Archivo de la categoría: Política

541. ¿Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla?

Después de realizar una revisión del concepto de compulsión a la repetición en la obra de Freud y de Lacan, podemos concluir que en ninguno de los dos autores se hace un uso de dicho concepto para aplicarlo a la psicología de las masas, y específicamente para pensar un fenómeno como el que revela el dicho popular: “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”; sin embargo, se podría decir que en el tratamiento que hacen dichos autores del concepto en cuestión, hay algunas alusiones a la posibilidad de poder ser utilizado para pensar la psicología de los pueblos y el proverbio popular.

Así, por ejemplo, cuando Freud (1920/1979) aborda la repetición en los fenómenos de la transferencia, él indica claramente que se trata de un fenómeno que “puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas” (pág. 21). Para Freud es claro que la repetición de situaciones olvidadas y que no se recuerdan, es un asunto estructural, que abarca la vida de todo sujeto, neurótico o no, y que además se puede presentar en cualquier situación en la que el sujeto establece un vínculo con sus semejantes; por eso él insiste en llamar a esta repetición de la que el sujeto no escapa, destino demoníaco y fatal (Freud, 1920/1979, pág. 21), es decir, una repetición de la historia del sujeto caracterizada por el retorno, una y otra vez, de los mismos acontecimientos de su vida, acontecimientos desafortunados, desdichados o infelices, a los que el sujeto está sometido irremediablemente.

Entonces, como se trata de una noción estructural que se puede extrapolar a otras muchas situaciones de la vida del sujeto (Lacan, 1984, pág. 45), es por esto que se puede discernir que a Freud solo le faltó agregar a su reflexión sobre la compulsión a la repetición, su traslación a fenómenos de masa donde la historia se repite, tal y como lo indican, no solo el proverbio, sino los observadores de los fenómenos de los pueblos, que muestran claramente cómo la repetición de la historia de un pueblo habla de un destino fatal y demoníaco para él mismo.

Si la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), también sería válido pensar que lo que un pueblo no puede recordar, eso que olvida o reprime, retorna bajo la forma de la compulsión a la repetición; hay pues algo en la vida de los pueblos que se repite de forma inconsciente, y es posible entonces conjeturar que el olvido de la historia por parte de los pueblos, que es lo que los condena a repetirla, tendría que ver con lo traumático, es decir, con lo dolorosa, penosa, vergonzosa o displacentera que pudo haber sido esa historia. Es decir que, así como la psicología individual es también social, el pueblo, la masa se comportan, a su vez, como un individuo. Los pueblos, entonces, también reprimen su historia, sobre todo cuando esta ha sido traumática; la olvidan, quedando esa historia desligada de toda elaboración, es decir, deja de ser recordada y pensada por el pueblo, lo que la lleva a repetirla. Pero, para poder hacer esta hipótesis, tenemos que pensar la psicología de un pueblo como equivalente a la psicología de un individuo: el comportamiento de todo un pueblo o país sería equivalente al comportamiento de un individuo, o por lo menos su comportamiento podría ser pensado como si se tratara del comportamiento de un individuo. Además, habría que pensar lo siguiente: si el trauma para los individuos es de orden sexual, ¿en el caso de la psicología de los pueblos de qué trauma se trata? ¿Qué es lo que haría traumática una historia colectiva? Probablemente la respuesta está del lado de los traumas de guerra, esos traumas que no son sexuales pero que causan una herida en el espíritu de los pueblos.

La compulsión a la repetición es pues un concepto teórico, estructural, que nos permite acceder, no solamente a la comprensión de las conductas de fracaso de los sujetos, y “que les dan la sensación de ser los juguetes de un destino perverso” (Chemama & Vandermersch, 2004), sino también a la repetición de la historia por parte de todo un pueblo o una masa.

Teniendo en cuenta lo anterior, pasemos entonces a responder la pregunta de a qué mecanismo psíquico, de carácter colectivo, responde esta compulsión a la repetición de la historia de un pueblo; la respuesta sería, entonces, la misma que para la psicología individual: el pueblo, la masa, también busca la cancelación del pasado, de su historia, reprimiéndola, lo cual explicará la compulsión a repetirla; lo que no acontece de la manera en que el pueblo así lo esperaba, es decir, de acuerdo con su deseo, será anulado, repitiéndolo compulsivamente a través de su historia. ¿Cómo se generaría una tal represión colectiva? Es algo que queda pendiente de responderse, pero todo lo anterior daría cuenta de que, como bien lo indica Freud, la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), aspecto este que ha sido descuidado en el momento mismo de pensar la psicología de las masas; y, sin embargo, cada vez más se piensan los fenómenos psicosociales, así como se hace con los fenómenos individuales. Así, por ejemplo, cada vez más se hace evidente el uso del término síntomas sociales, “como el lugar de una verdad no dicha, que escapa al sentido” (Velásquez, 2008) en toda una colectividad; el termino síntomas sociales se vuelve pues útil para pensar, desde el discurso psicoanalítico, fenómenos de masas contemporáneos.

A la pregunta de si es equivalente la compulsión a la repetición que Freud encontró en la clínica psicoanalítica, a la repetición de la historia por parte de los pueblos, la respuesta sería entonces que sí. Sin embargo, como ya se indicó, es como si a Freud le hubiese faltado hacer uso del concepto de compulsión a la repetición en el estudio de los fenómenos de masa, allí donde la historia se repite, tal y como lo indica claramente el proverbio popular que hemos citado. ¿Por qué Freud no lo hace? ¿Fue acaso un descuido de su parte, o fue prudente en el empleo de dicho concepto para pensar la repetición de la historia por parte de los pueblos? Son preguntas que, todavía, no nos atrevemos a responder.

Por lo dicho anteriormente, a la pregunta de qué tanto sirve el concepto formalizado por el psicoanálisis para pensar lo que sucede al nivel de toda una masa social, la respuesta es: mucho, pero con todas las precauciones que se debería tener en cuenta, las mismas que suponemos tuvo Freud para trasladar su concepto de compulsión a la repetición a fenómenos de masa. Por lo tanto, a la pregunta cómo hace la masa, el pueblo, para olvidar su historia, la respuesta también es la que Freud aplica a la psicología individual: la represión, un olvido colectivo que opera también en los pueblos, igual al que realiza el sujeto neurótico cancelando el pasado, su historia, reprimiéndola; faltaría, eso sí, dar cuenta de la especificidad de dicha represión a nivel de las masas, pero esto nos hace saber, cada vez más, como aquella se comporta igual que un individuo. Es decir que se trata de un asunto estructural, constitucional, no solo inherente a la psicología del individuo, sino también a la historia de los pueblos y de la humanidad toda.

Por último, habría que plantear qué tipo de intervención se podría hacer a la masa, a los pueblos, para que dejen de repetir la historia que se olvida. ¿Cómo tratar ese olvido que se presenta en los pueblos y que los lleva a repetir su historia? Es decir, ¿cómo cancelar las represiones de un pueblo o una masa, para que deje de repetir su historia? La respuesta aquí también es la misma que para el individuo: el pueblo sólo podrá recuperar su poder sobre lo olvidado, sobre lo reprimido, en la medida en que aquél se dedica a recordarla, elaborarla, tramitar lo traumática que haya sido, y la haga conocer a todos los individuos, es decir, la transmita a las siguientes generaciones para que éstas no la olviden. De aquí la importancia de todos los recursos a los que recurre una cultura para que la historia de un pueblo no se olvide: museos de la memoria, enseñanza de su historia, conmemoraciones, eventos o ritos que rememoran los acontecimientos traumáticos, etc. Un pueblo que recuerda su historia, que no la olvida, se supone que no la repite.


540. «Todo el mundo es loco»

“Todo el mundo es loco” es un aforismo de Lacan. “Todo el mundo es loco, Lacan lo formuló una sola y única vez, en un texto publicado en una revista que era entonces restringida, Ornicar?” (Miller, 2024). Este aforismo entró en el lenguaje de la AMP, incluso se volvió una especie de eslogan. Fue entendido como una reivindicación democrática de la igualdad de los ciudadanos que se impone a la jerarquía médico-paciente, deconstruyéndola. “Lacan había anticipado la ideología contemporánea de la igualdad universal de los seres hablantes señalando la fraternidad que debe ligar, según él, al terapeuta y a su paciente” (Miller). 

Esta reivindicación igualitaria de los sujetos se traduce en la desaparición de la clínica. “Todos los tipos clínicos se sustraen progresivamente del gran catálogo clínico, ya degradado y deconstruido por las ediciones sucesivas del DSM” (Miller, 2024). Ahora los sujetos afectados de un trastorno mental, de una discapacidad, se asocian y hacen grupos. Grupos fundados jurídicamente que se constituyen a menudo en grupos de presión, como, por ejemplo, los autistas. Todo anuncia que la clínica será pronto cosa del pasado (Miller).

Hay pues una despatologización de la clínica. “No habrá más patologías, en su lugar habrá, hay ya, estilos de vida libremente elegidos” (Miller, 2024), y jurídicamente sancionados. Se trata de la sustitución del principio clínico por el principio jurídico. Un ejemplo de ellos son los sujetos que demandan una transición de género. “Un hombre político francés propone hoy incluso, que el cambio de sexo se introduzca en la Constitución francesa y se reconozca como un derecho humano fundamental, hasta ahora olvidado” (Miller). Ahora todo el mundo es normal.

El Todo el mundo es loco va, pues, de la mano de la despatologización de la enfermedad mental. ¿Cómo podría salvarse la clínica a pesar de toda despatologización? Se propone una dialéctica para salvar la clínica a pesar de la despatologización, distinguiendo entre la tesis (la desaparición de toda patología) y la hipótesis (la conservación de las distinciones clínicas). Así pues, se conservan las distinciones de la clínica al nivel subordinado de la hipótesis (Miller, 2024). 

Si todo el mundo es loco, ¿es que es delirante? Sí, todo el mundo es loco, es decir delirante. Decir “La imputación de locura y de delirio depende aún de la clínica. Parece que valida el fin de la clínica, pero en términos que pertenecen a la clínica (…) Todo el mundo es loco, ¿Quién lo dice? No puede ser más que un loco. Por lo tanto, lo que dice es un delirio” (Miller, 2024).


508. Adoctrinamiento, educación y política: «el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos»

A raíz de la explosión social y el paro nacional que se presentó en nuestro país (Colombia) desde el 5 de mayo de 2021, muchas instituciones educativas les recomendaron a sus docentes no asumir posturas que generen malestares entre los estudiantes y adoptar una actitud imparcial. Yo me pregunto, ¿esto es posible? ¿Acaso, siempre que se asume una posición, sobre todo de carácter crítico, frente a lo que sucede de injusto en un país, esto no generará algún malestar en muchas personas? Colombia es uno de los países con mayor corrupción:

“El Índice de Percepción de Corrupción (IPC) 2020 mide los niveles percibidos de corrupción en el sector público en 180 países a través de una puntuación con una escala de 0 (corrupción elevada) a 100 (ausencia de corrupción). En esta edición más de dos tercios de los países obtuvieron una puntuación inferior a 50. El promedio global se situó en tan solo 43 puntos. En este año Colombia obtuvo una calificación de 39 puntos sobre 100, y ocupa la posición 92 entre 180 países evaluados. Aunque, en esta edición el país consiguió dos puntos más que el año pasado, estadísticamente esta variación no es considerada como un avance significativo” (Transparency International, 2021, párr. 1). Y ocupaba el año pasado el segundo puesto en desigualdad en Latinoamérica (Pasquali, 2019); a estos problemas se le suman además el de narcotráfico: 1.137 toneladas de cocaína (Infobase, 2020), paramilitarismo: 35 masacres durante este año (El Espectador, 2021), desplazamientos forzosos: 8 millones (El Tiempo, 2019), falsos positivos: 6402 (La silla vacía, 2021), pobreza: 42.5% (Dane, 2021), etc. ¿Cómo tapar el sol con un dedo?

La justificación para ser imparcial es no adoctrinar a los estudiantes. ¿Acaso no se los adoctrina cuando se les enseña una teoría? Adoctrinar, según la RAE (2020), significa “inculcar a alguien determinadas ideas o creencias”. Yo, por ejemplo, creo en el inconsciente, con lo difícil que es creer en esto, y enseño el discurso psicoanalítico, en el que me he formado como profesional y en el que creo. ¿No estoy adoctrinando a los estudiantes cuando les enseño las ideas del psicoanálisis, aportando los argumentos necesarios para justificar los conceptos en los que dicho discurso cree? Además, siempre que se adopta una posición desde este discurso, o se piensa una situación de la realidad humana desde el psicoanálisis, muchas veces esto genera algún malestar en las personas, al fin y al cabo, como bien lo indica Freud en Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), «el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos» (p. 8). Y los irrita porque el psicoanálisis es crítico con todo lo que abarca al ser humano: sus ideales, sus creencias, sus pensamientos, la posición que asume en la vida.

Entonces, con relación a asumir posturas, ¿por qué se censura hablar de la realidad política de un país con la idea de que no hay que adoctrinar a los estudiantes en determinada corriente política? ¿Acaso no se lo adoctrina, también, cuando se le enseña neuropsicología, cognitivismo, humanismo, psicología clínica o psicología social? Ahora bien, se le inculca toda una serie de teorías y conocimientos a los estudiantes, y se le deja a él, como sujeto de pleno derecho, la posibilidad de elegir en que corriente y en qué ámbito de la psicología se va a inscribir; es él el que elige, aunque muchas veces se trata de una elección forzada, es decir, porque toca. Ahora bien, es muy diferente un adoctrinamiento en el que se obliga al otro a creer lo que se le inculca, como sucede, por ejemplo, con el adoctrinamiento en una religión en los niños desde el momento en que nacen, o el adoctrinamiento que reciben unos niños cuando los recluta una guerrilla, a la transmisión de un conocimiento a sujetos que ya hacen uso de un pensamiento crítico. 

“El adoctrinamiento es en cierto grado inevitable en la enseñanza padre-hijo, pues los seres humanos son animales sociales que inevitablemente se ven afectados por el contexto en el que se desarrollan. Sin embargo, esto puede ser mitigado por prácticas que favorezcan el libre pensamiento y el uso de la razón crítica, siendo esta la principal diferencia entre el adoctrinamiento y la educación: el primero, a diferencia de la educación, nunca pretende convertir al sujeto en un individuo autónomo con juicio propio, sino que se caracteriza por la fe ciega y la ausencia de pensamiento crítico” (Wikipedia, 2021, párr. 2).

Así pues, el adoctrinamiento es una práctica educativa ejercida por una autoridad, la cual busca infundir determinados valores o formas de pensar en los sujetos a los que van dirigidas, por lo tanto, el adoctrinamiento está necesariamente ligado a la educación; aquel siempre soporta procesos educativos, pero se espera que la educación, esa que apunta a la libre expresión de las ideas, de forma democrática y multicultural, no se convierta en un adoctrinamiento. Entonces, volviendo a las preguntas iniciales, ¿se adoctrina cuando se habla de la realidad política de un país?

Lo que suele suceder en toda sociedad, es que el conflicto es muy mal visto; pero los conflictos sociales se constituyen, a su vez, en el motor de toda sociedad. Por esta razón, cuando se enseña a pensar críticamente, se espera que dicho razonamiento desestructure lo que se denomina el «sentido común». Las ciencias sociales y humanas, pienso yo, así como nos lo enseña el psicoanálisis y la filosofía, sirven para desestabilizar, desestructurar dicho «sentido común». 

“¿Qué es el sentido común? Heidegger dice que el sentido común es el impersonal «se»: pensamos lo que se piensa, sentimos lo que se siente, deseamos lo que se desea, creemos en lo que se cree, hasta amamos como se ama; uno cree que ama, y que es espontáneo, autónomo, auténtico, que uno es dueño de sus sentimientos, y cada vez más te vas dando cuenta que en realidad no estás amando, sino que estás inserto en un sistema que previamente delinea y define las formas de amar, y uno cuando ama no hace más que reproducir, repetir formatos previos que nos condicionan” (Sztajnszrajber, 2021).

Igual sucede con lo que se piensa, con lo que se siente, lo que deseamos, ¡y todo en lo creemos! Es decir, hay un Otro generalizado (Berger y Luckmann, 1986): el sistema, el establecimiento, la institución, la estructura social, que, primero, nos preexiste, y segundo, determina casi todo lo que nosotros somos como seres humanos en el mundo que nos tocó. Eso es tremendo; si seguimos con el ejemplo del amor, todos nos podemos hacer esta pregunta: ¿por qué amo así?, ¿quién me enseñó que es de este modo y no de otro? Y lo que sucede cuando alguien quiere salirse de ese “sentido común” (la forma como espera el Otro que tu ames), es que pasa a ser un subversivo, un anómalo, un enfermo (Sztajnszrajber, 2021), un loco o un delincuente. 

Es por esto que el psicoanálisis, al igual que la filosofía, son discursos subversivos, porque interrogan al establecimiento. Pero incomodar es muy importante y necesario, y, sobre todo, incomodarse a uno mismo. Y lo que te van a enseñar estos discursos es que lo que tú crees de manera natural, normal, también es una construcción, es un efecto de algo que trasciende al sujeto, y que ese Otro, que no es otro que el establecimiento, lo establecido socialmente, es lo que te exige determinados comportamientos. Y eso determina lo que se puede denominar, la agenda cotidiana, la misma que repiten los medios de comunicación, “la agenda diaria que está fijada de acuerdo a ciertos intereses; esto ya de por sí es absolutamente cuestionable. Lo que la filosofía ve es algo mucho más estructural, lo que son los formatos; no tanto lo que se discute en un programa de panelistas, sino la “panelización” de nuestro cerebro, o sea, la “panelización” del discurso público. Es fundamental entender que hay un problema de formato, el formato que está instalado y que la filosofía permanentemente trata de desarmar, de deconstruir, es un formato que estructura, una realidad siempre binaria, siempre jerárquica, siempre con amigos y enemigos” (Sztajnszrajber, 2021).

De ahí la importancia de correrse de esa agenda pública, esa que nos transmiten los medios de comunicación. “La televisión educa, no solo la escuela, un presentador de televisión diciendo pavadas también educa, y educa en pavadas” (Sztajnszrajber, 2021). Igual sucede con los docentes en sus clases. Por eso, si se enseña a pensar críticamente, eso implica, no solo dudar de todo, sino deconstruir el mundo, ese mundo que se nos presenta, o se nos vende, como un mundo en calma. Es el poder del establecimiento, y no hay poder más eficiente que aquel que no se ve; se trata de un poder que nos anestesia, para que el sistema funcione en su comodidad, en su tranquilidad, “el poder es siempre farmacológico (…) Y qué difícil es moverse de eso, ¿quién se va a mover de esos lugares tan acomodados? Pero un día, todo explota, del modo a veces más inusual. Foucault decía: donde hay poder, hay resistencia” (Sztajnszrajber). 

Es lo que ha sucedido en Colombia, pero también en Chile, Bolivia y ahora Cuba, y en su momento en Argentina, Perú, Ecuador y EEUU. El poder funciona normalizando sus intereses y reproduciendo sus privilegios. Por eso, cuando se devela cómo funciona el establecimiento, se asume una posición política, y eso no le va a gustar a muchos, sobre todo a los que están adormecidos, acomodados, los que cumplen con la agenda pública, todos los que están insertos en ese sistema denominado «sentido común»; por eso el que se siente ofendido es el que no quiere renunciar a un privilegio. “La política es para el otro, no es para defender lo propio. Si no es para el otro, es negocio” (Sztajnszrajber, 2021). Y “por eso la lucha es contra el sentido común, ese sentido común que es visto como algo positivo y que condiciona la forma de pensar, que establece etiquetas acerca de lo que está bien y lo que está mal, lo normal y lo anormal, lo correcto y lo incorrecto; todos esos binarios hay que desarmarlos” (Sztajnszrajber, 2021). 

Y como dice Sztajnszrajber (2021), no se lucha para ganar, se lucha para luchar, para incomodar, para cuestionar, para irritar, para pensar, y de todos modos siempre habrá quien se irrite y se sienta mal, ¿cómo evitarlo? Se espera, eso sí, que el que sienta algún malestar, responda con argumentos y respete al otro a pesar de las diferencias que puedan tener, y no simplemente disparando. ¿Y para qué hacer todo esto? Para, tal vez, así poder cambiar el establecimiento, así sigamos del lado de los derrotados, los segregados, los discriminados, los desposeídos. ¿No es de este lado que se deberían, en un sentido ético, poner las universidades, y más si son católicas? Lo que me lleva a preguntarme: ¿cuál es el papel que debe cumplir la universidad frente a sus alumnos, cuando hay un estallido social de reivindicación de derechos como el sucedido aquí en Colombia en este momento? ¿La universidad quiere sujetos adormecidos, o sujetos críticos y despiertos?

¿Y cuál la posición del psicoanálisis ante este tipo de fenómenos político-sociales? ¿Acaso la tarea del psicoanálisis no es “llamar la atención sobre las mentiras de la civilización” (Laurent, 2007)? ¿Acaso los psicoanalistas no están llamados a entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora? “Nuestra práctica clínica tiene como partenaire permanentemente a la civilización contemporánea. Por eso un psicoanalista –como dice Lacan– debe estar a la altura de la subjetividad de su época” (Delgado, 2011): “Mejor que renuncie quien no pueda unir su horizonte a la subjetividad de la época. ¿Cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” (Lacan, 2003, p. 209).


506. ¿Por qué la «gente de bien» puede llegar a ser tan malvada?

Reflexiona García Villegas (2020) sobre cómo es posible que una persona puede ser un miserable, un malvado y un indolente, capaz de actuar de manera irreflexiva en el momento de recibir órdenes. Esto se parece mucho a lo que ha sucedido en nuestro país con el abuso de la fuerza pública en Colombia, por parte de algunos policías, en el marco de las manifestaciones durante el Paro Nacional desatado en el mes de abril de este año. García Villegas se apoya en Arendt para explicar cómo “la mayoría de los individuos actúan dentro de las reglas que imperan en su entorno, incluso cuando esas reglas los llevan a cometer actos de barbarie” (p. 220); en otras palabras, dependiendo de las circunstancias, una persona puede ser complaciente con el crimen e incluso convertirse en un criminal.

El ejemplo que da García Villegas (2020) sobre este tipo de situaciones, es lo ocurrido durante la Alemania Nazi, con los campos de concentración y los hornos crematorios. Bajo la égida de un régimen totalitario, los sujetos pueden llegar a hacer atrocidades; por supuesto, ellos son tan responsables de sus actos criminales como lo es el sistema. “Los soldados, los torturadores y los burócratas se deslizan fácilmente, casi naturalmente, por la tarima que el régimen totalitario ensambla” (p. 220), de tal manera que personas que se dicen buenas, puede terminar siendo verdugos, ¡y sin darse cuenta! Esto explicaría el actuar de las fuerzas del Estado, y hasta de grupos de personas beligerantes, abusando de su poder, ya sea armado o por su investidura, llevándolos a abusar de los derechos humanos sin ningún reparo. Lo que hay que preguntarse aquí, entonces, es si el establecimiento que gobierna a Colombia tiene un carácter totalitario, de tal manera que, ante la orden de un jefe político, que hace parte del partido que gobierna este país, a través de un trino, por ejemplo, puede llevar a que las fuerzas del Estado y a la población que lo eligió, a realizar actos delictivos sin ninguna consideración.

Ahora bien, «La responsabilidad moral existe y muchas veces es más amplia de lo que estamos dispuestos a reconocer: en las grandes empresas del mal no solo hay un grupo de culpables que concibieron, diseñaron y ejecutaron la exterminación de pueblos enteros, también hay pueblos enteros que acolitaron o simplemente callaron cuando pudieron levantar su voz» (García Villegas, 2020, p. 220)

Lo contrario también sucede; cuando el establecimiento no se manifiesta violento ni belicoso, no solamente sus subalternos, sino también el pueblo entero, puede llevar una vida en paz, o por lo menos las voces combativas se callan, se silencian, hasta que llegue nuevamente al poder un estado guerrero. Lo vivimos en Colombia durante el último año del expresidente Santos, luego de la firma de la paz con las FARC; fue uno de los años más pacíficos en la historia de este país, a tal punto que hasta el Hospital Militar quedó vacío, ya que dejaron de llegar soldados heridos. Pero con el regreso al poder de un partido político de extrema derecha y muy guerrerista, sus seguidores se muestran también combatientes y conflictivos, dispuestos a abusar de su poder (en el caso en que lo tengan) y violar los derechos de todos aquellos que no estén con ellos, incluso hasta eliminarlos, que es un poco lo que ha sucedido durante la historia política de este país con el adversario: se lo elimina dándole muerte.

Pero, ¿cómo es posible que un conjunto de sujetos pueda actuar tan irracionalmente, hasta el punto de llegar a ser unos verdugos, a pesar de moralidad y su ética? Freud (1933/1991) tiene una explicación para esto. Lo hace con su concepto de superyó, que en términos sencillos no es otra cosa que la conciencia moral del sujeto (la voz de la conciencia). El superyó es aquello que sustituye a la instancia parental (la autoridad de los padres), que, una vez introyectada en el funcionamiento del psiquismo por parte del niño, se dedica a vigilarlo, juzgarlo y castigarlo, “exactamente como antes lo hicieron los padres con el niño” (Freud, 1933/1991, p. 58).

El superyó, entonces, responde a una identificación con la instancia parental que opera en la primera infancia, siendo el heredero de las ligazones de sentimiento que todo niño pone en juego en los vínculos afectivos que aquél establece necesariamente con sus cuidadores, lo que Freud denominó complejo de Edipo. La identificación es un mecanismo psíquico que consiste en que un yo asimila a un yo ajeno, en la medida en que quiere ser como el otro, así pues, ese primer yo se comporta como el otro, lo imita, lo acoge dentro de sí (Freud, 1933/1991). “En el curso del desarrollo, el superyó cobra, además, los influjos de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los padres, vale decir, educadores, maestros, arquetipos ideales” (Freud, 1933/1991, p. 60), como lo son, por ejemplo, los líderes políticos. El superyó, subroga así, todas las limitaciones morales trasmitidas por los padres y sus sustitutos.

Freud va a aplicar su concepto de superyó a la psicología de las masas, a la psicología de los pueblos, llegando a establecer la siguiente fórmula: «Una masa psicológica es una reunión de individuos que han introducido en su superyó la misma persona y se han identificado entre sí en su yo sobre la base de esa relación de comunidad. Desde luego, esa fórmula es válida solamente para masas que tienen un conductor» (Freud, 1933/1991, p. 63).

Esta fórmula logra explicar, entonces, por qué todo un conjunto de personas de una sociedad, ya sea que estas sean subalternos, seguidores o creyentes, terminen haciendo actos miserables, crueles e indolentes hacia otras personas: ¡porque su líder también las hace o las ordena hacer! ¡Y se han identificado con él, específicamente con su superyó! Por eso los miembros de un grupo político (o de una secta), grupo que gobierna en un país, por ejemplo, se parecen tanto en su forma de pensar y proceder; se conducen y repiten el discurso de su líder sin reflexionar en ello, llegando incluso a ser verdugos de otros miembros de su comunidad sin ningún reparo o culpa, y justificando su actuar con base en la ideología que transmite su líder o caudillo. Por tanto, si el líder es guerrerista, sus lacayos, la «gente de bien», también lo serán; si el cabecilla manda a matar, del “cura para abajo hay que requisar” (Akerman, 2021).


505. «Qué miedo la gente de bien»: psicoanálisis y segregación

En el mundo contemporáneo se puede observar, de una manera cada vez más exacerbada, cómo los grupos, ya sean religiosos, políticos, de estratificación o clases sociales, se segregan, se rechazan, los unos a los otros. Cada uno de esos grupos, además, dice defender una verdad que considera única e inmodificable, creyéndose dueño y señor de esta.

El psicoanálisis ha comprendido cómo a los grupos los une un lazo amoroso que los hace necesariamente crueles e intolerantes con todos aquellos que no reconozcan su verdad. Al respecto, Ramírez (2000):

«El grupo da identidad a sus miembros. Freud reconoce en la identificación la forma más primitiva de enlace afectivo del sujeto al Otro, y diferencia tres tipos de identificación: al padre ideal, que es el modelo explicativo de configuración de las masas, cuando el líder es el subrogado de dicho padre; la identificación al objeto de amor, también válida en este terreno que hace que el sujeto pueda confundir el amor con la identificación e identificarse al líder en la medida en que lo ama y se siente amado por él; y una identificación histérica, o por contagio, igualmente en juego en la configuración de las colectividades» (Párr. 3).

Ese afecto, ese amor que une al grupo, es lo que permite explicar el hecho de que no haya sujetos más intolerantes que los verdaderos creyentes, y que nada una más a un grupo humano que tener un enemigo común, de tal manera que, si ese enemigo común desaparece, la cohesión del grupo resulta amenazada. Este es el origen de todos los fanatismos que se observan hoy en el mundo, y que han llevado a cruzadas, barbaries y terrorismo desde comienzos del siglo X hasta el día de hoy. A este respecto, el antropólogo Lévi-Strauss (como se citó en Ramírez, 2000), decía:

«La humanidad termina en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico, y a veces, hasta de la aldea; hasta tal punto que gran número de pueblos llamados primitivos se autodesignan con un nombre que significa “los hombres” (o a veces, diríamos con mayor discreción, “los buenos”, “los excelentes”, “los completos”), lo que implica que las otras tribus, grupos y aldeas no participan de las virtudes e incluso de la naturaleza humanas, sino que, como mucho, están compuestas por “malos”, “malvados”, “monos de tierra” o “huevos de piojo”» (Parr. 5).

Esto explica por qué hay quienes se autodenominan «gente de bien» y que resultan siendo la más violenta, agresiva o discriminadora, hacia las personas que no compartan su manera de pensar, su manera de ver el mundo o su “verdad”, aquella que dicho grupo considera como la única. Es por esta razón que hay que tenerle miedo a las personas de bien, que por defender “su verdad”, pueden terminar haciendo las peores cosas, a las cuales hemos asistido durante la historia de esta humanidad; piensen, por ejemplo, en la santa inquisición, el holocausto y el terrorismo islámico.

Así pues, “la fraternidad es siempre segregativa” (Universidad EAFIT, 4 de noviembre de 2015), hostil y vengativa; cuando un grupo de personas se unen alrededor de una única verdad, lo cual los hace miembros de una misma comunidad, harán de todos aquellos que no comparten su ideología sus enemigos.

Como ejemplo, se tiene una situación ocurrida en una marcha contra la violencia en el País (Colombia), en la cual un joven salió con un mensaje en una camiseta y fue atacado con frases como: “si no te la quitas (la camiseta), te pelamos”, o “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”. Por eso, «qué miedo la gente de bien», ellos consideran que no hay sino una verdad, y para preservar esa verdad están listos para hacer la guerra.

(Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Fondo Editorial Universidad Católica Luis Amigó).


501. «No hay manera de partir de un hilo que no sea ideológico»

A la ideología la encontramos detrás de los ideales de felicidad, de autonomía e independencia de las personas, que ha llevado a un individualismo rampante en esta hipermodernidad, muerte del humanismo y fin de la solidaridad. La ideología también está detrás del emprendimiento al que invita hoy el neoliberalismo: ser el jefe de sí mismo, o mejor, ser esclavo de sí mismo. Aquí en Colombia está la ideología del narcotráfico, del avivato, de la malicia indígena, que ha llevado al país, desde hace treinta años, a ser un narcoestado. Y esa ideología del narco responde claramente a esa otra ideología dominante y universal en esta contemporaneidad, que no es otra que la del capitalismo salvaje y depredador, que está llevando a la humanidad a su autodestrucción; basta con ver todo lo que está sucediendo con la destrucción del medio ambiente y el calentamiento global, incluida la pandemia del covid-19. El mundo pasó el año pasado el punto de no retorno; el momento de tomar medidas ya pasó y esta ideología depredadora no cambia, no termina, sigue adelante.

Lacan también habla de la ideología de la ciencia como una «ideología de la supresión del sujeto», y se puede hablar también de una ideología de la psicología, que se corresponde con esa ideología de la ciencia, y que «reduce el sujeto al Yo de la conciencia» (Bassols, 2020); es una ideología que suprime al sujeto (el sujeto del inconsciente) «al igualarlo al Yo de la conciencia o de la cognición» (Bassols). ¿Queda, entonces, el psicoanálisis, exento de todo fundamento ideológico?

La respuesta de Bassols (2020) a esa pregunta es no, y cita para ello a Lacan en «L’étourdit», en donde define el punto de partida de su enseñanza: «Es por ello que parto de un hilo —ideológico, no tengo elección—, con el que se teje la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué lo rechazaría yo, si este hilo proviene de la trama que mejor se ha puesto a prueba para sostener juntas las ideologías de un tiempo que es el mío? ¿En nombre del goce? Pero precisamente, mi hilo se caracteriza por alejarse de él: es incluso el principio del discurso psicoanalítico tal como, él mismo, se articula».

Así pues, la crítica lacaniana a la ideología se complejiza, debido a que «no habría manera de partir de un hilo que no fuera ideológico cuando se trata de la experiencia del psicoanálisis» (Bassols, 2020). Cada época está marcada por ideologías, así como también la política también lo está. Así pues, «el psicoanálisis no podría (…) inscribirse fuera del tejido que forman los discursos de su época, no podría pretender ser extraterritorial, a-ideológico» (Bassols). Lo que sí puede hacer el discurso psicoanalítico, es «mantenerse alejado de las posiciones de goce que sostienen a los otros discursos, y saber hacerse su desecho (…) la posición ideológica del discurso del psicoanalista se separa necesariamente de las formas de goce que suponen los otros discursos» (Bassols). De ahí la importancia de que el psicoanálisis haga, permanentemente, una lectura de la subjetividad de la época.


500. ¿Tiene la ideología un lugar en el psicoanálisis?

¿Estaría el discurso y la experiencia del psicoanálisis exentos de ideología? ¿La función y el deseo del analista están por «fuera de cualquier posición ideológica en nombre de una supuesta y siempre dudosa neutralidad? (…) ¿Puede hacer el analista una intervención fuera de cualquier ideología?» (Bassols, 2020). La ideología se puede definir como «el conjunto de ideas que cada uno tiene sobre un sistema de vínculos —económicos, sociales y finalmente siempre políticos— para preservarlos, transformarlos, restaurarlos o también subvertirlos» (Bassols). Como observador de acontecimientos políticos y sociales, ¿la posición del psicoanalista es la de un observador neutral?

Se podría decir que todas las intervenciones de los psicoanalistas en los medios de comunicación son necesariamente ideológicas, ya que «más que actuar, el sujeto es actuado por la ideología que atraviesa las diferentes instituciones y realidades sobre las que se asienta y configura su día a día» (Cano citado por Bassols, 2020). ¿Y las intervenciones dentro del dispositivo analítico? No habría entonces neutralidad por parte del psicoanalista en sus intervenciones, ya que su posición es irreductible con relación a «las formas simbólicas que ordenan la vida, las «formas de gozar» como solemos decir» (Bassols).

No es posible resguardarse de las ideologías que son dominantes en el discurso de los hombres. La misma IPA se vio en apuros, haciendo un llamado a la «neutralidad» de la institución, cuando Freud pedía un apoyo para los analistas judíos perseguidos por el Tercer Reich. «La atribución de una ideología al analista está a la orden del día y no es seguro que se pueda sacar de encima este sambenito con el silencio de su «neutralidad» (…) La «neutralidad» ha sido (…) la túnica de Neso con la que los analistas han pensado resguardarse de toda ideología, una túnica ardiente de ideología finalmente. Y no de las mejores.» (Bassols, 2020).

Mientras que Freud se mantuvo al margen en estos asuntos, Lacan y Miller han implicado al psicoanálisis en la política. Miller, por ejemplo, dirigió a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) en el año 2017 contra el posible ascenso al gobierno francés del partido de ideología xenófoba y de inspiración fascista de Marine Le Pen. Por tanto, ¿se puede hacer una acción lacaniana exenta de cualquier ideología? Así pues, toda posición del analista deberá, desde entonces, pensarse como una posición ideológica, por eso es tan pertinente la pregunta que se hace Bassols (2020): «¿Cuál es el lugar de la ideología en el discurso del psicoanalista?»; pero también, ¿cuál es la ideología con la que se identifica o que conviene a la práctica del psicoanálisis?


496. El oscurantismo del siglo XXI

¿Qué ha develado la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que el calentamiento global existe, «al reducir las emisiones de gases no hubo más polución» (Roudinesco, 2020). El problema es si esto llevará a la raza humana a hacer cambios para que dicho calentamiento se detenga, o se merme. Por el sistema económico que rige en el mundo desde hace ya bastantes décadas, la respuesta es no: el ser humano seguirá explotando sus recursos naturales, seguirá contaminando el único lugar que tiene para vivir, con tal de seguir usufructuando, sacando algún provecho, ganando dinero en dicha explotación. Ya lo había señalado Lacan: el discurso capitalista, discurso que orienta al mundo contemporáneo en la venta de bienes y servicios, funciona automáticamente, como una grán máquina sin una cabeza que lo gobierne -lo gobierna la plusvalía, tal y como lo denuncio Marx-, por eso no se detiene y arrasa con todo lo que se le atraviese; es un discurso acéfalo, que empuja, como la pulsión de muerte, a la autodestrucción, bajo las banderas del enriquecimiento personal, el progreso, el emprendimiento, ahora la reinvención; llámese como quiera, en el fondo es lo mismo: el capitalismo y su avidez por la ganancia, que con ayuda de los desarrollos de la ciencia, “se han combinado para hacer desaparecer a la naturaleza» (Miller, 2012). Habrá que pensar en un capitalismo moderado que recurra al uso de recursos renobables, entre otro montón de cosas por hacer.

En estrecha relación con la idea anterior, aunque esto se viene denunciado hace mucho, la pandemia ha develado «el crecimiento de las fortunas de los ricos, y el crecimiento de la miseria de los pobres» (Roudinesco, 2020), lo que se denomina inequidad. ¿Esta situación va a cambiar? Situación que va de la mano con otra pandemia: el hambre. «En pleno Siglo XXI más 1.300 millones de personas son pobres y 24 mil personas mueren cada día de hambre en el mundo. El 75 % de estos fallecidos son niños menores de cinco años. Es decir que 18 mil niños y niñas de entre uno y cuatro años mueren de hambre cada día» (López, 2019). Y con el coronavirus esta situación se va a cuadruplicar. ¿Surgirá una sociedad más equitativa después de esta pandemia? La sola pregunta ya da un poco de risa. «Habrá que introducir controles económicos desde el interior del capitalismo y del liberalismo» (Roudinesco), pero, ¿lo harán los capitalistas, que son hoy los dueños del poder y la política en el mundo, política que se ha convertido en lo más servil al capitalismo? La máquina del capitalismo arrancará de nuevo después de la pandemia, y con más fuerza; se ha hecho del mundo un mercado.

Tercer aspecto que ha develado la pandemia: ¿quiénes están gobernando el mundo hoy? «Hay una crisis muy grave en los países democráticos: la ruptura entre los pueblos y la élite. Hay populismo en Europa y hay una pérdida de confianza del pueblo en los políticos. Los pueblos europeos no son hoy para nada progresistas, estamos retrocediendo hacia un nacionalismo, con verdadero peligro de fascismo» (Roudinesco, 2020). Populismo también lo hay en Norteamérica y toda Latinoamérica. Pero el populismo no es malo en sí mismo, sino la forma como proceden ciertos gobernantes, contentando al pueblo con resoluciones que no producen cambios profundos en la sociedad, y que siguen favoreciendo a los ricos, como por ejemplo, el «Covid Friday» de Duque en Colombia en plena pandemia. Y a esa desconfianza de los pueblos en sus políticos se suman, junto a Duque, Bolsonaro, Trump, Macri, Piñera, Macron, Le Pen, Johnson, etc., todos, por cierto, vasallos del neoliberalismo. Es el oscurantismo del siglo XXI. Pero no solo el de los líderes políticos, también el de la población moderna, esa que cree que las vacunas son peligrosas; «yo conozco gente así, creen en la naturaleza, en el sentido más estúpido del término, en tomar polvos, preparados, jugo de banana o jugo de miel (o los jugos verdes) que “va a impedir que nos contagiemos enfermedades”» (Roudinesco). Y junto a los antivacunas están los terraplanistas, y los que divulgan teorías conspirativas sobre el covid-19, las vacunas con chips para controlarnos con las antenas 5G, etc. Es la época de idiotez generalizada, donde el pensamiento y la razón han pasado a ser algo banal. Es un riesgo para el mundo democrático el surgimiento de regímenes fascistas y totalitarios pospandemia, debido al estado en el que se encuentra esta sociedad regida por el consumismo y la avaricia humana.


495. Lo real del psicoanálisis en tiempos de pandemia

El real del que habla hoy el psicoanálisis, ya no es más el real que era. Se trata de un real del siglo XXI, un real separado de la naturaleza, “un real sin ley, sin ley que pueda predecir, al menos, su irrupción” (Bassols, 2020). Y con la pandemia que azota al mundo en estos momentos, pues se trata de una experiencia de lo real a nivel colectivo, y esto ha traído una serie de consecuencias en diferentes ámbitos de lo humano. Veamos.

El virus es un real en el sentido más lacaniano: “algo que no cesa de no escribirse… hasta que se escribe” (Bassols, 2020), es decir, es un virus que se contagia en silencio, y del que el sujeto puede ser asintomático; el problema no es si algún día el sujeto se contagiará, que lo estará, pero como se contagia en silencio, se trata de algo que introduce “un tiempo imperceptible, no simbolizable, no representable cronológicamente” (Bassols).

Otro real en juego durante esta pandemia, es el confinamiento. El espacio se reduce, se restringe, y en muchos casos, se comparte. La convivencia se vuelve difícil; era más fácil encontrarse con el partenaire en la noche, acostarse a dormir, y levantarse a trabajar y ¡adiós! Empiezan a aparecer las tensiones entre los miembros de las familias, que eran más o menos unos desconocidos. Muchos de los hijos apenas ahora conocen a sus padres: sus gustos, qué los hace disgustar; sus caprichos, los que los pone malgeniados; y viceversa. Antes de la pandemia, incluso, a veces ni se veían. Esto explica por qué se ha exacerbado el maltrato intrafamiliar, cuando se hace insoportable (otro de los nombres de lo real en la teoría lacaniana: lo real es lo imposible de soportar) la presencia del otro, con sus demandas y sus particularidades. Pero ojo, el maltrato hacia el otro, que ahora se expresa en el confinamiento, no es sino la manifestación de un síntoma que ya venía de antes en la relación con los hijos y sobretodo con la pareja. Ahora encerrados esa tensión psíquica, esa tensión agresiva, que ya existe con la pareja y los hijos explota más, pero siempre ha estado allí latente o no tan bullosa como ahora en el confinamiento. Y los que no se maltratan, pues, inventan cómo estar restringidos entre cuatro paredes: hijos felices conociendo a sus padres que difícilmente veían o solo lo fines de semana, y parejas que aprovechan el estar juntos para expresarse su aprecio y cariño, lo cual es excepcional. Se espera que después de la pandemia, vendrán muchas separaciones y divorcios, tal y como lo especulan los expertos en estos temas.

Otro real que se ha visto en este tiempo de pandemia, es el pánico colectivo, sobretodo en el momento en que se ha desbordado el sistema sanitario: “No se pongan enfermos todos a la vez, por favor. Ese es también lo real del tiempo, traumático para cada uno” (Bassols, 2020). Y en parte, esta es la razón para el confinamiento: aplanar la curva para que se puedan atender todos los casos que se deban atender en las UCIs. Si el contagio se desborda, ¿a quién se atiende en las unidades de cuidado intensivo? ¿Al joven? ¿Al anciano? ¿Al rico? ¿Al pobre? Si algo ha desnudado esta pandemia, entre muchas otras cosas, y en todo el mundo, es la falta de una política pública para la atención de la salud del pueblo, lo cual es un derecho universal.

También la irrupción de este virus en la realidad humana, como efecto de la ley de la naturaleza, como una especie de contraataque por todo el mal que le hemos hecho, afecta nuestro cuerpo; nos ha hecho más hipocondríacos; ahora todos están pendientes de los síntomas del coronavirus; ¿cuántas veces no se ha pensado que se tienen los síntomas y que, por lo tanto, el cuerpo ha sido contagiado? De esto se trata “lo real de tener un cuerpo” (Bassols, 2020).

“La experiencia de lo real en la que nos encontramos no es pues tanto la experiencia de la enfermedad misma sino la experiencia de este tiempo subjetivo que es también un tiempo colectivo, extrañamente familiar, que sucede sin poder representarse, sin poder nombrarse, sin poder contabilizarse. Es este real el que le interesa y trata el psicoanálisis” (Bassols, 2020). Este real como efecto de la pura ley de la naturaleza es el real de la ciencia. A la ciencia le corresponde descifrar las leyes naturales que gobiernan al virus, para así controlarlo. Lo real que le interesa al psicoanálisis, ese nuevo real, ese real del siglo XXI: lo real sin ley, ese real que no es previsible. “Ante esta diferencia estará bien recurrir hoy a la máxima de los estoicos para hacer una experiencia colectiva de lo real de la manera menos traumática posible: serenidad ante lo previsible, coraje ante lo imprevisible, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro” (Bassols).


492. Política, ecología y psicoanálisis

Se sabe que «el discurso político se vale de la identificación para crear la ilusión de cierta consistencia» (Laurent, 2020); a esa homogenización que produce la identificación se opone el síntoma, ese obstáculo que pone a marchar mal al sujeto, incomodando al sistema o al discurso imperante. Pero, ¿qué está haciendo la política de hoy para ponerle un límite a ese empuje al goce -léase sociedad de consumo- al que nos ha llevado la declinación del nombre del padre como función -léase la tradición y los los sistemas de moral existentes-? Ya existen movimientos sociales que luchan, por ejemplo, contra el ya famoso Black Friday, el cual es «una insignia formidable del empuje al goce. En un día vamos a gastar millones de dólares en todo el planeta en cosas que no son necesarias» (Laurent, 2020). Ese consumismo alocado es el que ha llevado a la crisis climática, producto de la industrialización y el consumo de los recursos naturales para responder a las demandas del consumidor contemporáneo y a la ambición del ser humano. Por eso es importante que la política de hoy incluya el tema ecológico, una política que pueda «inventar límites que giren alrededor de la búsqueda de algo que permitiría hacer cesar este empuje que aparece de manera tan destructiva, tan superyoica» (Laurent).

Ya se escuchan discursos hablando de la política del bien, esa que apunta al cuidado del único hogar con el que cuentan los seres humanos -el planeta tierra-, versus la política del mal, esa que busca seguir con la explotación de los recursos naturales -el petróleo por ejemplo-, explotación de la que se venefician económicamente unos pocos, acentuando la desigualdad y la inequidad que se observa en el mundo: «el 10 por ciento más rico de la población mundial gana hasta el 40 por ciento del ingreso total. Algunos informes sugieren que el 82 por ciento de toda la riqueza creada en 2017 fue al 1 por ciento de la población más privilegiada económicamente, mientras que el 50 por ciento en los estratos sociales más bajos no vio ningún aumento en absoluto» (Noticias ONU, 2018). Así pues, ya lo importante no es ser de izquierda o de derecha, sino, estar del lado de las políticas que apuntan a la implementación de recursos renobables, o continuar con la destrucción de la vida en este planeta.

El problema es que los líderes políticos que hoy se eligen -como Donald Trump o Jair Bolsonaro- son líderes populistas, descritos por Freud en su texto Psicología de las masas, líderes que autorizan la pulsión de muerte, el odio (Laurent, 2020). Anteriormente los sistemas de la tradición religiosa y el autoritarismo paternalista tenían el poder de funcionar como límites a ese empuje hacia lo peor de la pulsión de muerte; pero hoy, con la declinación del nombre del padre, esa función que antes le ponía un límite a ese empuje, ya no va más. «Ahora la mezcla de Bolsonaro de la Biblia, las balas y el buey con la devastación del Amazonas para producir más soja, demuestra que la religión no funciona más como un sistema de límite» (Laurent). Hoy también la religión funciona más como un empuje al goce; por eso los políticos están llamados a inventar nuevas formas de encontrar límites a ese empuje superyoico, y los votantes están llamados a elegir a conciencia a sus líderes, lo cual suena bastante utópico en un mundo en el que el sujeto vale más por lo que tiene y aparenta, que por lo que es; Freud mismo no creía ni en la superación ni en el progreso; él «no albergaba la más mínima esperanza sobre el ascenso de la razón» (Dessal, 2014). Así pues, se puede esperar lo peor tanto de los votantes como de los políticos de hoy.