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385. «Para un hombre, la mujer es un síntoma»

El sujeto tiene, en principio, dos tipos de partenaire: uno simbólico, el gran Otro, y otro imaginario, el pequeño otro, el semejante. Pero Miller (1999) argumenta que a esta dupla le hace falta un tercer partenaire: el partener–síntoma. Este tercer partener es una consecuencia de la reflexión lacaniana sobre qué tipo de partenaire es una mujer para el hombre. La mujer es, a nivel imaginario, un partenaire–imagen, en la medida en que le puede dar prestigio al hombre. A nivel simbólico la mujer es un partenaire–superyó, en la medida en que ella ocupa un lugar de exigencia. Pero tanto a nivel imaginario como a nivel simbólico, la mujer no existe. A nivel imaginario no existe porque la mujer, para un hombre, no es un semejante. La imagen del cuerpo femenino es diferente a la del hombre, lo cual se traduce en el encuentro del sujeto con la castración a nivel del descubrimiento de la diferencia sexual anatómica.

A nivel simbólico la mujer tampoco existe; el Otro completo no existe precisamente porque en el Otro hay una falta, y esa falta se traduce por la falta de un significante que escriba la proporción sexual. “…es a partir de estas consideraciones que Lacan fue, finalmente llevado a la fórmula: «para un hombre, la mujer es un síntoma»” (Miller, 1999, p. 10). El partenaire–síntoma es el nivel real que hacía falta para complementar el partenaire–simbólico y el partenaire–imaginario –lo que constituye el nudo borromeo–.

El partenaire–síntoma es lo que introduce la reflexión de lo real en la clínica. Lo real en la clínica es lo que se manifiesta con una cierta inercia, un peso consistente, un punto que se repite, que insiste, que es irreductible. Ese peso de lo real en la clínica es lo que llevó a Lacan a dudar de los efectos de verdad sobre el sujeto. Es de los efectos de verdad que se espera un cambio subjetivo en el sujeto, pero lo real, poco a poco, en la experiencia analítica, y por tanto en la teoría, va a demostrar que es más fuerte que lo simbólico (Miller, 1999).

En un primer momento Lacan era optimista de lo simbólico, como aquello que lograba doblegar a lo real, pero hacia el final de su trabajo, lo real se resiste a obedecer a lo simbólico, es decir que “lo real es más fuerte que el semblante” (Miller, 1999, p. 11), entendiendo al semblante como lo opuesto a lo real, es decir, a lo simbólico y lo imaginario juntos.


383. Contratransferencia.

El Yo es una construcción imaginaria que se forma por identificación con la imagen especular del estadio del espejo; es entonces el lugar donde el sujeto se aliena de sí mismo, transformándose en el semejante. Lo que Lacan (1981) advierte aquí es que, no es a este yo imaginario al que hay que responder, sino al sujeto del discurso del inconsciente como tal. Por eso, cuando se objetiva el yo y se lo define como el sistema percepción-conciencia, es decir “como el sistema de las objetivaciones del sujeto” (Lacan, p. 292), en lo que se termina es en la alineación –léase identificación– del analizante con el yo del analista; “…el sujeto […] ha de conformarse a un ego en el cual el analista reconocerá sin dificultad a su aliado, puesto que es de su propio ego del que se trata en verdad.” (p. 293). Ortopedia psicológica, la llamará Lacan, que convierte el análisis “en la relación de dos cuerpos entre los cuales se establece una comunicación fantasiosa en la que el analista enseña al sujeto a captarse como objeto; la subjetividad no es admitida sino en el paréntesis de la ilusión y la palabra queda puesta en el índice de una búsqueda de lo vivido que se convierte en su meta suprema…” (p. 293). Desde esta posición, el analista sólo puede hacer de su palabra pura sugestión. Aberración del análisis entonces.

Y a lo que se llama contratransferencia, consecuencia lógica de tomar el análisis en esta dimensión dual imaginaria, y con la que algunos analistas se guiaban para interpretar desde sus propios sentimientos el estado anímico del paciente, no es más que la suma de «los prejuicios del analista», “la suma de los prejuicios, pasiones, perplejidades e incluso de la información insuficiente del analista en un cierto momento del proceso dialéctico [de la cura]” (Lacan, 1981, p. 225). En el caso Dora, por ejemplo, la contratransferencia de Freud tenía las raíces en su creencia en que la heterosexualidad es natural y no normativa, es decir, en el empecinamiento de Freud en querer hacerle reconocer a Dora el objeto escondido de su deseo en la persona del señor K. El mismo Freud tuvo la valentía de reconocer a posteriori el origen de su fracaso en el desconocimiento en que se encontraba de la posición homosexual del objeto a que apunta el deseo de la histérica. A este nivel, como Dora bien lo demuestra, el analizante “paga inmediatamente su precio mediante una transferencia negativa.” (p. 293).

La técnica de la palabra nos obliga, entonces, no solamente a conservar una distancia respecto del paciente, y a asumir una posición particular por fuera de la especularidad imaginaria, sino también a aguzar el oído “a lo no-dicho que yace en los agujeros del discurso [del sujeto]” (Lacan, 1981, p. 295). Esa posición en la que se ha de colocar el analista está determinada por la creencia del sujeto en que su verdad esta en aquel, es decir, que el sujeto piensa que el analista conoce su verdad por adelantado, lo que lo coloca en posición de ser sugestionado. Lacan advierte que “no puede descuidarse la subjetividad de este momento, tanto menos cuanto que encontramos en él la razón de lo que podríamos llamar los efectos constituyentes de la transferencia…” (p. 296). Aquí se encuentra definido lo que Lacan designará mas tarde en su construcción teórica como sujeto-supuesto-saber, soporte de la transferencia del sujeto hacia la persona del analista.


369. El inconsciente es el discurso del Otro.

La originalidad del método freudiano esta hecho de los medios de que se priva, es decir, la hipnosis que Freud abandonó (Lacan, 1981). Dicho método tiene como medio a la palabra, y la palabra es esencialmente un proceso intersubjetivo, es decir, que la alocución del sujeto supone un alocutor y por lo tanto, dice Lacan, el locutor está constituido en ella como intersubjetividad. A su vez, la interlocución psicoanalítica incluye la respuesta del interlocutor, y en esa continuidad intersubjetiva del discurso es donde se constituye la historia del sujeto. “Por eso es en la posición de un tercer término donde el descubrimiento freudiano del inconsciente se esclarece en su fundamento verdadero y puede ser formulado de manera simple en estos términos: El inconsciente es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso consciente.” (Lacan, p. 248).

Así pues, el inconsciente es esa parte del discurso del sujeto que le falta para restablecer su historia. Es en este momento que Lacan introduce al Otro con mayúscula, alteridad radical, lugar donde está inscrito el orden simbólico y lugar en el cual está constituida la palabra. Es decir que la palabra no se origina en el yo ni en la conciencia; ella se origina en este lugar, el lugar del Otro, desde donde se da “al acto del sujeto que recibe su mensaje el sentido que hace de ese acto un acto de su historia y que le da su verdad” (Lacan, 1981, p. 249).

Es por lo anterior que se puede definir al inconsciente como el discurso del Otro –«El inconsciente es el discurso del Otro»–, ese inconsciente que Lacan (1981) va a definir como:
“…ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte. A saber:
—en los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir el núcleo histérico de la neurosis donde el síntoma histérico muestra la estructura de un lenguaje y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede sin pérdida grave ser destruida;
—en los documentos de archivos también: y son los recuerdos de mi infancia, impenetrables tanto como ellos, cuando no conozco su proveniencia;
—en la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter;
—en la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroificada vehiculan mi historia;
—en los rastros, finalmente, que conservan inevitablemente las distorsiones, necesitadas para la conexión del capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido restablecerá mi exégesis.” (p. 249).

El inconsciente ya no es más, a partir de aquí, sede de los instintos ni algo interior, sino primariamente lingüístico, y en él lo que hay que ver es los efectos de la palabra sobre el sujeto. El inconsciente es la determinación del sujeto por el orden simbólico, por eso “…él opera en el dominio propio de la metáfora que no es sino el sinónimo del desplazamiento simbólico, puesto en juego en el síntoma.” (Lacan, 1981, p. 250).


367. La función de la palabra plena: reordenar la historia del sujeto.

La «talking cure» (la cura por la palabra) llevó a Freud al descubrimiento del acontecimiento patógeno llamado traumático, acontecimiento que, una vez verbalizado por el sujeto, fue reconocido como causa del síntoma. Esa rememoración en vigilia es lo que en el análisis se llama «el material». Esta revelación del pasado es lo que nos va a presentar “el nacimiento de la verdad en la palabra. (…) Pues de la verdad de esta revelación es la palabra presente la que da testimonio en la realidad actual, y la que la funda en nombre de esta realidad” (Lacan, 1984, p. 245).

La rememoración es para Lacan un proceso simbólico, mientras que la reminiscencia es un fenómeno imaginario. La rememoración es un acto por el cual algún acontecimiento es registrado por primera vez en la memoria simbólica; la rememoración es el acto mediante el cual se recuerda ese acontecimiento. La reminiscencia, en cambio, supone revivir una experiencia pasada y volver a sentir las emociones asociadas con ella; es el «método catártico» de Breuer. Lacan va a subrayar que el proceso analítico no apunta a la reminiscencia, sino a la rememoración. La rememoración supone, entonces, que el sujeto comprenda su historia y su relación con su futuro. Por medio de la rememoración se espera que el sujeto haga una reconstitución de su historia. “Se trata menos de recordar que de reescribir la historia”, (Lacan, 1981, p. 14).

Lacan también deja en claro que su concepción de la memoria no es biológica ni psicológica. Para el psicoanálisis la memoria es la historia simbólica del sujeto, una articulación de significantes. Algo es rememorado y memorizado cuando está registrado en la cadena significante. Para Freud, dice Lacan claramente, se trata es de rememoración, es decir, de historia; tampoco se trata de hacer una anamnesis de la realidad del sujeto, sino que se trata de la verdad, “porque es el efecto de una palabra plena reordenar las contingencias pasadas dándoles el sentido de las necesidades por venir…” (Lacan, 1981, p. 246). He aquí la función que cumple la palabra plena: reordena la historia del sujeto. Esto significa que el sujeto se reestructura, o mejor, construye su historia, retroactivamente [nachträglich]. Es decir que el sujeto, a medida que va rememorando ­-rememoración que se hace en el presente- afecta, a posteriori, a los acontecimientos pasados, de tal manera que el pasado sólo existe en el psiquismo del sujeto como un conjunto de recuerdos constantemente reelaborados y reinterpretados a la luz de la experiencia presente.

Lo que le interesa al psicoanálisis no es la secuencia de los acontecimientos sucedidos en el pasado, sino el modo en que esos acontecimientos son rememorados en el presente. La historia para Lacan no es, entonces, la secuencia real de acontecimientos pasados, sino “la síntesis presente del pasado” (Lacan, 1981, p. 36). “La historia no es el pasado. La historia es el pasado en cuanto está historizado en el presente.” (Lacan, p. 12).


366. El Yo es frustración en su esencia.

Lacan dirá que la palabra en el psicoanálisis es el único modo de acceso a la verdad sobre el deseo del sujeto, y sólo un tipo particular de palabra conduce a esta verdad: una palabra sin control consciente, conocida con el nombre de «asociación libre». Dice Lacan de ella que “se trata sin duda de un trabajo, y tanto que ha podido decirse que exige un aprendizaje y aun llegar a ver en ese aprendizaje el valor formador de ese trabajo” (Lacan, 1984, p. 238).

Lacan se dedica, entonces, a examinar lo que sucede con ese trabajo, y dice que en el despliegue de esa «palabra vacía», se revela una frustración que es inherente al discurso mismo del sujeto. El sujeto, a medida que despliega su discurso, “se adentra […] en una desposesión más y más grande de ese ser de sí mismo con respecto al cual, a fuerza de pinturas sinceras que no por ello dejan menos incoherente la idea, de rectificaciones que no llegan a desprender su esencia, de apuntalamientos y de defensas que no impiden a su estatua tambalearse, de abrazos narcisistas que se hacen soplo al animarlo, acaba por reconocer que ese ser no fue nunca sino su obra en lo imaginario y que esa obra defrauda en él toda certidumbre.” (Lacan, 1984, p. 239).

Dicho de otra manera, el sujeto despliega en su palabra vacía, un ser que no es sino imaginario, lo cual habla de una «enajenación fundamental», que no es otra que la alineación que es consecuencia del proceso por el cual el yo se constituye mediante la identificación con el semejante, fundando su narcisismo; es por esto que el ego, el Yo, “es frustración en su esencia” (Lacan, 1984, p. 239). “Es frustración no de un deseo del sujeto, sino de un objeto donde su deseo está enajenado y que, cuanto más se elabora, tanto más se ahonda para el sujeto la enajenación de su gozo.» (p. 240).

Frustración de un objeto: la imagen en el espejo en la que el sujeto se aliena, “único objeto que está al alcance del analista, (…) es la relación imaginaria que le liga al sujeto en cuanto yo” (Lacan, 1984, p. 243). Esta imagen ideal, termina siempre frustrando al sujeto, por no poder satisfacerse completamente con ella. A este nivel, dice Lacan, no hay respuesta adecuada. La agresividad no se deja esperar, ya que estamos en el plano imaginario.

Como a este nivel de la «palabra vacía» se despliega la seducción y el galanteo afectivos, tanto como la intelectualización, Lacan advierte aquí que el analista debe darse cuenta de estas formas que adquiere el discurso en la palabra vacía, ya que ellas pueden ser leídas como resistencias al análisis, es decir, señuelos imaginarios del yo. Lacan critica aquí a los analistas que toman el reino afectivo, ese que se despliega fácilmente como carnada en la palabra vacía, como si fuera primario respecto del intelectual. Para Lacan dicha oposición no es válida. La cura analítica se basa en el orden simbólico, el cual trasciende la oposición entre afecto e intelecto.


333. ¿Es la tristeza una enfermedad?

La depresión es un afecto que no es material sino psíquico, un sufrimiento del alma, pero hoy en día, a la menor fatiga, tristeza o pequeña caída existencial se la considera una patología que hay que curar con urgencia (Miller, 2007), y de inmediato se piensa en medicalizarla, tratarla con alguna droga; la reina aquí es la fluoxetina. ¿Quién quiere erradicar médicamente la depresión? La burocracia sanitaria internacional que está al servicio de la industria farmacéutica. Y para apoyar este «tratamiento», están las encuestas: el 95 % de las personas ha padecido anualmente unos seis episodios de tristeza y de pérdida de la estima de sí. No es extraño, entonces, que la OMS prediga que en el 2020, la depresión será la segunda causa de invalidez en el mundo después de las enfermedades cardiovasculares (Miller). Lo que sigue a esto es el aumento en el consumo de antidepresivos y psicotrópicos en todo el planeta.

Entonces, lo que antes era considerado como «un mal momento que había que pasar, una caída anímica, un duelo difícil, es desde ahora en más «una enfermedad»» (Miller, 2007). Además, la propaganda médica, con sus folletos pagados por los laboratorios farmacéuticos, obliga a la gente a interpretar estos sentimientos en el sentido de que son una enfermedad. Detrás de todo esto hay un paradigma, que tiene que ver con la forma como es pensado el hombre contemporáneo: como si fuera una máquina (Miller). Si la máquina no funciona bien, entonces disfunciona, y se debe intervenir urgentemente, respondiendo, a su vez, a la demanda que hace la cultura contemporánea de que el hombre debe ser feliz. Nunca como antes se piensa que el ser humano tiene como única misión en la vida el ser feliz, ¿qué hacer entonces con los sentimientos de tristeza?

Dice Miller (2007) que «la tristeza en inherente a la especie humana. Si es una enfermedad, entonces la humanidad misma es una enfermedad! es muy posible que seamos una infección del planeta. Era por otra parte la idea de Lacan. Desde el origen de los tiempos, nos destruimos a nosotros mismos, y nuestro entorno por añadidura. Si queremos curar esto, entramos en la biotecnología, se va a tratar de producir otra especie, mucho mejor. Una especie asexuada y muda. En ese momento, nos portaremos como es debido!». ¿Se pueden ver las consecuencias de ese paradigma?

Para el psicoanálisis un sujeto se deprime “cuando está enfermo de la verdad. Si uno no quiere deprimirse, hay que asumir la verdad, su verdad” (Miller, 2007). Vivir la vida sin mentir es el antidepresivo más poderoso.


299. La teoría de los discursos de Jacques Lacan.

La «teoría de los discursos» o «teoría del vínculo social» de Lacan es desarrollada en su Seminario El revés del psicoanálisis (1969-70) como teoría del lazo social. El desplazamiento regulado de cuatro términos (S1, S2, $ y objeto a) sobre cuatro lugares (Agente, Otro, Producción y Verdad), «permite dar cuenta exhaustivamente de la naturaleza de los momentos en que la palabra toma el lugar del instinto, el cual ella subvierte.” (Sauret, 1997, p. 17)

Agente Otro
——— ———–
Verdad Producto

Los cuatro lugares a los que se hace referencia en ésta teoría son: el lugar del «agente», lugar desde donde se dirige, se gobierna, se maneja o se comanda algo. Está el lugar del «Otro» con mayúscula, lugar al cual el agente se dirige y que puede representar, según el caso, al saber, al lenguaje, a lo simbólico, a la Madre, a la cultura, etc., es decir, lo que vale para todos. Debajo del lugar del agente está el lugar de la «Verdad», aquello a nombre de lo cual el agente dirige su acción o su discurso al Otro: Siempre que el sujeto habla, lo hace en nombre de alguna verdad. Y por último está, debajo del lugar del Otro, el lugar del «producto», o sea, el resultado que se obtiene de la interacción de los términos o elementos que circulan por dichos lugares. De lo anterior podemos inferir que el discurso es el que crea el tipo de vínculo social.

Los términos que circulan por estos cuatro lugares los podemos definir así: el sujeto, que se escribe así: $, y se lee: sujeto barrado o dividido; escindido por la acción del lenguaje, dividido en tanto que está siempre entre dos significantes: el S1 y el S2. Está el S1, que es el significante que representa al sujeto; se le llama también significante unario, o significante Amo. Y, además, está el significante S2, que representa al saber, el significante que se necesita para que el sujeto quede representado, o también el significante que se hace necesario para darle sentido al S1. Por último se tiene el «objeto a minúscula», el cual representa lo que es irreductible al saber, eso que escapa a la representación significante, lo que en el psicoanálisis se denomina lo «real». “Cuando leemos este “a”, sabemos que tenemos un índice de este elemento irreductible al saber. Esta anotación nos interesa porque con esta letra hacemos entrar este irreductible en nuestro cálculo.” (Sauret, 1997, p. 16). La interacción de estos cuatro elementos dejará siempre un producto.


285. Qué debe querer un psicoanalista lacaniano.

Lacan, en el Acto de fundación de su Escuela, el 21 de junio de 1964, dice que es su intención que ella “represente al organismo en el que debe cumplirse un trabajo -que en el campo que Freud abrió, restaure el filo cortante de su verdad- que vuelva a conducir a la praxis original que él instituyó con el nombre de psicoanálisis al deber que le toca en nuestro mundo- que, mediante una crítica asidua, denuncie sus desviaciones y sus compromisos que amortiguan su progreso y degradan su empleo”.

Esta cita es una respuesta a la pregunta por lo que debe querer un analista. Un analista lacaniano debe querer denunciar las desviaciones y compromisos que amortiguan el progreso y degradan el empleo del psicoanálisis en el mundo, es decir, que debe querer el progreso del psicoanálisis en el mundo, su extensión, y debe querer emplearlo sin declinar ante lo real -este último punto se relaciona de manera directa con la formación del analista-.

El Acto de fundación también enseña claramente cuál es la posición política de Lacan para su Escuela. Si Lacan se lanzó a esta experiencia inédita, fue para denunciar el desvío en el que se hallaba el psicoanálisis en su época -denuncia que le valió el rechazo de la IPA en 1963-, y que concierne directamente a la convicción que tenían los analistas de saber de antemano qué es el psicoanalista. La respuesta de Lacan a este desvío fue sustituir las Sociedades Psicoanalíticas por la Escuela, es decir, por una institución cuya particularidad es la de no saber qué es un analista.


280. Ética, política y el error de buena fe.

Cuando Miller (1999) busca plantear los principios de la política lacaniana, indica, a su vez, que uno de los grandes principios de ésta, es plantear los principios que rigen al psicoanálisis por más radicales que sean, teniendo muy en cuenta las consecuencias de su aplicación. Se trata de un principio ético; es un principio que se ajusta a la ética misma del psicoanálisis, la cual es una ética que está del lado de la ética que se pone en juego en la política.

Parece sorprendente que la ética del psicoanálisis pueda estar del lado de la ética de la política, si se piensa que la política ha adquirido en nuestro tiempo el sentido de una práctica sucia, mentirosa y corrupta, que busca el ocultamiento de la verdad. Pero ambas éticas tienen un punto de aproximación, y es que la ética de la política, tanto como la del psicoanálisis, son éticas que se ocupan de las consecuencias de los actos y no de las intenciones con las que el sujeto actúa.

Con respecto a ésto, dice Miller (1999) que un gran principio, sacado de los Escritos de Lacan, y que además también sirve como principio para la dirección de la existencia, es que el error de buena fe es entre todos el más imperdonable. ¿Por qué? Porque es el error de quien toma sus deseos por realidades, y en el psicoanálisis, tomar los deseos por realidades es ser siervo del fantasma. El sujeto que pasa por inocente al cometer el error de buena fe, demuestra que está dominado por el inconsciente, que el inconsciente es su amo. Para Lacan el discurso del amo es el discurso del inconsciente, y en el error de buena fe el sujeto se revela verdaderamente dominado por el inconsciente como discurso del amo.


267. Ciencia, política y psicoanálisis.

La política, entendida como la actividad o el conjunto de actividades que tienen como término de referencia a la polis, es decir, el Estado, incluido su ordenamiento y dominio, tiene en general una muy mala reputación. Inclusive es acertado decir que esta mala reputación es un rasgo moderno de la política contemporánea. “La palabra política connota regularmente la maniobra, la magulla, la manipulación colectiva, la ausencia de claridad que se supone requiere el campo de la ciencia, la impureza subjetiva, la opacidad turbia” (Klotz, 1998, p. 122). Entiendo con esto que mientras la ciencia es un campo claro, un discurso sin ambages, que apunta al develamiento de una verdad como causa de los fenómenos naturales, la política es un campo opaco, mas bien falso y mentiroso, que busca el ocultamiento de la verdad.

Cabe entonces preguntarse por las razones por las que es introducida la política en el campo del psicoanálisis, sobretodo porque ella no escapa a esta apreciación cuando es evocada en dicho campo, es decir, que es sucia, mentirosa y corrupta. Si este es el sentido que ha adquirido la política en nuestro tiempo, ¿por qué entonces relacionarla con el psicoanálisis, que es un campo cercano al de la ciencia?

El psicoanálisis, sin ser una ciencia a la manera de las ciencias llamadas «duras», está del lado del discurso de la ciencia, es decir, busca ser rigurosa como lo es todo saber que se llame científico. Freud inventó el psicoanálisis en nombre de la ciencia y el psicoanálisis mismo es una respuesta a los desafíos que ha planteado la ciencia desde el momento en que su discurso apareció en nuestro mundo. Si bien, con relación al rigor científico, el discurso del psicoanálisis parecería un discurso indigno, ¿basta esto para colocarlo del lado del discurso político? ¿Acaso el psicoanálisis, como la ciencia, deben estar exentos de toda política, para poder asegurar así su rigor y su pureza? Con este argumento es que muchos analistas buscan darle al psicoanálisis -y a su clínica- un virtuosismo tal, que quede alejado de los problemas de la institución psicoanalítica, protegiéndolo así de toda incidencia política. Es en las instituciones donde se pone en juego la política, de allí que se quiera separar al psicoanálisis y a su clínica de aquellas. ¿Es esto lo que nos propone el psicoanálisis de orientación lacaniana?