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541. ¿Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla?

Después de realizar una revisión del concepto de compulsión a la repetición en la obra de Freud y de Lacan, podemos concluir que en ninguno de los dos autores se hace un uso de dicho concepto para aplicarlo a la psicología de las masas, y específicamente para pensar un fenómeno como el que revela el dicho popular: “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”; sin embargo, se podría decir que en el tratamiento que hacen dichos autores del concepto en cuestión, hay algunas alusiones a la posibilidad de poder ser utilizado para pensar la psicología de los pueblos y el proverbio popular.

Así, por ejemplo, cuando Freud (1920/1979) aborda la repetición en los fenómenos de la transferencia, él indica claramente que se trata de un fenómeno que “puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas” (pág. 21). Para Freud es claro que la repetición de situaciones olvidadas y que no se recuerdan, es un asunto estructural, que abarca la vida de todo sujeto, neurótico o no, y que además se puede presentar en cualquier situación en la que el sujeto establece un vínculo con sus semejantes; por eso él insiste en llamar a esta repetición de la que el sujeto no escapa, destino demoníaco y fatal (Freud, 1920/1979, pág. 21), es decir, una repetición de la historia del sujeto caracterizada por el retorno, una y otra vez, de los mismos acontecimientos de su vida, acontecimientos desafortunados, desdichados o infelices, a los que el sujeto está sometido irremediablemente.

Entonces, como se trata de una noción estructural que se puede extrapolar a otras muchas situaciones de la vida del sujeto (Lacan, 1984, pág. 45), es por esto que se puede discernir que a Freud solo le faltó agregar a su reflexión sobre la compulsión a la repetición, su traslación a fenómenos de masa donde la historia se repite, tal y como lo indican, no solo el proverbio, sino los observadores de los fenómenos de los pueblos, que muestran claramente cómo la repetición de la historia de un pueblo habla de un destino fatal y demoníaco para él mismo.

Si la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), también sería válido pensar que lo que un pueblo no puede recordar, eso que olvida o reprime, retorna bajo la forma de la compulsión a la repetición; hay pues algo en la vida de los pueblos que se repite de forma inconsciente, y es posible entonces conjeturar que el olvido de la historia por parte de los pueblos, que es lo que los condena a repetirla, tendría que ver con lo traumático, es decir, con lo dolorosa, penosa, vergonzosa o displacentera que pudo haber sido esa historia. Es decir que, así como la psicología individual es también social, el pueblo, la masa se comportan, a su vez, como un individuo. Los pueblos, entonces, también reprimen su historia, sobre todo cuando esta ha sido traumática; la olvidan, quedando esa historia desligada de toda elaboración, es decir, deja de ser recordada y pensada por el pueblo, lo que la lleva a repetirla. Pero, para poder hacer esta hipótesis, tenemos que pensar la psicología de un pueblo como equivalente a la psicología de un individuo: el comportamiento de todo un pueblo o país sería equivalente al comportamiento de un individuo, o por lo menos su comportamiento podría ser pensado como si se tratara del comportamiento de un individuo. Además, habría que pensar lo siguiente: si el trauma para los individuos es de orden sexual, ¿en el caso de la psicología de los pueblos de qué trauma se trata? ¿Qué es lo que haría traumática una historia colectiva? Probablemente la respuesta está del lado de los traumas de guerra, esos traumas que no son sexuales pero que causan una herida en el espíritu de los pueblos.

La compulsión a la repetición es pues un concepto teórico, estructural, que nos permite acceder, no solamente a la comprensión de las conductas de fracaso de los sujetos, y “que les dan la sensación de ser los juguetes de un destino perverso” (Chemama & Vandermersch, 2004), sino también a la repetición de la historia por parte de todo un pueblo o una masa.

Teniendo en cuenta lo anterior, pasemos entonces a responder la pregunta de a qué mecanismo psíquico, de carácter colectivo, responde esta compulsión a la repetición de la historia de un pueblo; la respuesta sería, entonces, la misma que para la psicología individual: el pueblo, la masa, también busca la cancelación del pasado, de su historia, reprimiéndola, lo cual explicará la compulsión a repetirla; lo que no acontece de la manera en que el pueblo así lo esperaba, es decir, de acuerdo con su deseo, será anulado, repitiéndolo compulsivamente a través de su historia. ¿Cómo se generaría una tal represión colectiva? Es algo que queda pendiente de responderse, pero todo lo anterior daría cuenta de que, como bien lo indica Freud, la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), aspecto este que ha sido descuidado en el momento mismo de pensar la psicología de las masas; y, sin embargo, cada vez más se piensan los fenómenos psicosociales, así como se hace con los fenómenos individuales. Así, por ejemplo, cada vez más se hace evidente el uso del término síntomas sociales, “como el lugar de una verdad no dicha, que escapa al sentido” (Velásquez, 2008) en toda una colectividad; el termino síntomas sociales se vuelve pues útil para pensar, desde el discurso psicoanalítico, fenómenos de masas contemporáneos.

A la pregunta de si es equivalente la compulsión a la repetición que Freud encontró en la clínica psicoanalítica, a la repetición de la historia por parte de los pueblos, la respuesta sería entonces que sí. Sin embargo, como ya se indicó, es como si a Freud le hubiese faltado hacer uso del concepto de compulsión a la repetición en el estudio de los fenómenos de masa, allí donde la historia se repite, tal y como lo indica claramente el proverbio popular que hemos citado. ¿Por qué Freud no lo hace? ¿Fue acaso un descuido de su parte, o fue prudente en el empleo de dicho concepto para pensar la repetición de la historia por parte de los pueblos? Son preguntas que, todavía, no nos atrevemos a responder.

Por lo dicho anteriormente, a la pregunta de qué tanto sirve el concepto formalizado por el psicoanálisis para pensar lo que sucede al nivel de toda una masa social, la respuesta es: mucho, pero con todas las precauciones que se debería tener en cuenta, las mismas que suponemos tuvo Freud para trasladar su concepto de compulsión a la repetición a fenómenos de masa. Por lo tanto, a la pregunta cómo hace la masa, el pueblo, para olvidar su historia, la respuesta también es la que Freud aplica a la psicología individual: la represión, un olvido colectivo que opera también en los pueblos, igual al que realiza el sujeto neurótico cancelando el pasado, su historia, reprimiéndola; faltaría, eso sí, dar cuenta de la especificidad de dicha represión a nivel de las masas, pero esto nos hace saber, cada vez más, como aquella se comporta igual que un individuo. Es decir que se trata de un asunto estructural, constitucional, no solo inherente a la psicología del individuo, sino también a la historia de los pueblos y de la humanidad toda.

Por último, habría que plantear qué tipo de intervención se podría hacer a la masa, a los pueblos, para que dejen de repetir la historia que se olvida. ¿Cómo tratar ese olvido que se presenta en los pueblos y que los lleva a repetir su historia? Es decir, ¿cómo cancelar las represiones de un pueblo o una masa, para que deje de repetir su historia? La respuesta aquí también es la misma que para el individuo: el pueblo sólo podrá recuperar su poder sobre lo olvidado, sobre lo reprimido, en la medida en que aquél se dedica a recordarla, elaborarla, tramitar lo traumática que haya sido, y la haga conocer a todos los individuos, es decir, la transmita a las siguientes generaciones para que éstas no la olviden. De aquí la importancia de todos los recursos a los que recurre una cultura para que la historia de un pueblo no se olvide: museos de la memoria, enseñanza de su historia, conmemoraciones, eventos o ritos que rememoran los acontecimientos traumáticos, etc. Un pueblo que recuerda su historia, que no la olvida, se supone que no la repite.


525. La escucha analítica y la interpretación

Miller (2021) realiza una conferencia por zoom dirigida a los rusos sobre lo que es la escucha analítica. Veamos lo que él dice allí sobre esta. Miller empieza indicando que hoy se acepta en todo el mundo que escuchar a alguien decir sus desdichas, decir lo que le pasa en su vida y le es doloroso, escucharlo sin sancionarlo, sin castigarlo, sin desaprobarlo, se admite que esto le hace bien al sujeto; ser escuchado de esa manera, sin juzgarlo, le produce una gran satisfacción, al sujeto, un alivio; por eso es siempre terapéutico poder hablar de lo que causa sufrimiento.

Así pues, en la civilización universal de hoy la escucha como tal es muy valorizada, incluso por la mayoría de las prácticas psicológicas. Esto es algo conocido desde siempre, por la práctica de la confesión en el discurso religioso; pero, ojo, “el dispositivo de la confesión es totalmente diferente al dispositivo freudiano” (Miller, 2021). La confesión es un sacramento que busca perdonar los pecados del quien se confiesa; Dios es quien juzga y ante sus ojos el sujeto es culpable. En el dispositivo freudiano no hay un gran juez; no hay pecado, no hay castigo ni perdón. Escuchar a alguien es aceptarlo, y solo por esto, ya está perdonado, sin importar lo que haya hecho, lo cual produce un alivio en el sujeto. Esto se observa claramente en los homosexuales que no han confesado a su familia y amigos que lo son, porque se sienten culpables de serlo. Cuando lo confiesan en el dispositivo analítico, se quitan un peso de encima; igual sucede cuando se lo hacen saber a la familia y amigos.

La entrada en análisis es, pues, una liberación. Lo mismo sucede con los trans cuando dicen que es natural querer cambiar de sexo. Estas son las cosas que hay que escuchar en el dispositivo, ya que el dispositivo dice otra cosa, va más adelante que los psicoanalistas. “Hay que intentar atrapar los efectos del psicoanálisis que van más rápido que los psicoanalistas” (Miller, 2021). Esto tiene como efecto la despatologización de las enfermedades mentales, de tal manera que las enfermedades mentales dejan de ser enfermedades y pasan a ser formas de ser. Esta es una de las consecuencias del dispositivo de escucha del psicoanálisis en la cultura.

La escucha analítica va acompañada de la interpretación. Dice Miller (2021) en su conversación con los rusos que ella es en el fondo esto: «Te digo que dijiste otra cosa que lo que querías decir». Es algo que enseña el psicoanálisis desde sus comienzos: el sujeto no sabe lo que dice; el sujeto siempre dice más de que quiere; el sujeto no controla su pensamiento, lo cual le cuesta reconocer: que él no es el amo de su propia casa, que hay Otro dentro de él que lo gobierna. Es lo que se encuentra cada vez que hay un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y dice otra; por ejemplo, dice “mi madre” en lugar de decir “mi mujer”. “El Otro dice otra cosa de lo que yo quería decir; el Otro es más fuerte que yo. ¿Cómo puede ser esto así? En el interior de cada uno hay un Otro (por eso Lacan lo escribe así, con mayúscula) más poderoso que actúa. Y no es un tumor que se quita con una cirugía” (Miller). Ese Otro es la otra escena de la que hablaba Freud, el sujeto del inconsciente decía Lacan. Ahora bien, ese Otro no actúa de la misma manera en la cabeza de un neurótico que en la cabeza de un psicótico. En la psicosis ese Otro se puede presentar como una voz que le habla al sujeto en su cabeza.

Con la homofonía de las palabras también sucede que Ud. puede decir una cosa que puede ser escuchada de otra manera; igual sucede cuando hay repetición de significantes en el discurso del sujeto; esto es lo que escucha e interpreta el psicoanalista, esos «juegos de palabras». Así pues, “se le otorga un privilegio a la escucha sobre la interpretación. Es la escucha sin interpretación” (Miller, 2021). Esto es problemático, porque hoy en día se cree que lo que él dice el sujeto, esa es la verdad, que es así. Por ejemplo, cuando un niño trasn de cuatro años dice “no es mi cuerpo, necesito otro”, esto trae una enorme presión que se ejerce sobre la familia para satisfacerlo, y se corre a cambiarle el nombre, se le somete a tratamientos hormonales y se planea su cirugía para el cambio de sexo. Pero es un niño de cuatro años y puede cambiar de opinión. Sus palabras pueden ser la manera de interpretar un malestar que tiene y la verdad de este malestar quizá es diferente (Miller). El psicoanálisis ha hecho de la escucha un dispositivo universalmente apreciado, pero tomar la palabra del otro como verdadera es una manera de rechazar la interpretación de la palabra del Otro. El niño trans dice eso, pero se le puede interpretar de otra manera.


524. La Ley Trans: Género, identidad sexual y sexuación

En Colombia ha iniciado el trámite el proyecto de ley que busca reformar y actualizar el Código Electoral colombiano. El artículo 89 plantea la ‘corrección del componente sexo’ en los documentos de identificación y registros civiles (artículo que ya ha sido retirado de dicho proyecto). Lo anterior significa que cada sujeto podrá definirse como masculino, femenino, transexual, no binario y todas las demás identidades sexuales que eventualmente se reconozcan legal o jurisprudencialmente. El problema aquí es que hay un parágrafo, el número 2 de dicho artículo, que plantea que “podrá tramitarse la corrección del componente sexo de los menores de edad, a partir de los cinco años”. Esto significa que a partir de los cinco años a un niño le pueden cambiar el sexo en su identificación. No se trata del sexo biológico, sino el de su identidad sexual. ¿Puede un niño, a sus cinco años, antes de la barrera del incesto, definir su identidad sexual? ¿Puede también, a esta edad, cambiar el sexo en su identificación? Lo que la clínica nos muestra es que ya hay niños trans desde los siete años; antes, no sé. Pero la pregunta es: ¿puede un niño de cinco años autodeterminarse? En Colombia, desde el 2015 existe un decreto, el 1227 del 4 de Junio, en el que una persona puede corregir el componente sexo en el Registro del Estado Civil de nacimiento, y tiene como requisito la presentación de la cédula de ciudadanía; los menores de edad lo pueden hacer en compañía de un representante legal del menor, reconociendo el derecho fundamental del libre desarrollo de la personalidad y de la autodeterminación de los menores de edad; el decreto no indica desde qué edad un menor puede solicitar dicho cambio (fallo de tutela T-675 de 2017 de la Corte Constitucional).

En España el tema también está candente (en Francia y EE. UU. igual). Hay una Ley Trans presentada por el partido político Unidas Podemos que propone que los menores, entre los 14 y los 16 años, podrán presentar la solicitud de cambio de sexo por sí mismos -aunque asistidos por sus representantes legales- y los que tienen entre 12 y 14 años necesitarán autorización judicial. Aquí ya se trata del cambio de sexo real, lo cual también define su identidad. Una de las enmiendas al proyecto plantea que los menores de 12 años también puedan cambiar de sexo. «La autodeterminación de género se concedería a aquellos que lleven dos años con el nombre cambiado (…) La autodeterminación de género de la Ley Trans quiere permitir a los menores elegir, decidir y actuar libremente respecto a su sexo-género, sin la interferencia de sus padres o progenitores.» (Arribas, 2022).

Para el psicoanálisis la cuestión se juega en cuanto al goce: cómo cada sujeto se ubica en cuanto al goce, lo que se denomina la sexuación; esto es algo que según Lacan «no es en sí mismo cultural, aunque esté afectado por lo cultural. Decir que la sexuación no es cultural es decir que no se puede colectivizar» (Arribas, 2022). La sexuación tiene que ver con cómo el cuerpo se sexualiza, lo cual no tiene que ver con la biología ni con la distinción sexual que se hace al observarlo, de que se tiene o no se tiene un pene. La sexuación tampoco tiene que ver con la identificación, es decir, con los ideales de masculinidad y feminidad que el Otro, la cultura, le provee al sujeto, lo que tiene que ver con el discurso de género, ese que alude al conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres (los roles sociales asignados a los hombres y las mujeres). Lacan va a pensar la sexuación del cuerpo a partir de una elección que hace el sujeto en relación con el goce (Brodsky, 2004), es decir, él se ubica del lado masculino o del lado femenino con relación al goce, goce que en el psicoanálisis es, aparentemente, binario: goce fálico -masculino- y goce del Otro -femenino-. Digo aparentemente porque la mujer comparte con el hombre el goce fálico. Para el hombre, no existe más goce que el goce fálico, es decir, un goce limitado, sometido a la castración, goce fálico que constituye la identidad sexual del hombre. El goce femenino es un goce distinto, un goce Otro que no tiene límites, indecible para las mujeres.

Resumiendo, hay el cambio de sexo y hay la identidad sexual, y tenemos tres aspectos en juego: la posición sexual, que el sujeto se sienta ser un hombre o una mujer independientemente de su sexo biológico; esto es algo íntimo, subjetivo, que depende del paso del sujeto por su complejo de Edipo y de la sexuación, la posición que asume el sujeto con relación al goce y que responde a dicha historia infantil. Y el discurso de género, que determina el rol que como hombre o mujer debe cumplir un sujeto en la sociedad; el género es una ordenación y distribución cultural o social de posiciones. Ahora bien, con respecto a la identidad sexual, para el psicoanálisis el sujeto no nace siendo hombre o mujer; se llega a ser un hombre o una mujer. No se nace siendo heterosexual, ni homosexual ni transgénero, se llega a serlo; ser hombre o mujer es una conquista subjetiva del sujeto que se alcanza en la primera infancia (antes de los seis años), elección que es producto de los vínculos afectivos que el niño experimenta en su relación con los primeros objetos de amor y de deseo, es decir, las personas que participaron en su crianza, y que el psicoanálisis denomina Complejo de Edipo. “El reconocimiento de que la infancia está atravesada por la sexualidad se lo debemos a Freud” (Arribas, 2022), y es en la primera infancia donde el sujeto conquista una posición sexual que involucra tanto su goce, su identidad y lo cultural. 

Entonces, si un niño dice que quiere cambiar de sexo, ya sea su identidad o su sexo biológico, hay, por supuesto, que escucharlo, pero “el psicoanálisis no propone simplemente escuchar al niño y tomar sus dichos como verdaderos, al pie de la letra (…) la escucha no puede ir sin interpretación. La interpretación no consiste en creer al niño o verificar lo que dice, sino en leer lo que escapa a la intención de la significación, esto es, apuntar a su saber inconsciente” (Arribas). Es decir que cuando el sujeto habla, él siempre quiere decir alguna otra cosa; es lo que nos enseña el psicoanálisis: que los dichos del sujeto no son su verdad; que detrás de los dichos hay una verdad velada, oculta, que hay que interpretar, es decir, descifrar. Mientras que la Ley Trans toma la palabra del niño como su verdad, apuntando a respetar sus derechos humanos, el psicoanálisis, en cambio, propone cuestionar, interrogar la palabra del niño para descifrar lo que hay detrás de su demanda. Esto le permitiría tomar una mejor decisión.


521. Lo real es lo que hace al mundo «inmundo»

A la pregunta sobre de qué se ocupa el psicoanálisis, Lacan (1974) responde: “El psicoanálisis se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre–… lo real. Es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda: lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda. El mundo marcha, gira en redondo, es su función de mundo”.

Así pues, hay que distinguir lo real del psicoanálisis de lo real de la ciencia, y lo real de la realidad. La realidad no es lo real, ese del que habla el psicoanálisis. Eso que se denomina la realidad es la «realidad psíquica» de Freud, es decir, las representaciones que el sujeto se hace del mundo que le rodea y de sí mismo, su subjetividad. Dicha subjetividad es producto de las articulaciones entre lo simbólico y lo imaginario, en cambio lo real es lo que escapa a la representación, es incognoscible (Evans, 1997); “no hay (…) esperanza de alcanzar lo real por la representación» (Lacan, 1974).

Con relación a lo real de la ciencia hay que decir que es un real que pretende llevar leyes válidas para todos, leyes universales, en cambio, el real del psicoanálisis es el real vinculado al fracaso, al malestar, al sufrimiento, aquello que no logra adaptación posible en el sujeto, es decir, lo que no anda en él y que en la clínica analítica se evidencia como lo imposible de soportar, sus síntomas.

Entonces, lo real no es el mundo; el mundo es lo que anda, es lo que sigue las leyes, incluidas las leyes de la ciencia. En cambio «decir que «lo real es lo que no anda» implica definir lo real como «lo que no tiene ley». Por supuesto, Lacan habla de un real cuyo funcionamiento es distinto de la necesidad, habla de un real que nos remite al registro de lo contingente, ese es el real del que se ocupan lo analistas» (Palomera, 2021).

Además, ese real que el psicoanálisis encuentra en la clínica es un real que apunta a lo inmundo. Dice Lacan (1974): “para percibir que no hay mundo (…) basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si me permiten expresarme de este modo”. Por lo tanto, ese no andar del mundo comienza cuando al mundo se le añade algo que lo hace «inmundo», y es de esto que se ocupan los psicoanalistas. «Solo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia” (Lacan citado por Palomera, 2021).

El mundo se hace inmundo cuando este deja de andar, deja de marchar como espera el mundo hacerlo, siguiendo las leyes, las reglas, las normas, pero el sujeto se le atraviesa con su inmundicia cuando este erra, falla, marcha mal, deja de funcionar. “El inconsciente se manifiesta a través de un disfuncionamiento, como algo que no funciona, algo que fracasa a través de lo irregular, a través de lo discontinuo” (Miller, 1999). Son las formaciones del inconsciente (sueños, olvidos, actos fallidos), de las cuales se destaca el síntoma, el cual posee una continuidad temporal; es la presencia de lo real del inconsciente en el mundo. 


518. Psicoanálisis y religión: el sentido es la debilidad mental del hombre

El psicoanálisis es el reverso de la religión; mientras que el psicoanálisis apunta al sin sentido, la religión es una explosión de sentido. “Marx despachó demasiado deprisa la cuestión de la religión, al calificarla de opio del pueblo, pero no porque su metáfora fuese equivocada, sino por la ingenuidad de creer que gracias al materialismo histórico sería fácil que el pueblo abandonase su adicción al opio” (Dessal, 2015). No, el pueblo no ha abandonado el opio que es la religión, al contrario, la religión se ha exacerbado, incluso en un periodo de la vida humana en el que la ciencia es la que manda, la que comanda a la humanidad (junto con el discurso capitalista). Algo pasó, ya que se creía que los descubrimientos de la ciencia iban a reemplazar al discurso religioso, y no, la religión se ha multiplicado. Y esto responde a que la ciencia, como el psicoanálisis, también apunta al sinsentido, a lo real, y el sujeto, al enfrentar ese sinsentido, hace un llamado al sentido, que se lo da fácilmente la religión. Por ejemplo, al descubrir la ciencia que el ser humano es producto de un proceso evolutivo de millones de años y que su existencia es prácticamente una contingencia, que no tiene ningún sentido, el sujeto se ve en la necesidad de hacer un llamado al Otro para que le dé sentido a su existencia; ella debe tener algún propósito: “mi misión en el mundo es…”.

La eterna lucha entre el bien y el mal ha sido desde siempre, en la religión, uno de sus aspectos más relevantes. Lo es también en Freud; sus conceptos de pulsión de vida (Eros) y pulsión de muerte (Tánatos) no hablan sino de la forma como se ha concebido la historia “como una pugna permanente, infinita, entre el bien y el mal” (Dessal, 2015), pugna que se ve por todas partes en la vida: en el cine, las novelas, la televisión, los noticieros, las guerras, en todos los fenómenos psicosociales. Freud no pensaba que el mal se pudiera erradicar de la condición humana, como lo piensan ciertas corrientes religiosas que pronostican el triunfo del bien sobre el mal, “de allí su concepto central de la pulsión de muerte” (Dessal). Para Freud, la religión es una producción cultural que responde a la nostalgia, por parte del sujeto, del padre protector de la infancia, “la imago paterna que deja una huella en la vivencia infantil” (Dessal). Como producto cultural la religión es una creación del hombre, de tal modo que podemos decir que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino que fue el hombre el que creó a Dios a su imagen y semejanza; para Freud “el origen de la religión reside en la necesidad de protección del niño inerme y deriva sus contenidos de los deseos y necesidades de la época infantil, continuada en la adulta” (Freud, 1930). Por esto la tesis de Freud es que «la religión es una neurosis infantil colectiva», una ilusión del hombre, un delirio colectivo.

Así pues, “sufrimos de un exceso de sentido, y a la vez tenemos la sensación de que nos falta un Sentido con mayúsculas. El psicoanálisis procura liberarnos de ese tormento de darle significado a todo, librarnos del goce de vivir en la historieta que nos contamos cada día para justificar nuestra vida” (Dessal, 2015). El ser humano se la pasa en la vida tratando de darle sentido a su existencia (porque no lo tiene). “Lacan pensaba que el sentido es la debilidad mental del hombre. Fabricamos sentido permanentemente. Antes esa fábrica estaba regulada por las directrices superiores, si me permites la alegoría. Ahora cada uno fabrica a su antojo, todo vale y nada sirve sino para sumergirnos aún más en ese goce tonto que da contenido a nuestras pequeñas miserias de la vida cotidiana” (Dessal).

La ciencia, entonces, no pudo cumplir su promesa: cambiar el pensamiento mágico por el pensamiento racional; el ser humano no ha dejado de ser supersticioso y hasta cree hoy en día en teorías conspirativas: la tierra es plana, la vacuna contiene un chip para dominarnos, la luna es una base extraterrestre, etc., etc. Además, el sujeto contemporáneo, productor de sentido, no aguanta ya ni un minuto para pensarse, para reflexionar sobre su ser y su existencia; prefiere “encomendarse a la medicación o a las promesas de felicidad inmediatas y sin esfuerzo. Eso fracasa, la ciencia no cumple sus promesas, y la religión triunfa porque acecha siempre (…) Llevo una existencia asquerosa en un mundo de mierda, solía repetir un paciente mío. Esa frase es el lema bajo el cual viven hoy en día cientos de millones de seres humanos, que no pueden esperar ni un segundo más en la cola de la esperanza. Para ellos la religión es un recurso mucho más alentador que el psicoanálisis” (Dessal, 2015).


508. Adoctrinamiento, educación y política: «el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos»

A raíz de la explosión social y el paro nacional que se presentó en nuestro país (Colombia) desde el 5 de mayo de 2021, muchas instituciones educativas les recomendaron a sus docentes no asumir posturas que generen malestares entre los estudiantes y adoptar una actitud imparcial. Yo me pregunto, ¿esto es posible? ¿Acaso, siempre que se asume una posición, sobre todo de carácter crítico, frente a lo que sucede de injusto en un país, esto no generará algún malestar en muchas personas? Colombia es uno de los países con mayor corrupción:

“El Índice de Percepción de Corrupción (IPC) 2020 mide los niveles percibidos de corrupción en el sector público en 180 países a través de una puntuación con una escala de 0 (corrupción elevada) a 100 (ausencia de corrupción). En esta edición más de dos tercios de los países obtuvieron una puntuación inferior a 50. El promedio global se situó en tan solo 43 puntos. En este año Colombia obtuvo una calificación de 39 puntos sobre 100, y ocupa la posición 92 entre 180 países evaluados. Aunque, en esta edición el país consiguió dos puntos más que el año pasado, estadísticamente esta variación no es considerada como un avance significativo” (Transparency International, 2021, párr. 1). Y ocupaba el año pasado el segundo puesto en desigualdad en Latinoamérica (Pasquali, 2019); a estos problemas se le suman además el de narcotráfico: 1.137 toneladas de cocaína (Infobase, 2020), paramilitarismo: 35 masacres durante este año (El Espectador, 2021), desplazamientos forzosos: 8 millones (El Tiempo, 2019), falsos positivos: 6402 (La silla vacía, 2021), pobreza: 42.5% (Dane, 2021), etc. ¿Cómo tapar el sol con un dedo?

La justificación para ser imparcial es no adoctrinar a los estudiantes. ¿Acaso no se los adoctrina cuando se les enseña una teoría? Adoctrinar, según la RAE (2020), significa “inculcar a alguien determinadas ideas o creencias”. Yo, por ejemplo, creo en el inconsciente, con lo difícil que es creer en esto, y enseño el discurso psicoanalítico, en el que me he formado como profesional y en el que creo. ¿No estoy adoctrinando a los estudiantes cuando les enseño las ideas del psicoanálisis, aportando los argumentos necesarios para justificar los conceptos en los que dicho discurso cree? Además, siempre que se adopta una posición desde este discurso, o se piensa una situación de la realidad humana desde el psicoanálisis, muchas veces esto genera algún malestar en las personas, al fin y al cabo, como bien lo indica Freud en Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), «el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos» (p. 8). Y los irrita porque el psicoanálisis es crítico con todo lo que abarca al ser humano: sus ideales, sus creencias, sus pensamientos, la posición que asume en la vida.

Entonces, con relación a asumir posturas, ¿por qué se censura hablar de la realidad política de un país con la idea de que no hay que adoctrinar a los estudiantes en determinada corriente política? ¿Acaso no se lo adoctrina, también, cuando se le enseña neuropsicología, cognitivismo, humanismo, psicología clínica o psicología social? Ahora bien, se le inculca toda una serie de teorías y conocimientos a los estudiantes, y se le deja a él, como sujeto de pleno derecho, la posibilidad de elegir en que corriente y en qué ámbito de la psicología se va a inscribir; es él el que elige, aunque muchas veces se trata de una elección forzada, es decir, porque toca. Ahora bien, es muy diferente un adoctrinamiento en el que se obliga al otro a creer lo que se le inculca, como sucede, por ejemplo, con el adoctrinamiento en una religión en los niños desde el momento en que nacen, o el adoctrinamiento que reciben unos niños cuando los recluta una guerrilla, a la transmisión de un conocimiento a sujetos que ya hacen uso de un pensamiento crítico. 

“El adoctrinamiento es en cierto grado inevitable en la enseñanza padre-hijo, pues los seres humanos son animales sociales que inevitablemente se ven afectados por el contexto en el que se desarrollan. Sin embargo, esto puede ser mitigado por prácticas que favorezcan el libre pensamiento y el uso de la razón crítica, siendo esta la principal diferencia entre el adoctrinamiento y la educación: el primero, a diferencia de la educación, nunca pretende convertir al sujeto en un individuo autónomo con juicio propio, sino que se caracteriza por la fe ciega y la ausencia de pensamiento crítico” (Wikipedia, 2021, párr. 2).

Así pues, el adoctrinamiento es una práctica educativa ejercida por una autoridad, la cual busca infundir determinados valores o formas de pensar en los sujetos a los que van dirigidas, por lo tanto, el adoctrinamiento está necesariamente ligado a la educación; aquel siempre soporta procesos educativos, pero se espera que la educación, esa que apunta a la libre expresión de las ideas, de forma democrática y multicultural, no se convierta en un adoctrinamiento. Entonces, volviendo a las preguntas iniciales, ¿se adoctrina cuando se habla de la realidad política de un país?

Lo que suele suceder en toda sociedad, es que el conflicto es muy mal visto; pero los conflictos sociales se constituyen, a su vez, en el motor de toda sociedad. Por esta razón, cuando se enseña a pensar críticamente, se espera que dicho razonamiento desestructure lo que se denomina el «sentido común». Las ciencias sociales y humanas, pienso yo, así como nos lo enseña el psicoanálisis y la filosofía, sirven para desestabilizar, desestructurar dicho «sentido común». 

“¿Qué es el sentido común? Heidegger dice que el sentido común es el impersonal «se»: pensamos lo que se piensa, sentimos lo que se siente, deseamos lo que se desea, creemos en lo que se cree, hasta amamos como se ama; uno cree que ama, y que es espontáneo, autónomo, auténtico, que uno es dueño de sus sentimientos, y cada vez más te vas dando cuenta que en realidad no estás amando, sino que estás inserto en un sistema que previamente delinea y define las formas de amar, y uno cuando ama no hace más que reproducir, repetir formatos previos que nos condicionan” (Sztajnszrajber, 2021).

Igual sucede con lo que se piensa, con lo que se siente, lo que deseamos, ¡y todo en lo creemos! Es decir, hay un Otro generalizado (Berger y Luckmann, 1986): el sistema, el establecimiento, la institución, la estructura social, que, primero, nos preexiste, y segundo, determina casi todo lo que nosotros somos como seres humanos en el mundo que nos tocó. Eso es tremendo; si seguimos con el ejemplo del amor, todos nos podemos hacer esta pregunta: ¿por qué amo así?, ¿quién me enseñó que es de este modo y no de otro? Y lo que sucede cuando alguien quiere salirse de ese “sentido común” (la forma como espera el Otro que tu ames), es que pasa a ser un subversivo, un anómalo, un enfermo (Sztajnszrajber, 2021), un loco o un delincuente. 

Es por esto que el psicoanálisis, al igual que la filosofía, son discursos subversivos, porque interrogan al establecimiento. Pero incomodar es muy importante y necesario, y, sobre todo, incomodarse a uno mismo. Y lo que te van a enseñar estos discursos es que lo que tú crees de manera natural, normal, también es una construcción, es un efecto de algo que trasciende al sujeto, y que ese Otro, que no es otro que el establecimiento, lo establecido socialmente, es lo que te exige determinados comportamientos. Y eso determina lo que se puede denominar, la agenda cotidiana, la misma que repiten los medios de comunicación, “la agenda diaria que está fijada de acuerdo a ciertos intereses; esto ya de por sí es absolutamente cuestionable. Lo que la filosofía ve es algo mucho más estructural, lo que son los formatos; no tanto lo que se discute en un programa de panelistas, sino la “panelización” de nuestro cerebro, o sea, la “panelización” del discurso público. Es fundamental entender que hay un problema de formato, el formato que está instalado y que la filosofía permanentemente trata de desarmar, de deconstruir, es un formato que estructura, una realidad siempre binaria, siempre jerárquica, siempre con amigos y enemigos” (Sztajnszrajber, 2021).

De ahí la importancia de correrse de esa agenda pública, esa que nos transmiten los medios de comunicación. “La televisión educa, no solo la escuela, un presentador de televisión diciendo pavadas también educa, y educa en pavadas” (Sztajnszrajber, 2021). Igual sucede con los docentes en sus clases. Por eso, si se enseña a pensar críticamente, eso implica, no solo dudar de todo, sino deconstruir el mundo, ese mundo que se nos presenta, o se nos vende, como un mundo en calma. Es el poder del establecimiento, y no hay poder más eficiente que aquel que no se ve; se trata de un poder que nos anestesia, para que el sistema funcione en su comodidad, en su tranquilidad, “el poder es siempre farmacológico (…) Y qué difícil es moverse de eso, ¿quién se va a mover de esos lugares tan acomodados? Pero un día, todo explota, del modo a veces más inusual. Foucault decía: donde hay poder, hay resistencia” (Sztajnszrajber). 

Es lo que ha sucedido en Colombia, pero también en Chile, Bolivia y ahora Cuba, y en su momento en Argentina, Perú, Ecuador y EEUU. El poder funciona normalizando sus intereses y reproduciendo sus privilegios. Por eso, cuando se devela cómo funciona el establecimiento, se asume una posición política, y eso no le va a gustar a muchos, sobre todo a los que están adormecidos, acomodados, los que cumplen con la agenda pública, todos los que están insertos en ese sistema denominado «sentido común»; por eso el que se siente ofendido es el que no quiere renunciar a un privilegio. “La política es para el otro, no es para defender lo propio. Si no es para el otro, es negocio” (Sztajnszrajber, 2021). Y “por eso la lucha es contra el sentido común, ese sentido común que es visto como algo positivo y que condiciona la forma de pensar, que establece etiquetas acerca de lo que está bien y lo que está mal, lo normal y lo anormal, lo correcto y lo incorrecto; todos esos binarios hay que desarmarlos” (Sztajnszrajber, 2021). 

Y como dice Sztajnszrajber (2021), no se lucha para ganar, se lucha para luchar, para incomodar, para cuestionar, para irritar, para pensar, y de todos modos siempre habrá quien se irrite y se sienta mal, ¿cómo evitarlo? Se espera, eso sí, que el que sienta algún malestar, responda con argumentos y respete al otro a pesar de las diferencias que puedan tener, y no simplemente disparando. ¿Y para qué hacer todo esto? Para, tal vez, así poder cambiar el establecimiento, así sigamos del lado de los derrotados, los segregados, los discriminados, los desposeídos. ¿No es de este lado que se deberían, en un sentido ético, poner las universidades, y más si son católicas? Lo que me lleva a preguntarme: ¿cuál es el papel que debe cumplir la universidad frente a sus alumnos, cuando hay un estallido social de reivindicación de derechos como el sucedido aquí en Colombia en este momento? ¿La universidad quiere sujetos adormecidos, o sujetos críticos y despiertos?

¿Y cuál la posición del psicoanálisis ante este tipo de fenómenos político-sociales? ¿Acaso la tarea del psicoanálisis no es “llamar la atención sobre las mentiras de la civilización” (Laurent, 2007)? ¿Acaso los psicoanalistas no están llamados a entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora? “Nuestra práctica clínica tiene como partenaire permanentemente a la civilización contemporánea. Por eso un psicoanalista –como dice Lacan– debe estar a la altura de la subjetividad de su época” (Delgado, 2011): “Mejor que renuncie quien no pueda unir su horizonte a la subjetividad de la época. ¿Cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” (Lacan, 2003, p. 209).


502. Los límites de la sesión analítica virtual

¿Qué diferencia una sesión analítica de una conversación mantenida a través de cualquier sistema de comunicación a distancia? El contacto a distancia existe desde la invención del teléfono; ahora se hacen videollamadas y videoconferencias. Miller (1999) dice al respecto que «eso va a continuar, a multiplicarse, será omnipresente. Pero, ¿llegará la presencia virtual a tener una incidencia fundamental en la sesión analítica? No. Verse y hablarse, eso no hace una sesión analítica. En la sesión, dos están juntos, sincronizados, pero no están allí para verse, como lo manifiesta el uso del diván. La copresencia en carne y hueso es necesaria, aunque solo fuera para hacer surgir la no-relación sexual».

Para Miller (1999) es claro que, para el psicoanálisis, la presencia real del analista y el analizante, es lo que garantiza la puesta en juego de lo real que se presenta en el dispositivo de diferentes maneras, todo lo que tiene que ver con la repetición en la transferencia y lo real de la no relación sexual. Es decir que la presencia de los actores del dispositivo en un mismo lugar, «es consustancial a la sesión analítica como puesta en acto del discurso analítico» (Panés, 2020). Esto, por tanto, le pone un límite a los modos de presencia virtuales que la tecnología ofrece.

Pero, ¿qué hacer entonces con el confinamiento al que obliga una pandemia? La virtualidad se convierte en la única vía de comunicación entre analistas y analizantes. No es algo nuevo, como ya se indicó. El uso del teléfono, desde finales del siglo XIX, ha permitido la comunicación entre analista y analizante, sobre todo cuando la presencia real ha sido temporalmente imposible (Panés, 2020). Pero el uso de este y otros dispositivos son excepcionales; son como una especie de paréntesis cuando ya se ha constituido una transferencia o como algo preliminar a un encuentro en el que se espera que aquella se instale.

Así pues, la pandemia actual «no debe constituirse en una alteración permanente del dispositivo analítico» (Panés, 2020), pero dadas las circunstancias que aquella ha generado -la imposibilidad de encuentros reales-, la sesión analítica virtual «no tiene una naturaleza esencialmente diferente» (Panés). Si hay diferencias, estas se ponen en juego con relación a la incorporación de la imagen en las comunicaciones virtuales, la cual puede constituirse en un posible obstáculo que hay que tratar en la dimensión del caso por caso. Pero esto puede ser equivalente a lo que sucede en la presencialidad. Sabemos que hay pacientes que no soportan recostarse en el diván y necesitan de la presencia del analista, es decir, necesitan verlo de frente, saber que los están escuchando (sucede eventualmente con las pacientes histéricas) «El diván es sin duda el objeto emblemático del psicoanálisis. Pero al mismo tiempo, no es el diván lo que define al psicoanálisis. Hay análisis que se realizan perfectamente cara a cara, con el paciente sentado en una silla. Para algunos pacientes, incluso es necesario que sea así. Por ejemplo, cuando el diván adquiere el significado: estar a merced del otro, entregarse al capricho del otro» (Miller, 1999). Entonces, ¿cómo proceder con las videollamadas? Tal vez haciendo uso solo de la voz, al fin y al cabo, el uso del diván en el dispositivo analítico tiene que ver con que el analizante se vuelva un puro hablante; la sesión analítica no está hecha para verse, por eso se hace uso del diván; además, el uso de este le da énfasis a lo simbólico, a la palabra, más que a lo imaginario, a la imagen, que se puede constituir en un distractor.

En todo caso, está bien atender a los pacientes que lo han pedido de manera virtual; esto no impide para nada que haya efectos analíticos. Incluso es pertinente escuchar a los pacientes que demandan que la sesión sea exclusivamente por vía telefónica, en la medida en que la mirada del otro le puede resultar inquietante (Panés, 2020). Téngase pues, muy en cuenta, que la comunicación virtual se inscribe como una excepción en el contexto de una transferencia ya constituida. Cuando el primer encuentro con el analista se produce por la vía virtual, habrá que pensar qué dificultades se plantean aquí (Panés). La gran dificultad de la que alerta Miller con el uso de la virtualidad, es que ésta, al no haber co-presencia en carne y hueso del analista y el paciente, esto sabotea el surgimiento de la no relación sexual. «Si saboteamos lo real, la paradoja se desvanece. Todos los modos de presencia virtual, incluso los más sofisticados, se enfrentarán a esto» (Miller, 1999).


501. «No hay manera de partir de un hilo que no sea ideológico»

A la ideología la encontramos detrás de los ideales de felicidad, de autonomía e independencia de las personas, que ha llevado a un individualismo rampante en esta hipermodernidad, muerte del humanismo y fin de la solidaridad. La ideología también está detrás del emprendimiento al que invita hoy el neoliberalismo: ser el jefe de sí mismo, o mejor, ser esclavo de sí mismo. Aquí en Colombia está la ideología del narcotráfico, del avivato, de la malicia indígena, que ha llevado al país, desde hace treinta años, a ser un narcoestado. Y esa ideología del narco responde claramente a esa otra ideología dominante y universal en esta contemporaneidad, que no es otra que la del capitalismo salvaje y depredador, que está llevando a la humanidad a su autodestrucción; basta con ver todo lo que está sucediendo con la destrucción del medio ambiente y el calentamiento global, incluida la pandemia del covid-19. El mundo pasó el año pasado el punto de no retorno; el momento de tomar medidas ya pasó y esta ideología depredadora no cambia, no termina, sigue adelante.

Lacan también habla de la ideología de la ciencia como una «ideología de la supresión del sujeto», y se puede hablar también de una ideología de la psicología, que se corresponde con esa ideología de la ciencia, y que «reduce el sujeto al Yo de la conciencia» (Bassols, 2020); es una ideología que suprime al sujeto (el sujeto del inconsciente) «al igualarlo al Yo de la conciencia o de la cognición» (Bassols). ¿Queda, entonces, el psicoanálisis, exento de todo fundamento ideológico?

La respuesta de Bassols (2020) a esa pregunta es no, y cita para ello a Lacan en «L’étourdit», en donde define el punto de partida de su enseñanza: «Es por ello que parto de un hilo —ideológico, no tengo elección—, con el que se teje la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué lo rechazaría yo, si este hilo proviene de la trama que mejor se ha puesto a prueba para sostener juntas las ideologías de un tiempo que es el mío? ¿En nombre del goce? Pero precisamente, mi hilo se caracteriza por alejarse de él: es incluso el principio del discurso psicoanalítico tal como, él mismo, se articula».

Así pues, la crítica lacaniana a la ideología se complejiza, debido a que «no habría manera de partir de un hilo que no fuera ideológico cuando se trata de la experiencia del psicoanálisis» (Bassols, 2020). Cada época está marcada por ideologías, así como también la política también lo está. Así pues, «el psicoanálisis no podría (…) inscribirse fuera del tejido que forman los discursos de su época, no podría pretender ser extraterritorial, a-ideológico» (Bassols). Lo que sí puede hacer el discurso psicoanalítico, es «mantenerse alejado de las posiciones de goce que sostienen a los otros discursos, y saber hacerse su desecho (…) la posición ideológica del discurso del psicoanalista se separa necesariamente de las formas de goce que suponen los otros discursos» (Bassols). De ahí la importancia de que el psicoanálisis haga, permanentemente, una lectura de la subjetividad de la época.


500. ¿Tiene la ideología un lugar en el psicoanálisis?

¿Estaría el discurso y la experiencia del psicoanálisis exentos de ideología? ¿La función y el deseo del analista están por «fuera de cualquier posición ideológica en nombre de una supuesta y siempre dudosa neutralidad? (…) ¿Puede hacer el analista una intervención fuera de cualquier ideología?» (Bassols, 2020). La ideología se puede definir como «el conjunto de ideas que cada uno tiene sobre un sistema de vínculos —económicos, sociales y finalmente siempre políticos— para preservarlos, transformarlos, restaurarlos o también subvertirlos» (Bassols). Como observador de acontecimientos políticos y sociales, ¿la posición del psicoanalista es la de un observador neutral?

Se podría decir que todas las intervenciones de los psicoanalistas en los medios de comunicación son necesariamente ideológicas, ya que «más que actuar, el sujeto es actuado por la ideología que atraviesa las diferentes instituciones y realidades sobre las que se asienta y configura su día a día» (Cano citado por Bassols, 2020). ¿Y las intervenciones dentro del dispositivo analítico? No habría entonces neutralidad por parte del psicoanalista en sus intervenciones, ya que su posición es irreductible con relación a «las formas simbólicas que ordenan la vida, las «formas de gozar» como solemos decir» (Bassols).

No es posible resguardarse de las ideologías que son dominantes en el discurso de los hombres. La misma IPA se vio en apuros, haciendo un llamado a la «neutralidad» de la institución, cuando Freud pedía un apoyo para los analistas judíos perseguidos por el Tercer Reich. «La atribución de una ideología al analista está a la orden del día y no es seguro que se pueda sacar de encima este sambenito con el silencio de su «neutralidad» (…) La «neutralidad» ha sido (…) la túnica de Neso con la que los analistas han pensado resguardarse de toda ideología, una túnica ardiente de ideología finalmente. Y no de las mejores.» (Bassols, 2020).

Mientras que Freud se mantuvo al margen en estos asuntos, Lacan y Miller han implicado al psicoanálisis en la política. Miller, por ejemplo, dirigió a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) en el año 2017 contra el posible ascenso al gobierno francés del partido de ideología xenófoba y de inspiración fascista de Marine Le Pen. Por tanto, ¿se puede hacer una acción lacaniana exenta de cualquier ideología? Así pues, toda posición del analista deberá, desde entonces, pensarse como una posición ideológica, por eso es tan pertinente la pregunta que se hace Bassols (2020): «¿Cuál es el lugar de la ideología en el discurso del psicoanalista?»; pero también, ¿cuál es la ideología con la que se identifica o que conviene a la práctica del psicoanálisis?


299. La teoría de los discursos de Jacques Lacan.

La «teoría de los discursos» o «teoría del vínculo social» de Lacan es desarrollada en su Seminario El revés del psicoanálisis (1969-70) como teoría del lazo social. El desplazamiento regulado de cuatro términos (S1, S2, $ y objeto a) sobre cuatro lugares (Agente, Otro, Producción y Verdad), «permite dar cuenta exhaustivamente de la naturaleza de los momentos en que la palabra toma el lugar del instinto, el cual ella subvierte.” (Sauret, 1997, p. 17)

Agente Otro
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Verdad Producto

Los cuatro lugares a los que se hace referencia en ésta teoría son: el lugar del «agente», lugar desde donde se dirige, se gobierna, se maneja o se comanda algo. Está el lugar del «Otro» con mayúscula, lugar al cual el agente se dirige y que puede representar, según el caso, al saber, al lenguaje, a lo simbólico, a la Madre, a la cultura, etc., es decir, lo que vale para todos. Debajo del lugar del agente está el lugar de la «Verdad», aquello a nombre de lo cual el agente dirige su acción o su discurso al Otro: Siempre que el sujeto habla, lo hace en nombre de alguna verdad. Y por último está, debajo del lugar del Otro, el lugar del «producto», o sea, el resultado que se obtiene de la interacción de los términos o elementos que circulan por dichos lugares. De lo anterior podemos inferir que el discurso es el que crea el tipo de vínculo social.

Los términos que circulan por estos cuatro lugares los podemos definir así: el sujeto, que se escribe así: $, y se lee: sujeto barrado o dividido; escindido por la acción del lenguaje, dividido en tanto que está siempre entre dos significantes: el S1 y el S2. Está el S1, que es el significante que representa al sujeto; se le llama también significante unario, o significante Amo. Y, además, está el significante S2, que representa al saber, el significante que se necesita para que el sujeto quede representado, o también el significante que se hace necesario para darle sentido al S1. Por último se tiene el «objeto a minúscula», el cual representa lo que es irreductible al saber, eso que escapa a la representación significante, lo que en el psicoanálisis se denomina lo «real». “Cuando leemos este “a”, sabemos que tenemos un índice de este elemento irreductible al saber. Esta anotación nos interesa porque con esta letra hacemos entrar este irreductible en nuestro cálculo.” (Sauret, 1997, p. 16). La interacción de estos cuatro elementos dejará siempre un producto.