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533. «las mujeres tienen coraje y los hombres son cobardes»

Dice Miller (2010) que «las mujeres tienen coraje y los hombres son cobardes». ¿Cómo entender esta idea que coloca a las mujeres del lado de la valentía y a los hombres del lado de la cobardía? Esto se entiende a partir de la referencia fálica en el complejo de castración. Freud llama «complejo de castración» al encuentro de los niños con la diferencia sexual anatómica. Niños y niñas subjetivan la diferencia sexual diciendo: «los niños tienen pene, las niñas… no tienen pene». “Hasta hoy -dice Miller (2002)- es un hecho que un tengo esencial, primordial, recae sobre el pene” (pág. 153), recae sobre eso que se ve, y lo que ven niños y niñas es que hay seres que tienen algo que a los otros les falta; es así como se subjetiva ese tener o no tener un pene, es así como se subjetiva la diferencia sexual en ambos sexos.

Entonces, «según se tenga o no el órgano que, en el cuerpo, encarna el significante fálico» (Miller), los hombres quedan del lado de los que tienen algo que proteger y las mujeres ¡no tienen nada que perder! El hombre es, pues, un dueño, dueño del falo. «Es esencialmente un dueño; gestionará mejor o peor su propiedad, pero está condicionado por ella» (Miller). Y las mujeres, con respecto a la referencia fálica, como no tienen el falo, el falo les falta, no tienen nada que perder. Por esta razón, «no tener nada que perder puede otorgar un coraje sin límite, aun feroz: mujeres que, para salvar lo más precioso, están preparadas para ir hasta el final sin detenerse, dispuestas a luchar como quieran» (Miller).

El tener el falo no es ninguna ventaja para los hombres, ya que temen perderlo -angustia de castración-; por eso se dedican a cuidar todo lo que tienen: su pene, su dinero, su mujer, su automóvil, etc. «La cobardía fundamental de los hombres es que están embarazados por algo que tienen que proteger» (Miller, 2010). Tener el pene embaraza a los hombres porque no sabe qué hacer con él, dónde ponerlo, manejarlo, dónde colocarlo; «eso puede despertar en ellos la ferocidad del dueño amenazado de robo» (Miller); de cierta manera, los hombres siempre se sienten amenazados, tanto frente a otros hombres: «tienen más de lo que yo tengo», como frente a las mujeres: «ellas desean tener lo que yo tengo», el falo.

Podría parecer que, por tener el falo, los hombres están en posición de amo y las mujeres en posición de esclavas, según la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo; pero no es así. «El hombre, aunque pueda parecer que manda, es el esclavo, el siervo. Lo es porque, de manera estructural, el que sale siervo de esa lucha es el que debe proteger algo –en Hegel, supuestamente su vida–» (Miller, 2010). La mujer, en cambio, está en posición de amo, ya que no tiene nada que proteger. La dominación femenina se desprende de una posición de un amo sin reglas, que denuncia al falso amo que es el hombre, como bien lo sabe hacer la mujer histérica.


528. «El inconsciente es ante todo algo que se lee»

Es claro que hay cierto tipo de síntomas que no atañen a la medicina, ya que su causalidad no es orgánica, sino psíquica; síntomas analíticos y no síntomas médicos. Se trata de síntomas que se curan por la revelación de su causa, es decir, “que aparecen y se mantienen en el sujeto por el hecho de que su causa está presente en él y le es a la vez desconocida. El psicoanálisis considera que en ese caso el poder patógeno de la causa desaparece desde el momento en que es revelada, es decir enunciada explícitamente. Basta descubrir la causa para que ésta pierda su estatuto, su poder” (Miller, 2023). Así pues, el psicoanálisis supone que hay síntomas cuya causa es un enunciado que perdura en el sujeto sin poder ser formulado por él. Esto es lo que Freud llamó represión; hay una subsistencia subjetiva de enunciados indecibles por el sujeto.

Ese enunciado indecible, causa del síntoma, “es asimilable a un enunciado escrito en el sujeto y que no se podría leer cómo habría que hacerlo” (Miller, 2023). Por tanto, lo que Freud llamó inconsciente es equivalente a un texto escrito indescifrable, significantes sin significados. Así pues, el inconsciente es ante todo algo que se lee, tal y como lo señaló Lacan. Lo primero que leyó Freud fueron sus sueños. “Freud pensó el psicoanálisis a partir de esto: que esos relatos siempre pueden ser leídos de una manera que les restituya una coherencia y una significación” (Miller).

Para leer el síntoma, el sueño, el lapsus, el acto fallido, el olvido, se necesita de la asociación libre, el método propiamente analítico; es decir, el paciente debe ser “capaz de suministrar el texto que hay que leer, interpretar, e incluso hay que leerlo de diferentes maneras” (Miller, 2023). En análisis, el sujeto podrá decir todas sus ocurrencias sin hacerse cargo de lo que dice; podrá hablar de odios, deseos, temores, pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, sin cargar con eso: “No estoy ahí, soy inocente, no soy yo”.

Pero el análisis no es solo producir enunciados de los que el sujeto no se hace cargo; esos enunciados le conciernen; el sujeto puede no reconocerse en sus enunciados, pero sí está ahí a pesar de todo. Éste es el sujeto del inconsciente, ese que termina reconociéndose en lo que dice: sus odios, sus temores, sus deseos. Es en esto que consiste la lectura del inconsciente, y “a partir de la variedad de esas lecturas se recompone, se aísla poco a poco el texto que se dice y que se lee sin saberlo. A partir de la palabra se recompone el escrito inconsciente. A partir de esas lecturas, se recompone el enunciado indecible” (Miller, 2023). Dicho lo indecible, los síntomas desaparecen.


525. La escucha analítica y la interpretación

Miller (2021) realiza una conferencia por zoom dirigida a los rusos sobre lo que es la escucha analítica. Veamos lo que él dice allí sobre esta. Miller empieza indicando que hoy se acepta en todo el mundo que escuchar a alguien decir sus desdichas, decir lo que le pasa en su vida y le es doloroso, escucharlo sin sancionarlo, sin castigarlo, sin desaprobarlo, se admite que esto le hace bien al sujeto; ser escuchado de esa manera, sin juzgarlo, le produce una gran satisfacción, al sujeto, un alivio; por eso es siempre terapéutico poder hablar de lo que causa sufrimiento.

Así pues, en la civilización universal de hoy la escucha como tal es muy valorizada, incluso por la mayoría de las prácticas psicológicas. Esto es algo conocido desde siempre, por la práctica de la confesión en el discurso religioso; pero, ojo, “el dispositivo de la confesión es totalmente diferente al dispositivo freudiano” (Miller, 2021). La confesión es un sacramento que busca perdonar los pecados del quien se confiesa; Dios es quien juzga y ante sus ojos el sujeto es culpable. En el dispositivo freudiano no hay un gran juez; no hay pecado, no hay castigo ni perdón. Escuchar a alguien es aceptarlo, y solo por esto, ya está perdonado, sin importar lo que haya hecho, lo cual produce un alivio en el sujeto. Esto se observa claramente en los homosexuales que no han confesado a su familia y amigos que lo son, porque se sienten culpables de serlo. Cuando lo confiesan en el dispositivo analítico, se quitan un peso de encima; igual sucede cuando se lo hacen saber a la familia y amigos.

La entrada en análisis es, pues, una liberación. Lo mismo sucede con los trans cuando dicen que es natural querer cambiar de sexo. Estas son las cosas que hay que escuchar en el dispositivo, ya que el dispositivo dice otra cosa, va más adelante que los psicoanalistas. “Hay que intentar atrapar los efectos del psicoanálisis que van más rápido que los psicoanalistas” (Miller, 2021). Esto tiene como efecto la despatologización de las enfermedades mentales, de tal manera que las enfermedades mentales dejan de ser enfermedades y pasan a ser formas de ser. Esta es una de las consecuencias del dispositivo de escucha del psicoanálisis en la cultura.

La escucha analítica va acompañada de la interpretación. Dice Miller (2021) en su conversación con los rusos que ella es en el fondo esto: «Te digo que dijiste otra cosa que lo que querías decir». Es algo que enseña el psicoanálisis desde sus comienzos: el sujeto no sabe lo que dice; el sujeto siempre dice más de que quiere; el sujeto no controla su pensamiento, lo cual le cuesta reconocer: que él no es el amo de su propia casa, que hay Otro dentro de él que lo gobierna. Es lo que se encuentra cada vez que hay un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y dice otra; por ejemplo, dice “mi madre” en lugar de decir “mi mujer”. “El Otro dice otra cosa de lo que yo quería decir; el Otro es más fuerte que yo. ¿Cómo puede ser esto así? En el interior de cada uno hay un Otro (por eso Lacan lo escribe así, con mayúscula) más poderoso que actúa. Y no es un tumor que se quita con una cirugía” (Miller). Ese Otro es la otra escena de la que hablaba Freud, el sujeto del inconsciente decía Lacan. Ahora bien, ese Otro no actúa de la misma manera en la cabeza de un neurótico que en la cabeza de un psicótico. En la psicosis ese Otro se puede presentar como una voz que le habla al sujeto en su cabeza.

Con la homofonía de las palabras también sucede que Ud. puede decir una cosa que puede ser escuchada de otra manera; igual sucede cuando hay repetición de significantes en el discurso del sujeto; esto es lo que escucha e interpreta el psicoanalista, esos «juegos de palabras». Así pues, “se le otorga un privilegio a la escucha sobre la interpretación. Es la escucha sin interpretación” (Miller, 2021). Esto es problemático, porque hoy en día se cree que lo que él dice el sujeto, esa es la verdad, que es así. Por ejemplo, cuando un niño trasn de cuatro años dice “no es mi cuerpo, necesito otro”, esto trae una enorme presión que se ejerce sobre la familia para satisfacerlo, y se corre a cambiarle el nombre, se le somete a tratamientos hormonales y se planea su cirugía para el cambio de sexo. Pero es un niño de cuatro años y puede cambiar de opinión. Sus palabras pueden ser la manera de interpretar un malestar que tiene y la verdad de este malestar quizá es diferente (Miller). El psicoanálisis ha hecho de la escucha un dispositivo universalmente apreciado, pero tomar la palabra del otro como verdadera es una manera de rechazar la interpretación de la palabra del Otro. El niño trans dice eso, pero se le puede interpretar de otra manera.


523. Condensación y desplazamiento, metáfora y metonimia

Cuando Freud describe al Ello lo hace diciendo que es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. «Nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión (…) Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el Ello» (Freud, 1932/36). Si el extremo del Ello está abierto hacia lo somático, es porque las pulsiones sexuales tienen como fuente, las zonas erógenas del cuerpo. Y cuando él habla de investiduras pulsionales, se está refiriendo a la libido, es decir, a la fuerza como se manifiesta la pulsión, la energía psíquica de las pulsiones sexuales que se ponen en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada en el inconsciente; cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.

La energía de las pulsiones son, entonces, investiduras de afecto (libido), las cuales piden ser descargadas, aliviadas, porque mientras no se descarguen, producen tensión. Las demandas pulsionales producen, en el psiquismo, tensión, displacer, y el alivio de las se experimenta con placer. El placer se experimenta siempre cuando hay alivio de una tensión psíquica (principio del placer). Ahora bien, esas investiduras de afecto, en la búsqueda del alivio de la tensión que crean, producen desplazamientos y condensaciones. Estos son los dos principios descubiertos por Freud y que le atribuye al inconsciente; esto significa que el inconsciente, el Ello, no es caótico; él responde a dos leyes, dos reglas, dos principios en su funcionamiento: la condensación y el desplazamiento; condensación y desplazamiento de las investiduras de afecto que quedan libres de las representaciones a las que van unidas, después de que han sido reprimidas.

Lacan se da cuenta, gracias al desarrollo de la lingüística moderna -con la que no contaba Freud cuando describía el funcionamiento del aparato psíquico- que esos dos principios que operan en el inconsciente responden a los tropos que operan en el lenguaje, es decir, que el uso de las palabra en el lenguaje, lo que llamamos tropos, específicamente la metáfora y la metonimia, son equivalentes a la condensación y el desplazamiento, los dos principios con los que funciona el inconsciente freudiano. Esto es lo que lleva a Lacan a establecer que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es decir, el lenguaje, lo simbólico, funcionan exactamente igual que el inconsciente.

En lingüística, un tropo es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado; es lo que sucede con la metáfora y la metonimia. La metáfora no es otra cosa que la sustitución de un significante por otro (p. ej. «las perlas de tu boca»), y la metonimia es la conexión de un significante a otro; es la sustitución de una representación por otra, con la que se mantiene una relación de contigüidad (p. ej. «en su vida cargó muchas cruces», refiriéndose al sufrimiento, o «es uro corazón», refiriéndose a lo bondadoso que es). Pues bien, esta sustitución de un significante por otro, de una representación por otra, se aplica ¡a todas las formaciones del inconsciente! El síntoma psíquico es eso: la sustitución de una representación por otra que ha sido reprimida. Lo mismo sucede con el olvido, los sueños, los actos fallidos (lapsus) y los chistes (juegos de palabras). Cuando Freud habló de condensación y desplazamiento, Lacan habló de metáfora y metonimia, por eso el inconsciente deja de ser una caldera llena de excitaciones borboteantes y pasa a estar estructurado como el lenguaje.


519. «Todo el mundo está en su mundo»

El lenguaje precede al sujeto, es decir, aquel ya existe antes de que el sujeto nazca. Es más, ese que el psicoanálisis llama sujeto puede incluso existir aún antes de nacer y seguir existiendo después de morir, y esto gracias al lenguaje. El sujeto existe antes de nacer en el discurso de sus padres, y sigue existiendo después de morir en el discurso del Otro. Por eso un sujeto solo muere del todo cuando muere la última persona que pensaba en él, como lo enseña claramente la película «Coco» de Disney o las palabras de Álvaro Mutis. El encuentro contingente del sujeto con el lenguaje lo va a traumatizar, «por el choque de las palabras con una maleza de pulsiones inorganizadas» (Kanedo y Pinkasz, 2022). El sujeto tendrá, entones, qué arreglárselas con las palabras (los significantes) que lo determinan como sujeto y afectan su cuerpo.

Al ser que habla, Lacan lo llamó el parlêtre (hablanteser); es el nuevo nombre que aquel le da la inconsciente en su última enseñanza, esa que incluye al síntoma como sinthome. “El sinthome de un parlêtre es un acontecimiento de cuerpo, una emergencia de goce” (Miller, 2015). Así pues, la intersección entre lo real del organismo del sujeto con el Otro del lenguaje, tendrá efectos en el cuerpo del sujeto, efectos de goce, quedando el sujeto cautivo de las palabras «a las que quedará más o menos subyugado. En ocasiones permanecerá instrumentado por ellas» (Kanedo y Pinkasz, 2022). Esa amalgama entre lo simbólico y lo real es lo que funda en el sujeto su lalengua. Lalengua (escrito así, pegado), cuando el sujeto lleva su análisis hasta las últimas consecuencias, es un núcleo de real que habla de los efectos del encuentro del sujeto con el lenguaje, efectos de goce en el cuerpo; una marca real en el cuerpo que indica cómo goza el sujeto, un goce que se experimenta en el cuerpo y que «siempre aparece perverso” (Miller).

Este real que constituye el sinthoma del sujeto, “se encuentra bajo la modalidad del «Así es»” (Miller, 2015), es decir, eso «es» el sujeto. Se trata de un real fuera de sentido, un real despojado de sentido, y la lalengua es precisamente eso: una cadena significante sin efecto de sentido (Miller, 2003). «Proliferarán de este modo sombras, reflejos, espejismos, subordinados a esa relación primitiva, originaria y traumática entre el significante y el goce» (Kanedo y Pinkasz, 2022). Y esto es lo que hace que todo el mundo esté en su mundo, es decir, inmerso en la muy particular forma de gozar. Es como una especie de locura que, si bien es universal -todos los sujetos la padecen-, es singular en su modo de expresión.

Lalengua está, pues, del lado de lo real, de los efectos de lo real sobre el cuerpo. La estructura del lenguaje no es más que una elucubración de saber sobre lalengua, dice Miller (2008). El significante en su estatuto de letra y separado del sentido, es lo que Lacan va a llamar lalengua, “un saber que se presenta como una huella, un trazo, como una escritura de lo que fue nuestra relación originaria con la lengua materna” (García, 2009), marca del goce en el cuerpo, lo más singular que se juega en el sufrimiento del sujeto. Por esto el psicoanálisis puede decir que «todo el mundo está en su mundo», es decir, que cada sujeto tiene su cuota de locura, su «rayón», la solución que ha inventado para vivir la pulsión, y esa solución es singular: sólo le sirve a cada sujeto, uno por uno; es su pequeña dosis de locura. Esto, además, «es la constatación de la posición profundamente antisegregativa del psicoanálisis, al ser un «todo el mundo» que subraya la marca singular e incomparable de todo sujeto» (Kanedo y Pinkasz, 2022), el modo singular con el que el sujeto intentar arreglárselas con el goce que lo habita.


517. ¿Cómo funciona el lenguaje en el sujeto?

El neurótico es un ser atrapado en su inconsciente, es decir, «alienado a un yo que desconoce esa segunda escena que transcurre a sus espaldas y que condiciona su vida» (Dessal, 2015), la «otra escena» de la que habló Freud, esa que determina lo que hacemos, pensamos y decimos, la mayoría de las veces en contra del bienestar del sujeto. 

La alienación de la que va a hablar Lacan es la alienación del lenguaje en el sujeto. «Lacan llegó a la raíz del asunto cuando postuló una concepción inédita del lenguaje, una concepción que estaba implícita en la obra de Freud pero que nadie había comprendido antes (Dessal, 2015). Lacan rompe la unión ilusoria que la lingüística moderna estableció entre el significante y el significado. Lacan le va a dar una primacía al significante sobre el significado: la letra S mayúscula, encima de una barra, como la que se utiliza cuando se escribe una fracción, y debajo de la barra la letra s minúscula. «Eso es el alma de la palabra: la barra que separa la materialidad fónica de su significado» (Dessal). Esos dos elementos ya no forman más una unidad; este, se podría decir, es el aporte de Lacan a la lingüística sausseriana: los elementos que componen el signo lingüístico no van juntos, van separados en el uso que hacemos del lenguaje, y además, uno prima sobre el otro. 

Como muy bien lo indica Dessal (2015), con el ejemplo sobre la palabra mujer, el significado no va pegado al significante: «Si yo digo la palabra mujer, por ejemplo, parece obvio que eso remite a un sujeto del género femenino. La materialidad varía según las lenguas, pero el significado no cambia. Puedo decir woman, o donna o femme. En todo caso, el objeto al que remite parece ser el mismo. Sin embargo, no es así. La palabra mujer no tiene un significado absoluto y universal. Remite a lo que en psiquiatría denominamos significación personal, es decir, que el significado es variable, y depende del sujeto que pronuncia la palabra, ya sea como emisor o como receptor».

Hay pues, una independencia, una separación del significado respecto del significante; esto es lo que hace al lenguaje mágico y maldito a la vez: la posibilidad de que una palabra pueda significar otra cosa, pueda significar cualquier otra cosa; es lo que nos lo enseña la poesía y la literatura: una palabra puede significar cualquier cosa. Esta es la condición poética del ser humano, es decir, «que fabrica significados cuando habla, sin saber en verdad lo que está diciendo» (Dessal. 2015). El aspecto maldito del lenguaje tiene que ver con el malentendido, el cual está siempre presente cuando hacemos uso del lenguaje. El sentido de lo que se dice no depende del emisor, sino del receptor; como decía Lacan, «Ud. puede saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó». «Es por eso que alguien puede decir soy una mujer dentro de un cuerpo de hombre. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que cuando se nombra a sí mismo, los términos mujer y hombre designan para él significados personales, que no pueden comprenderse a la luz del sentido común» (Dessal).

¿Cómo funciona entonces el lenguaje? La respuesta que da el psicoanálisis es que nadie sabe lo que está diciendo cuando habla, nadie sabe lo que dice. El psicoanálisis se dedica a explotar esa propiedad humana, el sinsentido que habita en todo lo que decimos, y que hace que la comunicación humana «no sea un intercambio recíproco de mensajes comprensibles, sino un malentendido crónico disfrazado de un entendimiento aparente» (Dessal, 2015). Por eso se puede decir que la realidad no existe en un sentido universal del concepto, sino que lo que existe es una ficción en la que cada uno vive, ficción fabricada por el significado personal que le damos a las palabras. «La cosa se complica mucho cuando es preciso añadir que en verdad nadie sabe cuál es ese significado. Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal). Es lo que nos enseña la asociación libre, el método creado por Freud y que funda la técnica psicoanalítica: que el sujeto termina enredándose los pies, «diciendo cosas que no quería decir, que no pensaba decir, que no sospechaba que podría llegar a decir» (Dessal). El lenguaje funciona, pues, como una máquina regida por leyes que no son de capricho, sino que son leyes combinatorias y formales propias, las leyes del lenguaje a las que queda sometido el sujeto y sobre las que él no tiene ninguna incidencia.


510. Feminidad y discurso de género: «La lógica fálica no puede dar cuenta de lo femenino como tal»

La estructura del lenguaje nos somete a la lógica de la diferencia significante, la cual es siempre una diferencia binaria. “La cuestión de la diferencia sexual entre hombres y mujeres está incluida en este paradigma del binarismo, que es la estructura misma del lenguaje” (Bassols, 2021). Así pues, «hombre» y «mujer» son los significantes con los que se representa la sexualidad, a partir de la lógica del significante que funciona por la diferencia entre ellos. “Dicho de manera simple: el hombre se define por no ser mujer, y la mujer por no ser hombre” (Bassols).

La lógica fálica también responde a la estructura del lenguaje; el significante falo representa la presencia o de la ausencia del falo en el sujeto, el uno o cero, fálico o castrado. Pero Lacan va a plantear otra lógica, la que lo lleva a la construcción del objeto a. “Es la salida de la lógica binaria que hay que investigar y que está ausente en la teoría de género. El objeto no funciona por una lógica binaria, por su diferencia con otros objetos. No hay objeto b, c, d…” (Bassols, 2021). El objeto no es exactamente un significante, por eso escapa a la lógica binaria que está en juego en la estructura del lenguaje.

A lo anterior se le agrega otro problema: el axioma de Lacan «La mujer no existe». Esto significa que “no hay un significante que pueda definir a La mujer en relación a otros significantes” (Bassols, 2021). Es decir, en el conjunto de significantes, el Otro de lo simbólico, tesoro de los significantes, no se encuentra el significante que podría definir a lo femenino, a La mujer. Esto significa que la lógica de la diferencia entre los sexos, con los significantes «hombre» y «mujer», no va más; es decir que, “cuando se trata de la identificación de la mujer, no hay modo de encontrar el significante” (Bassols). En palabras de Freud, en el inconsciente no se encuentra una inscripción de la diferencia entre los sexos; en el inconsciente solo existe el símbolo fálico, que es el significante con el que se establece la diferencia entre los sexos. Así pues, “la lógica fálica no puede dar cuenta de lo femenino como tal” (Bassols), esto es lo que lleva a Freud a hablar, con relación a lo femenino, del «continente negro», y es lo que lleva a Lacan a concluir que el goce no puede ser atrapado por el binarismo significante.

Es por esto que Lacan elabora una nueva lógica sobre la cuestión de la feminidad, una lógica que va más allá del Edipo, más allá de la lógica fálica, de la lógica de la diferencia entre hombre y mujer (Bassols, 2021), lógica que lo lleva a construir el objeto a, y luego establecer la fórmula «La mujer no existe». Lo femenino, entonces, es una alteridad radical, “una alteridad que no se explica con la diferencia relativa entre significantes. Es una diferencia absoluta, para decirlo con otra expresión de Lacan” (Bassols).

Al parecer, el discurso de género no ha logrado entender esta nueva lógica, por eso termina acusando al psicoanálisis de heteropartiarcal, desconociendo la última enseñanza de Lacan; tampoco abordan la lógica del falo de manera adecuada, señalando al psicoanálisis de falocéntrico. Si las teorías de género desean conversar con el psicoanálisis, hay que partir del aforismo lacaniano «La mujer no existe» (Bassols, 2021), y dejar de lado ese prejuicio de que el psicoanálisis es supuestamente falocéntrico y heteropatriarcal. Por eso el psicoanálisis invita al sujeto contemporáneo a hacer una lectura atenta y salir del efecto endogámico que produce la Universidad y las instituciones. “Hay que ser en primer lugar muy cuidadosos en cómo transmitimos el discurso del psicoanálisis, sobre todo no repitiendo sin saber lo que decimos, porque el malentendido está asegurado (…) Hay que generar estos espacios de debate y de conversación públicos. El psicoanalista lacaniano, como decía Jacques-Alain Miller hace ya veinte años, es el que sale del gimnasio para debatir en la plaza pública” (Bassols).


493. ¿Qué es el falo en el psicoanálisis?

Cuando Freud hace uso del concepto de falo en su teoría, lo hace para simbolizar la presencia o ausencia del pene en los niños; Freud, en un principio, no distingue entre el falo como referente simbólico y el pene como realidad anatómica. Freud recurre aquí a ese símbolo que, desde la antigüedad, representaba la fertilidad, la virilidad, la potencia, el poder. Es por esto que el falo se refiere más al pene erecto, o a un objeto que se asocie a la forma que él tiene. Esto permite aclarar que el falo no es equivalente al pene, ya que un pene flácido no es fálico; pero tener un pene, que es el caso de los niños varones, le brinda al sujeto un atributo fálico, lo que hace que muchas mujeres deseen tener un niño en lugar de una niña, debido a que el niño es percibido como completo –no le falta nada–, y la niña es percibida incompleta, en falta.

Freud, entonces, hace uso del concepto de falo al hablar de la «fase fálica», fase que hace referencia a la primacía de los genitales exteriores en el momento en el que el niño subjetiva la diferencia sexual. Durante la fase fálica los genitales de ambos sexos no desempeñan ningún papel, sino solo el masculino. “Los genitales femeninos permanecen por largo tiempo ignorados” (Freud, 1940), y solo interesa, a niños y niñas, el genital masculino, es decir, el falo, ya que es el que pueden observar claramente.

Así pues, la fase fálica es un período de la vida del niño en el que se despierta su curiosidad sexual debido al descubrimiento de la diferencia sexual anatómica. La investigación sexual de los niños es una de las características más importantes de la sexualidad infantil. Ella comienza bien temprano en la infancia, antes del tercer año de vida, dice Freud (1916/17), y no arranca de la diferencia sexual, que nada significa para los niños, ya que el niño, por lo menos el niño varón, atribuye a ambos sexos el mismo genital: el masculino.

Entonces, en el psicoanálisis el falo no es el pene como realidad biológica, sino el papel que la representación de este órgano juega en la fantasía y en la diferencia sexual; el falo es entonces el significante con el que se marca la diferencia sexual entre hombres y mujeres de una manera muy sencilla: se lo tiene o no. El problema es que solo existe un significante para nombrar la diferencia sexual: el falo. ¿Cómo inscriben todos los niños la diferencia sexual en el psiquismo? Niños y niñas subjetivan dicha diferencia diciendo: “los niños tienen pene, las niñas… no tienen pene”; nunca los niños y las niñas subjetivan la diferencia sexual diciendo: “los niños tienen pene y las niñas tienen vagina”. Niños y niñas parten de la «premisa universal del pene», es decir, de la suposición de la presencia del genital masculino en todos los seres humanos. En los niños esto es muy claro, pero ¿por qué en las niñas también? Porque cuando las niñas descubren la diferencia sexual, ellas la subjetivan pensando que a ellas les falta el falo, es decir, que a ellas o no les dieron uno, o se lo quitaron, o no les creció. La referencia es entonces a la presencia del falo en todos los niños.

Decirle a una niña que los niños tienen pene y las niñas vagina, no le dice nada, porque a ella lo que le interesa es lo que ve: el falo que tienen los niños y que a ella le falta. El significante «vagina» le entra por un oído y le sale por el otro; ella está preocupada por lo que observa: la presencia del pene en los niños. Los genitales femeninos a esta edad del niño (entre tres y cinco años) son ignorados, no tienen ninguna importancia, ya que lo que pesa en los niños es lo que observan, lo que ven; “hasta hoy -dice Miller (2002)- es un hecho que un tengo esencial, primordial, recae sobre el pene” (pág. 153), recae sobre eso que se observa, y lo que ven niños y niñas es que hay seres que tienen algo que a los otros les falta.

Se lo tiene o no: es así como se subjetiva ese tener o no tener un pene, es así como se subjetiva la diferencia sexual en ambos sexos. El tener el falo no es ninguna ventaja para los hombres, ya que temen perderlo -angustia de castración-; por eso se dedican a cuidar lo que tienen: su pene, su dinero, su mujer, esa con la que hacen ostentación de lo que tienen, al igual que con su moto, su automóvil o sus lujos, ostentación que los hace ver como unos idiotas. El hombre, entonces, se dedica a cuidar, controlar, contabilizar todo lo que tiene, quedando inscrito en la estructura neurótica como neurótico obsesivo.

La niña considera que el varón, por tener un pene, es completo, y que ella ha sido privada de ese órgano, que no se le dio. Esto la lleva a sentirse incompleta, inclusive inferior al niño, entonces va a desear querer tener uno, tener un pene. A este deseo Freud lo llamó «envidia del pene». Esta envidia del pene lleva a muchas niñas a comportarse como los niños: empiezan a orinar de pie, o a jugar los juegos de los niños: fútbol, etc. Ella no se resigna a no tener lo que el niño sí tiene, y desea uno para ella, por eso se empieza a comportar como un niño.

Con el significante «falo», tanto el hombre como para la mujer identifican a ambos sexos, es decir, que con un solo significante se señala la diferencia sexual: los que lo tienen son los hombres y las mujeres son aquellas que están privadas de él. Niños y niñas establecen siempre la diferencia sexual diciendo: los niños tienen pene, las niñas no lo tienen; así es como niños y niñas subjetivan la presencia o ausencia del pene -complejo de castración-. Por esta razón también se dice que el falo es un significante sin par: no hace pareja con ningún otro significante, de tal manera que en el lugar del Otro sólo existe un significante para señalar la diferencia sexual, y no dos. Es como si faltara el significante que permitiría identificar al Otro sexo.


490. El aparato del lenguaje: el significante no es el significado

El real del que habla el psicoanálisis es un real que no es el real de la ciencia; es un real que no se puede escanear ni al que se le puede hacer resonancia magnética; “ese real no aparece en ningún escáner, ese real sólo puede abordarse a través de la palabra y del lenguaje” (Bassols, 2012). Y esto a pesar de que la ciencia esté fascinada con las resonancias magnéticas; todos los días aparece en algún periódico la foto del cerebro con los colores rojo y azul, mostrando dónde queda el sentimiento religioso, o la moral, o la psicopatía; la ciencia está fascinada por esto, creyendo poder localizarlo todo en el cerebro (Bassols).

Ya la ciencia ha logrado “descifrar la actividad eléctrica en una región del sistema auditivo humano llamada circunvolución temporal superior, es algo que está claramente localizado en el cerebro. Al analizar el patrón de actividad de estas áreas fueron capaces de reconstruir las palabras que los sujetos escuchaban en una conversación normal» (Bassols, 2012). En efecto, las palabras dejan huellas en el sistema nervioso y es posible, entonces, reproducir un sonido a partir de los impulsos eléctricos detectados en el cerebro, pero ¿qué es lo que se pudo reproducir? “Se pudo reproducir un significante, lo que llamamos significante como materia, soportada en una materia fónica que incluso se podría traducir en impulsos eléctricos, ¡¿por qué no?!” (Bassols). Pero estas cosas ya se ven funcionar cuando se transmiten a través de impulsos eléctricos los significantes que todos pueden escuchar a través de los altavoces o audífonos; en efecto, hay un soporte físico mediante las ondas fónicas o electromagnéticas que llegan al oído del oyente. “Hay un soporte físico que está funcionando y lo que transmite es eso, significantes, pero no significados; transmite significantes, transmite soportes materiales que pueden estar localizados donde ustedes quieran” (Bassols), ¡pero no significados! Esto es lo que hace a Google bruto; él solo busca significantes y no significados; es al sujeto al que le toca ponerse en la tarea de dar un sentido a su búsqueda.

Entonces, ¿dónde está el lenguaje? ¿En el cerebro? “No hay que buscarlo necesariamente en el cerebro, por supuesto que también hay aparato del lenguaje en el cerebro. Pero Freud se dio cuenta muy pronto del sprache apparat, del aparato del lenguaje” (Bassols, 2012), como algo separado del cerebro. Esto quiere decir que el lenguaje, el cual está hecho de significantes, está ¡por todos lados!, ¡en todas partes! Es más, “el lenguaje es el lugar, el lenguaje mismo es el que hace posible que estemos en un lugar y no sólo que vivamos como un cuerpo sin lugar” (Bassols). Ese lugar es el que Lacan llamó el lugar de lo simbólico, el Otro escrito así con mayúscula; si “el Otro de la palabra existe es porque el significante introduce esa dimensión del Otro del lenguaje como lugar; eso quiere decir que el lugar no hay que buscarlo necesariamente en el cerebro” (Bassols). Se tiene la idea de que los significantes tienen que estar alojados en el cerebro, como si no pudieran estar en Otro lugar, ¡y lo están!; el lenguaje, esa Otra escena freudiana y que Lacan traduce como «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es el que hace posible todo lo humano; es lo que vivifica el cuerpo y determina le existencia del sujeto; sin lenguaje el sujeto sería una especie de planta con pies y manos, un organismo sin historia y sin afectos. El lenguaje es el medio natural del sujeto; sin lenguaje, no hay sujeto. Esto significa que el lenguaje es en sí mismo el lugar; no hay que buscarlo adentro, o afuera; ¡está tanto adentro como afuera!. «Si hay lugar simbólico, si el Otro de la palabra existe es porque el significante introduce esa dimensión del Otro del lenguaje como lugar” (Bassols).


489. ¿Por qué la mujer no existe?

Con el axioma lacaniano «La mujer no existe», Lacan no estaba diciendo que las mujeres no existan; es más, él agrega a dicho axioma que «solo existen las mujeres de una en una». Dicho axioma tiene una explicación lógica, y es que para inscribir en el inconsciente la diferencia sexual, se cuenta con un solo significante: el falo. Esto significa que en el lugar del Otro -tesoro de los significantes, es decir, el lugar al que acudimos para hacernos a una representación de sí mismos y del mundo que nos rodea- existe un agujero en el saber; en el Otro falta el significante con el que se podría inscribir el Otro sexo. Asi pues, en el inconsciente sólo existe un significante para nombrar la diferencia sexual; falta entonces uno, uno que no se inscribe en el inconsciente. No existe en el inconsciente el significante que represente al Otro sexo

Con el significante «falo», tanto el hombre como para la mujer identifican a ambos sexos, es decir, que con un solo significante se señala la diferencia sexual: los que lo tienen son los hombres y las mujeres son aquellas que están privadas de él. Niños y niñas establecen siempre la diferencia sexual diciendo: los niños tienen pene, las niñas no lo tienen; así es como niños y niñas subjetivan la presencia o ausencia del pene -complejo de castración-. Por esta razón también se dice que el falo es un significante sin par: no hace pareja con ningún otro significante, de tal manera que en el lugar del Otro sólo existe un significante para señalar la diferencia sexual, y no dos. Es como si faltara el significante que permitiría identificar al Otro sexo.

Con el significante falo se puede hacer el conjunto universal de los hombres: son todos aquellos que tienen falo. Esta es la razón por la que los hombres son todos iguales –“cortados por la misma tijera”–, pero, ¿con qué significante se hace el conjunto universal de las mujeres? No lo hay, no existe, por eso el axioma lacaniano «la mujer no existe» como conjunto universal; existe, sí, la mujer una por una –por eso las mujeres son todas diferentes, no hay una que se parezca a otra–.  Así pues, «lo que Lacan cuestiona no es el sustantivo “mujer”, sino el artículo definido “la”, que en francés, como en otros idiomas, indica universalidad» (Grippo, 2014). La consecuencia de esto es que, para la mujer, hay un goce «más allá del falo», un goce no-todo fálico. Más allá del falo, la mujer tiene relación con un goce «suplementario», un goce infinito, que tiene que ver con la falta de un significante que la nombre en el lugar del Otro.