacan (1974) insiste en que la interpretación no es interpretación de sentido, sino juego con el equívoco. El sentido es lo opuesto a lo real.

Es justamente en R.S.I. donde Lacan (1975) va a definir al síntoma como «lo que no marcha en lo real». También aquí Lacan va a definir al síntoma «como la manera en la que cada uno goza del inconsciente en tanto que el inconsciente lo determina». Esta segunda definición nos señala el doble lazo que tiene el síntoma con el goce y con el inconsciente. Lacan lo va a definir como una función: f(x) escribe Lacan, donde «f» es la función de goce real del síntoma, y «x» es, en sus propias palabras, «lo que del inconsciente puede traducirse con una letra», es decir, un S1 aislado en el inconsciente que puede representar al sujeto, pero que, aislado de todo S2, funciona sólo como «Uno», como función de goce del síntoma. Esto va a ser en Lacan solidario de una redefinición del síntoma: es lo que él va a llamar «sinthome». El síntoma, a partir de R.S.I. no es solamente un mensaje, sino un modo de satisfacerse, un modo de gozar.


404. Sinthome.

Freud definió el síntoma de dos maneras: la primera es la del sentido, la cual muestra al síntoma como un mensaje cifrado, portador de un sentido, que puede ser develado, es decir, descifrado por la interpretación. La segunda manera de definir el síntoma es la del goce, con la que Freud especifica el síntoma como un modo de satisfacción, una extraña satisfacción, porque va más allá del placer; se trata de una satisfacción en el displacer.

La vía simbólica del síntoma es, entonces, la primera, en la que el síntoma involucra un sentido que ha sido reprimido, por lo que él se le presenta al sujeto como un enigma. Pero como el fantasma fundamental incide sobre el síntoma, como el fantasma y el síntoma se enlazan, el síntoma pasa a ser un efecto especial de significado del Otro; es decir, la pulsión y el inconsciente se conectan, produciéndose una articulación entre sentido y goce. Esta es la vía real del síntoma, en la que sentido y goce se enmarañan y pasan a ser identificados, en una nueva definición de Lacan (1974) de síntoma, como sentido–gozado. Esta definición del síntoma como sentido–gozado sólo se hace posible a partir de la introducción del nudo borromeo en el seminario 22, RSI. El síntoma pasa a ser pensado bajo este modelo como un anudamiento de lo real, lo simbólico y lo imaginario.

El cambio en la definición del síntoma a partir de R.S.I en Lacan (1974), se puede describir también como el cambio del síntoma como metáfora, al síntoma como función, es decir, como «sinthome», cuarto redondel del nudo borromeo. El síntoma como metáfora contenía en sí mismo la posibilidad de su curación. La metáfora, en efecto, así como se hizo también puede deshacerse. Pero a partir de RSI, hay un desplazamiento hacia lo real del concepto de síntoma, en el que Lacan pasa a definir el síntoma como «la manera en la que cada uno goza del inconsciente en tanto que el inconsciente lo determina», quedando así anudados, a partir de ahora, goce e inconsciente, y destacándose también, la función de goce del síntoma.


399. Repetición y tyché.

La referencia esencial de la repetición es la escritura, y esta es la razón para que se pueda vincular el síntoma a la modalidad de la necesidad. El síntoma es definido entonces por Lacan como «lo que no deja de escribirse», lo cual permite captar la dimensión de la repetición en él, y hace necesaria la referencia a la escritura. La repetición, al igual que el inconsciente, también nos presenta dos caras: una simbólica y otra que es real. La repetición como retorno de lo reprimido es la vertiente simbólica de la repetición, que se funda en el automatón del inconsciente, o en el inconsciente automatón. La repetición en su vertiente real no tiene que ver con esta repetición simbólica, sino con la tyché (Miller, 2002).

La tyché tiene que ver con lo real como encuentro, es decir, con el trauma, y lo traumático de un sujeto es siempre algo inasimilable: el goce sexual. Precisamente, la repetición no es otra cosa que la huida del sujeto de ese real sexual que es inasimilable. A medida que el sujeto se aproxima a lo real, la repetición es una huida a fin de no encontrar ese real. Por eso Miller (2002) corrige, si se puede decir así, la definición de Lacan de lo real como lo que vuelve siempre al mismo lugar, diciendo que “…lo real es lo que vuelve al mismo lugar donde el sujeto, en tanto piensa, no lo encuentra, lo evita: esta en el mismo lugar en tanto el sujeto lo evita.” (p. 55).

El tratamiento de lo real por lo simbólico se hace con la interpretación. Y la interpretación necesita, primero, que la transferencia ya esté instalada en el dispositivo, y segundo, que el inconsciente haya tenido tiempo para realizarse, es decir que el inconsciente no se realiza de un solo golpe. El inconsciente necesita de una regularidad –las sesiones mismas del análisis– para que ocurra lo que se llama el acontecimiento imprevisto. Un acontecimiento imprevisto es un acontecimiento que importa, que no se borra, que transforma lo real en un saber; es el acontecimiento mismo del inconsciente, y a esto hay que darle tiempo para escucharlo (Dassen, 2000). El ritmo mismo de las sesiones de análisis, se da a partir de las irrupciones del inconsciente, es decir, que ese inconsciente, a partir de las escansiones, se va convirtiendo en un saber, un saber que cifra un goce particular: la realización sexual.

Una sesión orientada por lo real hace que un analista dirija el tiempo de la sesión. Pero las sesiones cortas no funcionan si el analista no puede leer los efectos de sus actos; las sesiones cortas no son tampoco un estándar, ni un ideal. Las sesiones cortas, dice Dassen (2000), tienen una estructura homóloga a la del inconsciente. Hay sujetos que necesitan un tiempo fijo de la sesión, y otros que necesitan ser movilizados gracias a las sesiones de duración variable –p. ej. En el caso de un obsesivo homeostático: hay que interferir esa homeostasis, reventar el goce masturbatorio del obsesivo, citándolo con cierta variabilidad–.


392. «El psicoanálisis no es una ciencia».

En su visita a los Estados Unidos, en 1975, al Instituto de Tecnología de Massachusetts, Lacan declaró que «el psicoanálisis no es una ciencia». Él llegó a esta conclusión después de haber ubicado al psicoanálisis en el campo de la ciencia durante décadas. Lacan siempre trató de darle al psicoanálisis el estatuto de ciencia, “primero por medio de la lingüística y la antropología, y más tarde a través de las matemáticas y la lógica” (Bassols, 2014). Freud también trato de situar al psicoanálisis del lado de las ciencias naturales, como una práctica derivada de la medicina. Fue en los años cincuenta que Lacan sitúa al psicoanálisis en el campo de la antropología estructural y la lingüística, haciendo una ruptura epistemológica con las ciencias naturales (Bassols).

El psicoanálisis no es, pues, una ciencia, pero sí es una práctica que se ocupa de lo real, un real que es diferente de lo real de la ciencia. ¿Qué diferencia al real de la ciencia del real del psicoanálisis? ¿Hay alguna relación entre ellos? (Bassols, 2014). Lo primero que hay que aclarar es que, ni en la ciencia ni en el psicoanálisis, lo real es la realidad. “El progreso de la ciencia en sí ha sido fundado en esta distinción: lo real calculado y construido por la ciencia no tiene nada que ver en última instancia con la realidad de la materia” (Bassols). Así pues, lo real de la ciencia no es equivalente a la materia; con la física cuántica la materia se ha desvanecido en trozos de reales, a tal punto que “la nueva epistemología de la ciencia establece que cada ciencia tiene su propio poco de real” (Bassols).

¿Cuál es pues el lugar del psicoanálisis en el campo de las ciencias? Lacan respondió a esta pregunta diciendo que el sujeto de la ciencia es el sujeto del psicoanálisis, ese sujeto del que se ocupa el psicoanálisis en su práctica, ese sujeto que cuando sufre, cuando padece de un síntoma que le produce un malestar, “da cuenta de un real que rompe la homeostasis en la vida” (Bassols, 2014), real que Lacan denominó «goce», esa extraña satisfacción que el sujeto encuentra en el dolor, en el displacer, en el sufrimiento.

“¿Por qué el psicoanálisis no puede ser considerada como una ciencia en su sentido moderno?” (Bassols, 2014). Cuando un sujeto sufre con un síntoma, no es posible ninguna ciencia. ¿Cómo evaluar por el método científico lo singular de un síntoma psíquico en el sujeto? El método científico se basa en la cuantificación de los fenómenos, ¿cómo, entonces, se podría medir el sufrimiento subjetivo? ¿Cómo podríamos hacer medible el sentido del sufrimiento y el malestar en general, el significado subjetivo de un síntoma, el significado de una experiencia, un evento significativo para la vida de un sujeto? (Bassols) Esto es lo que ha llevado a la realización de cuestionarios completamente absurdos, que con la etiqueta de «científicos» hace preguntas como ésta: «¿Se ha sentido feliz en los últimos siete días? Elija su respuesta en una escala de 1 a 10». “No, usted no puede hacer medible el significado de una experiencia subjetiva” (Bassols). La cuantificación no puede aplicarse a todos los fenómenos humanos. Cuando se trata de una experiencia subjetiva, ya no puede aplicar el método científico.

Además, más evidente aún, si el psicoanálisis no es una ciencia es porque las condiciones de reproducibilidad del método científico no son posibles cuando se aborda la subjetividad. La condición de reproducibilidad de una experiencia consiste en obtener los mismos resultados bajo las mismas condiciones. “¿Cómo se podría reproducir la experiencia de una sesión psicoanalítica, o una interpretación psicoanalítica? Es completamente imposible” (Bassols, 2014). Cuando se trata con el sujeto del inconsciente, se lidia con un real que no se puede reproducir. “No se puede reproducir en las mismas condiciones las formaciones inconscientes, que son la emergencia del sujeto del psicoanálisis; no se puede reproducir en las mismas condiciones, un sueño y su interpretación, no se puede reproducir en las mismas condiciones una operación fallida, un lapsus freudiano, o lo que es más importante, no se puede reproducir el efecto de una misma interpretación psicoanalítica. La interpretación que ha sido eficaz en un caso de neurosis obsesiva no necesariamente va a ser eficaz en otro caso de neurosis obsesiva. El psicoanalista, siguiendo los consejos de Freud, tiene que tomar cada caso como un caso completamente nuevo” (Bassols).


381. El poder discrecional del oyente.

¿Qué pasa cuando el analizante habla, cuando un hablante se dirige a un oyente? Desde el momento en que hay uno que habla, se puede ubicar también el lugar del Otro, que es el lugar en el que se encuentra el analista que escucha. Lo que sucede es que el oyente es quien tiene la decisión respecto de lo que el hablante ha dicho; esto porque la estructura misma de la palabra hace que lo que uno quiere decir sea decidido, no por el sujeto que habla, sino por el que escucha; depende del Otro el sentido de lo dicho.

El sentido profundo de la palabra es decidido por el receptor; a esto Lacan lo llamó «el poder discrecional del oyente»; es un poder que implica una gran responsabilidad por parte de la persona del analista, ya que con él puede hacer sugestión o desciframiento; la práctica analítica es una práctica de desciframiento, y de esta manera se vincula con la función de la palabra. Freud (1976), al respecto dice: «En verdad, entre la técnica sugestiva y la analítica hay la máxima oposición posible: aquella que el gran Leonardo Da Vinci resumió, con relación a las artes per vía di porre y per vía di levare. La pintura, dice Leonardo, trabaja per vía di porre; en efecto, sobre la tela en blanco deposita acumulaciones de colores donde antes no estaban; en cambio la escultura procede per vía di levare pues quita de la piedra todo lo que recubre las formas de la estatua contenida en ella. De manera en un todo semejante, señores, la técnica sugestiva busca operar per vía di porre; no hace caso del origen, de la fuerza y la significación de los síntomas patológicos, sino que deposita algo, la sugestión, que, según se espera, será suficientemente poderosa para impedir la exteriorización de la idea patógena. La terapia analítica, en cambio, no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena, cuya eliminación se propone como meta» (p. 250).

Esta estructura de la palabra demuestra que hay una escisión entre lo que uno dice y lo que se quiere decir, o sea que el lenguaje hace del ser hablante un ser dividido siempre entre enunciado y enunciación. El hablante depende entonces de la respuesta del oyente; el analista en cuanto intérprete opera desde este lugar y desde ahí también operan todos las psicoterapias que lo único que terminan haciendo es sugestión, puesto que se dirigen al sujeto del enunciado olvidando el sujeto de la enunciación. Si Freud rechaza las técnicas de la hipnosis y la sugestión es porque él se da cuenta que dirigiéndose al Yo, el psicoanalista no puede hacer otra cosa que sugestión, y esta no permite la emergencia del sujeto del inconsciente (sujeto de la enunciación) desconociendo, por lo tanto, la significación de los síntomas y la emergencia de su deseo, el cual aparece velado en las palabras o el decir del paciente. Es al analista al que le toca correr ese velo por medio de la interpretación que se debe ceñir a las leyes del Otro o del lenguaje: «Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurose; encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantes del carácter, sellos del autocastigo, disfraces de la perversión; tales son los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve, los artificios que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto hasta la palabra dada del misterio y el perdón de la palabra» (Lacan, 1981, p. 270).


380. El sujeto recibe su propio mensaje en forma invertida.

Lacan (1981) va a aclarar cómo la comunicación en el tratamiento psicoanalítico tiene unos rasgos particulares que cuestionan a las teorías de la comunicación, las cuales presentan a la comunicación como un proceso simple en el que un emisor le envía un mensaje a un receptor. El psicoanálisis nos enseña que en la palabra del emisor hay una intencionalidad que va más allá del propósito consciente del sujeto, y que el emisor es siempre al mismo tiempo un receptor.

Así pues, el analizante, cuando habla, también se dirige un mensaje a sí mismo, sólo que no es consciente de esto. Parte de la tarea del analista consiste en hacer posible que el analizante oiga el mensaje que se está dirigiendo inconscientemente a sí mismo. De hecho, esto es en sí el inconsciente: eso que el sujeto dice de más, o de menos, y que escapa a su intencionalidad consciente. La interpretación tiene la función de devolverle el mensaje al sujeto en su verdadera dimensión. De aquí que Lacan (1981) defina la comunicación analítica como el acto mediante el cual “el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida, [es decir], que la palabra incluye siempre subjetivamente su respuesta” (p. 287).

Lo que se busca en la palabra, dice Lacan (1981), es la respuesta del Otro. Llamar a alguien con su nombre, es darle cabida a la función subjetiva que el lenguaje define en su expresión. Aparece entonces así, “la función decisiva de mi propia respuesta y que no es solamente, como suele decirse, ser recibida por el sujeto como aprobación o rechazo de su discurso, sino verdaderamente reconocerlo o abolirlo como sujeto. Tal es la responsabilidad del analista cada vez que interviene con la palabra.” (p. 289).

Las psicoterapias, al igual que el psicoanálisis, tienen como herramienta a la palabra. Toda palabra llama, entonces, a una respuesta; es en el tipo de respuesta que se le da a la palabra, donde podemos hallar la diferencia entre psicoterapia y psicoanálisis. «Mostraremos que no hay palabra sin respuesta, incluso si no encuentra más que el silencio, con tal de que tenga un oyente, y que‚ este es el meollo de su función en el análisis» (Lacan, 1981, p. 237). Dicha respuesta depende de la concepción que tenga el analista sobre la función de la palabra en el análisis.