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520. La depresión: ¿serotonina, angustia o trauma psíquico?

Una revisión sistemática publicada recientemente en Molecular Psychiatry (ver: Moncrieff, J., Cooper, R.E., Stockmann, T. et al. The serotonin theory of depression: a systematic umbrella review of the evidence. Mol Psychiatry (2022)), plantea que la hipótesis de que la depresión es causada por un desbalance en neurotransmisores como la serotonina, no tiene sustento de evidencia científica. Lacan ya lo había advertido en su texto Acerca de la causalidad psíquica; él rechaza localizar en el sistema nervioso la génesis del trastorno mental. Para el psicoanálisis lo mental es diferente a lo orgánico, a lo físico. Esto es algo que la ciencia, y particularmente las neurociencias, no logran comprender: no hay que confundir esa sustancia que llamamos «pensamiento» –que está hecha de lenguaje–, con esa otra sustancia física que es el organismo, el cerebro. El gran pecado de la ciencia positivista es pensar que todo lo que le sucede al sujeto se puede reducir al organismo –al cerebro, a los genes, a las hormonas, a las moléculas, etc.–; el psicoanálisis va a ubica la causa del sufrimiento psíquico en otro lugar, en el lugar del Otro, de lo simbólico, el cual no deja de afectar de manera radical al organismo.

Los autores del artículo mencionado, La teoría de la depresión de la serotonina: una revisión general sistemática de la evidencia, llegaron a la siguiente conclusión: «Nuestra revisión exhaustiva de las principales líneas de investigación sobre la serotonina muestra que no hay pruebas convincentes de que la depresión esté asociada o sea causada por una menor concentración de serotonina en el cerebro. La mayoría de los estudios no encontraron pruebas de una menor actividad de la serotonina en las personas con depresión en comparación con las que no la padecen.»

Aquí no se trata de desestimar el funcionamiento de los fármacos; el estudio no pretende decir que los fármacos no funcionan, sino que no se puede decir que la falta de serotonina es la que ocasiona el trastorno depresivo; «es como decir, en palabras de Lacasse y Leo (2005), que sólo porque la aspirina alivie eficazmente los dolores de cabeza no podemos concluir que los dolores de cabeza los causa la falta de aspirina» (Psicofacil, 2022). ¿Qué causa entonces la depresión? Este estado de ánimo se caracteriza por una tristeza persistente que invade al sujeto, que dura quince días como mínimo -una tristeza normal un par de días no más-; también se caracteriza porque el sujeto deprimido no tiene ganas de amar (indiferencia afectiva) y desánimo (no hay ganas de hacer nada) (Nasio, 2022).

Para Nasio (2022) la depresión, que se ha convertido en un problema de salud pública a nivel mundial, sobre todo durante y después de la pandemia, es la pérdida de una ilusión. La angustia que genera una pandemia se transforma fácilmente en tristeza, en depresión. «Nos encontramos que la pandemia crea angustia y la angustia genera depresión. Tenemos una mayor incidencia de la depresión en la población, en general, desde hace dos años en que la pandemia está atacando al ser humano” (Nasio). La depresión causada por la pandemia, muy ligada a una situación de angustia, no es exactamente una depresión clásica, «la cual está más ligada a una situación de decepción». Sabemos que la psiquiatría moderna habla de dos grandes tipos de depresión: la depresión endógena y la depresión exógena, cuya mayor diferencia es la causa que las provoca; cuando se habla de la depresión endógena se establecen casusas biológicas, ya sean genética (que aun no se comprueban) o una falla en el quimismo del cerebro: la falta de serotonina sin causa externa que lo justifique, que es justamente lo que el estudio de Moncrieff, J., Cooper, RE, Stockmann, T. et al. (2022) trata de desmentir.

Para el psicoanálisis, que busca la causa del malestar del sujeto en el psiquismo y no en el organismo, la depresión clásica la padecen sujetos que Nasio (2022) denomina frágiles, predispuestos a la depresión. «La persona predispuesta a la depresión es una persona que ha establecido un vínculo demasiado enfermizo con algo que ella ama excepcionalmente. Y ese objeto que ama, ese ser que ama, ese animal que ama, esa casa que ama, ese trabajo que ama de manera enfermiza se pierde. Y cuando eso sucede, se pierde una ilusión en la persona que ha enfermado de depresión» . Por eso él insiste en que la depresión es una pérdida de ilusión, es decir, el sujeto se deprime cuando pierde algo a lo que estaba enfermizamente apegado; puede ser un objeto, una persona, un trabajo, algo que le daba «ser» o identidad al sujeto. A la pérdida de una ilusión se le suma también una rabia. «El paciente deprimido es un paciente enojado, además de estar triste» (Nasio).

Hay entonces en la depresión cuatro tiempos: «Primer tiempo: un apego enfermizo a algo o a alguien. Segundo tiempo: pérdida de ese algo con el cual yo estaba apegado, decepción de eso. Desilusión de perder aquello que me daba la fuerza de ser lo que era en ese momento. Tercer tiempo: me enojo» (Nasio, 2022). El sujeto se enoja porque pierde aquello que lo ilusionaba. Pero, además de todo esto, hay que añadirle, a la depresión, un trauma. «He constatado que la mayor parte de las personas que se deprimen, en las que la depresión se instala como una enfermedad, siendo niños han sufrido un traumatismo» (Nasio). Ese trauma de la infancia, en el que el psicoanálisis hace tanto énfasis en el momento de hablar de la causa psíquica de los síntomas neuróticos, es lo que va a hacer de ese sujeto, en el futuro, un adulto deprimido. Si el sujeto es frágil, psíquicamente hablando, es porque él ha sufrido de niño un trauma. «Todo traumatismo en la infancia y en la pubertad fragiliza a la persona y la deja expuesta a la depresión» (Nasio). Y es muy probable que ese trauma de la infancia tenga que ver con la pérdida de un objeto al que se estaba muy apegado.


518. Psicoanálisis y religión: el sentido es la debilidad mental del hombre

El psicoanálisis es el reverso de la religión; mientras que el psicoanálisis apunta al sin sentido, la religión es una explosión de sentido. “Marx despachó demasiado deprisa la cuestión de la religión, al calificarla de opio del pueblo, pero no porque su metáfora fuese equivocada, sino por la ingenuidad de creer que gracias al materialismo histórico sería fácil que el pueblo abandonase su adicción al opio” (Dessal, 2015). No, el pueblo no ha abandonado el opio que es la religión, al contrario, la religión se ha exacerbado, incluso en un periodo de la vida humana en el que la ciencia es la que manda, la que comanda a la humanidad (junto con el discurso capitalista). Algo pasó, ya que se creía que los descubrimientos de la ciencia iban a reemplazar al discurso religioso, y no, la religión se ha multiplicado. Y esto responde a que la ciencia, como el psicoanálisis, también apunta al sinsentido, a lo real, y el sujeto, al enfrentar ese sinsentido, hace un llamado al sentido, que se lo da fácilmente la religión. Por ejemplo, al descubrir la ciencia que el ser humano es producto de un proceso evolutivo de millones de años y que su existencia es prácticamente una contingencia, que no tiene ningún sentido, el sujeto se ve en la necesidad de hacer un llamado al Otro para que le dé sentido a su existencia; ella debe tener algún propósito: “mi misión en el mundo es…”.

La eterna lucha entre el bien y el mal ha sido desde siempre, en la religión, uno de sus aspectos más relevantes. Lo es también en Freud; sus conceptos de pulsión de vida (Eros) y pulsión de muerte (Tánatos) no hablan sino de la forma como se ha concebido la historia “como una pugna permanente, infinita, entre el bien y el mal” (Dessal, 2015), pugna que se ve por todas partes en la vida: en el cine, las novelas, la televisión, los noticieros, las guerras, en todos los fenómenos psicosociales. Freud no pensaba que el mal se pudiera erradicar de la condición humana, como lo piensan ciertas corrientes religiosas que pronostican el triunfo del bien sobre el mal, “de allí su concepto central de la pulsión de muerte” (Dessal). Para Freud, la religión es una producción cultural que responde a la nostalgia, por parte del sujeto, del padre protector de la infancia, “la imago paterna que deja una huella en la vivencia infantil” (Dessal). Como producto cultural la religión es una creación del hombre, de tal modo que podemos decir que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino que fue el hombre el que creó a Dios a su imagen y semejanza; para Freud “el origen de la religión reside en la necesidad de protección del niño inerme y deriva sus contenidos de los deseos y necesidades de la época infantil, continuada en la adulta” (Freud, 1930). Por esto la tesis de Freud es que «la religión es una neurosis infantil colectiva», una ilusión del hombre, un delirio colectivo.

Así pues, “sufrimos de un exceso de sentido, y a la vez tenemos la sensación de que nos falta un Sentido con mayúsculas. El psicoanálisis procura liberarnos de ese tormento de darle significado a todo, librarnos del goce de vivir en la historieta que nos contamos cada día para justificar nuestra vida” (Dessal, 2015). El ser humano se la pasa en la vida tratando de darle sentido a su existencia (porque no lo tiene). “Lacan pensaba que el sentido es la debilidad mental del hombre. Fabricamos sentido permanentemente. Antes esa fábrica estaba regulada por las directrices superiores, si me permites la alegoría. Ahora cada uno fabrica a su antojo, todo vale y nada sirve sino para sumergirnos aún más en ese goce tonto que da contenido a nuestras pequeñas miserias de la vida cotidiana” (Dessal).

La ciencia, entonces, no pudo cumplir su promesa: cambiar el pensamiento mágico por el pensamiento racional; el ser humano no ha dejado de ser supersticioso y hasta cree hoy en día en teorías conspirativas: la tierra es plana, la vacuna contiene un chip para dominarnos, la luna es una base extraterrestre, etc., etc. Además, el sujeto contemporáneo, productor de sentido, no aguanta ya ni un minuto para pensarse, para reflexionar sobre su ser y su existencia; prefiere “encomendarse a la medicación o a las promesas de felicidad inmediatas y sin esfuerzo. Eso fracasa, la ciencia no cumple sus promesas, y la religión triunfa porque acecha siempre (…) Llevo una existencia asquerosa en un mundo de mierda, solía repetir un paciente mío. Esa frase es el lema bajo el cual viven hoy en día cientos de millones de seres humanos, que no pueden esperar ni un segundo más en la cola de la esperanza. Para ellos la religión es un recurso mucho más alentador que el psicoanálisis” (Dessal, 2015).


501. «No hay manera de partir de un hilo que no sea ideológico»

A la ideología la encontramos detrás de los ideales de felicidad, de autonomía e independencia de las personas, que ha llevado a un individualismo rampante en esta hipermodernidad, muerte del humanismo y fin de la solidaridad. La ideología también está detrás del emprendimiento al que invita hoy el neoliberalismo: ser el jefe de sí mismo, o mejor, ser esclavo de sí mismo. Aquí en Colombia está la ideología del narcotráfico, del avivato, de la malicia indígena, que ha llevado al país, desde hace treinta años, a ser un narcoestado. Y esa ideología del narco responde claramente a esa otra ideología dominante y universal en esta contemporaneidad, que no es otra que la del capitalismo salvaje y depredador, que está llevando a la humanidad a su autodestrucción; basta con ver todo lo que está sucediendo con la destrucción del medio ambiente y el calentamiento global, incluida la pandemia del covid-19. El mundo pasó el año pasado el punto de no retorno; el momento de tomar medidas ya pasó y esta ideología depredadora no cambia, no termina, sigue adelante.

Lacan también habla de la ideología de la ciencia como una «ideología de la supresión del sujeto», y se puede hablar también de una ideología de la psicología, que se corresponde con esa ideología de la ciencia, y que «reduce el sujeto al Yo de la conciencia» (Bassols, 2020); es una ideología que suprime al sujeto (el sujeto del inconsciente) «al igualarlo al Yo de la conciencia o de la cognición» (Bassols). ¿Queda, entonces, el psicoanálisis, exento de todo fundamento ideológico?

La respuesta de Bassols (2020) a esa pregunta es no, y cita para ello a Lacan en «L’étourdit», en donde define el punto de partida de su enseñanza: «Es por ello que parto de un hilo —ideológico, no tengo elección—, con el que se teje la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué lo rechazaría yo, si este hilo proviene de la trama que mejor se ha puesto a prueba para sostener juntas las ideologías de un tiempo que es el mío? ¿En nombre del goce? Pero precisamente, mi hilo se caracteriza por alejarse de él: es incluso el principio del discurso psicoanalítico tal como, él mismo, se articula».

Así pues, la crítica lacaniana a la ideología se complejiza, debido a que «no habría manera de partir de un hilo que no fuera ideológico cuando se trata de la experiencia del psicoanálisis» (Bassols, 2020). Cada época está marcada por ideologías, así como también la política también lo está. Así pues, «el psicoanálisis no podría (…) inscribirse fuera del tejido que forman los discursos de su época, no podría pretender ser extraterritorial, a-ideológico» (Bassols). Lo que sí puede hacer el discurso psicoanalítico, es «mantenerse alejado de las posiciones de goce que sostienen a los otros discursos, y saber hacerse su desecho (…) la posición ideológica del discurso del psicoanalista se separa necesariamente de las formas de goce que suponen los otros discursos» (Bassols). De ahí la importancia de que el psicoanálisis haga, permanentemente, una lectura de la subjetividad de la época.


496. El oscurantismo del siglo XXI

¿Qué ha develado la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que el calentamiento global existe, «al reducir las emisiones de gases no hubo más polución» (Roudinesco, 2020). El problema es si esto llevará a la raza humana a hacer cambios para que dicho calentamiento se detenga, o se merme. Por el sistema económico que rige en el mundo desde hace ya bastantes décadas, la respuesta es no: el ser humano seguirá explotando sus recursos naturales, seguirá contaminando el único lugar que tiene para vivir, con tal de seguir usufructuando, sacando algún provecho, ganando dinero en dicha explotación. Ya lo había señalado Lacan: el discurso capitalista, discurso que orienta al mundo contemporáneo en la venta de bienes y servicios, funciona automáticamente, como una grán máquina sin una cabeza que lo gobierne -lo gobierna la plusvalía, tal y como lo denuncio Marx-, por eso no se detiene y arrasa con todo lo que se le atraviese; es un discurso acéfalo, que empuja, como la pulsión de muerte, a la autodestrucción, bajo las banderas del enriquecimiento personal, el progreso, el emprendimiento, ahora la reinvención; llámese como quiera, en el fondo es lo mismo: el capitalismo y su avidez por la ganancia, que con ayuda de los desarrollos de la ciencia, “se han combinado para hacer desaparecer a la naturaleza» (Miller, 2012). Habrá que pensar en un capitalismo moderado que recurra al uso de recursos renobables, entre otro montón de cosas por hacer.

En estrecha relación con la idea anterior, aunque esto se viene denunciado hace mucho, la pandemia ha develado «el crecimiento de las fortunas de los ricos, y el crecimiento de la miseria de los pobres» (Roudinesco, 2020), lo que se denomina inequidad. ¿Esta situación va a cambiar? Situación que va de la mano con otra pandemia: el hambre. «En pleno Siglo XXI más 1.300 millones de personas son pobres y 24 mil personas mueren cada día de hambre en el mundo. El 75 % de estos fallecidos son niños menores de cinco años. Es decir que 18 mil niños y niñas de entre uno y cuatro años mueren de hambre cada día» (López, 2019). Y con el coronavirus esta situación se va a cuadruplicar. ¿Surgirá una sociedad más equitativa después de esta pandemia? La sola pregunta ya da un poco de risa. «Habrá que introducir controles económicos desde el interior del capitalismo y del liberalismo» (Roudinesco), pero, ¿lo harán los capitalistas, que son hoy los dueños del poder y la política en el mundo, política que se ha convertido en lo más servil al capitalismo? La máquina del capitalismo arrancará de nuevo después de la pandemia, y con más fuerza; se ha hecho del mundo un mercado.

Tercer aspecto que ha develado la pandemia: ¿quiénes están gobernando el mundo hoy? «Hay una crisis muy grave en los países democráticos: la ruptura entre los pueblos y la élite. Hay populismo en Europa y hay una pérdida de confianza del pueblo en los políticos. Los pueblos europeos no son hoy para nada progresistas, estamos retrocediendo hacia un nacionalismo, con verdadero peligro de fascismo» (Roudinesco, 2020). Populismo también lo hay en Norteamérica y toda Latinoamérica. Pero el populismo no es malo en sí mismo, sino la forma como proceden ciertos gobernantes, contentando al pueblo con resoluciones que no producen cambios profundos en la sociedad, y que siguen favoreciendo a los ricos, como por ejemplo, el «Covid Friday» de Duque en Colombia en plena pandemia. Y a esa desconfianza de los pueblos en sus políticos se suman, junto a Duque, Bolsonaro, Trump, Macri, Piñera, Macron, Le Pen, Johnson, etc., todos, por cierto, vasallos del neoliberalismo. Es el oscurantismo del siglo XXI. Pero no solo el de los líderes políticos, también el de la población moderna, esa que cree que las vacunas son peligrosas; «yo conozco gente así, creen en la naturaleza, en el sentido más estúpido del término, en tomar polvos, preparados, jugo de banana o jugo de miel (o los jugos verdes) que “va a impedir que nos contagiemos enfermedades”» (Roudinesco). Y junto a los antivacunas están los terraplanistas, y los que divulgan teorías conspirativas sobre el covid-19, las vacunas con chips para controlarnos con las antenas 5G, etc. Es la época de idiotez generalizada, donde el pensamiento y la razón han pasado a ser algo banal. Es un riesgo para el mundo democrático el surgimiento de regímenes fascistas y totalitarios pospandemia, debido al estado en el que se encuentra esta sociedad regida por el consumismo y la avaricia humana.


495. Lo real del psicoanálisis en tiempos de pandemia

El real del que habla hoy el psicoanálisis, ya no es más el real que era. Se trata de un real del siglo XXI, un real separado de la naturaleza, “un real sin ley, sin ley que pueda predecir, al menos, su irrupción” (Bassols, 2020). Y con la pandemia que azota al mundo en estos momentos, pues se trata de una experiencia de lo real a nivel colectivo, y esto ha traído una serie de consecuencias en diferentes ámbitos de lo humano. Veamos.

El virus es un real en el sentido más lacaniano: “algo que no cesa de no escribirse… hasta que se escribe” (Bassols, 2020), es decir, es un virus que se contagia en silencio, y del que el sujeto puede ser asintomático; el problema no es si algún día el sujeto se contagiará, que lo estará, pero como se contagia en silencio, se trata de algo que introduce “un tiempo imperceptible, no simbolizable, no representable cronológicamente” (Bassols).

Otro real en juego durante esta pandemia, es el confinamiento. El espacio se reduce, se restringe, y en muchos casos, se comparte. La convivencia se vuelve difícil; era más fácil encontrarse con el partenaire en la noche, acostarse a dormir, y levantarse a trabajar y ¡adiós! Empiezan a aparecer las tensiones entre los miembros de las familias, que eran más o menos unos desconocidos. Muchos de los hijos apenas ahora conocen a sus padres: sus gustos, qué los hace disgustar; sus caprichos, los que los pone malgeniados; y viceversa. Antes de la pandemia, incluso, a veces ni se veían. Esto explica por qué se ha exacerbado el maltrato intrafamiliar, cuando se hace insoportable (otro de los nombres de lo real en la teoría lacaniana: lo real es lo imposible de soportar) la presencia del otro, con sus demandas y sus particularidades. Pero ojo, el maltrato hacia el otro, que ahora se expresa en el confinamiento, no es sino la manifestación de un síntoma que ya venía de antes en la relación con los hijos y sobretodo con la pareja. Ahora encerrados esa tensión psíquica, esa tensión agresiva, que ya existe con la pareja y los hijos explota más, pero siempre ha estado allí latente o no tan bullosa como ahora en el confinamiento. Y los que no se maltratan, pues, inventan cómo estar restringidos entre cuatro paredes: hijos felices conociendo a sus padres que difícilmente veían o solo lo fines de semana, y parejas que aprovechan el estar juntos para expresarse su aprecio y cariño, lo cual es excepcional. Se espera que después de la pandemia, vendrán muchas separaciones y divorcios, tal y como lo especulan los expertos en estos temas.

Otro real que se ha visto en este tiempo de pandemia, es el pánico colectivo, sobretodo en el momento en que se ha desbordado el sistema sanitario: “No se pongan enfermos todos a la vez, por favor. Ese es también lo real del tiempo, traumático para cada uno” (Bassols, 2020). Y en parte, esta es la razón para el confinamiento: aplanar la curva para que se puedan atender todos los casos que se deban atender en las UCIs. Si el contagio se desborda, ¿a quién se atiende en las unidades de cuidado intensivo? ¿Al joven? ¿Al anciano? ¿Al rico? ¿Al pobre? Si algo ha desnudado esta pandemia, entre muchas otras cosas, y en todo el mundo, es la falta de una política pública para la atención de la salud del pueblo, lo cual es un derecho universal.

También la irrupción de este virus en la realidad humana, como efecto de la ley de la naturaleza, como una especie de contraataque por todo el mal que le hemos hecho, afecta nuestro cuerpo; nos ha hecho más hipocondríacos; ahora todos están pendientes de los síntomas del coronavirus; ¿cuántas veces no se ha pensado que se tienen los síntomas y que, por lo tanto, el cuerpo ha sido contagiado? De esto se trata “lo real de tener un cuerpo” (Bassols, 2020).

“La experiencia de lo real en la que nos encontramos no es pues tanto la experiencia de la enfermedad misma sino la experiencia de este tiempo subjetivo que es también un tiempo colectivo, extrañamente familiar, que sucede sin poder representarse, sin poder nombrarse, sin poder contabilizarse. Es este real el que le interesa y trata el psicoanálisis” (Bassols, 2020). Este real como efecto de la pura ley de la naturaleza es el real de la ciencia. A la ciencia le corresponde descifrar las leyes naturales que gobiernan al virus, para así controlarlo. Lo real que le interesa al psicoanálisis, ese nuevo real, ese real del siglo XXI: lo real sin ley, ese real que no es previsible. “Ante esta diferencia estará bien recurrir hoy a la máxima de los estoicos para hacer una experiencia colectiva de lo real de la manera menos traumática posible: serenidad ante lo previsible, coraje ante lo imprevisible, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro” (Bassols).


494. Psicoanálisis de una pandemia

¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que la naturaleza sigue siendo la que gobierna en este mundo. Mientras el hombre ha creído ser su amo, la naturaleza nos muestra su ingobernabilidad; ahora con un virus, como en otros momentos y otras épocas, pero también con sus terremotos, avalanchas y explosiones volcánicas. La naturaleza se sigue mandando sola, así llevemos más de veintiún siglos tratando de domeñarla. «La naturaleza hace valer así su ley cuando el ser hablante debe retroceder —un poco, sólo un poco— ante la epidemia de sus propias formas de gozar que llamamos civilización» (Bassols, 2020). En efecto, el ser humano también se ha comportado como un virus con relación a la naturaleza, al punto de haber acabado con muchas de sus formas y seguir explotando sin medida sus recursos. «El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante» (Lacan citado por Bassols, 2020). Pero lo real del goce y la ley de la naturaleza no son la misma cosa. Veamos.

Primero que todo, la naturaleza ya no es más lo real, ya que la naturaleza, al igual que el virus Corvid-19, responden a leyes precisas; se trata pues de un virus que se transmite y se contagia respondiendo a leyes muy precisas, leyes que hay que descifrar para enfrentarlo (Bassols, 2020). Anteriormente, antes del surgimiento del discurso de la ciencia, la naturaleza y lo real de algún modo se superponían, no se diferenciaban; “antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real» (Miller citado Bassols, 2020). Pero con la llegada de la ciencia moderna, naturaleza y real se separan. ¿A qué real se refiere aquí el psicoanálisis? Para diferenciarlo de la naturaleza, habría que decir que se trata de un real sin ley; lo real del ser hablante es un real sin ley.

¿Cuando se le presenta al sujeto esa dimensión de lo real de la que habla el psicoanálisis? Cuando el sentido se le escapa, cuando no logra dar explicación a sus síntomas, a sus compulsiones, a sus adicciones, a sus impulsos agresivos y sexuales; por eso cuando no se le puede dar un sentido a lo real, él irrumpe de manera traumática: deja al sujeto sin respuestas, sin explicaciones. Hay sí dos discursos que responden, que dan respuestas, que dan sentido: el cientificismo y la religión, pero ellos se agotan. «Dar un poco de sentido alivia durante cierto tiempo, pero el efecto de rebote suele ser mucho peor todavía que la falta inicial de sentido» (Bassols, 2020).

Lo real es entonces, todo aquello que no tiene sentido. “El no tener sentido es un criterio de lo real» (Miller citado por Bassols, 2020). Que lo real esté desprovisto de sentido significa que lo real no responde a ningún querer-decir, que el sentido se le escapa. A diferencia de lo real, el Covid-19 es una enorme burbuja de sentido, sobretodo de sentido religioso; gracias a él pululan los fantasmas, ya sean individuales o colectivos, para hacer del Coronavirus una fuerza demoníaca, un dios maligno que llega a castigar a una una civilización que se ha excedido en su goce. Mientras que el sentido es siempre religioso, viral, lo real no tiene nada de viral, no tiene sentido alguno (Bassols, 2020).


491. El Otro es una alteridad radical

Las neurociencias han podido constatar que las mismas áreas del cerebro se disparan o se iluminan cuando un sujeto se quema con una taza de café o cuando la pareja dice ha sido infiel. Estos dos hechos producen el mismo efecto en lo real (Bassols, 2012). ¿Cómo es esto posible, si el primero de los hechos es un estímulo real y el otro son solo palabras? Esto quiere decir que el daño que producen unas palabras “es tan real para el sistema nervioso central como el quemarse con una taza de café” (Bassols), por eso hay palabras que causan daño, dolor, así como otras causan alivio y bienestar. Hay que entender, entonces, qué significa vivir en un mundo de lenguaje. Incluso se podría decir que el objeto de estudio del psicoanálisis lacaniano es los efectos del lenguaje sobre el sujeto.

Para el psicoanálisis, el medio natural del sujeto es el lenguaje, lo simbólico. Es lo primero que enseña Lacan al comenzar con su enseñanza: el lenguaje es algo exterior al sujeto; por eso el nombre de Otro, ese Otro exterior que constituye lo simbólico y que funda al inconsciente estructurado como un lenguaje; por eso no se lo puede localizar únicamente en el cerebro. El aparato del lenguaje es algo separado del cerebro, y se lo encuentra por todas partes, por todos lados (Bassols, 2012).

Así pues, el Otro del lenguaje es “como una alteridad radical a cualquier idea de individualidad que podamos tener” (Bassols, 2012); esta es la razón por la que no hay que confundir los huesos, la carne, el organismo y/o el cerebro con el sujeto. El lenguaje es el que determina la existencia del sujeto, por eso hay que distinguir entre el conjunto de los huesos de una tumba y el conjunto de lo simbólico (el lenguaje). ¿Por qué “es fundamental entonces estudiar los modos simbólicos del lenguaje” (Bassols)? Porque es gracias al lenguaje, ese Otro que lo antecede, que existe el sujeto.

Y así como el lenguaje no se puede localizar en el cerebro, al parecer la conciencia tampoco. Es la conclusión a la que han llegado dos neurocientífico, Edelman y Tononi (citados por Bassols, 2012) después de un largo estudio sobre la conciencia: “llegan a la idea de que la conciencia no puede localizarse en ninguna parte del cerebro” (Bassols), y además, que la conciencia es el resultado de la relación del sujeto con el mundo exterior, con la alteridad. “Sin saberlo descubren algo del estadio del espejo lacaniano, que sólo hay constitución del yo a través del exterior de la imagen especular” (Bassols). Lo simpático de todo esto es que Freud ya lo había dicho desde los comienzos de su teoría, sobre todo cuando aborda los problemas de la psicología social: El sujeto solo se puede constituir como tal en sus vínculos con los otros; sin otros, no hay sujeto, sin otras conciencias no hay conciencia.

Edelman y Tononi en su investigación llegan a la conclusión de que la conciencia no puede ser objeto científico. “La conciencia es un objeto que se hurta como objeto científico, en las condiciones actuales de la ciencia, nos introduce algo que en cada persona -la expresión es de ellos-, es comparable a nada. Es decir, no podemos hacer ningún estudio comparativo de una conciencia en relación a otra” (Bassols, 2012). Esto es muy interesante para el psicoanálisis, el cual hace mucho énfasis en la clínica del uno por uno, “del sinthome como lo más singular, como aquello que no se puede comparar con nada” (Bassols).

Entonces, tanto la conciencia como el lenguaje no son localizables en el cerebro; más bien, tal y como lo enseña el psicoanálisis, se trata de una alteridad, de un universo exterior al sujeto, el Otro, y que “actúa como una suerte de parásito al sistema nervioso central y algunos se dan cuenta de que eso es el lenguaje” (Bassols, 2012). Quienes quieren reducir “el saber a conocimiento cognitivo y el conocimiento a su vez a un asunto de mera información inscrita en un disco duro” (Bassols, 2012), hacen que se pierda lo más inherente al ser humano: el saber inconsciente en la medida en que está estructurado por el lenguaje.


488. ¿Por qué no hay relación sexual?

Cuando se lee «la relación sexual no existe», es mejor traducir esta fórmula por «la proporción sexual no existe», lo que quiere decir que los hombres no están hechos para las mujeres ni las mujeres para los hombres, que no hay proporción entre los sexos, que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus, que son «razas» diferentes, destinadas al desencuentro. Por eso, decir que la relación sexual no existe no significa que no exista el coito; claro que existe el coito, basta con ver el crecimiento de la población mundial. La fórmula lacaniana «No hay relación sexual», da cuenta de un descubrimiento freudiano: que en el inconsciente hay algo que no se inscribe, y eso que no se inscribe en el inconsciente es el Otro sexo, es decir, que para inscribir en el inconsciente la diferencia sexual, solo se cuenta con un significante: el falo. Esto significa que en el lugar del Otro solo existe un significante con el que se nombra a los dos sexos, el masculino y el femenino, y por lo tanto hay un agujero en el saber. En el lugar del Otro, tesoro de los significantes, falta el significante con el que se podría inscribir el Otro sexo.

Así pues, en el inconsciente sólo existe un significante para nombrar la diferencia sexual; falta entonces uno, uno que no se inscribe en el inconsciente. No existe en el inconsciente el significante que represente al Otro sexo. Con el significante «falo» marcamos la difernecia sexual diciendo: los niños tienen falo, las niñas NO lo tienen. Con un solo significante se nombran dos cosas diferentes así: se lo tiene o no se lo tiene. Los que lo tienen -el falo- se inscriben dentro del conjunto de los hombres, y las que no lo tienen se inscriben dentro del conjunto de las mujeres. Como no existe en el inconsciente el significante que represente al Otro sexo, esto es lo que lleva a Lacan a decir que «la mujer no existe», en la medida en que la mujer representa al Otro sexo. Así pues, el «falo» es un significante que sirve para identificar a ambos sexos: los que lo tienen son los hombres y las mujeres son aquellas que están privadas de él. Esta es la razón por la que se dice que el falo es un significante sin par: no hace pareja con ningún otro significante, de tal manera que en el lugar del Otro -tesoro de los significantes- sólo existe un significante para señalar la diferencia sexual, y no dos. Es como si faltara el significante que permitiría identificar al Otro sexo.

Eso imposible de nombrar en el inconsciente es lo que el psicoanálisis denomina «lo real»; eso imposible de escribir, ese real, eso es la no relación sexual. Miller (1999) indica que la no relación sexual es como una página en blanco, como algo no escrito, algo que falta en el luger del Otro, un agujero en el lugar del Otro; y eso que falta en el lugar del Otro es precisamente el significante para nombrar el Otro sexo, el sexo femenino, es decir, a la mujer, y “es porque no ha sido escrito por lo que hay que escribir y hablar tanto de ello.” (Miller, p. 19).

Hay, entonces, un saber que la ciencia no puede resolver y es que no hay modo de saber qué es un sexo para el otro. Esto es el agujero real en el Otro, en lo simbólico. Cómo arreglárselas con el otro sexo es algo que no está escrito en las leyes de la naturaleza, en lo real (Miller, 1999). Algo falla entre los hombres y las mujeres, por eso las cosas no andan bien entre ellos. “…hay algo en la relación entre lo sexos que no tiene fórmula.” (Miller, p. 28). Basta que un sujeto recurra a un psicoanalista y va a hablar de eso que no anda. El psicoanálisis de cierta manera vive de eso que no anda entre los sexos. Muchos llegan a pensar que ese problema desaparece si hay igualdad entre los sexos. Esa igualdad es excelente a muchos niveles, a nivel jurídico y social, por ejemplo, pero a nivel de la proporción sexual o del amor -qué es lo mismo-, eso no va, eso no marcha, eso no anda nada bien (Miller). Hay una grieta radical entre los dos sexos, que se especifica también en la diferencia entre el goce masculino y el goce femenino. Más allá del falo, la mujer tiene relación con un goce «suplementario», un goce infinito, que tiene que ver con la falta de ese significante que la nombre en el lugar del Otro. Hay entonces un goce fálico y un goce Otro, diferencia que no está regulada por la anatomía; hombres y mujeres tienen una relación con el falo, pero esta relación es diferente para cada uno de los sexos.

Si la proporción sexual, entendida como armonía, correspondencia, complementariedad, existiera, no habría las dificultades de las que se quejan las parejas cuando aman. La pareja que se separa, que se pelea, que se desencanta, que se disgusta, se enfrenta a la inexistencia de dicha proporción. Si el psicoanálisis habla permanentemente del amor es porque en él se manifiesta la falta de esa proporción sexual entre hombres y mujeres. Esta disarmonía fundamental enseña que un sexo no es nunca el complemento del otro.


487. Lo real es lo que no cesa de no escribirse

Hay una vertiente «localizacionista» en las neurociencias, que intenta situar el lenguaje en una zona del cerebro. A Lacan esto le pareció un delirio, ya que el sujeto está habitado por el lenguaje; “cuando vivimos en el campo del lenguaje, cualquier parte de nuestro cuerpo puede pensar” (Bassols, 2012). Esto significa que hay un saber inscrito en el cuerpo; “el saber puede estar inscrito en mi cuerpo, por ejemplo, en un síntoma sin que yo lo sepa, es un saber que me habita” (Bassols). Es lo que descubre Freud estudiando los síntomas histéricos, que una conversión histérica (como la de Sabina en la película Un método peligroso) es un síntoma inscrito, o mejor, escrito en el cuerpo, un síntoma que dice una verdad que el sujeto mismo ignora o calla, una verdad que el sujeto ha reprimido.

Lo anterior significa que en algún lugar hay un saber en el cuerpo “que no se puede resumir en la información de su sistema cibernético neuronal” (Bassols, 2012); los sueños, así como los síntomas histéricos, enseñan claramente que ahí se articula un saber más allá de la conciencia (Bassols). La vertiente localizacionista de las neurociencias piensa al lenguaje como un software, un software que se trae de fábrica, inscrito en las neuronas o en los genes, pero esta idea es la que Lacan señala como delirante; incluso fue un deliro que Freud tuvo, lo cual se puede ver en su texto Proyecto de una psicología para neurólogos, en el cual él dice que el lenguaje está inscrito en las neuronas, una idea muy cercana a la de las neurociencias actuales (Bassols).

¿Está todo inscrito en las neuronas? Freud mismo también llegó a dudarlo; se lo dice a Fliess, su colega: “no sé cómo he podido endilgarte ese delirio, todo eso no puede estar inscrito en las neuronas, ¡cuidado!” (Bassols, 2012). Este es el sueño de las neurociencias, que ve con muy buenos ojos como la informática intenta construir un aparato cibernético que pueda recordar, que pueda tener escrito o inscrito en su “cerebro” todo lo real, “un sistema que permitiera reproducir lo real en un sujeto y permitiera después borrarlo por supuesto, y volver a recuperarlo de alguna manera” (Bassols). Muchos psicoanalistas se han sumado a este propósito, además porque piensan que el futuro del psicoanálisis está en las neurociencias; por eso existe, desde hace ya algunos años, el neuropsicoanálisis; pero ¡cuidado!, como dijo Freud, “ahí el psicoanálisis no sólo desaparece como tal, sino que además es totalmente infiel a sus principios” (Bassols).

Lo que Freud descubre con la idea de inconsciente, es que este “no se deja atrapar en una huella inscrita en el sistema nervioso central ni en cualquier lugar que pensemos, en ningún soporte físico” (Bassols). Y esto tiene que ver con que el “el sujeto que habla está habitado por lo que llamamos significantes y los significantes no son signos, no son simplemente signos […] por ejemplo, el humo como signo de que hay fuego. El signo tiene una relación unívoca entre lo percibido y el signo que utilizamos para nombrarlo o para significarlo: donde hay humo hay fuego” (Bassols). El problema es que un significante no tiene nada que ver con eso; un significante, elemento último en el que se descompone el lenguaje, “no es una inscripción en la naturaleza, sea el sistema nervioso central, sea incluso un chip o una parte de un disco duro” (Bassols); un significante es más bien “una huella borrada, sólo podemos funcionar como sujetos de la palabra cuando borramos la huellas” (Bassols).

Mientras que en el mundo animal los animales dejan y siguen huellas (por eso se les puede seguir o cazar), solo los seres humanos pueden borrar sus huellas, y engañar; los animales no pueden borrar sus huellas para engañar o para significar alguna otra cosa. “Cuando alguien borra su huella, ahí hay un sujeto seguro” (Bassols, 2012). Cuando se descubre que alguien ha borrado su huella, se puede estar seguro “de que ahí hay sujeto del lenguaje, hay sujeto del significante, hay sujeto del goce y del deseo también (Bassols). Así pues –es el gran problema de las neurociencias actuales– “el sujeto humano no funciona por inscripciones, por huellas, no es que un acontecimiento haya marcado una huella en mi cerebro, y eso lo haga más o menos traumático y haya que modificarlo; sino que el sujeto humano, el sujeto del placer, el sujeto del goce y del lenguaje funciona por huellas borradas […] cuando hay una huella borrada, una huella que falta, ahí hay sujeto del lenguaje” (Bassols).

Esto que parece tan enigmático, se puede explicar con la clínica. Cuando un sujeto pasa por una experiencia traumática (una bomba, un atraco, un accidente), el psicoanálisis se encuentra con que lo que queda en el sujeto, lo que se repite, lo que vuelve una y otra vez, en sus sueños o en sus síntomas, es algo que no había ocurrido, como por ejemplo, no poder ayudar a una persona en un accidente, o no poder defenderse en un atraco, o no haber tomado otra ruta en el estallido de una bomba, etc. Así pues, “lo traumático es lo que no llegó a ocurrir, lo verdaderamente traumático es lo que no llegó a ocurrir y ahora voy a usar una expresión profundamente lacaniana, lo profundamente traumático es lo que no dejaba de no ocurrir” (Bassols). Y esto es lo que Lacan llamó lo real en el psicoanálisis; para el psicoanálisis lo real no es lo que se percibe, sino aquello que no cesa de no representarse, aquello que no cesa de no escribirse en lo que se recuerda o se percibe. “Es aquello que está profundamente borrado, pero que retorna para intentar realizarse en cada uno de nuestros pensamientos, en cada uno de nuestros sueños, en cada uno de nuestros síntomas” (Bassols). Lo real es lo que no cesa de no escribirse.


485. El lenguaje, el organismo y la dimensión subjetiva

El psicoanálisis sabe de la importancia de dialogar con el campo de la ciencia, así el psicoanálisis no sea una ciencia natural o positiva. El psicoanálisis tiene claro que no es una ciencia porque las condiciones de reproducibilidad del método científico no son posibles cuando se aborda la subjetividad; el sufrimiento y el malestar de un sujeto no se pueden medir, cuantificar; el significado subjetivo de un síntoma, el significado de una experiencia, un evento significativo para la vida de un sujeto no se puede medir, como tampoco se pueden reproducir las mismas condiciones para un sueño, una interpretación, un acto fallido o un lapsus freudiano. Pero para dialogar con la ciencia se necesita de “científicos que tengan cierta idea de qué es el sujeto de la palabra y del lenguaje que Lacan introdujo como fundamental en la experiencia psicoanalítica” (Bassols, 2012).

Probablemente los científicos más cercanos al psicoanálisis son, paradójicamente, los neurocientíficos, dentro de los cuales hay una gran división: están los que “intentan localizar todas las funciones subjetivas en el sistema nervioso central, son reduccionistas a tope; y los no localizacionistas, los que se dan cuenta de que hay algo de la dimensión subjetiva fundamental que no puede localizarse en el sistema nervioso central, que es exterior a él, que actúa como una suerte de parásito al sistema nervioso central y algunos se dan cuenta de que eso es el lenguaje” (Bassols, 2012). En efecto, es el Otro del lenguaje, esa dimensión de la que tanto habla el psicoanálisis lacaniano, ese Otro simbólico que funciona en el ser humano como “una suerte de parásito que parasita el sistema nervioso central modificándolo continuamente, cambiando todo el organismo en un cuerpo” (Bassols).

Cambiar el organismo en un cuerpo es lo que permite ubicar al organismo del lado de las neurociencias, y al cuerpo del lado del psicoanálisis; no son lo mismo. Para la ciencia positiva y reduccionista, el cuerpo se puede reducir al organismo, es decir, un conjunto de elementos reales: células, genes, neuronas, etc., y, no es así. El psicoanálisis sabe, por ejemplo, que no es un gen el que determina la homosexualidad, como pretenden mostrarlo algunas noticias pseudocientíficas, pero tampoco un gen determina la heterosexualidad. Si algo sabe el psicoanálisis, desde los tiempos de Freud, es que es igual de difícil llegar a ser homosexual como heterosexual, y “nada en lo real del organismo determina eso, mucho menos un gen” (Basssols, 2012). El sujeto homosexual y el heterosexual se tienen que hacer a un cuerpo homosexual o heterosexual, es decir que tener un pene o una vagina no hace al sujeto hombre o mujer; se llega a ser homosexual o heterosexual, no se nace siendo lo uno o lo otro. Incluso “hay sujetos que no pueden construirse un cuerpo, por ejemplo, los niños autistas que sufren de eso, de no poder construirse un cuerpo de no poderlo localizar en el espacio tridimensional, eso no tiene una causalidad genética, puede haber predisposiciones genéticas no lo dudamos; pero el andamiaje causal que finalmente produce un sujeto autista no puede entenderse sin ese parásito del lenguaje, del que el autista por otra parte, está dando da testimonio continuamente” (Bassols).

Igualmente, los nuevos paradigmas en la ciencia han roto esa unidad denominada «individuo»; ya no se sabe dónde está el individuo, ya que “no está claro dónde empieza el individuo y dónde empieza el ambiente (…) ¿dónde empieza el ambiente?, el ambiente empieza fuera de mi piel o el ambiente empieza ya en ese interior que son partes de mis órganos que están ya en contacto con el ambiente y modificándose continuamente” (Bassols, 2012). Por esta razón, la ciencia de hoy no parte de la idea de un individuo ya constituido funcionando como tal con una identidad; esto es lo que ha llevado a los neurocientíficos a hablar de plasticidad cerebral, es decir que el cerebro es un aparato que se está modificando continuamente, y resulta que –es de lo que se están dando cuenta los investigadores que estudian el cerebro sin reducirlo al organismo– “el mayor agente de modificación del cerebro, entendido como un órgano, es el lenguaje; no tanto la percepción de la realidad, no tanto los estímulos exteriores, sino el lenguaje” (Bassols), y por este camino se produce una intersección, o mejor, una coincidencia entre la neurociencia y el psicoanálisis.