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539. ¿Cómo explica el psicoanálisis la parálisis del sueño?

«La interpretación de los sueños (1900)» es el texto con el que Freud dio a conocer al mundo científico y académico su teoría psicoanalítica; sin embargo, no abordó específicamente la parálisis del sueño en su obra. Este fenómeno ha sido estudiado principalmente en el ámbito de la medicina y la psicología contemporáneas, donde su explicación se encuentra en términos de neurociencia y fisiología del sueño.

Las teorías neuropsicológicas contemporáneas consideran que la parálisis del sueño es un trastorno en el cual una persona, al despertar o quedarse dormida, experimenta una incapacidad temporal para moverse o hablar. Esto suele ir acompañado de sensaciones de presión en el pecho, alucinaciones visuales o auditivas, y una sensación de terror por la imposibilidad de moverse o levantarse. Se cree que este fenómeno está relacionado con una interrupción en la transición entre las etapas del sueño REM (movimiento ocular rápido) y el sueño NREM (no REM), lo que puede temporalmente desconectar la mente del cuerpo.

Así, los investigadores contemporáneos relacionan esta parálisis con aspectos neurofisiológicos y la interrupción en la transición entre las etapas del sueño REM y NREM. Se centran en la actividad cerebral durante el sueño y cómo pueden ocurrir disfunciones en el proceso de despertar del sueño REM. Durante el sueño REM, el cuerpo se paraliza naturalmente para evitar que las personas actúen físicamente sus sueños, como ocurre en el sonambulismo, considerado también un trastorno del sueño.

En el caso de la parálisis del sueño, esta parálisis temporal puede persistir brevemente, causando la sensación de estar atrapado en el propio cuerpo o incluso de separación del mismo (lo que la parapsicología denomina desdoblamiento). Las explicaciones de la mitología popular atribuyen la parálisis a la presencia de íncubos, duendes, demonios o brujas.

¿Cómo explica el psicoanálisis la parálisis del sueño? Para el psicoanálisis, la parálisis del sueño responde a un conflicto psíquico entre dos fuerzas en pugna, similar a lo que sucede en la formación de un síntoma psíquico. Este conflicto es siempre una formación de compromiso entre dos fuerzas opuestas que buscan su satisfacción: lo represor (las demandas morales y culturales) y lo reprimido (las demandas pulsionales y deseos reprimidos).

En la parálisis del sueño, las dos fuerzas en conflicto son las demandas culturales que exigen al sujeto cumplir con sus deberes y tareas, y la realización de un deseo muy poderoso en los individuos: el deseo de seguir durmiendo y descansar. Por esta razón, la parálisis del sueño suele ocurrir cuando el sujeto intenta tomar una siesta después del almuerzo o por la mañana antes de despertar, pero se ve obligado a levantarse para cumplir con sus responsabilidades laborales, académicas o domésticas.

En este momento, el deseo de dormir entra en conflicto con las exigencias del yo para despertarse y trabajar, lo que lleva a experimentar la parálisis del sueño. Durante este estado, el sujeto puede sentir que no puede levantarse, lo que puede llevarlo a gritar, llamar a alguien o pedir ayuda, aunque en realidad está soñando. Sin embargo, estos sueños suelen ser muy vívidos, lo que lleva a que se experimenten como alucinaciones. En algunos casos, el sujeto puede soñar que se levanta y comienza a realizar sus tareas cotidianas: se lava los dientes, se alista para salir, se sube a su automóvil, hace el viaje hasta la oficina, y cuando llega a la oficina… ¡se despierta! Y se da cuenta de que lo cogió la tarde para llegar al trabajo.

En resumen, el conflicto en juego en este fenómeno se encuentra entre el deseo de dormir y las demandas imperativas del yo para cumplir con los deberes y responsabilidades.


534. El sujeto no sabe lo que dice

«No saber lo que se dice» es la posición natural de todo sujeto, y al mismo tiempo, eso es el inconsciente. Cuando un paciente se queja de que nadie lo entiende, en realidad, quien no se entiende es el propio sujeto. Por eso se le invita a asociar libremente con la consigna «¿Qué quiere decir usted con eso?». Lo que el dispositivo analítico busca es que el paciente escuche lo que dice y tome consciencia de lo que realmente quiere expresar. La escucha analítica va acompañada de la interpretación, que en esencia significa: «Te digo que has expresado algo diferente de lo que querías decir» (Miller, 2021).

Desde los albores del psicoanálisis, se enseña que el sujeto no sabe completamente lo que dice; siempre hay un exceso en su expresión. El sujeto no tiene control absoluto sobre su pensamiento, lo que le cuesta reconocer: que él no es el soberano absoluto de su propio ser, que hay un «Otro» dentro de él que lo gobierna. Este «Otro» se revela cada vez que ocurre un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y termina diciendo otra, como decir «mi madre» en lugar de «mi mujer». «El Otro dice algo distinto a lo que yo quería expresar; el Otro es más poderoso que yo. ¿Cómo es esto posible? En el interior de cada uno de nosotros reside un «Otro» (por eso Lacan lo escribe con mayúscula) más influyente, que actúa sobre el sujeto y a pesar del sujeto. Este «Otro» es la otra escena de la que hablaba Freud; Lacan lo llamó el «sujeto del inconsciente.»

En análisis, el sujeto puede expresar todas sus ideas sin asumir plenamente la responsabilidad de lo que dice. Puede hablar de odios, deseos, temores y pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, tratando de disociarse de ellos: «No estoy ahí, soy inocente, no soy yo». Sin embargo, el análisis no se limita a producir declaraciones de las cuales el sujeto no se hace cargo; esos enunciados son relevantes para él, aunque no lo reconozca de inmediato. Este es el «sujeto del inconsciente», aquel que eventualmente, durante el proceso terapéutico, llega a reconocerse en lo que dice, incluyendo sus odios, temores y deseos.

«Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal, 2015). La noción de que «el sujeto no sabe lo que dice» está en consonancia con lo que nos enseña el psicoanálisis al introducir el concepto del inconsciente: que existen una serie de procesos que están más allá de nuestro control consciente. Estos procesos incluyen deseos, pensamientos y emociones sobre los cuales no tenemos control. Por lo tanto, el inconsciente organiza nuestra experiencia y define quiénes somos. La afirmación de que «el sujeto no sabe lo que dice» se refiere al hecho de que, al hablar o comunicarnos, no siempre somos conscientes de las implicaciones completas de nuestras palabras; es decir, a menudo decimos más o menos de lo que queremos, o cometemos errores al hablar (lapsus). Por lo tanto, nuestras expresiones verbales revelan deseos, conflictos y pensamientos inconscientes que operan en un nivel oculto para nosotros mismos.

En resumen, «el sujeto no sabe lo que dice» porque nuestras palabras son el resultado de procesos inconscientes que ocultan nuestros deseos y conflictos internos. Esto concuerda con la afirmación de Freud de que el sujeto no es el dueño y señor absoluto de su propia casa, es decir, de su psiquismo, lo que constituye una herida narcisista significativa. A menudo, el sujeto tiende a considerarse como el gobernante consciente de sus pensamientos y percepciones internas, lo que le permitiría tomar decisiones que estén en línea con sus deseos; sin embargo, esta creencia es un error. «El hombre no es dueño en su propia casa; y seguramente lo mejor que podría hacer sería ocuparse en conseguir su emancipación de ese señorío extraño» (Freud, 1927).


531. Transferencia, repetición y demanda

El psicoanálisis le enseña al analista que hay que esperar la emergencia de la transferencia para interpretar, y que nunca hay que suponer que se habla la misma lengua del analizado; nunca hay que suponer que se sabe lo que quiere decir el analizado cuando dice algo, es decir, el psicoanalista debe suspender el «sentido común» de la lengua. Cuando se interpreta el discurso del paciente desde el sentido común, el terapeuta está adoptando la posición de amo, de aquel que sabe lo que el otro le quiere decir. En esa posición se dedica a hacerle saber al analizado lo que supone que no sabe sobre lo que le está pasando, pero en el fondo no hace sino decirle lo que el paciente, en el fondo, ya sabe. La experiencia psicoanalítica es una experiencia en la que se llega a saber lo que no se sabe, lo que el paciente no sabe que sabe, porque es algo que está reprimido. Eso es el inconsciente: un saber no sabido por el sujeto. Lacan no creía en el sentido común; por eso, la psicología del sentido común consiste en decirle al paciente lo que quiere escuchar. La mayoría de las intervenciones psicoterapéuticas se dedican a esto, y el terapeuta interviene como «faro moral», se presenta como modelo a seguir, como aquel que sabe lo que le conviene al sujeto. Es exactamente la dirección de conciencia que hace un sacerdote con su feligrés, o una madre con su hijo. El psicoanálisis es una práctica contraria a todo esto.

Sumado a lo anterior está la transferencia como un fenómeno de repetición, eso que pone en evidencia la función de la repetición en el inconsciente. Ya lo decía Freud: “El analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo vive de nuevo, lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto. Lo repite sin saber naturalmente que lo repite”. “Se supone que el sujeto repite, a propósito del analista, las actitudes y los sentimientos que tuvo respecto de los personajes fundamentales de su historia” (Miller, 2023). La transferencia es un fenómeno de repetición, de tal manera que “el sujeto busca indefinidamente en su vida amorosa nuevas ediciones del objeto prototípico que se perdió” (Miller). Esta es la doctrina de Freud sobre la vida amorosa: el amor es repetición.

Entonces, cuando Lacan formula al analista en la posición de amo, lo está colocando en el registro de esa transferencia-repetición; de cierta manera, el analista ocupa el lugar de ese objeto perdido (objeto a), por eso atrae hacia él la libido del analizante. Esto lleva a Lacan a establecer su fórmula de que “la transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente” (Miller, 2013). Pero el analista no solo ocupa el lugar de amo; también ocupa el lugar del Otro; “el analista es en el análisis el Otro de la demanda” (Miller), es decir, es el que recibe la demanda del analizado. “Desde el momento en que hay demanda, está el Otro de la demanda y el analista ocupa ese lugar” (Miller). Y al decirlo así, Lacan recuperó mucho de lo que concernía a la transferencia-repetición. “Efectivamente, desde el momento en que el analista es el Otro de la demanda se puede decir que el paciente vuelve a formular sus demandas más antiguas en el análisis y que el analista soporta una tras otra todas las figuras históricas del Otro de la demanda para el sujeto” (Miller). Los análisis comienzan, pues, con la demanda, y la transferencia es un efecto de la demanda; desde el momento en que hay demanda, hay transferencia.


529. Libido y transferencia

Para Freud “el análisis era esencialmente un ejercicio de lectura, de desciframiento, en el que el analista guía al paciente” (Miller, 2023), lo guía en la medida en que le solicita al paciente cumplir con la técnica psicoanalítica: asociar libremente, es decir, comunicar todas sus ocurrencias sin censurarlas, así le parezcan indecorosas, indebidas o ilógicas. “El análisis es una lectura del inconsciente asistida por el psicoanalista” (Miller). Aquí Freud se encontró con lo que denominó la transferencia, es decir, la importancia que cobra para el paciente su psicoanalista, el cual, no le es para nada indiferente. El analista pasa a estar investido de libido, cargado de interés y de afecto. La libido es precisamente “el nombre que Freud daba a esa cantidad móvil de interés psíquico con connotación sexual” (Miller) y que el paciente le dirige al analista, valorizándolo.

En la transferencia se desplazan afectos al analista que provienen de los vínculos establecidos con los primeros objetos de amor y de deseo que establece el niño en su infancia con sus cuidadores; así pues, “la transferencia se debe al desplazamiento sobre la persona del analista de un conjunto de sentimientos que se referían originalmente a los personajes fundamentales de la historia del paciente, especialmente a los padres” (Miller, 2003); el psicoanalista, al igual que todas las personas con las que el sujeto establece un vínculo afectivo posterior a su infancia, es un heredero de esos primeros vínculos afectivos. En un primer momento a Freud “este hecho le pareció fastidioso, molesto, y después le dio una connotación positiva hasta hacer de él una condición sine qua non del análisis” (Miller, 2003). Lo importante de que esta libido infantil se movilice hacia el analista, es que la transferencia traduce ya un primer levantamiento de la represión.

“La emergencia de la transferencia señala la adopción del analista por el analizante: el analista entra en la familia” (Miller, 2023), constituyéndose en la autoridad de los padres del sujeto, del Otro primordial, lo cual permite que el paciente le dé crédito a la palabra de su analista, de tal manera que la interpretación tenga la posibilidad de dar resultado, de tener efectos sobre aquél (Miller). Entonces, a partir del momento en que se reconoce la autoridad del analista, éste tiene el poder de guiar la lectura del inconsciente del paciente. Esta es la razón por la que Freud “hizo de la transferencia la condición de la interpretación” (Miller). Así es como comienzan los análisis: el psicoanalista “espera verse investido por una posición de dominio para interpretar” (Miller), o mejor, ayudar a interpretar; quien fundamentalmente interpreta al inconsciente es el paciente, por eso Lacan lo llama «analizante». Lo que sucede es que éste no sabe leer su inconsciente solo, no sabe la significación de su síntoma; el analista le va a ayudar a leerlo, sobre todo invitándolo a asociar libremente.


528. «El inconsciente es ante todo algo que se lee»

Es claro que hay cierto tipo de síntomas que no atañen a la medicina, ya que su causalidad no es orgánica, sino psíquica; síntomas analíticos y no síntomas médicos. Se trata de síntomas que se curan por la revelación de su causa, es decir, “que aparecen y se mantienen en el sujeto por el hecho de que su causa está presente en él y le es a la vez desconocida. El psicoanálisis considera que en ese caso el poder patógeno de la causa desaparece desde el momento en que es revelada, es decir enunciada explícitamente. Basta descubrir la causa para que ésta pierda su estatuto, su poder” (Miller, 2023). Así pues, el psicoanálisis supone que hay síntomas cuya causa es un enunciado que perdura en el sujeto sin poder ser formulado por él. Esto es lo que Freud llamó represión; hay una subsistencia subjetiva de enunciados indecibles por el sujeto.

Ese enunciado indecible, causa del síntoma, “es asimilable a un enunciado escrito en el sujeto y que no se podría leer cómo habría que hacerlo” (Miller, 2023). Por tanto, lo que Freud llamó inconsciente es equivalente a un texto escrito indescifrable, significantes sin significados. Así pues, el inconsciente es ante todo algo que se lee, tal y como lo señaló Lacan. Lo primero que leyó Freud fueron sus sueños. “Freud pensó el psicoanálisis a partir de esto: que esos relatos siempre pueden ser leídos de una manera que les restituya una coherencia y una significación” (Miller).

Para leer el síntoma, el sueño, el lapsus, el acto fallido, el olvido, se necesita de la asociación libre, el método propiamente analítico; es decir, el paciente debe ser “capaz de suministrar el texto que hay que leer, interpretar, e incluso hay que leerlo de diferentes maneras” (Miller, 2023). En análisis, el sujeto podrá decir todas sus ocurrencias sin hacerse cargo de lo que dice; podrá hablar de odios, deseos, temores, pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, sin cargar con eso: “No estoy ahí, soy inocente, no soy yo”.

Pero el análisis no es solo producir enunciados de los que el sujeto no se hace cargo; esos enunciados le conciernen; el sujeto puede no reconocerse en sus enunciados, pero sí está ahí a pesar de todo. Éste es el sujeto del inconsciente, ese que termina reconociéndose en lo que dice: sus odios, sus temores, sus deseos. Es en esto que consiste la lectura del inconsciente, y “a partir de la variedad de esas lecturas se recompone, se aísla poco a poco el texto que se dice y que se lee sin saberlo. A partir de la palabra se recompone el escrito inconsciente. A partir de esas lecturas, se recompone el enunciado indecible” (Miller, 2023). Dicho lo indecible, los síntomas desaparecen.


527. ¿Por qué el chiste es una formación del inconsciente?

El texto de Freud (1905) «El Chiste y su relación con el Inconsciente» examina cómo los chistes y el humor son una manifestación del inconsciente, ya que los chistes permiten que los deseos y pensamientos reprimidos surjan de manera disfrazada, permitiendo al individuo satisfacer sus impulsos inconscientes, fundamentalmente los sexuales y agresivos, de una forma socialmente aceptable.

El Witz (el chiste) se refiere sobre todo a las ocurrencias que decimos intempestivamente y nos hacen reír, o cuando hacemos «charlas» con los amigos. Contando chistes o haciendo charlas podemos hablar de temas indecorosos, pecaminosos, indebidos, es decir, reprimidos, ya sean de carácter sexual o agresivo. Se trata de juegos de palabras que pueden producir un doble sentido. Dice Freud (1905) en su texto: “advertimos de pronto que estamos frente a formas de «doble sentido» o de «juegos de palabras» desde hace mucho tiempo conocidas y apreciadas universalmente como técnica del chiste” (p. 36).

Según el psicoanálisis, nos reímos con los chistes porque nos permiten liberar tensiones y emociones reprimidas de una manera segura y socialmente aceptable. Los chistes a menudo contienen elementos de humor relacionados con temas que de otro modo podrían ser considerados tabú o inapropiados, como el sexo, la muerte, la violencia o la vergüenza. La risa es una forma de liberar la energía psíquica que se ha acumulado en nuestra mente, y que se expresa a través del acto placentero de reír. Así pues, Freud (1905) indica que “tanto para establecer como para conservar una inhibición psíquica (léase represión) se precisa de un «gasto psíquico» (…) esa ganancia de placer (que produce el chiste) corresponde al gasto psíquico ahorrado” (p. 114).

Entonces, el secreto en el efecto placentero del chiste es el ahorro en gasto de sofocación (represión) de los impulsos hostiles y sexuales que habitan la psique humana. Lo que gastamos en represión de esos impulsos, se libera en la risa que produce el juego de palabras, juego que burla la censura psíquica. “La risa nace cuando un monto de energía psíquica antes empleado en la investidura de cierto camino psíquico ha devenido inaplicable, de suerte que puede experimentar una libre descarga” (Freud, 1905, p 140).

Así pues, nos reímos con los chistes porque nos permiten liberar la energía psíquica acumulada; el humor y los chistes son una manifestación de los deseos y conflictos inconscientes del ser humano, y cómo pueden ser utilizados como una forma de liberación y resistencia social. Ahora bien, advierte Freud (1905): “El trabajo del chiste no está a disposición de todos, y en generosa medida sólo de poquísimas personas, de las cuales se dice, singularizándolas, que tienen gracia (Witz). «Gracia» aparece aquí como una particular capacidad, acaso dentro de la línea de las viejas «facultades del alma», y ella parece darse con bastante independencia de las otras: inteligencia, fantasía, memoria, etc. Por lo tanto, en las cabezas graciosas hemos de presuponer particulares disposiciones o condiciones psíquicas que permitan o favorezcan el trabajo del chiste” (p. 134). Al parecer, no todo el mundo posee un sentido del humor.

Concluyendo, el chiste es una forma de expresar deseos reprimidos, es decir, que contando chistes yo puedo hablar de temas sexuales y agresivos burlando la censura psíquica que recae regularmente sobre ellos. Al hacer un chiste, estamos revelando algo que no podríamos expresar de otra manera, y que está relacionado con nuestros impulsos más profundos y reprimidos, ya que dichos impulsos y deseos inconscientes son difíciles de expresar directamente en la vida diaria. A través del humor, podemos expresar estos pensamientos y emociones de manera disfrazada y menos amenazante para nuestra conciencia.


525. La escucha analítica y la interpretación

Miller (2021) realiza una conferencia por zoom dirigida a los rusos sobre lo que es la escucha analítica. Veamos lo que él dice allí sobre esta. Miller empieza indicando que hoy se acepta en todo el mundo que escuchar a alguien decir sus desdichas, decir lo que le pasa en su vida y le es doloroso, escucharlo sin sancionarlo, sin castigarlo, sin desaprobarlo, se admite que esto le hace bien al sujeto; ser escuchado de esa manera, sin juzgarlo, le produce una gran satisfacción, al sujeto, un alivio; por eso es siempre terapéutico poder hablar de lo que causa sufrimiento.

Así pues, en la civilización universal de hoy la escucha como tal es muy valorizada, incluso por la mayoría de las prácticas psicológicas. Esto es algo conocido desde siempre, por la práctica de la confesión en el discurso religioso; pero, ojo, “el dispositivo de la confesión es totalmente diferente al dispositivo freudiano” (Miller, 2021). La confesión es un sacramento que busca perdonar los pecados del quien se confiesa; Dios es quien juzga y ante sus ojos el sujeto es culpable. En el dispositivo freudiano no hay un gran juez; no hay pecado, no hay castigo ni perdón. Escuchar a alguien es aceptarlo, y solo por esto, ya está perdonado, sin importar lo que haya hecho, lo cual produce un alivio en el sujeto. Esto se observa claramente en los homosexuales que no han confesado a su familia y amigos que lo son, porque se sienten culpables de serlo. Cuando lo confiesan en el dispositivo analítico, se quitan un peso de encima; igual sucede cuando se lo hacen saber a la familia y amigos.

La entrada en análisis es, pues, una liberación. Lo mismo sucede con los trans cuando dicen que es natural querer cambiar de sexo. Estas son las cosas que hay que escuchar en el dispositivo, ya que el dispositivo dice otra cosa, va más adelante que los psicoanalistas. “Hay que intentar atrapar los efectos del psicoanálisis que van más rápido que los psicoanalistas” (Miller, 2021). Esto tiene como efecto la despatologización de las enfermedades mentales, de tal manera que las enfermedades mentales dejan de ser enfermedades y pasan a ser formas de ser. Esta es una de las consecuencias del dispositivo de escucha del psicoanálisis en la cultura.

La escucha analítica va acompañada de la interpretación. Dice Miller (2021) en su conversación con los rusos que ella es en el fondo esto: «Te digo que dijiste otra cosa que lo que querías decir». Es algo que enseña el psicoanálisis desde sus comienzos: el sujeto no sabe lo que dice; el sujeto siempre dice más de que quiere; el sujeto no controla su pensamiento, lo cual le cuesta reconocer: que él no es el amo de su propia casa, que hay Otro dentro de él que lo gobierna. Es lo que se encuentra cada vez que hay un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y dice otra; por ejemplo, dice “mi madre” en lugar de decir “mi mujer”. “El Otro dice otra cosa de lo que yo quería decir; el Otro es más fuerte que yo. ¿Cómo puede ser esto así? En el interior de cada uno hay un Otro (por eso Lacan lo escribe así, con mayúscula) más poderoso que actúa. Y no es un tumor que se quita con una cirugía” (Miller). Ese Otro es la otra escena de la que hablaba Freud, el sujeto del inconsciente decía Lacan. Ahora bien, ese Otro no actúa de la misma manera en la cabeza de un neurótico que en la cabeza de un psicótico. En la psicosis ese Otro se puede presentar como una voz que le habla al sujeto en su cabeza.

Con la homofonía de las palabras también sucede que Ud. puede decir una cosa que puede ser escuchada de otra manera; igual sucede cuando hay repetición de significantes en el discurso del sujeto; esto es lo que escucha e interpreta el psicoanalista, esos «juegos de palabras». Así pues, “se le otorga un privilegio a la escucha sobre la interpretación. Es la escucha sin interpretación” (Miller, 2021). Esto es problemático, porque hoy en día se cree que lo que él dice el sujeto, esa es la verdad, que es así. Por ejemplo, cuando un niño trasn de cuatro años dice “no es mi cuerpo, necesito otro”, esto trae una enorme presión que se ejerce sobre la familia para satisfacerlo, y se corre a cambiarle el nombre, se le somete a tratamientos hormonales y se planea su cirugía para el cambio de sexo. Pero es un niño de cuatro años y puede cambiar de opinión. Sus palabras pueden ser la manera de interpretar un malestar que tiene y la verdad de este malestar quizá es diferente (Miller). El psicoanálisis ha hecho de la escucha un dispositivo universalmente apreciado, pero tomar la palabra del otro como verdadera es una manera de rechazar la interpretación de la palabra del Otro. El niño trans dice eso, pero se le puede interpretar de otra manera.


523. Condensación y desplazamiento, metáfora y metonimia

Cuando Freud describe al Ello lo hace diciendo que es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. «Nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión (…) Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el Ello» (Freud, 1932/36). Si el extremo del Ello está abierto hacia lo somático, es porque las pulsiones sexuales tienen como fuente, las zonas erógenas del cuerpo. Y cuando él habla de investiduras pulsionales, se está refiriendo a la libido, es decir, a la fuerza como se manifiesta la pulsión, la energía psíquica de las pulsiones sexuales que se ponen en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada en el inconsciente; cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.

La energía de las pulsiones son, entonces, investiduras de afecto (libido), las cuales piden ser descargadas, aliviadas, porque mientras no se descarguen, producen tensión. Las demandas pulsionales producen, en el psiquismo, tensión, displacer, y el alivio de las se experimenta con placer. El placer se experimenta siempre cuando hay alivio de una tensión psíquica (principio del placer). Ahora bien, esas investiduras de afecto, en la búsqueda del alivio de la tensión que crean, producen desplazamientos y condensaciones. Estos son los dos principios descubiertos por Freud y que le atribuye al inconsciente; esto significa que el inconsciente, el Ello, no es caótico; él responde a dos leyes, dos reglas, dos principios en su funcionamiento: la condensación y el desplazamiento; condensación y desplazamiento de las investiduras de afecto que quedan libres de las representaciones a las que van unidas, después de que han sido reprimidas.

Lacan se da cuenta, gracias al desarrollo de la lingüística moderna -con la que no contaba Freud cuando describía el funcionamiento del aparato psíquico- que esos dos principios que operan en el inconsciente responden a los tropos que operan en el lenguaje, es decir, que el uso de las palabra en el lenguaje, lo que llamamos tropos, específicamente la metáfora y la metonimia, son equivalentes a la condensación y el desplazamiento, los dos principios con los que funciona el inconsciente freudiano. Esto es lo que lleva a Lacan a establecer que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es decir, el lenguaje, lo simbólico, funcionan exactamente igual que el inconsciente.

En lingüística, un tropo es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado; es lo que sucede con la metáfora y la metonimia. La metáfora no es otra cosa que la sustitución de un significante por otro (p. ej. «las perlas de tu boca»), y la metonimia es la conexión de un significante a otro; es la sustitución de una representación por otra, con la que se mantiene una relación de contigüidad (p. ej. «en su vida cargó muchas cruces», refiriéndose al sufrimiento, o «es uro corazón», refiriéndose a lo bondadoso que es). Pues bien, esta sustitución de un significante por otro, de una representación por otra, se aplica ¡a todas las formaciones del inconsciente! El síntoma psíquico es eso: la sustitución de una representación por otra que ha sido reprimida. Lo mismo sucede con el olvido, los sueños, los actos fallidos (lapsus) y los chistes (juegos de palabras). Cuando Freud habló de condensación y desplazamiento, Lacan habló de metáfora y metonimia, por eso el inconsciente deja de ser una caldera llena de excitaciones borboteantes y pasa a estar estructurado como el lenguaje.


522. ¿Cómo se interpreta un sueño?

El sueño, lo dice Freud (1915-16) claramente, «es un sustituto de algo cuyo saber está presente en el soñante. pero le es inaccesible» (p. 103). El sueño, al igual que las otras formaciones del inconsciente -olvido, actos fallidos, chistes y síntomas-, es un sustituto de otra cosa, desconocida para el soñante, es decir, inconsciente. «El sueño como un todo es el sustituto desfigurado de algo diverso, de algo inconsciente, y la tarea de la interpretación del sueño consiste en hallar eso inconsciente» (p. 103).

Freud (1915-16) va a plantear tres reglas para el trabajo de interpretación del sueño. Antes de mencionarlas, recuérdese que lo que le interesa al psicoanálisis del sueño es su contenido, es decir, lo que el sujeto recuerda que soñó. Hay una fisiología del sueño, la cual tiene que ver con el ciclo del sueño por el que pasa el sujeto cuando duerme: hay un ciclo de sueño profundo, denominado MOR (movimiento ocular rápido) y un ciclo de sueño leve, denominado no-MOR. Ese ciclo se repite durante el tiempo en el que duerme el sujeto, y el sueño se presenta en el ciclo MOR. Esto significa que todo sujeto sueña varias veces en la noche (suponiendo que es el momento en el que se duerme), Las personas que no recuerdan sus sueños, es porque en el momento de despertar, reprimen su contenido y lo olvidan.

Entonces, las tres reglas para la interpretación del sueño, haciendo uso de la técnica psicoanalítica de la asociación libre, es la siguiente. Primero, «no hay que hacer caso de lo que el sueño parece querer decir, sea comprensible o absurdo, claro o confuso, pues nunca será eso lo inconsciente que buscamos» (Freud, 1915-16, p. 104). Recuérdese que los elementos oníricos que se recuerdan del sueño no son sino sustitutos del contenido inconsciente reprimido.

Segunda regla: hay que tomar cada elemento onírico que aparece en el sueño y empezar a asociar libremente sobre él, es decir, evocar todas las ocurrencias asociadas a aquel, sin examinar si es pertinente o no lo que se está pensando de cada elemento, y sin hacer caso de cuán lejos pueden llevar las asociaciones. Tercera regla: tener paciencia y esperar a que «lo inconsciente oculto, buscado, se instale por sí solo» (Freud, 1915-16, p. 104). Y en efecto, esto es lo que sucederá cuando se asocia libremente (se expresan todas las ocurrencias) sobre cada elemento que aparece en el sueño.

Recuérdese que el sueño es un sustituto desfigurado de algo genuino, que es lo que se va a encontrar en la interpretación del sueño. Freud insinúa que es posible interpretar un sueño propio, tanto como un sueño ajeno, siempre y cuando se comuniquen todas las ocurrencias sobre el sueño, y sin hacer caso a pensamientos como que una ocurrencia no viene al caso, o es disparatada, o no es importante, o es inmoral o desagradable; ¡hay que comunicarlo todo! Y, advierte Freud (1915-16), lo que se quiere sofocar, censurar o reprimir, es lo más importante, lo decisivo para descubrir lo inconsciente. Detrás del elemento sustitutivo del sueño «tiene que haber algo significativo» (p. 106).

Se denomina contenido manifiesto a lo que se recuerda del sueño, y «pensamientos latentes del sueño a aquello oculto a lo cual debemos llegar persiguiendo ocurrencias» (Freud, 1915-16, p. 109). Casi siempre, el contenido manifiesto del sueño se relaciona con experiencias del día anterior al sueño (restos diurnos): algo que se vivió, se vio o se escuchó. Así pues, un elemento manifiesto puede subrogar a varios latentes, o uno latente puede estar sustituido por varios manifiestos (Freud, 1915-16). Lo que va a revelar la interpretación del sueño es el descubrimiento más importante que hace Freud sobre ellos: todo sueño es la realización de deseos inconscientes reprimidos; los sueños cumplen deseos reprimidos, deseos que no son evidentes en los sueños desfigurados. «Los deseos de estos sueños desfigurados son deseos prohibidos, rechazados por la censura» (p. 196), es decir que son deseos reprimidos. «Estamos obligados a poner de manifiesto el cumplimiento de deseo en cualquier sueño desfigurado» (p. 201). Se denomina trabajo del sueño a dicha desfiguración.


517. ¿Cómo funciona el lenguaje en el sujeto?

El neurótico es un ser atrapado en su inconsciente, es decir, «alienado a un yo que desconoce esa segunda escena que transcurre a sus espaldas y que condiciona su vida» (Dessal, 2015), la «otra escena» de la que habló Freud, esa que determina lo que hacemos, pensamos y decimos, la mayoría de las veces en contra del bienestar del sujeto. 

La alienación de la que va a hablar Lacan es la alienación del lenguaje en el sujeto. «Lacan llegó a la raíz del asunto cuando postuló una concepción inédita del lenguaje, una concepción que estaba implícita en la obra de Freud pero que nadie había comprendido antes (Dessal, 2015). Lacan rompe la unión ilusoria que la lingüística moderna estableció entre el significante y el significado. Lacan le va a dar una primacía al significante sobre el significado: la letra S mayúscula, encima de una barra, como la que se utiliza cuando se escribe una fracción, y debajo de la barra la letra s minúscula. «Eso es el alma de la palabra: la barra que separa la materialidad fónica de su significado» (Dessal). Esos dos elementos ya no forman más una unidad; este, se podría decir, es el aporte de Lacan a la lingüística sausseriana: los elementos que componen el signo lingüístico no van juntos, van separados en el uso que hacemos del lenguaje, y además, uno prima sobre el otro. 

Como muy bien lo indica Dessal (2015), con el ejemplo sobre la palabra mujer, el significado no va pegado al significante: «Si yo digo la palabra mujer, por ejemplo, parece obvio que eso remite a un sujeto del género femenino. La materialidad varía según las lenguas, pero el significado no cambia. Puedo decir woman, o donna o femme. En todo caso, el objeto al que remite parece ser el mismo. Sin embargo, no es así. La palabra mujer no tiene un significado absoluto y universal. Remite a lo que en psiquiatría denominamos significación personal, es decir, que el significado es variable, y depende del sujeto que pronuncia la palabra, ya sea como emisor o como receptor».

Hay pues, una independencia, una separación del significado respecto del significante; esto es lo que hace al lenguaje mágico y maldito a la vez: la posibilidad de que una palabra pueda significar otra cosa, pueda significar cualquier otra cosa; es lo que nos lo enseña la poesía y la literatura: una palabra puede significar cualquier cosa. Esta es la condición poética del ser humano, es decir, «que fabrica significados cuando habla, sin saber en verdad lo que está diciendo» (Dessal. 2015). El aspecto maldito del lenguaje tiene que ver con el malentendido, el cual está siempre presente cuando hacemos uso del lenguaje. El sentido de lo que se dice no depende del emisor, sino del receptor; como decía Lacan, «Ud. puede saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó». «Es por eso que alguien puede decir soy una mujer dentro de un cuerpo de hombre. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que cuando se nombra a sí mismo, los términos mujer y hombre designan para él significados personales, que no pueden comprenderse a la luz del sentido común» (Dessal).

¿Cómo funciona entonces el lenguaje? La respuesta que da el psicoanálisis es que nadie sabe lo que está diciendo cuando habla, nadie sabe lo que dice. El psicoanálisis se dedica a explotar esa propiedad humana, el sinsentido que habita en todo lo que decimos, y que hace que la comunicación humana «no sea un intercambio recíproco de mensajes comprensibles, sino un malentendido crónico disfrazado de un entendimiento aparente» (Dessal, 2015). Por eso se puede decir que la realidad no existe en un sentido universal del concepto, sino que lo que existe es una ficción en la que cada uno vive, ficción fabricada por el significado personal que le damos a las palabras. «La cosa se complica mucho cuando es preciso añadir que en verdad nadie sabe cuál es ese significado. Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal). Es lo que nos enseña la asociación libre, el método creado por Freud y que funda la técnica psicoanalítica: que el sujeto termina enredándose los pies, «diciendo cosas que no quería decir, que no pensaba decir, que no sospechaba que podría llegar a decir» (Dessal). El lenguaje funciona, pues, como una máquina regida por leyes que no son de capricho, sino que son leyes combinatorias y formales propias, las leyes del lenguaje a las que queda sometido el sujeto y sobre las que él no tiene ninguna incidencia.