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538. El declive del patriarcado y la clínica del sinthome

Nos encontramos en una era marcada por una crisis de autoridad, estrechamente relacionada con una crítica al patriarcado. El sistema simbólico que ordenaba las formas de disfrutar, la propia diferencia (identidad), los géneros y otras diferencias binarias, está en crisis. La crisis del patriarcado, formulada por Lacan antes de la Segunda Guerra Mundial, se manifiesta hoy como un declive social de la imago paterna (Bassols, 2023). La figura del padre, promovida como autoridad por el patriarcado, se ha vuelto insoportable; la autoridad paterna resulta ahora intolerable. Este declive de la función paterna coincide con una demanda, un llamado, una exigencia de algo que ocupe el lugar de esa función simbólica que organiza las formas de goce del sujeto (Bassols). Socialmente, esto se refleja en el aumento de formas autoritarias que se creían obsoletas, como se observa en la política, por ejemplo, con Trump en EE. UU., Milei en Argentina y Bukele en El Salvador. Esta demanda da lugar a nuevas formas sintomáticas a nivel social y personal; de ahí las quejas de los padres que no saben cómo lidiar con hijos que sufren de bullying, cutting, hiperactividad, adicciones, crisis de identidad, intentos de suicidio, autismo, desconexión de la realidad, entre otros.

Lacan formalizó la función paterna en la década de 1950 con su famosa «metáfora paterna». El Nombre del Padre era el significante que metaforizaba el deseo de la madre y proporcionaba al sujeto una forma de ubicarse en relación con su cuerpo, su goce y el deseo del Otro (Bassols, 2023). La falta de inscripción del Nombre del Padre en el sujeto diferenciaba el campo de las neurosis del de las psicosis, estableciendo una clínica estructural binaria. Sin embargo, la renuncia a la función paterna en la actualidad no implica una mejora; tampoco se trata de «reivindicar el sistema social fundado en el patriarcado. No hay retorno posible» (Bassols, 2023). El patriarcado es un sistema obsoleto, por lo que es necesario interpretar ese llamado al Otro como una invitación a otras formas de organización social y de goce. Esto da lugar a nuevas formas sintomáticas y a una diversidad de acciones simbólicas que generan una nueva clínica.

En la década de 1970, Lacan pluralizó la metáfora paterna, adaptándose al declive de la función paterna. Redujo el Nombre del Padre a un operador lógico, introduciendo fronteras móviles en las estructuras clínicas y pasando de una clínica continuista a una clínica de nudos. En esta nueva clínica, cualquier significante puede operar la función de anudamiento de lo simbólico; la «evaporación» del padre no implica su desaparición, sino más bien una dispersión de la función simbólica en diversas formas de nominación que el sujeto contemporáneo utiliza para representarse (Bassols).

El sujeto moderno llega a terapia con un diagnóstico, intentando nombrar una forma singular de goce. En el DSM, cada vez más en declive, los cuadros clínicos son cada vez más indefinidos, como se ve en el trastorno del espectro autista y el término «trans». El sujeto intenta nombrar lo más singular de un goce disruptivo en el cuerpo, generando fronteras más flexibles y móviles en el campo simbólico. La pluralización de los nombres del padre deja atrás la clínica estructural y nos sumerge en una nueva clínica basada en los nudos, los anudamientos y desanudamientos (Bassols, 2023). Esta es la clínica del sinthome.

El sinthome es el nombre singular del goce de cada sujeto, introducido por Lacan en 1975 en su seminario, continuando con la elaboración de su topología -nudo borromeo- y la exploración de los escritos de James Joyce. Lacan consideraba que el síntoma está inscrito en un proceso de escritura; ya no es un mensaje a descifrar, sino un puro goce que no se dirige a nadie (Thurston, 2007). El sinthome designa un núcleo de goce inmune a la eficacia de lo simbólico, permitiendo al sujeto vivir.

Todo esto lleva a Miller a proponer un nuevo ordenamiento de la clínica con el término «psicosis ordinarias», fenómenos clínicos que incluyen signos discretos, eventos corporales imperceptibles y sutilezas en el discurso. Este término no pretende ser una nueva categoría clínica, sino un neologismo que orienta al clínico donde no se distingue entre neurosis y psicosis. La psicosis ordinaria se convierte en una anticategoría, subvirtiendo el orden clínico heredado de la psiquiatría y respondiendo a la crisis del patriarcado. La clínica del sinthome, al escuchar las nuevas formas de producir síntomas y goces, prescinde de la clínica clásica para atender la singularidad de cada caso (Bassols). Esto es la clínica del sinthome.


535. La guerra es un componente inherente a la naturaleza humana

Sigmund Freud, al reflexionar sobre la guerra, afirmó que los hombres cometen actos de crueldad, malicia, traición y brutalidad que parecerían incompatibles con su nivel cultural. De esta manera, se plantea la existencia de un más allá del principio del placer, es decir, una pulsión que desafía la noción de que el principio del placer gobierna nuestras vidas y determina nuestras acciones. Esto sugiere que la evitación del displacer, que solía guiar el funcionamiento psíquico, se ve contrarrestada por una fuerza mucho más determinante (Dessal, 2023). Este impulso se denomina «pulsión de muerte», y la guerra se manifiesta como una de sus expresiones más extremas.

El dilema que enfrenta la humanidad es que la guerra forma parte intrínseca de la dinámica de la civilización. «No es un accidente, un desorden de la naturaleza humana, sino un ingrediente inevitable de esa naturaleza» (Dessal, 2023). El individuo experimenta satisfacción al cometer actos de violencia, destrucción y barbarie, es decir, halla placer (léase goce) en hacer el mal. Como expresó Freud en «El malestar en la cultura» (1930), «El hombre no quiere renunciar a la satisfacción de sus necesidades agresivas. Solo le importa la propia satisfacción, y no siente ningún respeto por el prójimo. Si no fuera por la compulsión que lo obliga a respetar la cultura, preferiría comportarse como un salvaje». En consecuencia, «las palabras del amor coexisten con las del odio, y el odio no se conforma con la muerte del enemigo, sino que exige su completa supresión simbólica» (Dessal).

Este impulso mortífero en el ser humano se manifiesta constantemente en sus relaciones con sus semejantes. Según Freud (1930), «el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo». La civilización se ha creado con la intención de establecer límites a estos impulsos agresivos; ella es el resultado de la renuncia a satisfacer las pulsiones de muerte y destrucción. Sin embargo, «tal renuncia no es más que un semblante que puede ser barrido en una fracción de segundo» (Dessal, 2023). Aparentemente, el progreso es una ilusión sin futuro.


532. ¿Cómo es el sujeto autista?

Para el psicoanálisis lacaniano el autismo hace parte de las estructuras psicóticas, junto a la paranoia y la esquizofrenia, que se presenta desde la infancia; no es una psicosis que se desencadena en la adolescencia o la adultez, sino que ya, desde que se es un niño, se presenta la psicosis. El niño autista nos enseña que ha habido un problema en su relación con el Otro, es decir, con lo simbólico. La tesis del psicoanálisis lacaniano es que el niño no encuentra un lugar en el deseo del Otro, su madre, y por esta razón se aísla de ese Otro; queda como ensimismado, encerrado en una burbuja, aislado de todo lo que le rodea. Esta es la razón por la que el sujeto autista no es capaz de establecer un vínculo afectivo con su madre o cualquier otra figura importante en su vida, y como resultado, queda atrapado en esa «burbuja» que lo separa de los demás y de todo lo que lo rodea.

Por lo anterior es que el niño autista se caracteriza por una serie de comportamientos, como la falta de contacto visual, la incapacidad de comunicarse verbalmente; muchos de estos niños son llevados al médico, a la edad de dos, tres, cinco años, con la queja de que el niño es sordo -no atiende las demandas de sus padres, como si no escuchara- o ciego -mira fijamente hacia un punto lejano sin dirigir la mirada hacia sus cuidadores-. El examen médico les hace saber a los padres que el niño sí ve y sí escucha, y que se puede tratar de un trastorno autista. El niño también suele presentar comportamientos repetitivos; muchas veces son autoagresiones -golpes en la cabeza- o permanecen tirados en el suelo sin moverse -catatonia: mutismo, mirada fija, rigidez-.

El psicoanálisis le da gran relevancia al lenguaje como herramienta, no solo de comunicación, sino de formación del «ser». «El lenguaje, más allá de ser un instrumento de comunicación, que lo es, o un instrumento de información, es el camino en el que el ser se forma, entonces con esas maderitas formamos el ser, y los autistas están en un apuro muy grande para mantenerse a flote, porque tienen pocas maderitas, y la cuestión es, con esas pocas maderitas, cómo ayudarles a que se mantengan a flote» (Coccoz, 2012. Ver https://bit.ly/3DvWNRW). Así pues, el niño autista cuando habla utiliza las palabras de otra manera, hace uso de neologismos o toma las palabras a la letra; por eso ellos enseñan sobre lo más profundo del ser humano: que el lenguaje es lo que nos constituye como sujetos.

Para un niño autista, el entorno puede resultar abrumador debido a las sensaciones auditivas o visuales intensas; el mundo exterior, la calle, le es hostil -el metro, la gente que habla, los pitos de los autos-, todo es una realidad muy intrusiva. Estas experiencias sensoriales pueden dificultar la capacidad del niño para procesar y defenderse mentalmente; el niño no tiene la «pantalla mental» que es la que nos permite entender, a nosotros los seres humanos «normales», cada cosa que nos ocurre; el niño autista carece de esa «pantalla» que permite darle sentido a lo que ocurre alrededor. Los sujetos neuróticos tenemos una «pantalla mental» que nos permite comprender y filtrar las experiencias, poderles dar un sentido, una significación a nuestras experiencias, pero los autistas tienen dificultades con esto.

El psicoanálisis, en el abordaje que hace del autismo, enseña que «no es posible hacer nada en este mundo por obligación» (Coccoz, 2012. Ver https://bit.ly/3DvWNRW). El niño autista no va a ser como el común de los mortales. Lo importante es que cada niño, incluso cada sujeto (así no sea autista), se pueda dar un lugar al lado de otros sujetos, y que puedan gozar de su propia vida. Hay muchos modos de estar en la vida, de arreglárselas con la vida. Cada niño autista es único en su forma de ser y de lo que se trata, en el tratamiento psicoanalítico de esos sujetos, es pensar cómo se pueden abrir puertas para conectar con ellos. Los niños autistas sueles hacerse a intereses individuales, como las motos o la fórmula 1, los dinosaurios o los pingüinos, como el personaje de la serie de Netflix Atypical. Es importante reconocer estas diferencias y adaptarse a ellas para poder conectar con el sujeto; es eso consiste el tratamiento psicoanalítico de este trastorno. No se trata de cambiar a la persona autista, sino de comprenderla y encontrar formas de conexión con ella a través del particular interés del niño con un objeto; no se trata solo de aceptarlo tal como es, sino también de adaptarse a sus necesidades individuales. Entonces, no hay una única norma o manera correcta de vivir; cada persona tiene su propia forma de ser y adaptarse.


519. «Todo el mundo está en su mundo»

El lenguaje precede al sujeto, es decir, aquel ya existe antes de que el sujeto nazca. Es más, ese que el psicoanálisis llama sujeto puede incluso existir aún antes de nacer y seguir existiendo después de morir, y esto gracias al lenguaje. El sujeto existe antes de nacer en el discurso de sus padres, y sigue existiendo después de morir en el discurso del Otro. Por eso un sujeto solo muere del todo cuando muere la última persona que pensaba en él, como lo enseña claramente la película «Coco» de Disney o las palabras de Álvaro Mutis. El encuentro contingente del sujeto con el lenguaje lo va a traumatizar, «por el choque de las palabras con una maleza de pulsiones inorganizadas» (Kanedo y Pinkasz, 2022). El sujeto tendrá, entones, qué arreglárselas con las palabras (los significantes) que lo determinan como sujeto y afectan su cuerpo.

Al ser que habla, Lacan lo llamó el parlêtre (hablanteser); es el nuevo nombre que aquel le da la inconsciente en su última enseñanza, esa que incluye al síntoma como sinthome. “El sinthome de un parlêtre es un acontecimiento de cuerpo, una emergencia de goce” (Miller, 2015). Así pues, la intersección entre lo real del organismo del sujeto con el Otro del lenguaje, tendrá efectos en el cuerpo del sujeto, efectos de goce, quedando el sujeto cautivo de las palabras «a las que quedará más o menos subyugado. En ocasiones permanecerá instrumentado por ellas» (Kanedo y Pinkasz, 2022). Esa amalgama entre lo simbólico y lo real es lo que funda en el sujeto su lalengua. Lalengua (escrito así, pegado), cuando el sujeto lleva su análisis hasta las últimas consecuencias, es un núcleo de real que habla de los efectos del encuentro del sujeto con el lenguaje, efectos de goce en el cuerpo; una marca real en el cuerpo que indica cómo goza el sujeto, un goce que se experimenta en el cuerpo y que «siempre aparece perverso” (Miller).

Este real que constituye el sinthoma del sujeto, “se encuentra bajo la modalidad del «Así es»” (Miller, 2015), es decir, eso «es» el sujeto. Se trata de un real fuera de sentido, un real despojado de sentido, y la lalengua es precisamente eso: una cadena significante sin efecto de sentido (Miller, 2003). «Proliferarán de este modo sombras, reflejos, espejismos, subordinados a esa relación primitiva, originaria y traumática entre el significante y el goce» (Kanedo y Pinkasz, 2022). Y esto es lo que hace que todo el mundo esté en su mundo, es decir, inmerso en la muy particular forma de gozar. Es como una especie de locura que, si bien es universal -todos los sujetos la padecen-, es singular en su modo de expresión.

Lalengua está, pues, del lado de lo real, de los efectos de lo real sobre el cuerpo. La estructura del lenguaje no es más que una elucubración de saber sobre lalengua, dice Miller (2008). El significante en su estatuto de letra y separado del sentido, es lo que Lacan va a llamar lalengua, “un saber que se presenta como una huella, un trazo, como una escritura de lo que fue nuestra relación originaria con la lengua materna” (García, 2009), marca del goce en el cuerpo, lo más singular que se juega en el sufrimiento del sujeto. Por esto el psicoanálisis puede decir que «todo el mundo está en su mundo», es decir, que cada sujeto tiene su cuota de locura, su «rayón», la solución que ha inventado para vivir la pulsión, y esa solución es singular: sólo le sirve a cada sujeto, uno por uno; es su pequeña dosis de locura. Esto, además, «es la constatación de la posición profundamente antisegregativa del psicoanálisis, al ser un «todo el mundo» que subraya la marca singular e incomparable de todo sujeto» (Kanedo y Pinkasz, 2022), el modo singular con el que el sujeto intentar arreglárselas con el goce que lo habita.


516. ¿Qué es la libido?

La libido, dice Freud (1916-17) es la fuerza como se manifiesta la pulsión sexual. La pulsión es el nombre que le da Freud a los impulsos sexuales del ser humano, en la medida en que dichos impulsos no responden un instinto sexual. Mientras que la pulsión es el empuje de los impulsos sexuales, el cual es constante, la libido, como fuerza de la pulsión, se puede medir en términos de cantidad. Este es el denominado aspecto económico del aparato psíquico, y la economía, como todo estudio económico, habla de cantidades. En este caso, ¿cantidad de qué? Freud dirá: de energía psíquica o sexual.

Este aspecto económico del aparato psíquico se suma a otros dos aspectos que describe Freud de dicho aparato: el aspecto tópico, la división del psiquismo humano en tres instancias, que en su primera tópica se refiere a las instancias consciente, preconsciente e inconsciente; y el aspecto dinámico, el cual tiene que ver con el paso de las representaciones o el contenido del sujeto (ideas, pensamientos, recuerdos, experiencias) de la conciencia al inconsciente y viceversa.

Freud describe, entonces, a la libido como una energía psíquica de las pulsiones sexuales, y se pone en juego en lo que se desea, en las aspiraciones amorosas, lo cual da cuenta de la presencia de la manifestación de lo sexual en la vida psíquica. Es la energía de lo que se puede englobar bajo el nombre de amor, el Eros de Platón (es la energía del Eros). El término latino libido significa «deseo», «ganas», «aspiración»; es la manifestación en la vida psíquica de la pulsión sexual; es la energía «de esas pulsiones relacionadas con todo lo que se puede comprender bajo el nombre de amor» (Chemama, 1996).

La libido es, pues, un concepto cuantitativo (aspecto «económico» del aparato psíquico, como ya se indicó), en la medida en que es una energía que puede aumentar o decrecer, y ser desplazada. La libido (el amor, el afecto) más la pulsión (empuje, impulso sexual) es lo que Lacan denomina «goce». La libido, entonces, en última instancia no es más que el «interés» que le pone cada sujeto a sus objetos. Cuando un sujeto le presta interés a un objeto, lo ha libidinizado o catectizado, es decir, lo ha cargado de libido. Si un sujeto se interesa en un objeto (una persona o un objeto material, como un automóvil o un celular), lo está cargando de interés, de libido. Igualmente, un sujeto puede descatectizar, es decir, dejar de interesarse en un objeto o interesarse muy poco, por lo tanto su libido es nula o poca. Por lo tanto, cuando el psicoanálisis habla de afectos, sentimientos o emociones, está refiriéndose a la carga libidinal que los objetos y/o las representaciones llevan con ellos.

El término libido se ha popularizado bastante en los discursos psicológicos, en particular en la sexología; por eso es que los pacientes hablan de que tienen la libido baja, refiriéndose a la falta de interés sexual en sus objetos; su pareja, por ejemplo. Igualmente, cada una de nuestras representaciones (ideas, pensamientos, recuerdos, experiencias) están cargadas de libido, es decir, tienen una significación afectiva relevante para el sujeto. Con la represión, la excitación producida por las pulsiones (la libido) queda libre en el inconsciente; Freud llama proceso psíquico primario a los procesos que ocurren en el inconsciente en los que la excitación producida por la tensión pulsional circula libremente, pudiéndose transferir, desplazar o condensar en otras representaciones ese afecto asociado a las representaciones reprimidas. Así es como se forma, por ejemplo, el síntoma en el sujeto. La tarea de ligar la excitación pulsional Freud la llamó proceso psíquico secundario. En el proceso primario la energía psíquica, los afectos, la libido, fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra; en el proceso secundario, la energía es «ligada» a una representación.


514. «El analista debe ser dócil a lo trans»

¿Qué hacer con lo trans? Miller (2021) en su texto Dócil a lo trans advierte que el analista debe ser dócil a lo trans así como Freud lo fue con el discurso histérico (Bassols, 2021), para aprender lo que dichos sujetos tienen para enseñarnos sobre la sexualidad humana. ¿Qué nos enseñan? Algo que el psicoanálisis ya había advertido: no hay saber sobre los sexos. Con relación a la identidad sexual, todos estamos extraviados; la posición sexual es una conquista del sujeto. El sexo biológico no es el que determina la identidad sexual, como todavía lo siguen pensando muchos discursos, como el discurso médico y el religioso, los cuales ya son anacrónicos con respecto a lo que sucede hoy con la diversidad sexual. Por eso, mejor preguntar, ¿por qué tanta diversidad en esta contemporaneidad? La respuesta del psicoanálisis a esta pregunta tiene que ver con lo que Miller planteó como la época donde el Otro no existe y de la caída del Nombre del Padre, es decir, ya no operan más esos ideales (significantes amo) que gobernaban y guiaban las identificaciones del sujeto para responder la pregunta quién soy yo.
Anteriormente, hasta comienzos del siglo XX, para responder esa pregunta los sujetos se fijaban, por ejemplo, en la figura paterna, figura ideal y de autoridad, un referente firme que le permitía al niño saber cómo ser un hombre. La autoridad de la imago paterna era un referente universal; el padre era un ideal social, modelo edípico, garantía última del orden social, y por lo tanto, la norma de la identidad social (lo mismo vale para la mujer con la imago materna, esa madre que tenía como ideal llegar a ser madre y ocuparse de los cuidados de su hogar, por ejemplo). Pero ha habido una declinación del padre, un desfallecimiento de la figura paterna, declinación de la figura paterna que se inició con la llegada del discurso de la ciencia, discurso que puso en cuestión el poder, no solo del padre, sino de todos los referentes ideales de la sociedad patriarcal. “Lacan ya se dio cuenta en los años cuarenta del declive imparable de esta imago y del propio patriarcado, pero no para pensar que lo que venía después sería necesariamente mejor. Más bien: del padre a lo peor” (Bassols, 2021). Esto no significa que haya que volver a lo anterior, no; esa mítica autoridad paterna ya no se puede recuperar; la imago paterna ha declinado para siempre, para bien o para mal, lo cual ha modificado las relaciones laborales, sociales, familiares, de género y hasta el psiquismo de los hombres contemporáneos. Es un hecho, ya estamos en otro momento que hay que comprender.

La diversidad sexual es uno de los efectos del desfallecimiento del padre; el sujeto queda extraviado frente a la pregunta ¿quién soy?, pregunta que no responde el cuerpo biológico. Es decir que lo trans y el discurso de género “viene a llenar el vacío que abre la pregunta ¿qué es lo que quieres?” (Bassols, 2021). El surgimiento de la diversidad sexual devela una verdad: nunca ha habido garantía para el sujeto para saber cuál es su identidad sexual, su posición sexual: ¿soy hombre o soy mujer? En efecto, anteriormente se sabía claramente que era ser un hombre y una mujer; con el desfallecimiento de los ideales que soportaban esa respuesta, ya nadie sabe quién es, qué quiere. De cierta manera ahora todos somos trans, un poco como se conduce la moda hoy; ya no hay una moda estándar, única, como sucedía anteriormente, sino una gran diversidad a nivel de la moda. Anteriormente, en los años 20´ y 30´, los hombres vestían de saco, pantalón y sombrero, y las mujeres usaban elegantes vestidos; ahora ya no hay modas fijas, duraderas, y son muy variadas.

Volviendo a los trans; ellos nos enseñan que “hay que volver a interrogar lo que creemos entender sobre la sexualidad, sobre las identificaciones, sobre la diferencia entre los sexos, para actualizarlo y transmitirlo de una manera lo más clara posible” (Bassols, 2021). Cuando un niño o una niña de cinco años dice «yo soy una niña o soy un niño», ¿qué hacer ahí? Hay un proyecto de ley en Francia que propone que “sujetos entre los doce y los dieciséis años pueden pedir un tratamiento hormonal (o quirúrgico) sin consentimiento de los padres, sólo por intermedio de un representante legal que toma el enunciado yo soy un hombre o yo soy una mujer como una verdad sobre la que no hace falta preguntar nada” (Bassols). ¿Y si el sujeto se arrepiente después de sus tratamientos? “Cambiar al Padre por la testosterona no es necesariamente más benéfico. El paraíso soñado por el discurso trans puede ser un infierno para algunos sujetos.” (Bassols).

El tratamiento al que apunta el psicoanálisis es preguntar, hacer un profundo análisis de lo que quiere decir para cada sujeto singular afirmar que es un hombre o una mujer. La ley que se propone deja por fuera al sujeto del inconsciente, al sujeto de la palabra y del goce. “La cuestión es fundamental si consideramos, ya desde Freud, que la pubertad supone un reinicio de la vida sexual del sujeto, que el encuentro con lo real del goce del cuerpo implica poner patas para arriba todo el andamiaje de las identificaciones en las que se sostiene su relación con el goce. Y es un tiempo para comprender que, hay que decirlo, hoy se extiende en muchos casos varias décadas en la vida del sujeto. Conocemos ya muchos casos de desencanto, incluso de experiencias trágicas, en sujetos que no han encontrado lo que esperaban y que no han sido escuchados antes en su singularidad. ¿Cómo hacer con esto una ley para todos?” (Bassols).

El psicoanálisis propone que cuantas menos leyes, mejor. “Es algo que Spinoza tenía claro: quien pretende regularlo todo por medio de leyes, produce estragos. Cuanto más se quiere legislar sobre las costumbres, sobre las formas de goce, más efectos negativos se producen en lo social. Precisamente por lo delicado que es la relación del sujeto con el sexo —complicado porque es singular, porque el deseo del sujeto está siempre fuera de la norma—, querer hacer una norma jurídica sobre las identidades sexuales, ya de entrada es una cuestión que hay que interrogar. Cuanto menos legislemos, mejor (…) Cuando se trata del goce, no hay modo de encontrar una norma jurídica que funcione como una ley del Otro que valga para todos. Hay que ir necesariamente uno por uno. Por lo tanto, es necesario ver caso por caso qué quiere decir un deseo trans. La impostura es querer regular normativamente una relación del sujeto con su cuerpo y con el goce sin escucharlo en su singularidad” (Bassols, 2021).

Por lo anterior es que, cuando un adolescente consulta por su identidad sexual o por un deseo trans, es fundamental poner por delante de la ley, a la palabra. Hay que preguntar por el momento en que apareció ese deseo y en qué coyuntura se produjo. “Hay que distinguir si se trata de una posición que es resultado de una forclusión de cualquier vínculo simbólico con el sexo, o si se trata de estrategias de identificación simbólica ante la aparición de un goce extraño” (Bassols, 2021), es decir, llegar a saber si se trata de una neurosis o de una psicosis, y acompañar al sujeto en su singularidad y sus preguntas.


509. No hay que patologizar la diversidad sexual

Miller (2021) ha llamado al año 2021 el Año Trans. Es una manera de entrar en conversación con la subjetividad en esta época. Lo primero que habría que decir es que el psicoanálisis enseña que la diferencia entre los sexos no está escrita en el inconsciente; esto significa que en el inconsciente no hay nada que le indique al sujeto lo que es ser un hombre o una mujer; Lacan lo indicó con su fórmula «No hay relación sexual». Lo único claro que tiene cada sujeto, pero que es radicalmente inconsciente con ello, es que cada uno tiene su modo de goce; es a esto a lo que apunta lo que el psicoanálisis ofrece en la experiencia analítica: la identificación al síntoma, la identificación del sujeto a su goce particular (Bassols, 2021). 

Dice Bassols (2021) que los discursos de género, donde se enmarca el propio discurso trans, es muy amplio y heterogéneo. «Hay posiciones muy diversas, incluso contradictorias, con orientaciones diferentes con respecto a lo que se define como género, como sexo, identidad, transición, síntoma, etc.». Hay pues un amplio abanico de posiciones subjetivas, que cada día se amplía más, por eso a las siglas LGTBIQ+ se le agregó al final ese signo, para poder seguir incluyendo todas las nuevas posiciones sexuales (léase diversidades) que van apareciendo. Esto habla claramente de lo que se puede denominar como la realidad sintomática de la sexualidad en el ser humano, es decir, que la sexualidad en el ser humanos se constituye en un síntoma; pero esto no significa patologizar la diversidad sexual, al contrario, «habría que despatologizar cualquier posición sexuada, cualquier identificación a un género, cualquier forma de goce, etc.» (Bassols, 2021). Así pues, la posición del psicoanálisis es interrogar la falsa frontera entre lo normal y lo patológico. Esto invita a pensar que cada sujeto tiene, entonces, una posición sexual particular, singular, de tal manera que casi que cada uno podría inventarse un nombre diverso para su posición sexual.

Queda claro que el psicoanálisis no es un discurso que patologice las identidades sexuadas, pero «sí interroga el punto de sufrimiento particular que para cada sujeto introduce su relación con la sexualidad: qué es lo que, para cada sujeto, hace síntoma en su relación con la sexualidad» (Bassols, 2021). Ese punto sintomático de la sexualidad es imborrable, sin importar la posición que asume cada sujeto, ya sea como homosexual, heterosexual, transgénero, etc., siempre hay la dimensión sintomática con respecto a la sexualidad, es decir que «la sexualidad introduce el pathos en el ser humano. Es el primer paso para abordar la cuestión del síntoma de una manera analítica» (Bassols).


501. «No hay manera de partir de un hilo que no sea ideológico»

A la ideología la encontramos detrás de los ideales de felicidad, de autonomía e independencia de las personas, que ha llevado a un individualismo rampante en esta hipermodernidad, muerte del humanismo y fin de la solidaridad. La ideología también está detrás del emprendimiento al que invita hoy el neoliberalismo: ser el jefe de sí mismo, o mejor, ser esclavo de sí mismo. Aquí en Colombia está la ideología del narcotráfico, del avivato, de la malicia indígena, que ha llevado al país, desde hace treinta años, a ser un narcoestado. Y esa ideología del narco responde claramente a esa otra ideología dominante y universal en esta contemporaneidad, que no es otra que la del capitalismo salvaje y depredador, que está llevando a la humanidad a su autodestrucción; basta con ver todo lo que está sucediendo con la destrucción del medio ambiente y el calentamiento global, incluida la pandemia del covid-19. El mundo pasó el año pasado el punto de no retorno; el momento de tomar medidas ya pasó y esta ideología depredadora no cambia, no termina, sigue adelante.

Lacan también habla de la ideología de la ciencia como una «ideología de la supresión del sujeto», y se puede hablar también de una ideología de la psicología, que se corresponde con esa ideología de la ciencia, y que «reduce el sujeto al Yo de la conciencia» (Bassols, 2020); es una ideología que suprime al sujeto (el sujeto del inconsciente) «al igualarlo al Yo de la conciencia o de la cognición» (Bassols). ¿Queda, entonces, el psicoanálisis, exento de todo fundamento ideológico?

La respuesta de Bassols (2020) a esa pregunta es no, y cita para ello a Lacan en «L’étourdit», en donde define el punto de partida de su enseñanza: «Es por ello que parto de un hilo —ideológico, no tengo elección—, con el que se teje la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué lo rechazaría yo, si este hilo proviene de la trama que mejor se ha puesto a prueba para sostener juntas las ideologías de un tiempo que es el mío? ¿En nombre del goce? Pero precisamente, mi hilo se caracteriza por alejarse de él: es incluso el principio del discurso psicoanalítico tal como, él mismo, se articula».

Así pues, la crítica lacaniana a la ideología se complejiza, debido a que «no habría manera de partir de un hilo que no fuera ideológico cuando se trata de la experiencia del psicoanálisis» (Bassols, 2020). Cada época está marcada por ideologías, así como también la política también lo está. Así pues, «el psicoanálisis no podría (…) inscribirse fuera del tejido que forman los discursos de su época, no podría pretender ser extraterritorial, a-ideológico» (Bassols). Lo que sí puede hacer el discurso psicoanalítico, es «mantenerse alejado de las posiciones de goce que sostienen a los otros discursos, y saber hacerse su desecho (…) la posición ideológica del discurso del psicoanalista se separa necesariamente de las formas de goce que suponen los otros discursos» (Bassols). De ahí la importancia de que el psicoanálisis haga, permanentemente, una lectura de la subjetividad de la época.


500. ¿Tiene la ideología un lugar en el psicoanálisis?

¿Estaría el discurso y la experiencia del psicoanálisis exentos de ideología? ¿La función y el deseo del analista están por «fuera de cualquier posición ideológica en nombre de una supuesta y siempre dudosa neutralidad? (…) ¿Puede hacer el analista una intervención fuera de cualquier ideología?» (Bassols, 2020). La ideología se puede definir como «el conjunto de ideas que cada uno tiene sobre un sistema de vínculos —económicos, sociales y finalmente siempre políticos— para preservarlos, transformarlos, restaurarlos o también subvertirlos» (Bassols). Como observador de acontecimientos políticos y sociales, ¿la posición del psicoanalista es la de un observador neutral?

Se podría decir que todas las intervenciones de los psicoanalistas en los medios de comunicación son necesariamente ideológicas, ya que «más que actuar, el sujeto es actuado por la ideología que atraviesa las diferentes instituciones y realidades sobre las que se asienta y configura su día a día» (Cano citado por Bassols, 2020). ¿Y las intervenciones dentro del dispositivo analítico? No habría entonces neutralidad por parte del psicoanalista en sus intervenciones, ya que su posición es irreductible con relación a «las formas simbólicas que ordenan la vida, las «formas de gozar» como solemos decir» (Bassols).

No es posible resguardarse de las ideologías que son dominantes en el discurso de los hombres. La misma IPA se vio en apuros, haciendo un llamado a la «neutralidad» de la institución, cuando Freud pedía un apoyo para los analistas judíos perseguidos por el Tercer Reich. «La atribución de una ideología al analista está a la orden del día y no es seguro que se pueda sacar de encima este sambenito con el silencio de su «neutralidad» (…) La «neutralidad» ha sido (…) la túnica de Neso con la que los analistas han pensado resguardarse de toda ideología, una túnica ardiente de ideología finalmente. Y no de las mejores.» (Bassols, 2020).

Mientras que Freud se mantuvo al margen en estos asuntos, Lacan y Miller han implicado al psicoanálisis en la política. Miller, por ejemplo, dirigió a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) en el año 2017 contra el posible ascenso al gobierno francés del partido de ideología xenófoba y de inspiración fascista de Marine Le Pen. Por tanto, ¿se puede hacer una acción lacaniana exenta de cualquier ideología? Así pues, toda posición del analista deberá, desde entonces, pensarse como una posición ideológica, por eso es tan pertinente la pregunta que se hace Bassols (2020): «¿Cuál es el lugar de la ideología en el discurso del psicoanalista?»; pero también, ¿cuál es la ideología con la que se identifica o que conviene a la práctica del psicoanálisis?


494. Psicoanálisis de una pandemia

¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que la naturaleza sigue siendo la que gobierna en este mundo. Mientras el hombre ha creído ser su amo, la naturaleza nos muestra su ingobernabilidad; ahora con un virus, como en otros momentos y otras épocas, pero también con sus terremotos, avalanchas y explosiones volcánicas. La naturaleza se sigue mandando sola, así llevemos más de veintiún siglos tratando de domeñarla. «La naturaleza hace valer así su ley cuando el ser hablante debe retroceder —un poco, sólo un poco— ante la epidemia de sus propias formas de gozar que llamamos civilización» (Bassols, 2020). En efecto, el ser humano también se ha comportado como un virus con relación a la naturaleza, al punto de haber acabado con muchas de sus formas y seguir explotando sin medida sus recursos. «El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante» (Lacan citado por Bassols, 2020). Pero lo real del goce y la ley de la naturaleza no son la misma cosa. Veamos.

Primero que todo, la naturaleza ya no es más lo real, ya que la naturaleza, al igual que el virus Corvid-19, responden a leyes precisas; se trata pues de un virus que se transmite y se contagia respondiendo a leyes muy precisas, leyes que hay que descifrar para enfrentarlo (Bassols, 2020). Anteriormente, antes del surgimiento del discurso de la ciencia, la naturaleza y lo real de algún modo se superponían, no se diferenciaban; “antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real» (Miller citado Bassols, 2020). Pero con la llegada de la ciencia moderna, naturaleza y real se separan. ¿A qué real se refiere aquí el psicoanálisis? Para diferenciarlo de la naturaleza, habría que decir que se trata de un real sin ley; lo real del ser hablante es un real sin ley.

¿Cuando se le presenta al sujeto esa dimensión de lo real de la que habla el psicoanálisis? Cuando el sentido se le escapa, cuando no logra dar explicación a sus síntomas, a sus compulsiones, a sus adicciones, a sus impulsos agresivos y sexuales; por eso cuando no se le puede dar un sentido a lo real, él irrumpe de manera traumática: deja al sujeto sin respuestas, sin explicaciones. Hay sí dos discursos que responden, que dan respuestas, que dan sentido: el cientificismo y la religión, pero ellos se agotan. «Dar un poco de sentido alivia durante cierto tiempo, pero el efecto de rebote suele ser mucho peor todavía que la falta inicial de sentido» (Bassols, 2020).

Lo real es entonces, todo aquello que no tiene sentido. “El no tener sentido es un criterio de lo real» (Miller citado por Bassols, 2020). Que lo real esté desprovisto de sentido significa que lo real no responde a ningún querer-decir, que el sentido se le escapa. A diferencia de lo real, el Covid-19 es una enorme burbuja de sentido, sobretodo de sentido religioso; gracias a él pululan los fantasmas, ya sean individuales o colectivos, para hacer del Coronavirus una fuerza demoníaca, un dios maligno que llega a castigar a una una civilización que se ha excedido en su goce. Mientras que el sentido es siempre religioso, viral, lo real no tiene nada de viral, no tiene sentido alguno (Bassols, 2020).