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541. ¿Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla?

Después de realizar una revisión del concepto de compulsión a la repetición en la obra de Freud y de Lacan, podemos concluir que en ninguno de los dos autores se hace un uso de dicho concepto para aplicarlo a la psicología de las masas, y específicamente para pensar un fenómeno como el que revela el dicho popular: “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”; sin embargo, se podría decir que en el tratamiento que hacen dichos autores del concepto en cuestión, hay algunas alusiones a la posibilidad de poder ser utilizado para pensar la psicología de los pueblos y el proverbio popular.

Así, por ejemplo, cuando Freud (1920/1979) aborda la repetición en los fenómenos de la transferencia, él indica claramente que se trata de un fenómeno que “puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas” (pág. 21). Para Freud es claro que la repetición de situaciones olvidadas y que no se recuerdan, es un asunto estructural, que abarca la vida de todo sujeto, neurótico o no, y que además se puede presentar en cualquier situación en la que el sujeto establece un vínculo con sus semejantes; por eso él insiste en llamar a esta repetición de la que el sujeto no escapa, destino demoníaco y fatal (Freud, 1920/1979, pág. 21), es decir, una repetición de la historia del sujeto caracterizada por el retorno, una y otra vez, de los mismos acontecimientos de su vida, acontecimientos desafortunados, desdichados o infelices, a los que el sujeto está sometido irremediablemente.

Entonces, como se trata de una noción estructural que se puede extrapolar a otras muchas situaciones de la vida del sujeto (Lacan, 1984, pág. 45), es por esto que se puede discernir que a Freud solo le faltó agregar a su reflexión sobre la compulsión a la repetición, su traslación a fenómenos de masa donde la historia se repite, tal y como lo indican, no solo el proverbio, sino los observadores de los fenómenos de los pueblos, que muestran claramente cómo la repetición de la historia de un pueblo habla de un destino fatal y demoníaco para él mismo.

Si la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), también sería válido pensar que lo que un pueblo no puede recordar, eso que olvida o reprime, retorna bajo la forma de la compulsión a la repetición; hay pues algo en la vida de los pueblos que se repite de forma inconsciente, y es posible entonces conjeturar que el olvido de la historia por parte de los pueblos, que es lo que los condena a repetirla, tendría que ver con lo traumático, es decir, con lo dolorosa, penosa, vergonzosa o displacentera que pudo haber sido esa historia. Es decir que, así como la psicología individual es también social, el pueblo, la masa se comportan, a su vez, como un individuo. Los pueblos, entonces, también reprimen su historia, sobre todo cuando esta ha sido traumática; la olvidan, quedando esa historia desligada de toda elaboración, es decir, deja de ser recordada y pensada por el pueblo, lo que la lleva a repetirla. Pero, para poder hacer esta hipótesis, tenemos que pensar la psicología de un pueblo como equivalente a la psicología de un individuo: el comportamiento de todo un pueblo o país sería equivalente al comportamiento de un individuo, o por lo menos su comportamiento podría ser pensado como si se tratara del comportamiento de un individuo. Además, habría que pensar lo siguiente: si el trauma para los individuos es de orden sexual, ¿en el caso de la psicología de los pueblos de qué trauma se trata? ¿Qué es lo que haría traumática una historia colectiva? Probablemente la respuesta está del lado de los traumas de guerra, esos traumas que no son sexuales pero que causan una herida en el espíritu de los pueblos.

La compulsión a la repetición es pues un concepto teórico, estructural, que nos permite acceder, no solamente a la comprensión de las conductas de fracaso de los sujetos, y “que les dan la sensación de ser los juguetes de un destino perverso” (Chemama & Vandermersch, 2004), sino también a la repetición de la historia por parte de todo un pueblo o una masa.

Teniendo en cuenta lo anterior, pasemos entonces a responder la pregunta de a qué mecanismo psíquico, de carácter colectivo, responde esta compulsión a la repetición de la historia de un pueblo; la respuesta sería, entonces, la misma que para la psicología individual: el pueblo, la masa, también busca la cancelación del pasado, de su historia, reprimiéndola, lo cual explicará la compulsión a repetirla; lo que no acontece de la manera en que el pueblo así lo esperaba, es decir, de acuerdo con su deseo, será anulado, repitiéndolo compulsivamente a través de su historia. ¿Cómo se generaría una tal represión colectiva? Es algo que queda pendiente de responderse, pero todo lo anterior daría cuenta de que, como bien lo indica Freud, la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), aspecto este que ha sido descuidado en el momento mismo de pensar la psicología de las masas; y, sin embargo, cada vez más se piensan los fenómenos psicosociales, así como se hace con los fenómenos individuales. Así, por ejemplo, cada vez más se hace evidente el uso del término síntomas sociales, “como el lugar de una verdad no dicha, que escapa al sentido” (Velásquez, 2008) en toda una colectividad; el termino síntomas sociales se vuelve pues útil para pensar, desde el discurso psicoanalítico, fenómenos de masas contemporáneos.

A la pregunta de si es equivalente la compulsión a la repetición que Freud encontró en la clínica psicoanalítica, a la repetición de la historia por parte de los pueblos, la respuesta sería entonces que sí. Sin embargo, como ya se indicó, es como si a Freud le hubiese faltado hacer uso del concepto de compulsión a la repetición en el estudio de los fenómenos de masa, allí donde la historia se repite, tal y como lo indica claramente el proverbio popular que hemos citado. ¿Por qué Freud no lo hace? ¿Fue acaso un descuido de su parte, o fue prudente en el empleo de dicho concepto para pensar la repetición de la historia por parte de los pueblos? Son preguntas que, todavía, no nos atrevemos a responder.

Por lo dicho anteriormente, a la pregunta de qué tanto sirve el concepto formalizado por el psicoanálisis para pensar lo que sucede al nivel de toda una masa social, la respuesta es: mucho, pero con todas las precauciones que se debería tener en cuenta, las mismas que suponemos tuvo Freud para trasladar su concepto de compulsión a la repetición a fenómenos de masa. Por lo tanto, a la pregunta cómo hace la masa, el pueblo, para olvidar su historia, la respuesta también es la que Freud aplica a la psicología individual: la represión, un olvido colectivo que opera también en los pueblos, igual al que realiza el sujeto neurótico cancelando el pasado, su historia, reprimiéndola; faltaría, eso sí, dar cuenta de la especificidad de dicha represión a nivel de las masas, pero esto nos hace saber, cada vez más, como aquella se comporta igual que un individuo. Es decir que se trata de un asunto estructural, constitucional, no solo inherente a la psicología del individuo, sino también a la historia de los pueblos y de la humanidad toda.

Por último, habría que plantear qué tipo de intervención se podría hacer a la masa, a los pueblos, para que dejen de repetir la historia que se olvida. ¿Cómo tratar ese olvido que se presenta en los pueblos y que los lleva a repetir su historia? Es decir, ¿cómo cancelar las represiones de un pueblo o una masa, para que deje de repetir su historia? La respuesta aquí también es la misma que para el individuo: el pueblo sólo podrá recuperar su poder sobre lo olvidado, sobre lo reprimido, en la medida en que aquél se dedica a recordarla, elaborarla, tramitar lo traumática que haya sido, y la haga conocer a todos los individuos, es decir, la transmita a las siguientes generaciones para que éstas no la olviden. De aquí la importancia de todos los recursos a los que recurre una cultura para que la historia de un pueblo no se olvide: museos de la memoria, enseñanza de su historia, conmemoraciones, eventos o ritos que rememoran los acontecimientos traumáticos, etc. Un pueblo que recuerda su historia, que no la olvida, se supone que no la repite.


539. ¿Cómo explica el psicoanálisis la parálisis del sueño?

«La interpretación de los sueños (1900)» es el texto con el que Freud dio a conocer al mundo científico y académico su teoría psicoanalítica; sin embargo, no abordó específicamente la parálisis del sueño en su obra. Este fenómeno ha sido estudiado principalmente en el ámbito de la medicina y la psicología contemporáneas, donde su explicación se encuentra en términos de neurociencia y fisiología del sueño.

Las teorías neuropsicológicas contemporáneas consideran que la parálisis del sueño es un trastorno en el cual una persona, al despertar o quedarse dormida, experimenta una incapacidad temporal para moverse o hablar. Esto suele ir acompañado de sensaciones de presión en el pecho, alucinaciones visuales o auditivas, y una sensación de terror por la imposibilidad de moverse o levantarse. Se cree que este fenómeno está relacionado con una interrupción en la transición entre las etapas del sueño REM (movimiento ocular rápido) y el sueño NREM (no REM), lo que puede temporalmente desconectar la mente del cuerpo.

Así, los investigadores contemporáneos relacionan esta parálisis con aspectos neurofisiológicos y la interrupción en la transición entre las etapas del sueño REM y NREM. Se centran en la actividad cerebral durante el sueño y cómo pueden ocurrir disfunciones en el proceso de despertar del sueño REM. Durante el sueño REM, el cuerpo se paraliza naturalmente para evitar que las personas actúen físicamente sus sueños, como ocurre en el sonambulismo, considerado también un trastorno del sueño.

En el caso de la parálisis del sueño, esta parálisis temporal puede persistir brevemente, causando la sensación de estar atrapado en el propio cuerpo o incluso de separación del mismo (lo que la parapsicología denomina desdoblamiento). Las explicaciones de la mitología popular atribuyen la parálisis a la presencia de íncubos, duendes, demonios o brujas.

¿Cómo explica el psicoanálisis la parálisis del sueño? Para el psicoanálisis, la parálisis del sueño responde a un conflicto psíquico entre dos fuerzas en pugna, similar a lo que sucede en la formación de un síntoma psíquico. Este conflicto es siempre una formación de compromiso entre dos fuerzas opuestas que buscan su satisfacción: lo represor (las demandas morales y culturales) y lo reprimido (las demandas pulsionales y deseos reprimidos).

En la parálisis del sueño, las dos fuerzas en conflicto son las demandas culturales que exigen al sujeto cumplir con sus deberes y tareas, y la realización de un deseo muy poderoso en los individuos: el deseo de seguir durmiendo y descansar. Por esta razón, la parálisis del sueño suele ocurrir cuando el sujeto intenta tomar una siesta después del almuerzo o por la mañana antes de despertar, pero se ve obligado a levantarse para cumplir con sus responsabilidades laborales, académicas o domésticas.

En este momento, el deseo de dormir entra en conflicto con las exigencias del yo para despertarse y trabajar, lo que lleva a experimentar la parálisis del sueño. Durante este estado, el sujeto puede sentir que no puede levantarse, lo que puede llevarlo a gritar, llamar a alguien o pedir ayuda, aunque en realidad está soñando. Sin embargo, estos sueños suelen ser muy vívidos, lo que lleva a que se experimenten como alucinaciones. En algunos casos, el sujeto puede soñar que se levanta y comienza a realizar sus tareas cotidianas: se lava los dientes, se alista para salir, se sube a su automóvil, hace el viaje hasta la oficina, y cuando llega a la oficina… ¡se despierta! Y se da cuenta de que lo cogió la tarde para llegar al trabajo.

En resumen, el conflicto en juego en este fenómeno se encuentra entre el deseo de dormir y las demandas imperativas del yo para cumplir con los deberes y responsabilidades.


538. El declive del patriarcado y la clínica del sinthome

Nos encontramos en una era marcada por una crisis de autoridad, estrechamente relacionada con una crítica al patriarcado. El sistema simbólico que ordenaba las formas de disfrutar, la propia diferencia (identidad), los géneros y otras diferencias binarias, está en crisis. La crisis del patriarcado, formulada por Lacan antes de la Segunda Guerra Mundial, se manifiesta hoy como un declive social de la imago paterna (Bassols, 2023). La figura del padre, promovida como autoridad por el patriarcado, se ha vuelto insoportable; la autoridad paterna resulta ahora intolerable. Este declive de la función paterna coincide con una demanda, un llamado, una exigencia de algo que ocupe el lugar de esa función simbólica que organiza las formas de goce del sujeto (Bassols). Socialmente, esto se refleja en el aumento de formas autoritarias que se creían obsoletas, como se observa en la política, por ejemplo, con Trump en EE. UU., Milei en Argentina y Bukele en El Salvador. Esta demanda da lugar a nuevas formas sintomáticas a nivel social y personal; de ahí las quejas de los padres que no saben cómo lidiar con hijos que sufren de bullying, cutting, hiperactividad, adicciones, crisis de identidad, intentos de suicidio, autismo, desconexión de la realidad, entre otros.

Lacan formalizó la función paterna en la década de 1950 con su famosa «metáfora paterna». El Nombre del Padre era el significante que metaforizaba el deseo de la madre y proporcionaba al sujeto una forma de ubicarse en relación con su cuerpo, su goce y el deseo del Otro (Bassols, 2023). La falta de inscripción del Nombre del Padre en el sujeto diferenciaba el campo de las neurosis del de las psicosis, estableciendo una clínica estructural binaria. Sin embargo, la renuncia a la función paterna en la actualidad no implica una mejora; tampoco se trata de «reivindicar el sistema social fundado en el patriarcado. No hay retorno posible» (Bassols, 2023). El patriarcado es un sistema obsoleto, por lo que es necesario interpretar ese llamado al Otro como una invitación a otras formas de organización social y de goce. Esto da lugar a nuevas formas sintomáticas y a una diversidad de acciones simbólicas que generan una nueva clínica.

En la década de 1970, Lacan pluralizó la metáfora paterna, adaptándose al declive de la función paterna. Redujo el Nombre del Padre a un operador lógico, introduciendo fronteras móviles en las estructuras clínicas y pasando de una clínica continuista a una clínica de nudos. En esta nueva clínica, cualquier significante puede operar la función de anudamiento de lo simbólico; la «evaporación» del padre no implica su desaparición, sino más bien una dispersión de la función simbólica en diversas formas de nominación que el sujeto contemporáneo utiliza para representarse (Bassols).

El sujeto moderno llega a terapia con un diagnóstico, intentando nombrar una forma singular de goce. En el DSM, cada vez más en declive, los cuadros clínicos son cada vez más indefinidos, como se ve en el trastorno del espectro autista y el término «trans». El sujeto intenta nombrar lo más singular de un goce disruptivo en el cuerpo, generando fronteras más flexibles y móviles en el campo simbólico. La pluralización de los nombres del padre deja atrás la clínica estructural y nos sumerge en una nueva clínica basada en los nudos, los anudamientos y desanudamientos (Bassols, 2023). Esta es la clínica del sinthome.

El sinthome es el nombre singular del goce de cada sujeto, introducido por Lacan en 1975 en su seminario, continuando con la elaboración de su topología -nudo borromeo- y la exploración de los escritos de James Joyce. Lacan consideraba que el síntoma está inscrito en un proceso de escritura; ya no es un mensaje a descifrar, sino un puro goce que no se dirige a nadie (Thurston, 2007). El sinthome designa un núcleo de goce inmune a la eficacia de lo simbólico, permitiendo al sujeto vivir.

Todo esto lleva a Miller a proponer un nuevo ordenamiento de la clínica con el término «psicosis ordinarias», fenómenos clínicos que incluyen signos discretos, eventos corporales imperceptibles y sutilezas en el discurso. Este término no pretende ser una nueva categoría clínica, sino un neologismo que orienta al clínico donde no se distingue entre neurosis y psicosis. La psicosis ordinaria se convierte en una anticategoría, subvirtiendo el orden clínico heredado de la psiquiatría y respondiendo a la crisis del patriarcado. La clínica del sinthome, al escuchar las nuevas formas de producir síntomas y goces, prescinde de la clínica clásica para atender la singularidad de cada caso (Bassols). Esto es la clínica del sinthome.


536. ¿Todos autistas?

Hoy en día existe una tendencia a etiquetar a individuos como autistas; cualquiera parece ajustarse al espectro autista: Elon Musk, Lionel Messi, Bill Gates, Keanu Reeves, Tim Burton, Gustavo Petro, entre otros. Casi cualquier persona excéntrica o «rara» puede ser diagnosticada como autista sin una evaluación profesional adecuada. Pareciera que convertirse en autista está de moda, o tal vez, en última instancia, esto nos enseña que cada individuo puede tener algo de «raro», es decir, de autista, una suerte de «autismo generalizado». Dado que no hay un niño autista típico y cada niño es diferente, todos somos diferentes en algún aspecto singular.

De todos modos, a nivel clínico, es crucial ser preciso en el diagnóstico del autismo. El autismo se ha descrito como la soledad y la inmutabilidad; son niños inmersos en actividades repetitivas (Tendlarz, 2023). El niño parece encapsulado en una especie de burbuja, aislado de cualquier vínculo con los demás. De hecho, este es el primer signo de autismo en el niño: la incapacidad para establecer vínculos afectivos con sus cuidadores; se muestra ausente, sin prestar atención al otro. Por eso, muchos padres llevan a sus hijos en este estado a consultar al médico, pensando que están ciegos o sordos, ya que no miran al otro ni responden a su llamado. El médico, por supuesto, encuentra que el niño está bien de la vista y el oído, solo que está absorto en sí mismo.

En cuanto a las repeticiones, no son necesariamente obsesiones, sino intereses específicos que pueden utilizarse para conectar con el niño; es un funcionamiento singular que persiste a lo largo de la vida. Esto es algo que es muy importante respetar: las soluciones singulares que cada individuo autista elabora, sobre todo porque el trabajo analítico se apoya en ellas para desplazar el encapsulamiento autista en el que el niño se encuentra y así ayudarlo a incluirse en el mundo de manera efectiva. Por lo tanto, es crucial respetar la singularidad de cada individuo autista y su manera única de estar en el mundo (Tendlarz, 2023).

Junto al respeto por la singularidad de cada individuo, lo cual es válido para cualquier persona en este mundo, es fundamental hacer hincapié en la importancia de la inclusión y la lucha contra la segregación de estos niños. Desde la perspectiva psicoanalítica, se busca comprender esa singularidad y no ver al autista como un sujeto deficitario que debe ser entrenado para ser funcional.

El autista, entonces, es un sujeto que se aparta, que se cierra al intercambio con los demás, debido a una insondable decisión del ser que se proclama como identidad, según indica Lacan. «Cada uno de nosotros cae al mundo, al mar del lenguaje, y de allí no podemos salir, y aunque esto nos concierna a todos, la modalidad de respuesta a este hecho de estructura es absolutamente singular. Algunos reclaman a los otros para salir adelante, otros no, se apartan, se cierran al intercambio con los demás» (Coccoz, 2023). El autismo, desde la perspectiva lacaniana, se constituye en una posición de defensa extrema ante la realidad de la palabra misma; «se considera el autismo como un funcionamiento subjetivo, singular, una forma de ser, que permanece constante a lo largo de la vida, que no se cura, lo cual no significa que no se pueda atemperar, no significa que el sujeto que lo padece no pueda llegar a saber hacer con él» (Lagos, 2023).

Los aportes de Freud al entendimiento del funcionamiento del aparato psíquico nos enseñan a comprender las inhibiciones o pérdidas del interés en la vida, en el amor, en la comunicación, consideradas en las descripciones de los síntomas autísticos. Lacan nos enseñó que «el lenguaje hace el ser»», que el lenguaje es lo que nos da el ser, y esta es precisamente la gran dificultad del sujeto autista: tiene trastornado el hablar, el vivir, el amar, el gozar, el hacer. «Nadie puede proclamar su ser sin un nombre, ni encontrar o echar en falta las satisfacciones propias de la vida, sin gozar de la lengua que habla. Por eso, con el psicoanálisis nos ocupamos de saber sobre esa realidad y sobre las consecuencias que tienen las palabras sobre nosotros y nuestros próximos» (Cocozz, 2023).


529. Libido y transferencia

Para Freud “el análisis era esencialmente un ejercicio de lectura, de desciframiento, en el que el analista guía al paciente” (Miller, 2023), lo guía en la medida en que le solicita al paciente cumplir con la técnica psicoanalítica: asociar libremente, es decir, comunicar todas sus ocurrencias sin censurarlas, así le parezcan indecorosas, indebidas o ilógicas. “El análisis es una lectura del inconsciente asistida por el psicoanalista” (Miller). Aquí Freud se encontró con lo que denominó la transferencia, es decir, la importancia que cobra para el paciente su psicoanalista, el cual, no le es para nada indiferente. El analista pasa a estar investido de libido, cargado de interés y de afecto. La libido es precisamente “el nombre que Freud daba a esa cantidad móvil de interés psíquico con connotación sexual” (Miller) y que el paciente le dirige al analista, valorizándolo.

En la transferencia se desplazan afectos al analista que provienen de los vínculos establecidos con los primeros objetos de amor y de deseo que establece el niño en su infancia con sus cuidadores; así pues, “la transferencia se debe al desplazamiento sobre la persona del analista de un conjunto de sentimientos que se referían originalmente a los personajes fundamentales de la historia del paciente, especialmente a los padres” (Miller, 2003); el psicoanalista, al igual que todas las personas con las que el sujeto establece un vínculo afectivo posterior a su infancia, es un heredero de esos primeros vínculos afectivos. En un primer momento a Freud “este hecho le pareció fastidioso, molesto, y después le dio una connotación positiva hasta hacer de él una condición sine qua non del análisis” (Miller, 2003). Lo importante de que esta libido infantil se movilice hacia el analista, es que la transferencia traduce ya un primer levantamiento de la represión.

“La emergencia de la transferencia señala la adopción del analista por el analizante: el analista entra en la familia” (Miller, 2023), constituyéndose en la autoridad de los padres del sujeto, del Otro primordial, lo cual permite que el paciente le dé crédito a la palabra de su analista, de tal manera que la interpretación tenga la posibilidad de dar resultado, de tener efectos sobre aquél (Miller). Entonces, a partir del momento en que se reconoce la autoridad del analista, éste tiene el poder de guiar la lectura del inconsciente del paciente. Esta es la razón por la que Freud “hizo de la transferencia la condición de la interpretación” (Miller). Así es como comienzan los análisis: el psicoanalista “espera verse investido por una posición de dominio para interpretar” (Miller), o mejor, ayudar a interpretar; quien fundamentalmente interpreta al inconsciente es el paciente, por eso Lacan lo llama «analizante». Lo que sucede es que éste no sabe leer su inconsciente solo, no sabe la significación de su síntoma; el analista le va a ayudar a leerlo, sobre todo invitándolo a asociar libremente.


528. «El inconsciente es ante todo algo que se lee»

Es claro que hay cierto tipo de síntomas que no atañen a la medicina, ya que su causalidad no es orgánica, sino psíquica; síntomas analíticos y no síntomas médicos. Se trata de síntomas que se curan por la revelación de su causa, es decir, “que aparecen y se mantienen en el sujeto por el hecho de que su causa está presente en él y le es a la vez desconocida. El psicoanálisis considera que en ese caso el poder patógeno de la causa desaparece desde el momento en que es revelada, es decir enunciada explícitamente. Basta descubrir la causa para que ésta pierda su estatuto, su poder” (Miller, 2023). Así pues, el psicoanálisis supone que hay síntomas cuya causa es un enunciado que perdura en el sujeto sin poder ser formulado por él. Esto es lo que Freud llamó represión; hay una subsistencia subjetiva de enunciados indecibles por el sujeto.

Ese enunciado indecible, causa del síntoma, “es asimilable a un enunciado escrito en el sujeto y que no se podría leer cómo habría que hacerlo” (Miller, 2023). Por tanto, lo que Freud llamó inconsciente es equivalente a un texto escrito indescifrable, significantes sin significados. Así pues, el inconsciente es ante todo algo que se lee, tal y como lo señaló Lacan. Lo primero que leyó Freud fueron sus sueños. “Freud pensó el psicoanálisis a partir de esto: que esos relatos siempre pueden ser leídos de una manera que les restituya una coherencia y una significación” (Miller).

Para leer el síntoma, el sueño, el lapsus, el acto fallido, el olvido, se necesita de la asociación libre, el método propiamente analítico; es decir, el paciente debe ser “capaz de suministrar el texto que hay que leer, interpretar, e incluso hay que leerlo de diferentes maneras” (Miller, 2023). En análisis, el sujeto podrá decir todas sus ocurrencias sin hacerse cargo de lo que dice; podrá hablar de odios, deseos, temores, pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, sin cargar con eso: “No estoy ahí, soy inocente, no soy yo”.

Pero el análisis no es solo producir enunciados de los que el sujeto no se hace cargo; esos enunciados le conciernen; el sujeto puede no reconocerse en sus enunciados, pero sí está ahí a pesar de todo. Éste es el sujeto del inconsciente, ese que termina reconociéndose en lo que dice: sus odios, sus temores, sus deseos. Es en esto que consiste la lectura del inconsciente, y “a partir de la variedad de esas lecturas se recompone, se aísla poco a poco el texto que se dice y que se lee sin saberlo. A partir de la palabra se recompone el escrito inconsciente. A partir de esas lecturas, se recompone el enunciado indecible” (Miller, 2023). Dicho lo indecible, los síntomas desaparecen.


526. La causa de los síntomas en la neurosis obsesiva de «El hombre de las ratas»

Sigmund Freud fue prácticamente el primero en estudiar la neurosis obsesiva y su causa. Hay quienes opinan que la neurosis obsesiva es el gran invento de Freud con relación a los trastornos psicopatológicos, neurosis que aun hoy sigue vigente en los tratados de psiquiatría contemporáneos bajo el nombre de Trastorno obsesivo compulsivo, el famoso TOC, que en la clínica de hoy se ha vuelto un diagnóstico casi que viral, es decir, se diagnostica frecuentemente, ya que su sintomatología responde a la ansiedad y la angustia que padece el sujeto contemporáneo.

La neurosis obsesiva es un trastorno psicológico caracterizado por la presencia de obsesiones (pensamientos, imágenes o impulsos recurrentes e intrusivos) y/o comportamientos compulsivos (conductas repetitivas y rituales) que el individuo siente una necesidad imperiosa de realizar, es decir que el sujeto se ve obligado a realizar dichos rituales muy a su pesar, para poder responder con ellos a sus pensamientos intrusivos de carácter irracional. Estas obsesiones y comportamientos compulsivos son en gran medida desagradables para el sujeto y causan malestar significativo o interfieren con su capacidad para llevar a cabo sus actividades cotidianas. Los comportamientos compulsivos suelen ser rituales de limpieza, conteo, verificación o arreglo de objetos, entre otros. Es importante mencionar que las obsesiones y comportamientos compulsivos son diferentes de los hábitos y preferencias personales; aquellos son excesivos e incontrolables, además de causar mucho malestar.

En el texto «Análisis de un caso de neurosis obsesiva» (1909), Sigmund Freud describe los síntomas de dicha neurosis en un paciente conocido como «El hombre de las ratas», y lo más interesante de este caso, es la causa de los síntomas que Freud encuentra en este paciente. En efecto, Freud encuentra en este caso lo que encuentra en todos los casos de neurosis: un conflicto entre deseos inconscientes reprimidos y las normas socialmente aceptadas, pero lo singular en este caso es un conflicto entre un deseo reprimido de carácter hostil y sexual, y la conciencia moral del sujeto, de tal manera que sus obsesiones se constituyen en una forma de defensa contra un deseo reprimido: el haber deseado la muerte de su padre luego de una discusión que tuvo con él a raíz de que su familia le había preparado un matrimonio de conveniencia con una joven de buena familia a la que no amaba. Esto le colocaba en la posición de seguir los pasos de su padre, quien se había casado con una mujer rica habiendo dejado a una novia pobre que amaba; tenía que decidir entre dejar a su amada o rebelarse contra la autoridad paterna. La forma de resolver estos sentimientos enfrentados fue enfermar. “Su enfermedad le evitó tener que optar por una u otra opción y a la vez en los síntomas de la neurosis volcó toda la hostilidad reprimida hacia los dos componentes de su dilema vital: su padre y su novia” (Castaño Recio, s.f.).

El nombre de este paciente era Ernst Lanzer, un joven de 29 años que le contó a Freud que desde niño se veía asaltado por ideas obsesivas que le hacían sufrir. Tenía el temor constante de cortarse el cuello con una navaja de afeitar, pero, sobre todo, confesó que el motivo principal de la consulta era el temor a que les ocurriera algo malo a su padre y a una joven mujer de la que está enamorado. Lanzer también le contó a Freud que de pequeño una bella joven lo deja tocar su vientre y sus genitales, lo cual le produjo mucho placer; desde entonces deseaba ver mujeres desnudas, pero al pensar en ello inevitablemente sentía temor, pensando que estaba haciendo algo malo y como consecuencia de ello le iba a ocurrir alguna desgracia a su padre. Estos pensamientos se mantenían en el sujeto en la actualidad, a pesar de que el padre había fallecido hacía ya varios años. Freud analiza el proceso patológico de este sujeto diciendo que hay un deseo sexual (ver a una mujer desnuda), una consecuencia penosa (su padre puede morir) y una serie de acciones encaminadas a evitar la desgracia (Castaño Recio, s.f.).

Freud invitó a su paciente a buscar en su memoria recuerdos sobre una posible hostilidad hacia su padre, y él recordó un episodio, cuando a la edad de doce años, estaba enamorado de una jovencita, pero no era correspondido. Eso le hizo pensar que, si su padre moría, quizás la joven se fijaría en él. Había deseado la muerte de su padre, para conseguir un fin erótico, lo que lo hizo sentirse muy culpable.

El hombre de las ratas, entonces, reprime ese sentimiento que es considerados inaceptable por el yo y que responde a la muy frecuente ambivalencia de sentimientos (amor y odio) que experimentan los hijos en sus relaciones afectivas con sus padres. Es decir, es más que frecuente y normal que los hijos deseen la muerte de sus seres queridos (madre, padre, hermanos, etc.) a raíz de un disgusto que hayan podido tener con ellos, y como se trata de un deseo indecoroso, pecaminoso, pues se lo reprime, para defenderse de la angustia que dicho deseo le provoca aparecen los pensamientos obsesivos acompañados de los rituales compulsivos.

Así pues, este conflicto psíquico entre un deseo indebido y la moral del sujeto provoca una ansiedad interna que luego se manifiesta como síntomas obsesivos. Esta explicación que da Freud y que es válida para todos los casos de neurosis, fue muy influyente para el tratamiento posterior de esta condición psicológica conocida como neurosis obsesiva.


523. Condensación y desplazamiento, metáfora y metonimia

Cuando Freud describe al Ello lo hace diciendo que es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. «Nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión (…) Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el Ello» (Freud, 1932/36). Si el extremo del Ello está abierto hacia lo somático, es porque las pulsiones sexuales tienen como fuente, las zonas erógenas del cuerpo. Y cuando él habla de investiduras pulsionales, se está refiriendo a la libido, es decir, a la fuerza como se manifiesta la pulsión, la energía psíquica de las pulsiones sexuales que se ponen en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada en el inconsciente; cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.

La energía de las pulsiones son, entonces, investiduras de afecto (libido), las cuales piden ser descargadas, aliviadas, porque mientras no se descarguen, producen tensión. Las demandas pulsionales producen, en el psiquismo, tensión, displacer, y el alivio de las se experimenta con placer. El placer se experimenta siempre cuando hay alivio de una tensión psíquica (principio del placer). Ahora bien, esas investiduras de afecto, en la búsqueda del alivio de la tensión que crean, producen desplazamientos y condensaciones. Estos son los dos principios descubiertos por Freud y que le atribuye al inconsciente; esto significa que el inconsciente, el Ello, no es caótico; él responde a dos leyes, dos reglas, dos principios en su funcionamiento: la condensación y el desplazamiento; condensación y desplazamiento de las investiduras de afecto que quedan libres de las representaciones a las que van unidas, después de que han sido reprimidas.

Lacan se da cuenta, gracias al desarrollo de la lingüística moderna -con la que no contaba Freud cuando describía el funcionamiento del aparato psíquico- que esos dos principios que operan en el inconsciente responden a los tropos que operan en el lenguaje, es decir, que el uso de las palabra en el lenguaje, lo que llamamos tropos, específicamente la metáfora y la metonimia, son equivalentes a la condensación y el desplazamiento, los dos principios con los que funciona el inconsciente freudiano. Esto es lo que lleva a Lacan a establecer que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es decir, el lenguaje, lo simbólico, funcionan exactamente igual que el inconsciente.

En lingüística, un tropo es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado; es lo que sucede con la metáfora y la metonimia. La metáfora no es otra cosa que la sustitución de un significante por otro (p. ej. «las perlas de tu boca»), y la metonimia es la conexión de un significante a otro; es la sustitución de una representación por otra, con la que se mantiene una relación de contigüidad (p. ej. «en su vida cargó muchas cruces», refiriéndose al sufrimiento, o «es uro corazón», refiriéndose a lo bondadoso que es). Pues bien, esta sustitución de un significante por otro, de una representación por otra, se aplica ¡a todas las formaciones del inconsciente! El síntoma psíquico es eso: la sustitución de una representación por otra que ha sido reprimida. Lo mismo sucede con el olvido, los sueños, los actos fallidos (lapsus) y los chistes (juegos de palabras). Cuando Freud habló de condensación y desplazamiento, Lacan habló de metáfora y metonimia, por eso el inconsciente deja de ser una caldera llena de excitaciones borboteantes y pasa a estar estructurado como el lenguaje.


521. Lo real es lo que hace al mundo «inmundo»

A la pregunta sobre de qué se ocupa el psicoanálisis, Lacan (1974) responde: “El psicoanálisis se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre–… lo real. Es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda: lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda. El mundo marcha, gira en redondo, es su función de mundo”.

Así pues, hay que distinguir lo real del psicoanálisis de lo real de la ciencia, y lo real de la realidad. La realidad no es lo real, ese del que habla el psicoanálisis. Eso que se denomina la realidad es la «realidad psíquica» de Freud, es decir, las representaciones que el sujeto se hace del mundo que le rodea y de sí mismo, su subjetividad. Dicha subjetividad es producto de las articulaciones entre lo simbólico y lo imaginario, en cambio lo real es lo que escapa a la representación, es incognoscible (Evans, 1997); “no hay (…) esperanza de alcanzar lo real por la representación» (Lacan, 1974).

Con relación a lo real de la ciencia hay que decir que es un real que pretende llevar leyes válidas para todos, leyes universales, en cambio, el real del psicoanálisis es el real vinculado al fracaso, al malestar, al sufrimiento, aquello que no logra adaptación posible en el sujeto, es decir, lo que no anda en él y que en la clínica analítica se evidencia como lo imposible de soportar, sus síntomas.

Entonces, lo real no es el mundo; el mundo es lo que anda, es lo que sigue las leyes, incluidas las leyes de la ciencia. En cambio «decir que «lo real es lo que no anda» implica definir lo real como «lo que no tiene ley». Por supuesto, Lacan habla de un real cuyo funcionamiento es distinto de la necesidad, habla de un real que nos remite al registro de lo contingente, ese es el real del que se ocupan lo analistas» (Palomera, 2021).

Además, ese real que el psicoanálisis encuentra en la clínica es un real que apunta a lo inmundo. Dice Lacan (1974): “para percibir que no hay mundo (…) basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si me permiten expresarme de este modo”. Por lo tanto, ese no andar del mundo comienza cuando al mundo se le añade algo que lo hace «inmundo», y es de esto que se ocupan los psicoanalistas. «Solo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia” (Lacan citado por Palomera, 2021).

El mundo se hace inmundo cuando este deja de andar, deja de marchar como espera el mundo hacerlo, siguiendo las leyes, las reglas, las normas, pero el sujeto se le atraviesa con su inmundicia cuando este erra, falla, marcha mal, deja de funcionar. “El inconsciente se manifiesta a través de un disfuncionamiento, como algo que no funciona, algo que fracasa a través de lo irregular, a través de lo discontinuo” (Miller, 1999). Son las formaciones del inconsciente (sueños, olvidos, actos fallidos), de las cuales se destaca el síntoma, el cual posee una continuidad temporal; es la presencia de lo real del inconsciente en el mundo. 


520. La depresión: ¿serotonina, angustia o trauma psíquico?

Una revisión sistemática publicada recientemente en Molecular Psychiatry (ver: Moncrieff, J., Cooper, R.E., Stockmann, T. et al. The serotonin theory of depression: a systematic umbrella review of the evidence. Mol Psychiatry (2022)), plantea que la hipótesis de que la depresión es causada por un desbalance en neurotransmisores como la serotonina, no tiene sustento de evidencia científica. Lacan ya lo había advertido en su texto Acerca de la causalidad psíquica; él rechaza localizar en el sistema nervioso la génesis del trastorno mental. Para el psicoanálisis lo mental es diferente a lo orgánico, a lo físico. Esto es algo que la ciencia, y particularmente las neurociencias, no logran comprender: no hay que confundir esa sustancia que llamamos «pensamiento» –que está hecha de lenguaje–, con esa otra sustancia física que es el organismo, el cerebro. El gran pecado de la ciencia positivista es pensar que todo lo que le sucede al sujeto se puede reducir al organismo –al cerebro, a los genes, a las hormonas, a las moléculas, etc.–; el psicoanálisis va a ubica la causa del sufrimiento psíquico en otro lugar, en el lugar del Otro, de lo simbólico, el cual no deja de afectar de manera radical al organismo.

Los autores del artículo mencionado, La teoría de la depresión de la serotonina: una revisión general sistemática de la evidencia, llegaron a la siguiente conclusión: «Nuestra revisión exhaustiva de las principales líneas de investigación sobre la serotonina muestra que no hay pruebas convincentes de que la depresión esté asociada o sea causada por una menor concentración de serotonina en el cerebro. La mayoría de los estudios no encontraron pruebas de una menor actividad de la serotonina en las personas con depresión en comparación con las que no la padecen.»

Aquí no se trata de desestimar el funcionamiento de los fármacos; el estudio no pretende decir que los fármacos no funcionan, sino que no se puede decir que la falta de serotonina es la que ocasiona el trastorno depresivo; «es como decir, en palabras de Lacasse y Leo (2005), que sólo porque la aspirina alivie eficazmente los dolores de cabeza no podemos concluir que los dolores de cabeza los causa la falta de aspirina» (Psicofacil, 2022). ¿Qué causa entonces la depresión? Este estado de ánimo se caracteriza por una tristeza persistente que invade al sujeto, que dura quince días como mínimo -una tristeza normal un par de días no más-; también se caracteriza porque el sujeto deprimido no tiene ganas de amar (indiferencia afectiva) y desánimo (no hay ganas de hacer nada) (Nasio, 2022).

Para Nasio (2022) la depresión, que se ha convertido en un problema de salud pública a nivel mundial, sobre todo durante y después de la pandemia, es la pérdida de una ilusión. La angustia que genera una pandemia se transforma fácilmente en tristeza, en depresión. «Nos encontramos que la pandemia crea angustia y la angustia genera depresión. Tenemos una mayor incidencia de la depresión en la población, en general, desde hace dos años en que la pandemia está atacando al ser humano” (Nasio). La depresión causada por la pandemia, muy ligada a una situación de angustia, no es exactamente una depresión clásica, «la cual está más ligada a una situación de decepción». Sabemos que la psiquiatría moderna habla de dos grandes tipos de depresión: la depresión endógena y la depresión exógena, cuya mayor diferencia es la causa que las provoca; cuando se habla de la depresión endógena se establecen casusas biológicas, ya sean genética (que aun no se comprueban) o una falla en el quimismo del cerebro: la falta de serotonina sin causa externa que lo justifique, que es justamente lo que el estudio de Moncrieff, J., Cooper, RE, Stockmann, T. et al. (2022) trata de desmentir.

Para el psicoanálisis, que busca la causa del malestar del sujeto en el psiquismo y no en el organismo, la depresión clásica la padecen sujetos que Nasio (2022) denomina frágiles, predispuestos a la depresión. «La persona predispuesta a la depresión es una persona que ha establecido un vínculo demasiado enfermizo con algo que ella ama excepcionalmente. Y ese objeto que ama, ese ser que ama, ese animal que ama, esa casa que ama, ese trabajo que ama de manera enfermiza se pierde. Y cuando eso sucede, se pierde una ilusión en la persona que ha enfermado de depresión» . Por eso él insiste en que la depresión es una pérdida de ilusión, es decir, el sujeto se deprime cuando pierde algo a lo que estaba enfermizamente apegado; puede ser un objeto, una persona, un trabajo, algo que le daba «ser» o identidad al sujeto. A la pérdida de una ilusión se le suma también una rabia. «El paciente deprimido es un paciente enojado, además de estar triste» (Nasio).

Hay entonces en la depresión cuatro tiempos: «Primer tiempo: un apego enfermizo a algo o a alguien. Segundo tiempo: pérdida de ese algo con el cual yo estaba apegado, decepción de eso. Desilusión de perder aquello que me daba la fuerza de ser lo que era en ese momento. Tercer tiempo: me enojo» (Nasio, 2022). El sujeto se enoja porque pierde aquello que lo ilusionaba. Pero, además de todo esto, hay que añadirle, a la depresión, un trauma. «He constatado que la mayor parte de las personas que se deprimen, en las que la depresión se instala como una enfermedad, siendo niños han sufrido un traumatismo» (Nasio). Ese trauma de la infancia, en el que el psicoanálisis hace tanto énfasis en el momento de hablar de la causa psíquica de los síntomas neuróticos, es lo que va a hacer de ese sujeto, en el futuro, un adulto deprimido. Si el sujeto es frágil, psíquicamente hablando, es porque él ha sufrido de niño un trauma. «Todo traumatismo en la infancia y en la pubertad fragiliza a la persona y la deja expuesta a la depresión» (Nasio). Y es muy probable que ese trauma de la infancia tenga que ver con la pérdida de un objeto al que se estaba muy apegado.