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521. Lo real es lo que hace al mundo «inmundo»

A la pregunta sobre de qué se ocupa el psicoanálisis, Lacan (1974) responde: “El psicoanálisis se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre–… lo real. Es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda: lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda. El mundo marcha, gira en redondo, es su función de mundo”.

Así pues, hay que distinguir lo real del psicoanálisis de lo real de la ciencia, y lo real de la realidad. La realidad no es lo real, ese del que habla el psicoanálisis. Eso que se denomina la realidad es la «realidad psíquica» de Freud, es decir, las representaciones que el sujeto se hace del mundo que le rodea y de sí mismo, su subjetividad. Dicha subjetividad es producto de las articulaciones entre lo simbólico y lo imaginario, en cambio lo real es lo que escapa a la representación, es incognoscible (Evans, 1997); “no hay (…) esperanza de alcanzar lo real por la representación» (Lacan, 1974).

Con relación a lo real de la ciencia hay que decir que es un real que pretende llevar leyes válidas para todos, leyes universales, en cambio, el real del psicoanálisis es el real vinculado al fracaso, al malestar, al sufrimiento, aquello que no logra adaptación posible en el sujeto, es decir, lo que no anda en él y que en la clínica analítica se evidencia como lo imposible de soportar, sus síntomas.

Entonces, lo real no es el mundo; el mundo es lo que anda, es lo que sigue las leyes, incluidas las leyes de la ciencia. En cambio «decir que «lo real es lo que no anda» implica definir lo real como «lo que no tiene ley». Por supuesto, Lacan habla de un real cuyo funcionamiento es distinto de la necesidad, habla de un real que nos remite al registro de lo contingente, ese es el real del que se ocupan lo analistas» (Palomera, 2021).

Además, ese real que el psicoanálisis encuentra en la clínica es un real que apunta a lo inmundo. Dice Lacan (1974): “para percibir que no hay mundo (…) basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si me permiten expresarme de este modo”. Por lo tanto, ese no andar del mundo comienza cuando al mundo se le añade algo que lo hace «inmundo», y es de esto que se ocupan los psicoanalistas. «Solo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia” (Lacan citado por Palomera, 2021).

El mundo se hace inmundo cuando este deja de andar, deja de marchar como espera el mundo hacerlo, siguiendo las leyes, las reglas, las normas, pero el sujeto se le atraviesa con su inmundicia cuando este erra, falla, marcha mal, deja de funcionar. “El inconsciente se manifiesta a través de un disfuncionamiento, como algo que no funciona, algo que fracasa a través de lo irregular, a través de lo discontinuo” (Miller, 1999). Son las formaciones del inconsciente (sueños, olvidos, actos fallidos), de las cuales se destaca el síntoma, el cual posee una continuidad temporal; es la presencia de lo real del inconsciente en el mundo. 


518. Psicoanálisis y religión: el sentido es la debilidad mental del hombre

El psicoanálisis es el reverso de la religión; mientras que el psicoanálisis apunta al sin sentido, la religión es una explosión de sentido. “Marx despachó demasiado deprisa la cuestión de la religión, al calificarla de opio del pueblo, pero no porque su metáfora fuese equivocada, sino por la ingenuidad de creer que gracias al materialismo histórico sería fácil que el pueblo abandonase su adicción al opio” (Dessal, 2015). No, el pueblo no ha abandonado el opio que es la religión, al contrario, la religión se ha exacerbado, incluso en un periodo de la vida humana en el que la ciencia es la que manda, la que comanda a la humanidad (junto con el discurso capitalista). Algo pasó, ya que se creía que los descubrimientos de la ciencia iban a reemplazar al discurso religioso, y no, la religión se ha multiplicado. Y esto responde a que la ciencia, como el psicoanálisis, también apunta al sinsentido, a lo real, y el sujeto, al enfrentar ese sinsentido, hace un llamado al sentido, que se lo da fácilmente la religión. Por ejemplo, al descubrir la ciencia que el ser humano es producto de un proceso evolutivo de millones de años y que su existencia es prácticamente una contingencia, que no tiene ningún sentido, el sujeto se ve en la necesidad de hacer un llamado al Otro para que le dé sentido a su existencia; ella debe tener algún propósito: “mi misión en el mundo es…”.

La eterna lucha entre el bien y el mal ha sido desde siempre, en la religión, uno de sus aspectos más relevantes. Lo es también en Freud; sus conceptos de pulsión de vida (Eros) y pulsión de muerte (Tánatos) no hablan sino de la forma como se ha concebido la historia “como una pugna permanente, infinita, entre el bien y el mal” (Dessal, 2015), pugna que se ve por todas partes en la vida: en el cine, las novelas, la televisión, los noticieros, las guerras, en todos los fenómenos psicosociales. Freud no pensaba que el mal se pudiera erradicar de la condición humana, como lo piensan ciertas corrientes religiosas que pronostican el triunfo del bien sobre el mal, “de allí su concepto central de la pulsión de muerte” (Dessal). Para Freud, la religión es una producción cultural que responde a la nostalgia, por parte del sujeto, del padre protector de la infancia, “la imago paterna que deja una huella en la vivencia infantil” (Dessal). Como producto cultural la religión es una creación del hombre, de tal modo que podemos decir que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino que fue el hombre el que creó a Dios a su imagen y semejanza; para Freud “el origen de la religión reside en la necesidad de protección del niño inerme y deriva sus contenidos de los deseos y necesidades de la época infantil, continuada en la adulta” (Freud, 1930). Por esto la tesis de Freud es que «la religión es una neurosis infantil colectiva», una ilusión del hombre, un delirio colectivo.

Así pues, “sufrimos de un exceso de sentido, y a la vez tenemos la sensación de que nos falta un Sentido con mayúsculas. El psicoanálisis procura liberarnos de ese tormento de darle significado a todo, librarnos del goce de vivir en la historieta que nos contamos cada día para justificar nuestra vida” (Dessal, 2015). El ser humano se la pasa en la vida tratando de darle sentido a su existencia (porque no lo tiene). “Lacan pensaba que el sentido es la debilidad mental del hombre. Fabricamos sentido permanentemente. Antes esa fábrica estaba regulada por las directrices superiores, si me permites la alegoría. Ahora cada uno fabrica a su antojo, todo vale y nada sirve sino para sumergirnos aún más en ese goce tonto que da contenido a nuestras pequeñas miserias de la vida cotidiana” (Dessal).

La ciencia, entonces, no pudo cumplir su promesa: cambiar el pensamiento mágico por el pensamiento racional; el ser humano no ha dejado de ser supersticioso y hasta cree hoy en día en teorías conspirativas: la tierra es plana, la vacuna contiene un chip para dominarnos, la luna es una base extraterrestre, etc., etc. Además, el sujeto contemporáneo, productor de sentido, no aguanta ya ni un minuto para pensarse, para reflexionar sobre su ser y su existencia; prefiere “encomendarse a la medicación o a las promesas de felicidad inmediatas y sin esfuerzo. Eso fracasa, la ciencia no cumple sus promesas, y la religión triunfa porque acecha siempre (…) Llevo una existencia asquerosa en un mundo de mierda, solía repetir un paciente mío. Esa frase es el lema bajo el cual viven hoy en día cientos de millones de seres humanos, que no pueden esperar ni un segundo más en la cola de la esperanza. Para ellos la religión es un recurso mucho más alentador que el psicoanálisis” (Dessal, 2015).


501. «No hay manera de partir de un hilo que no sea ideológico»

A la ideología la encontramos detrás de los ideales de felicidad, de autonomía e independencia de las personas, que ha llevado a un individualismo rampante en esta hipermodernidad, muerte del humanismo y fin de la solidaridad. La ideología también está detrás del emprendimiento al que invita hoy el neoliberalismo: ser el jefe de sí mismo, o mejor, ser esclavo de sí mismo. Aquí en Colombia está la ideología del narcotráfico, del avivato, de la malicia indígena, que ha llevado al país, desde hace treinta años, a ser un narcoestado. Y esa ideología del narco responde claramente a esa otra ideología dominante y universal en esta contemporaneidad, que no es otra que la del capitalismo salvaje y depredador, que está llevando a la humanidad a su autodestrucción; basta con ver todo lo que está sucediendo con la destrucción del medio ambiente y el calentamiento global, incluida la pandemia del covid-19. El mundo pasó el año pasado el punto de no retorno; el momento de tomar medidas ya pasó y esta ideología depredadora no cambia, no termina, sigue adelante.

Lacan también habla de la ideología de la ciencia como una «ideología de la supresión del sujeto», y se puede hablar también de una ideología de la psicología, que se corresponde con esa ideología de la ciencia, y que «reduce el sujeto al Yo de la conciencia» (Bassols, 2020); es una ideología que suprime al sujeto (el sujeto del inconsciente) «al igualarlo al Yo de la conciencia o de la cognición» (Bassols). ¿Queda, entonces, el psicoanálisis, exento de todo fundamento ideológico?

La respuesta de Bassols (2020) a esa pregunta es no, y cita para ello a Lacan en «L’étourdit», en donde define el punto de partida de su enseñanza: «Es por ello que parto de un hilo —ideológico, no tengo elección—, con el que se teje la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué lo rechazaría yo, si este hilo proviene de la trama que mejor se ha puesto a prueba para sostener juntas las ideologías de un tiempo que es el mío? ¿En nombre del goce? Pero precisamente, mi hilo se caracteriza por alejarse de él: es incluso el principio del discurso psicoanalítico tal como, él mismo, se articula».

Así pues, la crítica lacaniana a la ideología se complejiza, debido a que «no habría manera de partir de un hilo que no fuera ideológico cuando se trata de la experiencia del psicoanálisis» (Bassols, 2020). Cada época está marcada por ideologías, así como también la política también lo está. Así pues, «el psicoanálisis no podría (…) inscribirse fuera del tejido que forman los discursos de su época, no podría pretender ser extraterritorial, a-ideológico» (Bassols). Lo que sí puede hacer el discurso psicoanalítico, es «mantenerse alejado de las posiciones de goce que sostienen a los otros discursos, y saber hacerse su desecho (…) la posición ideológica del discurso del psicoanalista se separa necesariamente de las formas de goce que suponen los otros discursos» (Bassols). De ahí la importancia de que el psicoanálisis haga, permanentemente, una lectura de la subjetividad de la época.


494. Psicoanálisis de una pandemia

¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que la naturaleza sigue siendo la que gobierna en este mundo. Mientras el hombre ha creído ser su amo, la naturaleza nos muestra su ingobernabilidad; ahora con un virus, como en otros momentos y otras épocas, pero también con sus terremotos, avalanchas y explosiones volcánicas. La naturaleza se sigue mandando sola, así llevemos más de veintiún siglos tratando de domeñarla. «La naturaleza hace valer así su ley cuando el ser hablante debe retroceder —un poco, sólo un poco— ante la epidemia de sus propias formas de gozar que llamamos civilización» (Bassols, 2020). En efecto, el ser humano también se ha comportado como un virus con relación a la naturaleza, al punto de haber acabado con muchas de sus formas y seguir explotando sin medida sus recursos. «El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante» (Lacan citado por Bassols, 2020). Pero lo real del goce y la ley de la naturaleza no son la misma cosa. Veamos.

Primero que todo, la naturaleza ya no es más lo real, ya que la naturaleza, al igual que el virus Corvid-19, responden a leyes precisas; se trata pues de un virus que se transmite y se contagia respondiendo a leyes muy precisas, leyes que hay que descifrar para enfrentarlo (Bassols, 2020). Anteriormente, antes del surgimiento del discurso de la ciencia, la naturaleza y lo real de algún modo se superponían, no se diferenciaban; “antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real» (Miller citado Bassols, 2020). Pero con la llegada de la ciencia moderna, naturaleza y real se separan. ¿A qué real se refiere aquí el psicoanálisis? Para diferenciarlo de la naturaleza, habría que decir que se trata de un real sin ley; lo real del ser hablante es un real sin ley.

¿Cuando se le presenta al sujeto esa dimensión de lo real de la que habla el psicoanálisis? Cuando el sentido se le escapa, cuando no logra dar explicación a sus síntomas, a sus compulsiones, a sus adicciones, a sus impulsos agresivos y sexuales; por eso cuando no se le puede dar un sentido a lo real, él irrumpe de manera traumática: deja al sujeto sin respuestas, sin explicaciones. Hay sí dos discursos que responden, que dan respuestas, que dan sentido: el cientificismo y la religión, pero ellos se agotan. «Dar un poco de sentido alivia durante cierto tiempo, pero el efecto de rebote suele ser mucho peor todavía que la falta inicial de sentido» (Bassols, 2020).

Lo real es entonces, todo aquello que no tiene sentido. “El no tener sentido es un criterio de lo real» (Miller citado por Bassols, 2020). Que lo real esté desprovisto de sentido significa que lo real no responde a ningún querer-decir, que el sentido se le escapa. A diferencia de lo real, el Covid-19 es una enorme burbuja de sentido, sobretodo de sentido religioso; gracias a él pululan los fantasmas, ya sean individuales o colectivos, para hacer del Coronavirus una fuerza demoníaca, un dios maligno que llega a castigar a una una civilización que se ha excedido en su goce. Mientras que el sentido es siempre religioso, viral, lo real no tiene nada de viral, no tiene sentido alguno (Bassols, 2020).


491. El Otro es una alteridad radical

Las neurociencias han podido constatar que las mismas áreas del cerebro se disparan o se iluminan cuando un sujeto se quema con una taza de café o cuando la pareja dice ha sido infiel. Estos dos hechos producen el mismo efecto en lo real (Bassols, 2012). ¿Cómo es esto posible, si el primero de los hechos es un estímulo real y el otro son solo palabras? Esto quiere decir que el daño que producen unas palabras “es tan real para el sistema nervioso central como el quemarse con una taza de café” (Bassols), por eso hay palabras que causan daño, dolor, así como otras causan alivio y bienestar. Hay que entender, entonces, qué significa vivir en un mundo de lenguaje. Incluso se podría decir que el objeto de estudio del psicoanálisis lacaniano es los efectos del lenguaje sobre el sujeto.

Para el psicoanálisis, el medio natural del sujeto es el lenguaje, lo simbólico. Es lo primero que enseña Lacan al comenzar con su enseñanza: el lenguaje es algo exterior al sujeto; por eso el nombre de Otro, ese Otro exterior que constituye lo simbólico y que funda al inconsciente estructurado como un lenguaje; por eso no se lo puede localizar únicamente en el cerebro. El aparato del lenguaje es algo separado del cerebro, y se lo encuentra por todas partes, por todos lados (Bassols, 2012).

Así pues, el Otro del lenguaje es “como una alteridad radical a cualquier idea de individualidad que podamos tener” (Bassols, 2012); esta es la razón por la que no hay que confundir los huesos, la carne, el organismo y/o el cerebro con el sujeto. El lenguaje es el que determina la existencia del sujeto, por eso hay que distinguir entre el conjunto de los huesos de una tumba y el conjunto de lo simbólico (el lenguaje). ¿Por qué “es fundamental entonces estudiar los modos simbólicos del lenguaje” (Bassols)? Porque es gracias al lenguaje, ese Otro que lo antecede, que existe el sujeto.

Y así como el lenguaje no se puede localizar en el cerebro, al parecer la conciencia tampoco. Es la conclusión a la que han llegado dos neurocientífico, Edelman y Tononi (citados por Bassols, 2012) después de un largo estudio sobre la conciencia: “llegan a la idea de que la conciencia no puede localizarse en ninguna parte del cerebro” (Bassols), y además, que la conciencia es el resultado de la relación del sujeto con el mundo exterior, con la alteridad. “Sin saberlo descubren algo del estadio del espejo lacaniano, que sólo hay constitución del yo a través del exterior de la imagen especular” (Bassols). Lo simpático de todo esto es que Freud ya lo había dicho desde los comienzos de su teoría, sobre todo cuando aborda los problemas de la psicología social: El sujeto solo se puede constituir como tal en sus vínculos con los otros; sin otros, no hay sujeto, sin otras conciencias no hay conciencia.

Edelman y Tononi en su investigación llegan a la conclusión de que la conciencia no puede ser objeto científico. “La conciencia es un objeto que se hurta como objeto científico, en las condiciones actuales de la ciencia, nos introduce algo que en cada persona -la expresión es de ellos-, es comparable a nada. Es decir, no podemos hacer ningún estudio comparativo de una conciencia en relación a otra” (Bassols, 2012). Esto es muy interesante para el psicoanálisis, el cual hace mucho énfasis en la clínica del uno por uno, “del sinthome como lo más singular, como aquello que no se puede comparar con nada” (Bassols).

Entonces, tanto la conciencia como el lenguaje no son localizables en el cerebro; más bien, tal y como lo enseña el psicoanálisis, se trata de una alteridad, de un universo exterior al sujeto, el Otro, y que “actúa como una suerte de parásito al sistema nervioso central y algunos se dan cuenta de que eso es el lenguaje” (Bassols, 2012). Quienes quieren reducir “el saber a conocimiento cognitivo y el conocimiento a su vez a un asunto de mera información inscrita en un disco duro” (Bassols, 2012), hacen que se pierda lo más inherente al ser humano: el saber inconsciente en la medida en que está estructurado por el lenguaje.


485. El lenguaje, el organismo y la dimensión subjetiva

El psicoanálisis sabe de la importancia de dialogar con el campo de la ciencia, así el psicoanálisis no sea una ciencia natural o positiva. El psicoanálisis tiene claro que no es una ciencia porque las condiciones de reproducibilidad del método científico no son posibles cuando se aborda la subjetividad; el sufrimiento y el malestar de un sujeto no se pueden medir, cuantificar; el significado subjetivo de un síntoma, el significado de una experiencia, un evento significativo para la vida de un sujeto no se puede medir, como tampoco se pueden reproducir las mismas condiciones para un sueño, una interpretación, un acto fallido o un lapsus freudiano. Pero para dialogar con la ciencia se necesita de “científicos que tengan cierta idea de qué es el sujeto de la palabra y del lenguaje que Lacan introdujo como fundamental en la experiencia psicoanalítica” (Bassols, 2012).

Probablemente los científicos más cercanos al psicoanálisis son, paradójicamente, los neurocientíficos, dentro de los cuales hay una gran división: están los que “intentan localizar todas las funciones subjetivas en el sistema nervioso central, son reduccionistas a tope; y los no localizacionistas, los que se dan cuenta de que hay algo de la dimensión subjetiva fundamental que no puede localizarse en el sistema nervioso central, que es exterior a él, que actúa como una suerte de parásito al sistema nervioso central y algunos se dan cuenta de que eso es el lenguaje” (Bassols, 2012). En efecto, es el Otro del lenguaje, esa dimensión de la que tanto habla el psicoanálisis lacaniano, ese Otro simbólico que funciona en el ser humano como “una suerte de parásito que parasita el sistema nervioso central modificándolo continuamente, cambiando todo el organismo en un cuerpo” (Bassols).

Cambiar el organismo en un cuerpo es lo que permite ubicar al organismo del lado de las neurociencias, y al cuerpo del lado del psicoanálisis; no son lo mismo. Para la ciencia positiva y reduccionista, el cuerpo se puede reducir al organismo, es decir, un conjunto de elementos reales: células, genes, neuronas, etc., y, no es así. El psicoanálisis sabe, por ejemplo, que no es un gen el que determina la homosexualidad, como pretenden mostrarlo algunas noticias pseudocientíficas, pero tampoco un gen determina la heterosexualidad. Si algo sabe el psicoanálisis, desde los tiempos de Freud, es que es igual de difícil llegar a ser homosexual como heterosexual, y “nada en lo real del organismo determina eso, mucho menos un gen” (Basssols, 2012). El sujeto homosexual y el heterosexual se tienen que hacer a un cuerpo homosexual o heterosexual, es decir que tener un pene o una vagina no hace al sujeto hombre o mujer; se llega a ser homosexual o heterosexual, no se nace siendo lo uno o lo otro. Incluso “hay sujetos que no pueden construirse un cuerpo, por ejemplo, los niños autistas que sufren de eso, de no poder construirse un cuerpo de no poderlo localizar en el espacio tridimensional, eso no tiene una causalidad genética, puede haber predisposiciones genéticas no lo dudamos; pero el andamiaje causal que finalmente produce un sujeto autista no puede entenderse sin ese parásito del lenguaje, del que el autista por otra parte, está dando da testimonio continuamente” (Bassols).

Igualmente, los nuevos paradigmas en la ciencia han roto esa unidad denominada «individuo»; ya no se sabe dónde está el individuo, ya que “no está claro dónde empieza el individuo y dónde empieza el ambiente (…) ¿dónde empieza el ambiente?, el ambiente empieza fuera de mi piel o el ambiente empieza ya en ese interior que son partes de mis órganos que están ya en contacto con el ambiente y modificándose continuamente” (Bassols, 2012). Por esta razón, la ciencia de hoy no parte de la idea de un individuo ya constituido funcionando como tal con una identidad; esto es lo que ha llevado a los neurocientíficos a hablar de plasticidad cerebral, es decir que el cerebro es un aparato que se está modificando continuamente, y resulta que –es de lo que se están dando cuenta los investigadores que estudian el cerebro sin reducirlo al organismo– “el mayor agente de modificación del cerebro, entendido como un órgano, es el lenguaje; no tanto la percepción de la realidad, no tanto los estímulos exteriores, sino el lenguaje” (Bassols), y por este camino se produce una intersección, o mejor, una coincidencia entre la neurociencia y el psicoanálisis.


484. El «índice subjetivo» Vs. El cientificismo

Las neurociencias andan preocupadas en localizar el lenguaje en el cerebro, o hasta en los genes, como lo sugiere Chomsky, pero no logran localizarlo, como tampoco han logrado localizar eso que se llama conciencia, «eso que la psicología desde siempre ha llamado conciencia, eso que las ciencias cognitivas hoy siguen llamando conciencia o cognición a veces también y que el psicoanálisis desde Freud llamó el yo» (Bassols, 2012). Para el psicoanálisis es claro que la conciencia «no es todo el sujeto, es una parte del sujeto, es esa parte que se sabe o que se cree consciente de sí mismo y que funciona con una identidad más o menos siempre vacilante» (Bassols). En efecto, la consistencia del yo es muy vacilante, desaparece cuando el sujeto duerme, y medio aparece cuando el sujeto se despierta, pero la idea de conciencia es muy vaporosa, pero muy interesante de seguir, «seguir el debate de las neurociencias para localizar esos dos grandes fenómenos fundamentales que son el lenguaje, la palabra y la conciencia» (Bassols). 

Tal vez la respuesta a la pregunta a qué es la conciencia nos la de la máquina, aquella que el día de mañana se despierte preguntándose «¿quién soy yo?», tal y como lo proponen contemporáneamente algunas películas del cine de ficción, como Yo robot, Ex-machina, Eva, Her, Yo soy madre, y muchas otras más; hasta Terminator cabría allí. Y en efecto, cuando en esas películas de ficción las máquinas toman conciencia de sí mismas, entran en una especie de crisis existencial, la misma por la que pasan los seres humanos por hacer uso del lenguaje, como le sucedió a Mafalda, quien se preguntaba «¿por qué a mí ha tenido que ocurrirme ser yo?», y «lo declaraba profundamente porque es cierto que ser yo, ser consciente en un mundo, nos inadapta muchísimo a la realidad» (Bassols, 2012). Por hablar y ser consciente de sí, el sujeto empieza a hacerse preguntas por el sentido de su existencia, lo cual se la complica bastante. Esto no sucede con los animales, ni con las máquinas (no todavía); a ellos no les preocupan preguntas como «¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿cuál es mi misión en el mundo?, ¿a qué vine yo a esta vida?», preguntas que el sujeto trata de responder durante todo el transcurso de su vida.

Así pues, esa conciencia que se tiene de sí, ese «índice subjetivo es lo que empieza a sintomatizar nuestra vida de cuarenta mil maneras, empezamos a preguntarnos: qué soy para el Otro, tengo miedo del deseo del Otro, el Otro me puede devorar, el Otro me puede querer, me puede no querer, me puede abandonar, me puede ser infiel y ahí vas al psicoanalista, no vas a IBM. Vas al psicoanalista, es muy importante en efecto que a partir de ahí se puede formular una demanda de tratamiento y no a partir de tengo un cable que no va» (Bassols, 2012).

Las neurociencias insistirán en que hay un cable que no va, y para saber cuál es, pues se pasa a escanear, a hacer imágenes de resonancias magnéticas, tratando de encontrar el sitio exacto de la falla, y si se encuentra dónde el cableado no va bien, «podremos manejarlo un buen día, tú no te preocupes, un día vamos a manejar eso y podremos finalmente resolver ese síntoma de tu sufrimiento» (Bassols, 2012). Aquí es donde entra el boom de la farmacología en esta contemporaneidad; ahora casi que existe la receta médica para cada falla del sujeto, lo cual suena bastante a un control social autoritario. Esto es lo que Bassols (2012) denomina cientificismo, «la idea de cierto uso de la ciencia que llegaría a todos los rincones del ser humano para manejar, intentar reparar, intentar prometer un cierto bien bajo la idea de que manejando nuestro sistema nervioso central vamos a conseguir eliminar el malestar subjetivo», tal y como lo plantean películas como Las mujeres perfectas, Invasión, Fharenheit 451, Vice, Sin límites, Lucy, Gattaca, Matrix, La isla y muchas otras más, incluidos muchos de los capítulos de la serie Black Mirror, historias todas donde se busca el control de los sujetos en base a sustancias químicas, cambios genéticos o fuerzas extraterrestres. Afortunadamente ese «índice subjetivo» del que habla Bassols, no se reduce ni al cerebro, ni a los genes, ni a los cromosomas, ni a nada en el organismo.


466. «No hay progreso. Lo que se gana de un lado se pierde del otro»

Ni Freud ni Lacan eran progresistas. Lacan (1975) decía: «No hay progreso. Lo que se gana de un lado se pierde del otro. Como no sabemos lo que perdimos, creemos que ganamos». Estas palabras evocan las palabras de Pepe Mujica cuando dice: «No compras con plata. Compras con el tiempo de tu vida que gastas para conseguirla». Él también dice que “Ocupamos el templo con el dios Mercado, él nos organiza la economía, la política, los hábitos, la vida y hasta nos financia en cuotas de tarjeta la apariencia de felicidad”. En efecto, este es el nombre de la crisis que vivimos en el mundo de hoy: Capitalismo rampante, ese discurso que impera en todo lo que hacemos con esa ilusa idea de que estamos progresando. ¿Progresado hacia dónde? Lo que se observa verdaderamente es que a mayor progreso, más cerca estamos de la autodestrucción. Ya lo dijo también Mujica, que parece lacaniano cada vez que habla del discurso capitalista: «Si aspiráramos en esta humanidad a consumir como un americano promedio, son imprescindibles tres planetas para poder vivir». Y también: «Prometemos una vida de derroche y despilfarro, que en el fondo constituye una cuenta regresiva contra la naturaleza y contra la humanidad como futuro”.

Desde 1973 Lacan ya hablaba de la crisis que se vive hoy. Él había entendido la lógica del capitalismo, por eso su conclusión frente a esa máquina demoledora y demoníaca que no tiene freno fue “somos todos proletarios.” ¿Qué significa esto? Que «hay una precarización general, mundial, de cada uno, que corresponde al desarrollo actual del capitalismo y que él ha entendido hace más de 40 años» (Miller, 2009). Incluso, a pesar del desarrollo de la ciencia y la tecnología, que se suma a esa ilusión efímera de progreso de la humanidad, el malestar de la cultura persiste. Ya lo había también previsto Freud en su texto El malestar en la cultura, texto de una actualidad ominosa. «El malestar sigue, no hay liberación» (Miller, 2009). ¿Qué hacer entonces con esta crisis que anticipa un futuro oscuro, tanático, apocalíptico? Dice Mujica: “Hemos nacido sólo para consumir y consumir y cuando no podemos, cargamos con la frustración, la pobreza y hasta la automarginación y autoexclusión”. ¿Nacimos solo para consumir, y no para vivir? “Prometemos una vida de derroche y despilfarro, que en el fondo constituye una cuenta regresiva contra la naturaleza y contra la humanidad como futuro” (Mujica).

¿El psicoanálisis piensa en el futuro? Toda persona se piensa a sí misma en el futuro, no sin angustia, hoy exacerbada frente a esa precarización que produce el discurso capitalista. «Hoy los jóvenes conocen esta angustia. Quizás ellos no pueden decirla, pero tienen esta angustia. Es importante permitir a cada uno acercarse para ver de qué se trata esa angustia» (Miller, 2009). Los jóvenes quisieran un porvenir seguro, pero la máquina capitalista produce una paradoja, como la produce con la ilusa idea de progreso y felicidad al consumir: «cuando el capitalismo trabaja cada día más sobre el tema de la seguridad, la inseguridad aumenta. Y de una cierta manera la infelicidad del capitalismo es que cuando empieza a trabajar sobre un punto para suprimirlo, lo refuerza (…) Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la seguridad, la promesa de seguridad». (Miller, 2009). Mujica lo dice así: «El hombrecito promedio a veces sueña con vacaciones y libertad. Siempre sueña con concluir las cuentas, hasta que un día el corazón se para y adiós”.


463. ¿Cómo trata el psicoanálisis a la religión y al ateísmo?

Freud planteó que la religión es una neurosis colectiva y que la neurosis es una especie de religión privada. Para Freud, dios es una expresión del anhelo infantil de tener un padre protector y todopoderoso, es decir que dios es el sustituto del padre de la primera infancia; él llegó a calificar la religión como una neurosis obsesiva de carácter universal. “Dios es tal vez la palabra que ha tenido y sigue teniendo más poder en la humanidad. Se sigue masacrando en su nombre, aunque se hagan también en su nombre las acciones más piadosas” (Bassols, 2016). Tanto Freud como Lacan se consideraban ateos, como también lo son científicos tan reconocidos e influyentes como Stephen HawkingNeil deGrasse TysonRichard Dawkins, quien es un decidido activista del ateísmo y tiene una famosa fundación denominada Fundación para la Razón y la Ciencia. Freud sostenía que la humanidad debía abandonar las religiones y remplazarlas por la ciencia; para él las religiones tienen como función proteger al sujeto del dolor psíquico por medio de una construcción delirante de la realidad, por lo que él clasificaba a las religiones como unos delirios colectivos de la humanidad.

Pero ser ateo no es una cosa fácil. Es más, para serlo pareciera necesitarse de la idea de dios, es decir, de cierta manera, todos los ateos lo son gracias a dios, a la idea de dios –idea que no es más que una construcción social; todos los niños nacen siendo ateos, de tal manera que los creyentes han sido objeto de un adoctrinamiento tenaz desde su primera infancia; en otras palabras: nadie escogió la religión ni el dios en el que cree–. “El sentido religioso es viral, se extiende y se cuela por todas partes” (Bassols, 2016). Incluso la idea de dios se sigue colando inevitablemente por algunos agujeros de la ciencia, así, por ejemplo, a la hora de pensar qué causó la gran explosión, el Big Bang, que dio origen al universo, como causa de dicha explosión se coloca la mano de dios. Así pues, “no es nada fácil exorcizar a Dios de la ciencia” (Bassols).

Ciencia y religión han sido discursos opuestos, disímiles; el religioso es un discurso cerrado, ortodoxo, dogmático, irrefutable; en cambio, el discurso de la ciencia, si algo lo caracteriza, es que es un discurso abierto, refutable, que se puede cuestionar permanentemente, falible, y por eso cambia permanentemente, aunque a veces lentamente, y en otras ocasiones quedan hechos y leyes universales que son fijos (por ahora), como por ejemplo, la ley de gravedad, o la evolución de las especies, o la ley de incertidumbre de Heisenberg. En un momento se llegó a pensar que el discurso de la ciencia desplazaría al discurso religioso; “Freud, viejo optimista de las Luces, creía que la religión no era más que una ilusión que sería disipada en el futuro por el avance del espíritu científico. Lacan, en absoluto: pensaba, por el contrario, que la verdadera religión, la romana, al final de los tiempos engatusaría a todos, derramando sentido a raudales sobre ese real cada vez más insistente e insoportable que debemos a la ciencia” (Miller, 2005). Al develar la ciencia ese real imposible de soportar, del que tanto habla el psicoanálisis, se hace necesario el discurso religioso para darle sentido a ese sinsentido que revela la ciencia, ese sinsentido que nos enseña que la existencia del ser humano no tiene ningún propósito. Es por esto que, a pesar de los avances de la ciencia, el discurso religioso se ha exacerbado por todos lados.

Entonces, “soy ateo, gracias a dios”; y sin embargo llegar a ser ateo no es para nada difícil; basta con leer la Biblia, o el Corán, etc., pero de manera racional, tomando nota de todas las contradicciones e ideas absurdas que allí se encuentran, y listo. El problema con la mayoría de los creyentes contemporáneos es que creen ciegamente en una ideología sin siquiera haber leído el texto en el que basan su fe. Y muchos otros sí lo leen pero de una manera fundamentalista, al pie de la letra, literalmente, pensando que esa es la palabra de dios, sin interrogarlo o haciendo uso de un pensamiento crítico. Pero quien lea con una lógica racional esos textos, probablemente termine siendo ateo. Ateo también se vuelve el que pasa por experiencias difíciles y se empieza a preguntar “¿por qué me pasa esto a mí?”, sobre todo si es un creyente practicante que espera la benevolencia de un dios protector. Es la experiencia que describe el escritor Héctor Abad Faciolince en su libro El olvido que seremos –sobre la vida y asesinato de su padre Héctor Abad Gómez–, cuando a una de sus hermanas, una bella, juiciosa y devota joven, que rezaba el rosario diariamente, le da un cáncer de piel que la termina matando. O también es fácil volverse ateo si se empiezan a hacer preguntas como: ¿dónde está dios cada vez que se abusa de un niño?, ¿por qué no son “bendecidos y afortunados” todos los creyentes, sino solo algunos, y en muchos casos los más intolerantes, injustos y abyectos?, ¿por qué se mueren las buenas personas y no las malas? En un mundo lleno de injusticias, enfermedades penosas, catástrofes naturales, holocaustos, guerras y masacres, ¿dónde está la mano de dios?

Cabe aclarar que, por supuesto, todas las personas tienen derecho a creer en lo que quieran y afortunadamente Colombia es un país laico, tal y como lo determinó la Constitución de 1991. Ya lo decía claramente el escritor y ateo José Saramago (1922-2010), Premio Nobel de Literatura (1998), “He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, en un intento de colonización del otro”.


458. ¿Quién soy Yo verdaderamente? Las MAMI responden.

En la época de las redes sociales, el Yo parece haberse multiplicado en un sin número de identidades; se trata de un «Yo desmultiplicado que goza de la no identidad consigo mismo» (Bassols, 2011). Es por esta razón que se puede decir que «tu yo no es tu yo», o por lo menos no se sabe en verdad quién eres: ¿eres el perfil falso de Facebook? ¿Y el verdadero qué tan verdadero es? ¿O eres el que aparece en Instagram, porque en el de Linkedin pareces ser otro?

Así y todo, también existe en esta hipermodernidad una «reivindicación de un Yo más fuerte e independiente, más autónomo» (Bassols, 2011), a pesar de su anonimato y multiplicación; por eso se recurre tanto a la autoayuda, a la programación neurolinguística (PNL), al coaching -tan de moda hoy-, a las terapias alternativas (bioenergética), o a la corrección de algún error cognitivo (esquemas maladaptativos): «MAMI (Métodos de Autocoerción Mental Inducida) sería, en realidad, el nombre más adecuado para muchas de las terapias que hoy se ofrecen con un sello científico» (Miller, 2005). [A todo esto el escritor Odin Dupeyron lo denomina «Pensamiento mágico pendejo»]. Lo que sucede con estas terapias es que se recurre a un Otro que le dice al sujeto quién es él, que le dice cuál es su verdadero Yo (Bassols, 2011).

Si no encuentras la respuesta a «quién eres tú» en las terapias MAMI, la ciencia te puede dar la respuesta, yendo a mirar algunas secuencias de tu ADN -las cuales ya están siendo patentadas y por lo tanto no puedas disponer de ellas «sin pagar un precio a determinar por el Otro» (Bassols, 2011)-, con una consecuencia problemática a este nivel: la desresponsabilización del sujeto como efecto del discurso de la ciencia: ya el responsable de sus actos no es el sujeto, sino sus genes, o sus hormonas, o su quimismo cerebral, como lo indican en muchas ocasiones noticias que se vuelven virales, como la del gen que es el causante de la infidelidad (Ver: La infidelidad es cuestión de genética). Ya un hombre le puede decir a su pareja cuando es infiel: «no fui yo, fue mi ADN». «Ese Yo podrá muy bien decir que él no es el responsable de sus actos y de sus elecciones, que lo son sus genes, los del Otro» (Bassols, 2011). Así pues, incluso la ciencia contemporánea puede decir: «no eres tu, tu yo no es tuyo, es nuestro». «Tu yo es del Otro que se hace existir en el gen o en la neurona. Ese tu Yo anida, aunque tal vez un poco diseminado, entre las circunvoluciones del cerebro coloreado que estamos a punto de cartografiar en su totalidad» (Bassols, 2011).

Si bien “lo neuro-real (así lo llama Miller) es lo que está llamado a dominar los próximos años” (2008), la ciencia, esa que escanea cada rincón del cerebro, «no hace más que toparse con el fantasma del Yo» (Bassols, 2011), es decir, con la «conciencia», esa propiedad del sujeto que hace posible que él se perciba a sí mismo en el mundo -la conciencia de sí-. En otras palabras, mientras que la ciencia sigue intentando localizar al sujeto en «lo más real de su objeto: en la física, en la biología, y sobre todo en las llamadas neurociencias» (Bassols, 2011), aquel se le sigue escapando: hasta el día de hoy la ciencia no logra explicar todavía cómo genera el cerebro la conciencia.